2. Manual de instrucciones
autor: Jérôme Lejeune
fecha: N.D.
fuente: L’embrione, un uomo: etica e genetica (seconda parte)
traducción: María Eugenia Flores Luna
original: L'embryon, un homme : éthique et génétique

¿Si es verdad (y podemos estar seguros) que el espíritu anima la materia, si es verdad que los hombres sean hechos de aquel modo, entonces quizás existe un tipo de modo de empleo de la naturaleza humana, y quizás un folleto de explicaciones?
Ustedes saben que cuando adquieren un automóvil, ese es vendido con un 'manual de instrucciones' en el que los ingenieros han calculado que aquel auto pueda circular sobre este o aquel terreno (si es un 4×4 podrán ir a todo sitio, si es a una tracción anterior o posterior será mejor quedarse sobre las vías ya trazadas).
El 'manual de instrucciones' les dice a qué velocidad máxima podrán ir, la potencia, el peso transportable etc. Y luego se la entregan también con un pequeño memorándum que les dice: periódicamente hace falta echar gasolina, de vez en cuando controlar el aceite, después de un poco meter agua en el radiador…
Éste es el manual de instrucciones. Los genetistas no han descifrado aún el manual de instrucciones de la naturaleza humana pero su modo de empleo nos ha sido revelado, está muy claro, muy evidente: es el Decálogo, los Mandamientos de Dios. Y nosotros también tenemos el manual de instrucciones para usarlos: los Mandamientos de la Iglesia.
El primero les indica para qué sea hecho el hombre: él está hecho para conocer que hay un Creador, y para percatarse que amando a los propios hermanos él ama al Creador, he aquí aproximadamente el modo de empleo de la naturaleza humana. El manual de instrucciones (es decir los Mandamientos de la Iglesia) les dice qué hacer o no hacer para conservar el auto en buen estado, capaz de resistir a los principales peligros de la vía. Pues, si existe una moral natural que podamos obtener de la enseñanza de la biología, sería necesario que los científicos trataran no de definirla, sino de descifrarla. Vean, la ciencia es muy precisamente, y permítanme esta paráfrasis un poco al revés de la Génesis, la ciencia es un poco como el árbol del conocimiento, es decir el árbol del bien y del mal. El trabajo de nosotros los científicos es saber de qué manera este conocimiento pueda ser usado para el bien y no para el mal. Haría falta evitar que este árbol de la ciencia que reviste el mundo tecnológico acabara por esconder la luz al punto tal que no se sepa jamás reconocer qué sea el bien y qué sea el mal. Como les he dicho, la biología puede resumirse muy simplemente, y eso es lo que yo estoy obligado a explicarles a nuestros estudiantes cuando tratamos la genética fundamental. Este mensaje genético está contenido en la larga molécula de ADN que se parece un poco a la cinta magnética que tienen en un tocacintas. Si una sinfonía es registrada sobre una cinta magnética e introducen esta cinta en un magnetófono encendido, el magnetófono nos devolverá la sinfonía. Ahora, sobre la cinta magnética no hay para nada notas musicales, y en el parlante no hay para nada músicos; pero a pesar de eso una verdadera orquesta ha sido registrada, un código ha permitido hacer variar aquí y allá la carga magnética de la cinta, y, si saben utilizar el proceso inverso que se produce en un magnetófono, hay un cabezal de lectura capaz de lanzar impulsos eléctricos y en fin de hacer vibrar la membrana para que el aire sea de nuevo colmado por el genio de Mozart. Del mismo modo suena la sinfonía de la vida, vale decir que la información se encuentra ya no sobre una cinta magnética, sino sobre la larga molécula del ADN, que mide un metro de largo. Hay un metro de largo real en un espermatozoide, cuidadosamente subdividido en 23 fragmentos, y la cinta es esmeradamente envuelta y doblada en sí misma tanto de estar cómodamente en una punta de alfiler, y es capaz de dividirse de célula en célula, sin formar nudos; todo eso es muy complicado, si imaginan dos cintas de un metro de largo, un metro procedente del padre, un metro de la madre, todo cómodamente sobre la punta de un alfiler. ¿Cómo es posible que no se mezclen? Es uno de los secretos de la mecánica molecular que, al momento, no está muy claro, pero que, en todo caso, funciona muy bien.
En fin se puede resumir toda la biología de manera muy simple: al inicio hay un mensaje, este mensaje está en la vida, este mensaje es la vida, y que este mensaje es un mensaje humano, esta vía es una vía humana. Una vez que sepan eso, ustedes conocerán toda la biología molecular moderna; ciertamente, hay otros pequeños detalles que hace falta saber para superar los exámenes, pero eso es sólo para los especialistas. Ustedes habrán entendido por qué nosotros sabemos, más allá de toda duda posible, que el ser humano, al inicio de su carrera, sea exactamente un parecido nuestro, un hermano nuestro, en el caso específico a lo mejor nuestro hijo, y que tenga derecho al respeto no en función de su potencia, de su tamaño o del rendimiento del momento en que se le deba respeto, sino por una razón simple y única: es miembro de nuestra especie. Yo decía que nuestro cerebro era una máquina potente; si ustedes abren su caja craneal, un poco como levantar el capote de su auto, verían enseguida que hay varias zonas: por ejemplo la zona de Broca, la zona de Wernicke o las zonas temporales, que no existen en los otros seres vivientes, sino sólo en los bípedos y (además de lo que ya hacen los canguros, de los que les hablaba hace poco) en aquellos que son capaces de hablar…. Y se puede dar más o menos crédito a lo que digan.
Ahora, existe una escuela que pretende que todo lo que les he dicho sea vanidad, que los seres humanos sólo sean animales como los otros, y que no difieran más que por detalles mínimos y en verdad poco interesantes de sus hermanos chimpancés o de los diferentes monos más o menos parecidos a nosotros.
Aquí, yo querría hacerles una confidencia: sucede que, por mi trabajo, yo viajo bastante, en realidad demasiado. Cada vez que me es posible, yo visito dos lugares extremadamente instructivos en las ciudades adonde llego. Estos dos lugares extremadamente instructivos son la universidad, de un lado y el zoológico, del otro. Ahora bien, en estas universidades yo prácticamente siempre he visto personas serias con un aire solemne mover doctamente la cabeza preguntándose si sus hijos, en último caso, cuando apenas habían nacido, no fueran una especie de animales. ¡Pero yo no he visto nunca, en un zoológico, congresos de chimpancés reunidos para preguntarse si, todo bien considerado, sus hijos no se habrían vuelto profesores universitarios! Es una experiencia muy simple, pero que yo he hecho más veces, y que me parece tenga una consecuencia muy clara, vale decir que la naturaleza humana realmente existe, no necesitamos ser grandes genios para darnos cuenta, y los que no se enteran se tapan voluntariamente los ojos. La naturaleza humana es extraña: el hombre es el único ser sobre este planeta a preguntarse quién sea, de dónde venga y qué cosa haya hecho de su hermano. Y esta curiosidad es tan evidente que él ha sido el único en descubrir la existencia de una relación entre la copulación y la llegada, nueve meses después, de un pequeño ser que se le parece. A pesar de mi gran cariño por los chimpancés, el gorila, los orangutanes, los gibones, no están muy enterados de sus sentimientos interiores, de las sensaciones y de las pasiones que los animen. Tengo la impresión, sin embargo, de que el impulso sexual de un chimpancé deba ser bastante parecido al que los hombres o las mujeres pueden probar en la misma situación, pero hay una cosa que sé con certeza, y es que el chimpancé más astuto, el mejor educado, el más instruido, no sabrá nunca y no comprenderá nunca que pueda haber una relación entre el hecho de haber tenido una relación sexual con una hembra de su especie y el hecho de que, nueve meses más tarde, ésta dé a luz un pequeño mono que se le parecerá. Ningún animal jamás ha entendido eso, mientras que los hombres siempre lo han sabido. A tal punto que los paganos, cuando querían representar la pasión amorosa, se contentaban con la estatua de un niño. El dios del amor, Eros, es simplemente un niño. Todos entendían qué cosa quisiera decir eso. Es exactamente cuando está en juego el comportamiento sexual que la superioridad del hombre aparece de absoluta evidencia. Ya que si nosotros sospechamos que exista una moral natural, deriva enseguida que disociar entre ellos el amor y el hijo y por otro lado el hijo y el amor sea un error de método, puesto que nosotros somos los únicos en conocer esta relación. Se deduce absolutamente una prescripción sobre la base natural por la abstinencia continua en el celibato casto, o por la continencia periódica en el matrimonio feliz. Si la monogamia corresponde ciertamente a la tendencia de nuestra especie y la tradición continúa conservando al marido una prerrogativa, vale decir aquella de ser el único habilitado a poner una semilla de vida en el templo interior que es el cuerpo femenino, entonces se deducen muy sencillamente las nociones de moral 'práctica', por así decir:
la contracepción, que es hacer el amor sin hacer el hijo, y la fecundación extracorpórea, que es hacer el hijo sin hacer el amor, y la pornografía, que es destruir el amor, y el aborto, que es destruir al hijo, son todas cosas contrarias a la dignidad del amor humano.
Yo no diría lo mismo por el amor de los chimpancés, puesto que el chimpancé no sabe todas estas cosas y su actuar no tiene por este motivo la misma posibilidad de dignidad.

(continua en La moral no se encuentra por tanto en los pantalones)

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