Abrimos esta sección sobre Gilbert Keith Chesterton con un admirable ensayo del gran filólogo y poeta ruso Sergej Averincev, recientemente fallecido (ha muerto en Viena el 21 de febrero del 2004). En su volumen "Diez poetas", publicado en Italia por "La Casa di Matriona", él en vez de desintegrar los textos y las obras en datos analíticos sin nexo, opta por una visión integral de la personalidad del autor y del sentido de su escribir. Hay un poema de Chesterton titulado El caballo blanco; su protagonista es el soberano inglés Alfredo el Grande, el que defendió el honor del propio pueblo, el marco legislativo y el frágil patrimonio cultural en un borrascoso período de incursiones barbáricas. Generalmente las poesías de Chesterton no son muy consideradas, pero la calidad poética del Caballo blanco ha sido elogiada con expresiones muy enérgicas por Auden, el poeta recientemente desaparecido, un maestro reconocido de la poesía contemporánea, persona además nada parecida a Chesterton por gustos y tendencias, así que casi se puede decir que los dos estuvieran en las antípodas: eso hace particularmente significativo el aprecio del cual se ha hablado. Aquello que sin embargo nos interesa en este momento no es si el poema sea bueno o malo, y tampoco el poema en sí, sino solo la luz que ello proyecta sobre las otras obras escritas por su autor. El hecho es que justo aquí Chesterton ha expresado cosas para él esenciales con una franqueza y confianza con el lector que raramente se encontrarán en otro lugar; no por nada la redacción del poema, iniciada de una estrofa aparecida en sueños, había sido acompañada por una fuerte tensión emotiva. Es muy probable que para Chesterton el Caballo blanco fuera algo particular, el corazón secreto de aquel conjunto bastante variopinto, compuesto de artículos y ensayos prolijos y clamorosos, relatos y novelas, que es su obra. El poema no ha sido traducido y difícilmente alguien lo hará nunca - ya la medida, muy tradicional para el inglés, en ruso «no suena una gran cosa». Dejemos que algunas palabras sobre su significado diseñen por así decir la viñeta introductora a este capítulo. La tradición de la humanidadChesterton ha transformado el perfil envuelto de leyenda sobre la pendiente de la colina en un símbolo de lo que él llamaba tradición de la humanidad, una expresión para él excepcionalmente importante. Nosotros somos personas en cuanto nuestros padres nos han enseñado determinados preceptos, criterios, comportamientos morales, si se quiere, o verdades dichas y repetidas, si así agrada, que ellos habían a su vez aprendido de sus padres, y que de tiempos inmemoriales, Dios solo sabe desde cuándo, de generación en generación, de milenio en milenio, cualquier persona aprende cuando entra a hacer parte del consorcio humano. Sobre estos elementos se basa cada cosa, incluida la sensatez de la reflexión estética, que de por sí no tiene nada moral en el sentido usual del término. Como decía nuestro escritor somos capaces de reaccionar con una alegría agradecida a la belleza de las manifestaciones de la naturaleza sólo porque desde la infancia ha sido cultivada en nosotros la costumbre de dar las gracias a la mamá por un buen postre, y para quien no aprende a agradecer pronto cada cosa pierde sabor. Puede parecer que la tradición moral del género humano sea algo dado y por nosotros acogida de una sola vez, que se trate es decir de una adquisición cierta, al seguro de peligros, implícita. Al tiempo en que Chesterton y especialmente cuando aún no escribía, sino se estaba formando como hombre y escritor, vale decir al ocaso de la época victoriana, el peligro innato en esta presunción era mucho más real que en nuestro tiempos. No de veras, no hay nada que esté sobreentendido, que se dé por su cuenta. Si no siguiéramos con incansable cuidado manteniendo limpios los rasgos del Caballo blanco, muy pronto ellos serán sofocados por la hierba, e irán perdidos para siempre. (continua en 2. La existencia es un bien en sí mismo) |
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1. El caballo blanco y la tradición