Albert Camus - El mito de Sísifo
autor: Albert Camus (1913-1960)
fecha: 1942
fuente: El mito de Sísifo

No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como quiere Nietzsche, que un filósofo para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esta respuesta, puesto que va preceder el gesto definitivo. Se trata de evidencias para el corazón, pero que deben profundizarse a fin de hacerlas claras para el espíritu.

Si me pregunto para qué voy a juzgar si tal pregunta es más apremiante que tal otra, respondo que pone en juego los actos. Nunca vi a nadie morir por el argumento ontológico. Galileo, quien defendía una verdad científica importante, la abjuró con la mayor facilidad del mundo cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente quién gira alrededor del otro, si la tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de que se la viva. Veo a otras, que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan la razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir, es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? Con respecto a todos los problemas esenciales, y considero como tales a los que ponen en peligro la vida o a los que decuplican el ansia de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento: el de Perogrullo y el de Don Quijote. El equilibro de evidencia y lirismo es lo único que puede permitirnos asentir al mismo tiempo a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un tema a la vez humilde y tan cargado de patetismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el lugar por lo tanto, a una actitud espiritual más modesta que procede a la vez del buen sentido y de la simpatía.

(…)
Resulta que todos los decorados se vienen abajo. Levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina o de taller, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, descanso, dormir y el lunes martes – miércoles – jueves – viernes – sábado siempre al mismo ritmo, siguiendo fácilmente el mismo camino, casi siempre.
Pero un día surge el “por qué” y todo vuelve a comenzar en medio de ese cansancio teñido de admiración. “Comenzar”, eso es importante. El cansancio está al final de los actos de una vida mecánica pero inaugura al mismo tiempo el movimiento de la conciencia.

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