1. El eclipse de la razón
autor: Jérôme Lejeune
fecha: N.D.
fuente: L’embrione, un uomo: etica e genetica (prima parte)
traducción: María Eugenia Flores Luna
original: L'embryon, un homme : éthique et génétique

Ustedes saben que hay en Australia bípedos, grandes más o menos como nosotros, de pelo rojizo que, habitualmente, abortan a sus pequeños al segundo mes. Se trata de los canguros.
Abortado espontáneamente al segundo mes, el pequeño canguro se parece a una pequeña salchicha que mide cerca de 2,5 cm de largo. Los miembros son reducidos a una pequeña uña sobre la pata anterior, una sobre aquella posterior, y él sólo conoce la sensación de la pesadez.
Expulsado de la vagina con el aborto espontáneo, se agarra a la piel de la madre y, sabiendo luchar contra la pesadez, sube en vertical automáticamente hasta el marsupio y cae dentro, y quedará por siete meses acabando su desarrollo, que se parece bastante, en la duración, al desarrollo de un pequeño ser humano.
Lo que es extraordinario, para el biólogo, es el hecho de que en el pequeño cerebro de una madre canguro la naturaleza tenga, aunque no sé cómo, inscrito un tipo de concepto de ‘cangurosidad’ del pequeño canguro. Ya que esta pequeña salchicha es el único animal que ella deja entrar en su marsupio. Si un ratón quisiera instalarse, ella lo eliminaría rápidamente.
Entonces yo me decía que si la naturaleza, en un cerebro tan pequeño cuanto aquel de la madre canguro, ha inscrito la noción que se trata de un miembro de su especie, que es su hijo, me parece completamente imposible que en el litro y medio que nosotros tenemos en nuestra caja craneal la naturaleza no haya puesto una inteligencia suficiente para darse cuenta que los pequeños hombres son precisamente hombres pequeños.
Y sin embargo aquí todos nosotros pertenecemos a una nación que ha sido civilizada desde hace tiempo, y que ha abrogado con un voto lo que todos los médicos habían juraron constantemente, vale decir: “Yo no daré a nadie, aun cuando rogara, el veneno; igualmente no proveeré medios abortivos a una mujer”.
La nueva película de M. Nathanson se titula “El eclipse de la razón”, y como él también yo me pregunto si la enfermedad de la cual nosotros sufrimos no sea realmente una enfermedad de la inteligencia. Si no se haya extendido sobre nuestras poblaciones, deliberadamente, un tipo de capa de plomo de obscurantismo para hacer creer que nosotros no sabemos, mientras en cambio sabemos mucho más que hace un tiempo. El ser humano es un concepto que se aplica a todos los seres de nuestra especie, cualquiera que sea su talla, su color, y cualquiera que sean las calidades que puedan hacerlos brillar o las enfermedades que puedan afligirlos.
Permítanme ahora hablarles un poco de la fisiología de la inteligencia de ustedes. Para el biólogo, en su búsqueda de la verdad, un evidente dúplice hecho se impone al inicio de una vida, de una parte, y a su mayor desarrollo, de la otra. Este hecho es simple: “El espíritu anima la materia”. Eso es verdad cuando el ser ha llegado a su plena madurez. Les decía que ustedes tienen un litro y medio - como ejemplo - de volumen cerebral, y se necesitaría que se dieran cuenta del hecho de que este ordenador incorporado es el más potente, y muchísimo más potente, que exista actualmente bajo el sol.
Ustedes tienen en su caja craneal casi 11 mil millones de células, vale decir millones de veces más numerosas que en el más grande ordenador de la NASA. Pero el cableado que liga sus células cerebrales está constituido por hilos extraordinariamente sutiles, que no se ven tampoco en el microscopio normal, y que son espirales agregadas para formar una especie de pequeños tubos, que nosotros llamamos neurotúbulos, y que logramos ver con el microscopio electrónico. Y este cableado que se encuentra a disposición de ustedes, que es la máquina que usan para entender el mundo, este cableado mide casi cuanto de aquí a la Luna ida y vuelta.
La cosa más sorprendente es que para hacer funcionar la máquina de ustedes el enganche de una célula a la otra emitirá una especie de molécula, abrirá una especie de cerradura secreta, y que unas partículas, unos iones, se catapultarán a una velocidad extraordinaria. En fin lo que nosotros llamamos razón, que es esta máquina que elimina los datos fortuitos para conservar sólo aquellos deducibles, es en efecto un contador de partículas que tiene una velocidad extraordinaria. Se llega así a esta noción perfectamente evidente y muy simple: cada vez que levantan una mano, que baten las pestañas, o que una idea atraviesa su mente, Ustedes hacen crujir un enorme número de conexiones cerebrales, y, más precisamente, es el espíritu de ustedes que comanda la materia, su espíritu anima la materia. Ésta es una evidencia contra la que no se puede oponer nada, siendo una certeza empírico-experimental.
Pero la cosa extraña es que la misma demostración se hace justo al inicio de la existencia. Cuando los 23 cromosomas que llevan la información transmitida por el padre y contenida en el espermatozoide han entrado al interno de la zona pelúcida, que es una especie de saco de plástico que asegura el muro de la vida privada del pequeño embrión, cuando el espermatozoide ha perforado esta membrana y ésa se vuelve inmediatamente impermeable a cada ulterior información, en aquel preciso momento se encuentran reunidas todas las informaciones necesarias y suficientes para fabricar, para constituir este nuevo ser humano que se desarrollará. No un ser teórico sino lo que nueve meses más tarde llamaremos Pedro, Pablo o Magdalena. Aquel, precisamente, empieza la propia carrera cuando todas las informaciones necesarias y suficientes se encuentran reunidas. Y nosotros sabemos, más allá de cada posible duda, que estas informaciones están reunidas desde el momento de la fecundación. El espíritu, efectivamente, anima la materia, y no sólo cuando el cerebro está formado y puede analizar el mundo, sino cuando se pone en movimiento este extraordinario nuevo ser que construirá el propio cerebro, vale decir una máquina que inventará máquinas que le permitirán comprender un poco el universo. Es porque al inicio una chispa de espíritu ha animado la materia que un nuevo ser humano ha sido llamado a la existencia. No se trata, aquí, de metafísica, no se trata de moral, sino se trata de doctrina evidente impuesta por la realidad. Si no fuera así, la reproducción de los seres sería imposible. Si no fuera la información a dar vida y a animar la materia, la genética no existiría; nosotros, no existiríamos.
Ustedes pueden encontrar extraño (todos lo encuentran extraño) que un ser humano al inicio de la propia carrera pueda ser reducido, como dirían los matemáticos, a su expresión más simple. Pero toda su vida será la expresión y la realización de este primer mensaje. El crecimiento, luego el conocimiento, y por fin la experiencia de toda la vida solicitan imperativamente, imponen absolutamente que el ser que un día comprenderá, aunque de manera imperfecta, el mundo, sea desde el inicio un ser humano. Nuestro hablar común (diría que eso es verdad en todas las lenguas latinas, y es verdad, en parte, en casi todas las lenguas del mundo), nuestro hablar común siempre ha conocido este hecho evidente. Nosotros empleamos la misma palabra para definir una idea que nos venga en mente o un nuevo ser que llegue a la existencia: nosotros hablamos en ambos casos de concepción. Se concibe una idea, se concibe un niño. El hecho de que el término concepción se aplique a estos dos extremos de la performance humana no depende de pobreza de lenguaje, sino es en cambio la percepción intuitiva, de parte de aquella inteligencia colectiva que es el lenguaje, del hecho en el momento exacto del inicio de la existencia, la forma y la materia, el espíritu y la sustancia están así estrechamente entrelazados que no se pueda llamarlos distinguiendo el uno del otro. Para resumir en una palabra que, yo creo (pero no estoy seguro de mi cita), es de Santo Tomás de Aquino, “en el momento en que la materia ha sufrido su última disposición, el espíritu no puede no ser”.

(continua en Manual de instrucciones)

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