2. La existencia es un bien en sí mismo
autor: Sergej Averincev
fecha: 2001-03-01
fuente: La Nuova Europa n. 2, marzo 2001
L'esistenza è un bene in sé
traducción: María Eugenia Flores Luna

Para completar nuestra viñeta damos aún una rápida mirada a las declaraciones poéticas de Chesterton.
En las primeras poesías, así inmaduras que no sólo Auden sino tampoco el más entusiasta de los chestertonianos lograría alabarlo por la calidad literaria, resuena un motivo que atravesará todos los versos y la prosa de este autor: un niño no nacido reflexiona sobre el hecho de que si lo dejaran entrar en el mundo, tan sólo por un día, le permitieran es decir ser parte del juego y de la batalla de la vida, eso sería para él una felicidad y un honor tan inmerecido que no soñaría jamás con quejarse, si hubiera cualquier dificultad, o enfadarse, padeciera cualquier ofensa…. No se trata de optimismo, o cuanto menos Chesterton no llamaría así esta fe suya. El optimista cree que todo va mejor, que la batalla será vencida; Chesterton organiza los acentos de modo diferente: la existencia es un bien no a condición de que las cosas vayan mejor, sino por el hecho mismo de estar en contraposición al no-ser, y de cualquier modo se resuelva la batalla hace falta aceptar con gratitud su propio riesgo, su indeterminación, su aleatoriedad e imprevisibilidad; a eso, como ya se ha dicho, está ligada la libertad de decisión de la persona. Al hombre es dada una oportunidad - ¡qué más puede pretender! La agradecida aceptación del riesgo transforma a los objetos más comunes, habituales, en espléndidas gemas, como en la perspectiva del niño no nacido, que sueña el milagro del nacimiento. En otra poesía más madura el discurso se centra en el hecho que el mundo es auténticamente milagroso para el que no tiene tiempo de admirar toda aquella belleza porque tiene que correr a enfrentar al dragón. Consiste en eso «el honor del país mágico», sin ello todos sus milagros se desvanecerían, se volverían inútiles. Y todo es milagro, y no hay nada que no lo sea. En años maduros Chesterton escribirá que a emocionarlo ya no era el alternarse de felicidad y dolor, sino el alternarse del día y de la noche, y que las tinieblas nocturnas para él quedaban, como para un niño que en cuanto comenzara a ambientarse en el mundo, «una nube más vasta del mundo y un ogro hecho de ojos» y piedras que brillaban a lo largo de la calle, en un tal modo que no podían ser simplemente, sin embargo eran. «The things that cannot be and that are» «lo que no puede ser y es») - es una fórmula que en nuestro autor se produce en diferentes variantes y que está muy cercana justo al centro de su pensamiento y de su imaginación. Si la entendemos, entendemos a Chesterton. Cualquier cosa en el mundo, cualquier asunto humano del que valga la pena hablar, es para él una victoria sobre la propia imposibilidad personal. Los objetos más usuales son los más extraños porque son vistos, como en la visual del niño no nacido, en el fondo de la oscuridad y del vacío universal. Para comunicar eso, Chesterton necesitó a veces valerse de imágenes extravagantes, que hacen pensar en el surrealismo contemporáneo, pero que naturalmente tienen un significado completamente diferente con respecto a los surrealistas. Subrayando este aspecto, el patriarca de las vanguardias literarias latinoamericanas Jorge Luis Borges buscó un día, de modo muy brillante, de desenmascarar en Chesterton un aedo del horror del mundo, un maestro del humor negro, un colega de Kafka que hasta ahí había logrado esconderse tras la máscara de un cómodo optimismo. Borges se había equivocado sobre toda la línea aunque había localizado con cierta precisión lo que había interpretado luego erróneamente. Justo porque cada cosa es vista por Chesterton como comprometida en una silenciosa y heroica defensa contra el asedio del no-ser y porque es amenazada por las fuerzas de la destrucción -come la cizaña amenaza la imagen del Caballo blanco sobre la ladera de la colina y ya que ella es pequeña y el caos ilimitado, el valor de esta cosa es confirmado definitivamente y para siempre. No es la admiración estética del atractivo de las cosas destinada a perecer, de su atractiva, sensual fragilidad como en los decadentes del principio de siglo (por decir, el francés Henri de Régnier, contemporáneo y algún año mayor que Chesterton o Michail Kuzmin, en cambio su coetáneo). Es exactamente lo contrario - la hermandad caballeresca del ser frente al no-ser, una comunidad en armas en la lucha santa contra la inclinación a la descomposición, contra la corrupción y la putrefacción, contra la nada. El pesimista y el suicida para Chesterton son desertores merecedores de reproche ya que cuando arrecia la batalla no se puede traicionar «la bandera del universo», la responsabilidad colectiva de la existencia. Preferir la existencia al no-ser ya es una decisión y un desafío, ya es una aceptación del riesgo. Por eso en el mundo hay tanta belleza; toda esta belleza es como el centelleo de la armadura del guerrero que sale al campo para la pugna mortal.

El centelleo de la armadura es la visión correspondien¬te al ideal del honor. Si la libertad del ser humano tiene como precio el riesgo, el precio de su honor es el dolor y la muerte. Mientras tanto el tiempo seguía su curso y las cosas se metían de modo tal de temer seriamente por el viejo ideal del honor. Afuera estaba el siglo del progreso, de los trustes y de los monopolios, de los especialistas y de los expertos, siglo de los negocios, científico, pragmático. El honor - ¿qué cosa tenía que ver aquí el honor? Pero sepa¬rarse del honor significaba perder todo lo que justificaba la existencia. La realización de lo que Dostoevskij había llamado «derecho al deshonor», el desencadenamiento incontenible de las fuerzas de la técnica, la pérdida de la medida real del hombre, la presión no contrastada del criterio de la conveniencia - todas máscaras del no-ser. He aquí pues que en la Osteria volante, cierto no el libro más serio de Chesterton, en una canción compuesta por el protagonista y dedicada a la protagonista, resuenan estas penetrantes palabras: «Mi Señora, la luz poco a poco en el cielo muere. Mi Señora, moriremos también nosotros si ha muerto el honor». Y promete. «Mi Señora, vivir para sobrevivir no tiene valor…». (continua)

GILBERT KEITH CHESTERTON

SI SÓLO HUBIERA NACIDO
(traducción Redacción "El sábado")

Si los árboles fueran altos y la hierba baja
como en algún extraño cuento
si aquí y allá el mar fuera azul
más allá del abismo que nos divide
si una bola de fuego colgara fija en el cielo
para calentarme sólo por un día
si suave hierba verde creciera sobre grandes colinas yo sé lo que haría.
En la oscuridad yo yazco
soñando que allí me esperan grandes ojos fríos y gentiles
y calles tortuosas y puertas silenciosas
y detrás hombres vivientes
mejor vivir una hora
para combatir y también para sufrir
que todos los siglos para los que he gobernado los imperios de la noche
si sólo me dieran el permiso
dentro de aquel mundo de erguirme en pie
yo sería bueno por todo el día
que tuviera que pasar en aquella tierra fabulosa
de mí no sentirían una palabra
de egoísmo o de vergüenza
si sólo pudiera encontrar una brecha
si sólo hubiera nacido.

(continua en 3. Un «Querubín gigantesco»)

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