4. Educación a lo bello
autor: Giovanni Fighera
fuente: Educazione al bello
traducción: Juan Carlos Gómez Echeverry

4.1. ¿Qué significa educar? En una época como la nuestra en la que estamos bombardeados por el trash, ¿cómo es posible ser educados a lo bello? ¿Qué consejos se pueden dar? ¿Existe un recorrido para aprender a captar lo bello? Ante todo podemos partir de la consideración que preguntarse qué significa educar a lo bello quiere decir preguntarse qué significa educarse a lo bello. No hay una receta para lo bello. En cambio es correcto ponerse la pregunta sobre lo bello, desear buscar la belleza, encontrarla, representarla, comunicarla.
La primera cuestión que se debe afrontar es qué es la educación. Cuando ofrecemos a un niño o a un chico las piezas de un rompecabezas, si deseamos que él pueda aprovecharlas de manera útil, tenemos que ofrecerle también la imagen que debe reconstruir. Sólo entonces, probablemente, el niño estará en condición de poder recomponer el rompecabezas. En cambio, a menudo, los profesores se ponen como informadores que proveen nociones, pero se desinteresan totalmente de la tarea educativa, que requiere el ligamen entre el detalle presentado y el todo o bien su sentido. Proveerles a los chicos más trozos del rompecabezas no les servirá para entender mucho más la realidad, en el caso en que falte la imagen que se va a reconstruir. He aquí otro ejemplo. Es como si a un niño se le presentaran muchas mamás entre las cuales elegir: alguien podría pensar que el niño estaría contento con esta libertad. La realidad de los hechos nos mostraría, en cambio, que el niño llora y patalea buscando una sola figura, la verdadera mamá, para que pueda consolarlo. Se puede crecer y desarrollarse sólo en una relación positiva, sólo en la dependencia de un ligamen. Y más aún, cuando un niño entra con los padres en una habitación concurrida y abarrotada, si lee en sus rostros la seguridad y la tranquilidad, también él entrará en aquel entorno con mayor serenidad y probablemente encontrará a las personas allí presentes con menor miedo o angustia. Si, por el contrario, el niño llega a entrever en las miradas de la mamá y del papá la duda y el desconcierto, muy probablemente se entregará al llanto y a los gritos.
Hay una imagen en el canto III del Infierno en el cual Dante presenta la acción educativa cuando Virgilio lo toma por la mano con rostro sonriente y lo introduce dentro "a las secretas cosas”. Leamos, en efecto:

Después su mano en la mía puso
con rostro sonriente, me reanimó,
y me introdujo adentro a las secretas cosas.(1)

Un discurso no puede atraer ni convencer, Dante no habría emprendido el viaje sin la compañía y la guía sonriente y tranquilizante de Virgilio.

Hay otra imagen dantesca que, no obstante, nos ayuda a entender quién de veras sea educador. En el canto I del Paraíso Dante ve a Beatriz a su izquierda mirar al cielo. La amada no se indica a sí misma sino a otro, un Bien mayor. El educador, el que guía y que tiene autoridad, no se pone como referencia a sí mismo como respuesta a los problemas de la vida, sino que comunica otra cosa, orienta al Bien y conquista a los otros precisamente para que no se aferren a él. Viendo a Beatriz vuelta al cielo, también Dante es inducido a hacer lo mismo.

4.2. Educar a lo bello
Hemos tratado de aclarar la cuestión de la educación. Pero ¿qué significa educar a lo bello? La pregunta podría ser afrontada preguntándose a qué otra cosa se puede educar sino a lo bello y a lo verdadero. La verdadera educación es educación a lo bello y a lo verdadero. San Pablo escribe: "¿Examinen todo, pero retengan lo que es bueno". Si no educamos a lo bello y a lo verdadero, ¿a qué educamos? Tenemos que recuperar la pregunta sobre lo bello y lo verdadero, aquella pregunta que es innata en nuestro corazón. En una época como la contemporánea que exalta lo feo, el trash, lo inmoral, la educación a lo bello cuesta fatiga. Hoy es más fácil conformarse con lo feo y evitar la educación y el sacrificio.

4.3. Educación y talento
La verdadera educación tendrá que aspirar a exaltar el talento de cada uno. Los talentos, después, serán fructuosos si se ponen completamente al servicio de la totalidad, del ideal, de lo universal. El fruto del talento (que es don regalado por el Señor) será, así, no sólo el cumplimiento de sí, sino también del prójimo y de la obra de Dios. La vocación del artista es, en tal sentido, muy particular, como Juan Pablo II lo ha evidenciado en la "Carta a los artistas” en 1999. El artista es artífice y realizador de arte, de belleza, por lo tanto, en cierto sentido, reproductor de la belleza de la creación. Cada uno de nosotros tiene un talento, una vocación, una misión. Así, para Dante la tarea de la que se siente investido es la del testimonio de la verdad vista y encontrada. La conciencia de semejante misión, por el contrario, lo asusta. Todos nosotros estamos, a veces, tentados a rechazar la misión que se nos ha sido asignada, aduciendo la excusa de no estar a la altura, justo como Dante al inicio del Infierno. Virgilio, en cambio, lo persuadirá a emprender el viaje en el canto II revelándole que el Cielo lo desea, es decir, que su acción es instrumento y cooperación al diseño del Cielo. Después de algunos días de viaje en el mundo ultramundano, la tentación de no obedecer a la tarea asignada se le presenta a Dante. Ocurre en el canto XVII del Paraíso cuando Dante encuentra a Cacciaguida que lo encarga de la misión de contar el viaje ultramundano.

(continuará en 5. Lo Bello que salva)

Notas del Traductor
(1) Fuente: http://es.wikisource.org/wiki/La_Divina_Comedia:_El_Infierno:_Canto_III

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