3. La moral no se encuentra por tanto en los pantalones
autor: Jérôme Lejeune
fecha: N.D.
fuente: L’embrione, un uomo: etica e genetica (terza parte)
traducción: María Eugenia Flores Luna
original: L'embryon, un homme : éthique et génétique

Querría responder a la crítica sarcástica, muy vieja y que cree haber dicho todo, o sea: ¡ la moral en los pantalones está muy mal! Yo a menudo he sentido esta observación en el curso de mi juventud, y me he preguntado si, después de todo, las personas que la hacían no tuvieran razón. Ha sido necesario mucho tiempo para que me percatara que imaginar que la moral fuese puesta mal por debajo del cinturón no era más che un mal conocimiento de la neuro-anatomía. Hace falta que se los explique brevemente. Discúlpenme, pero se necesita ser técnicos, de vez en cuando.
Ustedes saben que nuestro cuerpo en contacto con el mundo externo se encuentra representado punto por punto en nuestro cerebro. Más o menos a la altura de donde las chicas fijan la vincha, al nivel de la cisura de Rolando, hay una especie de representación neurológica del ser humano, y cada punto del cuerpo se encuentra representado. Partiendo del tórax, se encuentra el tórax, luego la pelvis, luego los miembros inferiores, luego las extremidades. Al otro extremo, la cabeza ocupa una posición completamente particular, ella parece estar separada del tronco y hallada sucesivamente, como una especie de San Dionisio decapitado, que tiene la cabeza entre las manos. El hombre neurológico no tiene para nada la cabeza sobre los hombros; es un gran misterio, pero a menudo nos enteramos de ello en la vida de todos los días.
La disposición es aún más extraña cuando se trata de los órganos genitales: ellos no se proyectan en el orden que nos parecería anatómicamente lógico, es decir a la altura de la pelvis, sino se encuentran después de los pies, como cortados y después de las extremidades. Eso se conoce desde hace unos treinta años, y ha sorprendido bastante a los estudiosos de anatomía. Ciertamente, eso explicaría el fetichismo de los zapatos, molestia psicológica de la sexualidad bien conocida en literatura, pero hay algo mucho más importante. Los órganos genitales son, por esta razón, la única parte de nuestra anatomía que es representada totalmente en la extremidad del homúnculo neurológico. Ellos de esta manera tienen inmediato contacto con una enorme circunvolución, que se llama la circunvolución límbica, la que es la sede de las emociones, de las fuerzas que nos mueven, las que tienen que ver con la supervivencia del ser: la caza, el hambre, la sed y las que tienen que ver con la supervivencia de la especie: el deseo, la búsqueda de un compañero y también un tipo de simpatía afectuosa por lo que sea pequeño, redondo, sin aspereza, lo que nos lleva a proteger a los niños. Anatómicamente, nosotros somos, nosotros hombres, construidos de manera tal que los genitales sean directamente la única representación del cuerpo en contacto con las emociones.
Resulta que quien quiera dominar las propias emociones para que la agresividad no se vuelva instinto homicida, el deseo no se vuelva libertinaje, está obligado por la anatomía a manejar también, y probablemente sobre todo, lo que se refiera a los genitales, si quiere ser capaz de dirigir su máquina y, por así decir, de ser dueño de sí mismo.
La moral no se encuentra por tanto en los pantalones. Los genitales realmente están en contacto con los impulsos más potentes del organismo. Es lo que los moralistas siempre han sabido, y es extraño el hecho que ellos hayan podido descubrirlo mientras ignoraban completamente el modo en que nosotros estamos efectivamente construidos.
Todo eso para hacerles saber que los que rechazan la noción de naturaleza humana, los que no quieren reconocer que los embriones son seres humanos al 100%, hacen un grave daño no sólo a la moral, sino también a la inteligencia. Ellos rechazan la evidencia que nosotros tenemos hoy, evidencia que no hace más que confirmar la sabiduría de todos los tiempos. Por una osmosis que ignoramos, en efecto, la sabiduría es capaz de conocer intuitivamente muchas cosas sobre la manera en que nosotros estamos hechos, mucho antes que los científicos hubieran llegado a demostrarlas.
Si aceptamos todo eso, y la biología moderna nos obliga a aceptarlo, debemos también preguntarnos: ¿este respeto hacia el ser humano muy joven, el embrión, que nos negamos a matar, que nos negamos a usar para experimentos, no acabará por paralizar la ciencia impidiendo la investigación? A esta pregunta contestaré con tres ejemplos recientes. No les propondré una respuesta teórica sino una respuesta empírico-experimental. Lo que nosotros hemos aprendido en el curso de los últimos tres años sobre el respeto por la pareja, el respeto por el embrión y el respeto por la humanidad.
El respeto por la pareja, ante todo.
El acto conyugal es el único modo natural de poner gametos masculinos en este templo interior que es el organismo femenino. Yo ya he usado hace poco este término, esta expresión 'templo interior', y no crean que sea una metáfora personal. Hace seis meses, hablando cerca de Nagasaki a unas monjas amables que son de origen francés, pero que ahora son casi todas japonesas. Una monja francesa fue capaz de traducir lo que yo decía a esta pequeña comunidad de una veintena de monjas japonesas que me había pedido: “Háblenos del principio de la vida, de modo que nosotras conozcamos un poco estas cosas”. Había usado pues la expresión 'templo interior' que me había venido espontánea a los labios, y una de las monjas ha interrumpido mi discurso para decir algo, muy velozmente, en japonés, a la monja francesa que traducía, que en el momento se me ha escapado. Al final de mi discurso, la monja traductora me dijo: “Es necesario que usted sepa qué cosa me ha dicho antes la otra monja. La palabra 'útero' en japonés se escribe con dos caracteres diferentes, dos kunjii: un pictograma quiere decir templo, y el segundo quiere decir secreto” (aplausos en la sala). Gracias de parte de los japoneses, tienen razón al aplaudir su genio. En su lengua útero se escribe 'templo oculto', lo que demuestra que los hombres del Extremo Oriente, cuando han reflexionado, han encontrado espontáneamente lo que a nosotros parece una metáfora, mientras para ellos es una definición.
Decía pues que la unión de dos personas es, en la simple moral, el único modo natural de conducir los gametos masculinos al templo interior de la mujer. Si ocurre que este sistema no funcione, y que haya una esterilidad tubárica, algunos proponen sacar los gametos masculinos y mezclarlos en una probeta con óvulos que flotaran en el líquido. Uno de los espermatozoides perforaría la membrana pelúcida, la fecundación se producirá in vitro o en forma extracorpórea. Hace falta pero ver que en la naturaleza, es verdad que la fecundación está fuera del poder de los consortes. La relación sexual, la unión conyugal que es la relación intencional y decidida por dos personas para eventualmente ver aparecer una tercera, un tipo de Trinidad cierto encomiable, no hace nada más que depositar los gametos en el organismo femenino. Es sólo unas horas más tarde que la unión de los gametos se realizará en el cuerpo femenino. Se entiende por tanto muy bien cómo haya una diferencia de naturaleza entre estas dos cosas.
La unión de las personas porta los gametos, y sólo el marido es autorizado, habilitado a depositar los gametos. Una vez che éstos hayan sido expulsados, entran en juego leyes de la fisiología celular y el deseo o la voluntad de los consortes no tiene ninguna relevancia, sólo únicamente las leyes de la biología que determinan el resultado.
Se deduce que cuando un técnico retira los espermatozoides del padre y los utiliza para que éstos fecunden un óvulo, si se quiere en la madre, si se quiere en una probeta, él cumple exactamente el único acto que sea prerrogativa exclusiva y absoluta del marido. Vale decir que hay una sustitución de personas, el técnico remplaza al marido.
Viceversa, si el mismo técnico arregla una tuba, reabre una tuba que estaba obstruida, pone en marcha un mecanismo bioquímico que funcionaba mal, y permite pues la fecundación cuando los gametos ya están en el cuerpo femenino, en aquel caso no se haría nada más que ayudar a la naturaleza, él no haría nada más que su trabajo de ayudar a los pacientes. Se necesita comprender bien que hay una diferencia enorme. La fecundación in vitro es una sustitución de persona. Es el técnico quien tiene la función paternal; en un primer momento marital, luego paternal, y se toma un derecho que no le corresponde para nada. Al contrario, quien está al servicio de los enfermos, quien trata de arreglar los efectos de la enfermedad, practica la medicina más clásica, aunque es extremadamente difícil. Esta distinción entre la ayuda a la naturaleza y la sustitución de las personas puede parecer un poco teórica, es aquella expuesta en la 'Donum Vitae' (Instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe, octubre de 1987). Pero la 'Donum Vitae' no la ha inventado: esta distinción está, yo creo, inscrita en el corazón de todas las mujeres. Yo veo la prueba en una reflexión, que los turbará quizás por su realismo, o más bien su surrealismo, de una joven mujer a la que apenas habían reposicionado su embrión intrauterino. Es citada por M. Testard en su libro. Él había actuado muy respetuosamente, y había puesto música relajante de fondo, para que la mujer, que no estaba anestesiada, se encontrara en una atmósfera más serena. Después de haber recolocado el embrión en el útero de la madre, después de esta larga desviación en las probetas, le dice: “Señora, está embarazada”. Algo perfectamente real. Algún instante después, una vez que salen los médicos, el marido entra, y muy emocionado le pregunta como haya ido. Y ésta le responde inmediatamente: “He hecho el amor con aquellos tres”, porque había sido asistida por tres médicos. Evidentemente estos tres habían tenido una conducta impecable, pero esta mujer explicaba, con una expresión realmente surrealista, que efectivamente había sido una sustitución de personas, puesto que, cuando tres técnicos se reúnen para ponerles un niño en el vientre, ellos hacen exactamente la acción que, por la naturaleza misma de la unión conyugal, es reservada al marido.
Yo no soy un profeta, no tengo la esfera de cristal en casa, ni en el laboratorio, pero les puedo contar mis sensaciones. Esta larga desviación fuera del cuerpo materno que es la fecundación in vitro probablemente será considerada dentro de algunos años un sistema incorrecto, y todas las técnicas tenderán a conseguir el mismo efecto dentro del útero, sin este paréntesis extracorpóreo. Sepan pero que la fecundación in vitro continuará, no para curar la esterilidad, sino para que quien la practique tenga así un poder sobre el destino de los hombres. Ya no es la noción de ayuda hecha y enfermedad curada, es el orgullo del taumaturgo, o más bien del aprendiz de brujo.
Queda el respeto por el embrión.
Justo hace poco he contestado a la pregunta de un gentil señor de la radio, que me preguntaba: “¿Pero qué hacen con los embriones sobrantes?” Ustedes saben que algunos manipuladores de fecundaciones en serie ponen algún embrión en la nevera para usarlo más adelante. Yo le he hecho notar como si fuera de veras un hombre de los medios de comunicación, que usaba la jerga actual sin preguntarse qué cosa se escondiera tras esta jerga, y a mi vez le he preguntado: “¿Pero, señor, cree que puedan haber hombres sobrantes? ¿Creen de veras que algunos hombres están de sobra? Es esto que quiere decir, de sobra. Y si ustedes creen eso, son de un racismo espantoso. ¿Entonces ustedes no lo creen?
“Ah - contesta - no, no creo que hayan hombres de sobra”
“¿Y entonces por qué piensan que puedan haber embriones de sobra?”
Aquél ha meditado por un instante y no me ha contestado, porque no hay respuesta. ¡Usaba el término 'de sobra' porque es así que se hace en los periódicos!
Ahora bien, no hay hombres de más, o al menos ningún hombre es capaz de saberlo, ya que no podemos ser al mismo tiempo juez y parte en la causa.
Un teólogo, ha propuesto recientemente, matar a los embriones guardados a baja temperatura. Yo pienso que ha cometido un grave error. Es una idea de 'teólogo de la muerte'. Hemos tenido en otros momentos 'teólogos del aborto', pero como no han tenido descendencia, ¡ellos hoy han desaparecido! Cualquier cosa piensen los 'teólogos de la muerte', no se remedia una culpa con un crimen.

(continua…)

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