Antropología 4. Fanum y profanum. Lo sagrado
autor: Stanislaw Grygiel
fuente: Fanum e profanum: il sacro
traducción: María Eugenia Flores Luna
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Una lectura de la caída primordial
La identidad del ser como misterio
Los sacramentos - La libertad

Hemos analizado la profanación y hemos hablado de las tentaciones con las cuales los que tratan de profanar al hombre, intentan hacerlo salir del fanum.
Quizás se podría pensar de este modo también en la caída primordial de los hombres en el Paraíso terrenal. Adán y Eva se encontraban en el fanum, en la inocencia primordial, convivían con Dios, eran libres. La serpiente, que se encontraba en el profanum, ha mostrado tres tentaciones a Adán. La serpiente podía quizás convertirse y dejar de tentar a Adán y Eva, reconocerles así su identidad, es decir esta verdad: que su ser era pensado por Dios.
Quizás también la caída de los ángeles malvados puede ser vista con esta luz: ellos han creído poder tratar al hombre no en su verdad, no como Dios lo piensa, sino más bien según su albedrío.
El tentador no se convierte, pero a nosotros, que estamos en el fanum, es decir en el pensamiento de Dios, hace brillar estos relampagueos: miren como todos los seres pueden ser devorados (consumismo); miren como cada ser es bello (es una tentación para los ojos); miren como cada ser puede servir a aumentar los conocimientos (ciencia). Estas tentaciones nos impulsan continuamente a salir de nuestra identidad y a hacer salir también a los otros seres de su identidad (todos los seres en efecto son pensados por Dios: flores, elefantes, y hombres habitan en el pensamiento de Dios).
Estas tres tentaciones, repito, yo las veo a través de esta imagen: aquella del policía que está ante un lugar sacro y hace brillar algunas cosas para tratar de profanar a quien está refugiado.
Pienso que esta imagen nos ayudará quizás a entender mejor la caída de los ángeles y, quizás, yo no digo comprender todo, pero al menos vislumbrar también algo de la caída primordial del hombre. Podemos también ver juntos estas dos caídas y entender que ellas son un hecho presente y no sólo un hecho pasado.
Si es así, entonces nuestra identidad, la verdad que nosotros somos tiene un doble carácter: es humana, pero, en cuanto es pensada por Dios también tiene un carácter divino. Por eso, me parece, podemos decir que para poder ser hombre se necesita ser, se debería decir, Dios. San Ireneo ha dicho que Dios se ha convertido en hombre, para que el hombre pueda convertirse en Dios; los Padres de la Iglesia lo decían tout court.
En este sentido, el fanum en el cual yo vivo y por lo tanto también mi identidad, constituyen un misterio. Convertirse significa por lo tanto dejar de apoyar toda la vida en las hipótesis, que después debemos verificar, y apoyar la vida en el misterio.
El misterio de la verdad, de la identidad del hombre es una realidad que da luz gracias a la cual nosotros podemos comprender y conocer todo lo que es, también nosotros mismos. Sin el misterio en cambio nosotros no somos capaces de conocer la realidad, estamos condenados a las hipótesis y a las verificaciones, es decir estamos condenados a reducir el conocimiento al proceso científico, al cientismo, diría.
De este modo también estoy interpretando el mito de la caverna de Platón: los esclavos ven las sombras sobre el muro, es decir las hipótesis; el Justo en cambio, a la luz del Bien, ve las realidades tal como son. Pero el Bien que brota dentro de él es la luz de su identidad, reconocida y aceptada por él.
Rilke en una poesía suya dice: "… cada punto de esta piedra/ te ve. Debes cambiar tu vida". (R.M Rilke, Antiguo torso de Apolo). Me parece que Rilke haya expresado, de modo poético, nuestro estar frente al misterio de la identidad de los seres y sobre todo frente al misterio de la identidad del hombre. En efecto frente al misterio de la identidad del hombre hace falta convertirse, no se puede continuar pensando técnicamente, seguir construyendo hipótesis: éstas pueden verificarse sí, pero no nos hacen conocer la verdad de los seres.
Hemos dicho que alienación significa que el hombre no encuentra su identidad en el fanum, sino en otra realidad, que le es impuesta. Así la alienación puede ser explicada a través de la profanación.
La conversión por lo tanto, que nosotros debemos hacer continuamente, consiste en volver al fanum, donde se encuentra nuestra verdadera identidad.
En esta perspectiva consideren la parábola del hijo pródigo: ha salido del fanum, es decir de la casa paterna en la cual era él mismo, era libre, hijo y no esclavo, y ha ido a un país lejano. Cada profanación significa ir a un país lejano y buscar la propia identidad en una realidad ajena. Lejos de casa el hijo se reduce a desear poder comer con los cerdos, pero también esto le es prohibido. Entonces, acordándose de la casa paterna, vuelve al padre, es decir regresa a la propia identidad, que es ser hijo.

Todo nuestro existir es un convertirse, volver a la casa paterna donde se encuentra nuestra identidad: es un continuo regresar al fanum, caminar hacia la tierra prometida después de haber vivido el éxodo de Egipto.
Este iniciar cada momento una nueva vida significa entrar en el misterio, y es lo que nosotros llamamos iniciación. ¿Cómo ocurre?
En el Simposio Diotima explica a Sócrates en qué consiste la Belleza: dice que a través del conocimiento de los cuerpos bellos, de las buenas acciones, de los buenos pensamientos, llegará un momento en que le será dado vislumbrar en qué consiste la Belleza misma. "Y a este punto de la vida, querido Sócrates… a este punto solamente la vida es algo que vale."
Pienso que así ocurre también nuestro acercarnos a la identidad del hombre, al misterio del hombre: la identidad llena, el cumplimiento de la identidad del hombre, para mí, ya es la Belleza: aquella Belleza que está en el pensamiento de Dios, y que se revela en Cristo. Pero nosotros mirando hacia nosotros mismos, los otros, el hombre, de vez en cuando la vislumbramos; y si nos es dado vislumbrarla, enseguida entendemos que vale la pena vivir, más bien vale la pena morir, por una tal identidad. Y justo porque vale la pena morir por una tal identidad, entonces vale la pena vivir. Si no vale la pena morir, no vale la pena vivir.
Ahora comprendemos mejor por qué algunos no ceden al chantaje, prefiriendo morir, y con qué identidades se identifican. Quizás, gracias a un instante en que han avistado esta Belleza, luego, soñándola, como dice Hölderlin, dicen a todos los chantajistas: "no" es decir son libres, o como dice Platón, son justos.
Aquello que en griego es expresado por el término "epifanía" es dicho en latín con la palabra "templum". Ahora, si yo me acerco, tal como hemos dicho, al hombre, convirtiéndome, yo vivo con el templum del hombre (se trate del otro o de mí). Este convertirse y convivir con el templum, se llama contemplatio. Contemplatio por lo tanto no es una teoría, no es un pensar, sino un ver todo a la luz del fanum y entrar en el fanum o en el templum.
Cuando uno contempla así, es decir entra en el templum, se maravilla y esta maravilla constituye el inicio de la nueva vida y también el inicio del conocimiento. Así entiendo las palabras de Aristóteles que dice que el conocimiento de la verdad comienza con el asombrarse.
Pienso que de una tal contemplación comience el conocimiento de la verdad, es decir la metafísica, como ha dicho Aristóteles; para nosotros debe empezar la filosofía, no sólo la teología.
Hemos dicho que quien se encuentra en el fanum es inviolable, intocable, sacro, trasciende todo lo que se encuentra en el profanum. Entonces él, viviendo en el fanum, identificado con la propia identidad, es decir con el pensamiento divino, constituye la trascendencia. En este sentido hablamos de la trascendencia de la persona humana, que es sagrada, e inviolable.
La trascendencia y todo lo que funciona como trascendencia, es sagrada. Por ejemplo, si para mí la trascendencia es el dinero y alrededor del dinero yo construyo mi morada, el ethos, entonces el dinero que funciona como trascendencia, no siéndolo, es para mí sagrado: yo empiezo a pensar a partir del dinero.
Hemos dicho que convertirse significa entrar en lo sagrado. Los latinos llamaban a este iniciar o ser iniciado, sacramentum. Luego sacramentum es la acción de entrar en sí mismos, en la propia identidad, volver a la casa paterna, y volver al pensamiento divino que nos está creando y pensando ahora.
Y ya que la persona humana es concomitante, entrar en lo sagrado también significa entrar en la comunidad de las personas que viven en la propia identidad, entrar en la comunión de los justos, en términos teológicos sería entrar en la Ecclesia, en la communio personarum.
Pues Sacramentum no es algo agregado a la realidad de la persona humana, sino es justo la realización de la esencia del hombre.
Para entrar al fanum ocurre al menos ser en dos: yo trato de chantajear al otro, el otro trata de chantajearme, así cada uno de nosotros escapa y busca un refugio. He dicho que el chantajista, después de la conversión, puede entrar en el fanum del otro y así empezar a ser él mismo. Yo por lo tanto, para poder ser yo mismo, tengo que convertirme y entrar en lo sagrado.
Este sacramentum en la teología se llama Bautismo. Pues el bautismo está arraigado en la persona humana.

El Bautismo tiene tantas caras. Yo, entrando en el fanum del otro y volviéndome cada vez más yo mismo, continuamente soy confirmado: el Bautismo se convierte en Confirmación, consolidación de mi persona y también del otro, uno refuerza el otro.

El entrar en el fanum del otro y en mi fanum puede realizarse de modo diría total, implicando hasta la carne: así el Bautismo puede tener también el rostro del Matrimonio. En esta perspectiva piensen en el Génesis: Dios ha creado al hombre, hombre y mujer, son un organismo, una unidad.
Pero nosotros también podemos profanarnos, saliendo del fanum. En el matrimonio, en cada amistad, en cada comunionalidad, en cada convivir, ¡cuántas veces uno profana al otro, profanándose a sí mismo! Pensemos en el matrimonio y en todos los medios anticonceptivos: su maldad está en ser instrumentos de profanación.
Pero si luego queremos regresar al fanum, es decir pedir perdón, confesar el haber profanado al otro y a sí mismos; porque también el pecado es comunional, si yo he pecado, también el otro ha pecado. (En el matrimonio, según yo, poco a poco se llega, en cierta medida, a una única conciencia moral de las dos personas).
Pues la Confesión es pedir perdón para poder regresar al fanum.
Dos personas que viven así en el fanum, se hacen recíprocamente cualquier don de este modo: uno está presente en el don que hace al otro. Si uno no está presente en el dono, eso no es un dono, porque es interesado y por lo tanto no es aceptable; puede ser comprado, o bien vendido. Entonces de los regalos en los que los donadores no están presentes, nosotros sólo tenemos la compraventa. Pero esto para las personas en cuanto personas (en el fanum), es inaceptable: el don sin la presencia del donador es una profanación. Es como el caballo de Troya: "Timeo Danaos et dona ferentes": era un regalo, pero ¿qué ha sucedido luego? ¿Qué ha salido de aquel regalo? ¿Quién estaba presente en el regalo?
Pienso que en esta perspectiva también tenemos que ver el sacramento de la Eucaristía: en este don Dios está plenamente presente de modo desinteresado y por tanto la Eucaristía es absolutamente aceptable para nosotros.
Así, por ejemplo, cuando nosotros invitamos a los amigos para la cena, si en lo que ofrecemos no estamos presentes, esta cena no es aceptable para ellos, porque no es eucarística.
Otro ejemplo: hoy se habla de la paz, pero o esta palabra tiene un carácter eucarístico, o no lo tiene, y entonces es inaceptable. La palabra paz hoy, usada sobre todo por ciertos pacifistas, es como un caballo de Troya, es decir esconde un engaño.
¿Si el sacramento es una realidad comunional, lo que hace uno vuelve responsable también al otro, siempre más se forma una única conciencia, el uno implica al otro. ¿Qué cosa ocurre entonces en el sacramento, en la comunión, en el vivir juntos en el fanum? Ocurre que, en este continuo convertirse, el uno es mandado por el otro, es plenipotenciario del otro. Por lo tanto ya se puede decir, de modo muy natural, que el que vive en el sacramento, vive como sacerdote del otro. Y la realización plena del sacerdocio ocurre cuando a través del fanum comunional, el pensamiento de Dios que nos piensa creativamente, es decir Dios en Cristo, manda a este o aquel hombre a los otros: es el Sacerdocio en sentido estricto. Pero este Sacerdocio tiene un fundamento natural en la comunión de las personas.
Cuando nosotros vivimos en el fanum, la identidad se expresa así: 'soy', como la zarza ardiente: "soy El que Soy". Moisés de regreso a Egipto después de la experiencia mística de la zarza ardiente, puede presentarse como 'soy' porque dentro de él repica el 'soy El que Soy' de Dios. Cuando preguntó al Señor qué cosa responder a los Judíos si le preguntaban quién lo mandaba, el Señor contestó: "Tú les dirás a los Judíos que 'Soy' te ha mandado."
Yo 'soy' gracias al 'Soy' de Dios. Entonces cuando el chantajista me pregunta por qué no cedo al chantaje, debería contestar: "porque soy".
Entrar en el fanum comunional del otro significa salir del profanum, de Egipto hacia la tierra prometida: es un éxodo. Pero esto también significa morir: nosotros, convirtiéndonos, morimos al profanum por el fanum, morimos a Egipto para la tierra prometida. Abraham y Moisés salieron de Egipto en la fe y en la esperanza, no sabiendo dónde andaban y no entraron en la tierra prometida, pero murieron mirándola de lejos: es decir hasta el último momento de la vida, la muerte, era momento de pura fe.
Recuerden, hemos dicho que Ulises volvía a Itaca, pero conocía Itaca, sabía adonde andaba; Moisés y Abraham no, ellos se encomendaban y por esto eran plenamente libres. La muerte, el último momento de la existencia, es justo esto: estoy abandonado por todo ("¿por qué me has abandonado"?), y cumplo el acto de la pura libertad, el acto de la fe, del amor y de la esperanza ("en Tus manos me encomiendo"). Quien no muere así cada día, no sabrá morir en el último instante, no sabrá decir: "en tus manos me encomiendo", porque no tendrá la costumbre de encomendarse en la fe.
Quizás, en esta perspectiva, podamos pensar en el rostro del Bautismo que es la Extrema Unción. Es el cumplimiento de la iniciación, consummatum est. Se debería decir, y me parece que la teología lo diga, que el Bautismo es cumplido en la cruz, es decir en la muerte.
Así toda nuestra vida es un sacramentum: iniciar la nueva vida, caminar en la fe y por fin encomendarse en las manos del Padre.
Así hemos llegado a hablar de la libertad. Si un hombre no vive según la propia verdad, es decir si no se encuentra en el fanum, si no está en la comunión con los otros, podemos decir que está privado de algo más: está privado de sí mismo, de la propia identidad, que está ante él como una tarea, como una tierra prometida.

Entonces el hombre que está privado de sí, no es libre, es un esclavo, (y en cuanto esclavo, no puede conocer la verdad a la luz del bien, del misterio; puede construir solamente hipótesis).
Luego libertad significa ser uno mismo. El hombre se vuelve cada vez más él mismo, como hemos dicho hasta aquí; en cambio los otros seres no: el elefante, por ejemplo, ya es desde el principio elefante, plenamente, aunque puede crecer un poco. Como imagen entonces podemos decir que el elefante es "libre" si puede ser y comportarse como elefante; pero si lo obligamos a comportarse como un caballo, destruimos su "libertad", porque destruimos su identidad.
La filosofía desde hace 70-80 años, habla a menudo de dos tipos de libertad: libertad desde algo y libertad// para algo. Pienso que ahora ya está claro en qué sentido, muy profundamente me parece, podemos entender estos dos términos. La filosofía contemporánea, sobre todo el existencialismo ateo de tipo sartriano, ha entendido estas dos categorías de modo un poco superficial. Estos filósofos han partido de un "a priori": Dios no existe; por lo tanto el ateísmo es una premisa, no es probado, es un "a priori", tal como han intuido en el siglo pasado Dostoevskij y Nietzsche (Sartre en efecto ha partido de una tesis de Dostoevskij).
Entonces si Dios no existe, no existe la identidad de los seres, ningún ser es él mismo, tampoco el hombre es él mismo, tiene que hacerse él mismo, nosotros debemos autocrearnos porque Dios no nos piensa, y no nos piensa porque no existe.
Por tanto, como dice Dostoevskij, todo es lícito y todo es bueno, a condición que haya sido elegido libremente por mí. Por ejemplo, quiero que la embriaguez sea un bien, entonces es un bien, quiero que no sea un bien, entonces no es un bien; depende todo de mí.
Repito, si no existe la identidad de los seres, yo puedo hacer de ellos todo lo que quiero. Eso se vuelve más grave cuando digo que puedo hacer todo lo que quiero del hombre, porque el hombre no es 'hombre', sino es pura existencia y, como Sartre y otros dicen, la existencia precede a la esencia: primero “existe” y luego “existe algo", si está hecha por alguien.
Entonces la libertad del hombre es absoluta, porque ser libre no significa ser uno mismo, sino significa hacer todo lo que le da la gana de todo; ésta es la libertad. Pero cuando hago de mí, supongamos un hombre X, me impongo una esencia y me presento como un ladrón, ¿qué cosa sucede? Sucede que yo debería comportarme según esta esencia creada por mí y que yo me he impuesto. De este modo, en cambio, Sartre dice, yo ya estoy determinado, he perdido mi libertad. Por ejemplo, si he elegido esta botella, tengo que beberla luego, pero así ya no soy libre de beber las otras botellas. O bien si me he casado con cierta persona, me he impuesto una tal esencia, tengo que comportarme según tal esencia, ya no soy libre, sino soy determinado.
Pero yo tengo que ser libre, porque en la libertad está la dignidad, así dice Sartre. ¿Qué debo hacer? Enseguida después de haber dicho 'sí', después de haberme casado con cierta persona, (uso la palabra casado en sentido metafórico, pero también literal), debo decir enseguida 'no' y divorciarme de ella, porque tengo que conservar mi libertad.
Así el concepto de libertad es plenamente separado de su contenido, es decir de la verdad, porque la verdad no existe.
Luego la libertad, para Sartre, es decir continuamente 'no' diciendo 'sí', en cada 'sí' tiene que haber un 'no', de otro modo no soy libre.
Si la libertad es esta, entonces nuestra vida es un recomenzar continuamente de nuevo. Así ocurre en la película de los años 50, Les jeux sont faits, cuya trama ha sido escrita por Sartre.
Aproximadamente seis meses antes de morir, Sartre concedió una entrevista a una revista inglesa (y de su contenido se puede entender porque a tal entrevista no se le haya dado publicidad) en la cual decía que, cuando era joven, pensaba ser Dios. Pero entendía entonces que se había equivocado plenamente: él no era infinito y la libertad del hombre era algo diferente de lo que había pensado. Pero ya era demasiado tarde para poder empezar su vida. ¡Era muy triste esta entrevista! Por estas palabras, pienso, se puede entender cómo su vida haya sido casi una experiencia que la libertad para el hombre es inconcebible sin la verdad. Yo, gracias al estudio de su filosofía y a esta entrevista, he intuido, y estoy intuyendo, la realidad que se encuentra en las palabras de Cristo: la verdad les hará libres.
Entonces libertad desde significa que soy libre de todo lo que es, en cuanto ya es algo, es decir de la verdad. Y ya que no existe la verdad, soy libre de todas las esencias, porque son construidas por el hombre. Si yo soy libre de esta botella, entonces soy libre para aquella otra, si en cambio yo no soy libre de esta botella, entonces no soy libre para aquella otra, si ya he dicho 'sí' a algo, ahora estoy obligado a decir 'no' a todas las otras cosas. Toda nuestra vida se convierte en una serie de vincularse-cerrarse-separarse. Sartre también usa una imagen muy triste: nuestra libertad, nuestra existencia es como una telaraña entre las matas que es sacudida por los vientos.

Miren, nuestra vida, en tal perspectiva, se convierte en una serie de reacciones nuestras a los estímulos que vienen de las cosas; en práctica la vida se convierte en un mecanismo y la libertad así entendida se convierte en un determinismo, es decir un reaccionar a los estímulos de las realidades que nos determinan. En este sentido la libertad nos conduce a lo que podemos llamar reaccionarismo. Ser reaccionario significa ser uno que reacciona sólo a los estímulos, no actúa, no crea. Así, si en cierto momento me gustara más aquella botella, entonces abandonaré ésta. De este modo consideren el comportamiento de Don Juan.
Podemos preguntar: ¿es posible ser libre de toda serie de estímulos? ¿Hay una realidad para la que yo podría ser libre, para poder ser libre de las realidades que me determinan?

Si nosotros hacemos la premisa que ha sido hecha por Sartre, Dios no existe, entonces no existe una realidad que me libera del determinismo. Si en cambio no ponemos el "a priori" de Sartre, sino partimos de la insatisfacción del hombre por una existencia como reacción a los estímulos y del deseo de la libertad, del deseo de ser uno mismo, quizás vislumbraremos la Trascendencia, por la cual podemos ser libres de todo lo que nos determina.
Una tal Trascendencia no puede ser determinante, por lo tanto no puede ser objeto. Los objetos son para poseerlos, yo reaccionando trato de poseerlos. La trascendencia debería ser una realidad que no es para poseerla, sino sólo para ser. Así identificado con tal realidad soy yo mismo, estoy libre de la posesión y de las cosas que son para poseer, en cuanto son para poseer.
Luego para poder decir al mundo de los objetos 'no', tengo que estar frente a una realidad a la cual podría decirle 'si', pero sin decir implícitamente 'no'. Y de nuevo vemos que la condición de la libertad así entendida, para el hombre, es la existencia de Dios y el ser pensado creativamente por Él.

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