1. El caballo blanco y la tradición
autor: Sergej Averincev
fecha: 2001-03-01
fuente: La Nuova Europa n. 2, marzo 2001
Il cavallo bianco e la tradizione
traducción: María Eugenia Flores Luna

Abrimos esta sección sobre Gilbert Keith Chesterton con un admirable ensayo del gran filólogo y poeta ruso Sergej Averincev, recientemente fallecido (ha muerto en Viena el 21 de febrero del 2004). En su volumen "Diez poetas", publicado en Italia por "La Casa di Matriona", él en vez de desintegrar los textos y las obras en datos analíticos sin nexo, opta por una visión integral de la personalidad del autor y del sentido de su escribir.

Hay un poema de Chesterton titulado El caballo blanco; su protagonista es el soberano inglés Alfredo el Grande, el que defendió el honor del propio pueblo, el marco legislativo y el frágil patrimonio cultural en un borrascoso período de incursiones barbáricas. Generalmente las poesías de Chesterton no son muy consideradas, pero la calidad poética del Caballo blanco ha sido elogiada con expresiones muy enérgicas por Auden, el poeta recientemente desaparecido, un maestro reconocido de la poesía contemporánea, persona además nada parecida a Chesterton por gustos y tendencias, así que casi se puede decir que los dos estuvieran en las antípodas: eso hace particularmente significativo el aprecio del cual se ha hablado. Aquello que sin embargo nos interesa en este momento no es si el poema sea bueno o malo, y tampoco el poema en sí, sino solo la luz que ello proyecta sobre las otras obras escritas por su autor. El hecho es que justo aquí Chesterton ha expresado cosas para él esenciales con una franqueza y confianza con el lector que raramente se encontrarán en otro lugar; no por nada la redacción del poema, iniciada de una estrofa aparecida en sueños, había sido acompañada por una fuerte tensión emotiva. Es muy probable que para Chesterton el Caballo blanco fuera algo particular, el corazón secreto de aquel conjunto bastante variopinto, compuesto de artículos y ensayos prolijos y clamorosos, relatos y novelas, que es su obra. El poema no ha sido traducido y difícilmente alguien lo hará nunca - ya la medida, muy tradicional para el inglés, en ruso «no suena una gran cosa». Dejemos que algunas palabras sobre su significado diseñen por así decir la viñeta introductora a este capítulo.
Ante todo, su título. Ello está ligado a una famosa figura de caballo, excepcionalmente antigua, verosímilmente celta, que se puede admirar sobre las laderas de una colina de yeso de la parte del Berkshire. Las líneas que constituyen aquel perfil inmenso relucen la blancura del yeso, emergiendo con un vívido contraste del fondo verde de la hierba según el trazado que, realizado en tiempos remotos sacando la hierba de los puntos necesarios, viene mantenido hasta hoy día esmeradamente. La hierba en efecto tiende a cubrir todo el espacio circunstante, sumergiendo las blancas huellas con la propia onda verde y si los hombres, de generación en generación, milenio tras milenio, no proveyeran a tener limpios los contornos, la antigua forma habría sido tragada desde hace tiempo por la impetuosidad del elemento. Sólo porque la voluntad de la razón puede ser aún más obstinada que el elemento natural, nosotros podemos ver todavía este perfil que ya era viejo como el mundo en los tiempos de rey Alfredo. Resta aún abierta la cuestión de cuándo, específicamente, este perfil haya sido creado: en tiempos remotos cuando sus líneas fueron trazadas por primera vez o poco tiempo atrás, a lo mejor ayer, la última vez, es decir, que han sacado la hierba.

La tradición de la humanidad

Chesterton ha transformado el perfil envuelto de leyenda sobre la pendiente de la colina en un símbolo de lo que él llamaba tradición de la humanidad, una expresión para él excepcionalmente importante. Nosotros somos personas en cuanto nuestros padres nos han enseñado determinados preceptos, criterios, comportamientos morales, si se quiere, o verdades dichas y repetidas, si así agrada, que ellos habían a su vez aprendido de sus padres, y que de tiempos inmemoriales, Dios solo sabe desde cuándo, de generación en generación, de milenio en milenio, cualquier persona aprende cuando entra a hacer parte del consorcio humano. Sobre estos elementos se basa cada cosa, incluida la sensatez de la reflexión estética, que de por sí no tiene nada moral en el sentido usual del término. Como decía nuestro escritor somos capaces de reaccionar con una alegría agradecida a la belleza de las manifestaciones de la naturaleza sólo porque desde la infancia ha sido cultivada en nosotros la costumbre de dar las gracias a la mamá por un buen postre, y para quien no aprende a agradecer pronto cada cosa pierde sabor. Puede parecer que la tradición moral del género humano sea algo dado y por nosotros acogida de una sola vez, que se trate es decir de una adquisición cierta, al seguro de peligros, implícita. Al tiempo en que Chesterton y especialmente cuando aún no escribía, sino se estaba formando como hombre y escritor, vale decir al ocaso de la época victoriana, el peligro innato en esta presunción era mucho más real que en nuestro tiempos. No de veras, no hay nada que esté sobreentendido, que se dé por su cuenta. Si no siguiéramos con incansable cuidado manteniendo limpios los rasgos del Caballo blanco, muy pronto ellos serán sofocados por la hierba, e irán perdidos para siempre.
Eso comporta cierto riesgo, que por lo demás es el presupuesto de la libertad humana, impensable sin ello. Pero el problema del riesgo es el reverso de otro problema: aquel de la esperanza.
El poema de Chesterton, como también toda su obra, parte de la fe en el hecho de que la esperanza tiene que tenerse equidistante sea del triunfalismo que del derrotismo, que la vida es una aventura caballeresca cuyo éxito es absolutamente desconocido y que por lo tanto debe ser tomada con generosa alegría. Justo al principio del poema, el rey Alfredo apenas ha padecido una desastrosa derrota y la potencia del enemigo lo domina - ¡una imagen exquisitamente chestertoniana! - «como la bóveda celeste», en la desgracia él le pide a la Virgen María que le diga cómo terminaría, pero recibe una respuesta severa: al hombre es permitido penetrar los más profundos y apartados misterios, pero es indigno de él indagar sobre el éxito, sobre el éxito de la propia lucha. Tiene que bastarle el saber por qué está luchando. Hace falta «ir en la oscuridad con corazón alegre». Otras posibilidades vienen en tal modo descartadas, veamos cuáles. Se puede contar únicamente con uno mismo, sobre la propia superioridad y el propio éxito, y eso es estúpido y desagradable; se puede ser como subyugados por el temor de un fracaso, y eso es vil; se puede vibrar entre el afán de éxito y el terror de fracasar y eso es vano y vulgar; se puede por fin volverse indiferentes al futuro, y eso es la muerte. Una decisión de elección y alegría es ir más allá de estas cuatro posibilidades, afrontando con regocijo la oscuridad, asumiéndose anticipadamente sus consecuencias, para empeñarse con todas las propias fuerzas y gran fervor como «un buen niño», en el juego, manteniendo al mismo tiempo acerca de su resultado una actitud descuidada, plenamente dispuesto es decir a salir vencido y ridiculizado. Dicen que la risa mata. En el mundo de Chesterton no sólo la risa no mata, sino haciendo ridícula a la misma víctima, la reanima, entendiendo que ella tiene en sí misma bastante vida para tomar las cosas del modo justo. El Rey Alfredo, disfrazado de mendigo, tomado al servicio de una pobre mujer como lavaplatos, cuando demuestra no saber hacerlo viene golpeado por la dueña en la cara hasta sangrar; después de un instante de desconcierto por la inusual experiencia, el rey de verdad se echa a reír de él mismo y en esta risa se libera para una nueva vida. Ahora, y sólo ahora, es un verdadero rey, ya que ha sido un siervo atrapado en una mentira. Uno que ha sido apaleado vale por dos que nunca han sido golpeados.

(continua en 2. La existencia es un bien en sí mismo)

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