Antropología 6. El lenguaje para la verdad de la persona
autor: Stanislaw Grygiel
fuente: Il linguaggio appropriato alla verità della persona
traducción: Jorge Enrique López Villada
previos: Antropología 1. La persona en la perspectiva cristiana
Antropología 2. La persona humana y su transcendencia
Antropología 3. La experiencia de lo sagrado en la vida ...
Antropología 4. Fanum y profanum. Lo sagrado
Antropología 5. La libertad y las tres virtudes teologales

El símbolo, el mito, la poesía
La persona humana como símbolo
El lenguaje poético
El lenguaje poético expresión del misterio de la persona humana

Hablemos ahora del lenguaje propio a la realidad de la persona humana. Es evidente que hablaremos de los mitos o del mito y del símbolo, es decir, de la esencia misma de la poesía. El lenguaje poético, me parece, es el único lenguaje capaz de expresar, al menos, algo de la trascendencia de la persona humana y hasta de la trascendencia de la Persona Divina.
Cuando escuchamos la palabra mito, enseguida pensamos en los cuentos: el mito para nosotros es un cuento, casi una mentira. Lamentablemente así es como los profesores en las escuelas nos han acostumbrado a ver el mito.
¿Por qué esto? Porque nuestro lenguaje ha sido formado bajo la influencia de las ciencias y el lenguaje exacto, es decir, unívoco, formalizado, hasta matematizado. Cada científico trata de evitar los conceptos equívocos que podrían significar e indicar más de una dirección y trata de volver todo unívoco, es decir, formal.
Así hemos sido acostumbrados también a leer los mitos de la cultura griega: la mayoría de nosotros, cuando leemos estos mitos, no vemos nada más que acontecimientos irreales, ficticios, que nunca han tenido lugar. Pero no es así. A menudo nosotros nos valemos de mitos griegos, por ejemplo, para hacer alusiones: 'eres como Antígona', 'es como el rey Edipo', 'eres Aquiles', 'eres Ulises.'
¿Qué cosas son el mito y el símbolo? El símbolo es un concepto que significa algo, pero más allá de su significación encontramos en ello algo más, una indicación. Cuando yo digo 'mesa', esta palabra tiene un sentido, es un objeto que sirve de apoyo, está hecho de madera. Éste es el sentido, el contenido. Pero este concepto también indica muchas mesas concretas.
El símbolo sí tiene un sentido pero lo indica de modo doble. Por ejemplo: un hombre se confiesa y dice que se ha manchado. Supongamos que el confesor es un cientista, entonces enseguida le preguntará qué ha hecho, si se ha derramado la sopa sobre el traje. Pero si aquél le dice que ha caído, este confesor le preguntará si ha tropezado porque había una piedra. Aquel hombre no logra expresar lo que quiere expresar: el pecado. Aquí la mancha tiene un sentido, pero indica dos cosas: una mancha provocada por una sopa derramada y aquella mancha moral que nosotros no podemos expresar directamente. Hay, por lo tanto, algunas realidades que nosotros sólo podemos indicar valiéndonos de ciertos contenidos, por ejemplo: mancha, caída. Éste es el símbolo: una palabra que tiene un significado y puede al menos indicar en dos direcciones.
Este símbolo puede ser elaborado, por ejemplo: hubo un tiempo en el que no estaba manchado, era limpio, puro. Entonces el símbolo tiene un pasado. Si pensamos en la mancha de la sopa puedo decir que hace una hora que sucedió ese acontecimiento que me manchó el traje; pero de la mancha que confesamos podemos decir "ayer", pero hay una mancha de la que no podemos expresarnos directamente y que no depende de nosotros y que tiene otro pasado. ¿Cuándo? En aquel tiempo, in illo tempore. Me refiero al pecado original.
En el símbolo también está el futuro: si he sido puro, está la posibilidad que podré ser de nuevo puro, limpio, puedo purificarme. ¿Cuándo? De nuevo in illo tempore. Así, el símbolo puede ser elaborado en una historia, en una narración: entonces se llama mito, cuento.
De esta manera en el símbolo implícitamente y en el mito explícitamente, tenemos un pasado y un futuro, es decir, en el mito está la experiencia o la expresión de la experiencia de la caída y de la esperanza: si he caído quiere decir que estaba de pié y podré entonces levantarme de nuevo.
En el fondo cada mito, como la historia, expresan una experiencia fundamental de la persona humana, aquella experiencia que no puede ser expresada directamente. Todo lo que hemos dicho de la persona humana, el éxodo de Egipto y el caminar hacia la tierra prometida, la tensión entre fanum y profanum, es decir, entre lo sagrado y lo profano; todo esto puede ser sólo expresado por símbolos y mitos. Hablando de estas realidades ya hemos usado símbolos y mitos. (El lenguaje de los símbolos y de los mitos es un lenguaje natural, los niños lo entienden bien también los jóvenes y quizás los viejos, por sus muchas experiencias vividas o cuando se convierten en niños conscientes. Y no es coincidencia, me parece, que los cuentos simples que nosotros leemos sean acogidos y comprendidos por los niños, por los jóvenes y por los viejos, no por nosotros de mediana edad que hemos adquirido una mentalidad científica).
Por lo tanto se puede decir también que los símbolos y los mitos expresan nuestro caminar, nuestra tendencia hacia la trascendencia de la persona humana de la que ya hemos hablado. La Trascendencia no puede ser expresada directamente pero puede ser indicada, designada, por ejemplo: el reino celeste, la totalidad de la persona humana, el cumplimiento de la persona humana; sólo son conceptos que indican la realidad que nosotros queremos expresar, que queremos hacer ver a los demás y también a nosotros mismos.
¿Por qué es así? Hemos dicho, durante nuestra meditación, que la persona humana está compuesta por una suma de factores: todo lo que hoy soy, sobre todo la trascendencia que me ha sido dada y confiada como la tarea que yo tengo que realizar para poder ser plenamente yo mismo. Y hemos dicho que mi esencia se encuentra en la trascendencia, en hacer parte del universo de factores del cual cada uno de nosotros es sólo una huella.
Luego vemos que el hombre, la persona humana tiene una estructura simbólica y mítica, está compuesto por una suma de factores que pueden ser definidos e indicados y de la trascendencia que puede ser sólo indicada pero no definida. Nosotros no sabemos plenamente, y a la perfección, quién es el hombre, como no sabemos plenamente quién es Dios, pero sí sabemos hacia dónde debemos caminar para poder acercarnos a aquella realidad, a aquella plenitud, porque las indicaciones están dentro de nosotros.
El lenguaje de los símbolos y de los mitos funciona como el lenguaje de los nombres. Cuando yo digo 'Juan', indico a determinada persona y sólo a ella. Dios nos conoce por nuestro nombre: no hay sentidos genéricos en Dios, solamente la mirada y la atención a cada uno de nosotros.

El lenguaje simbólico-mítico indica y quién quiere usarlo, debe hacer un trabajo. Cuando digo dos más dos son cuatro, no hay mucho que comprender, no estoy implicado como persona; pero cuando hablo de mancha, de caída, para poder entender el futuro, la esperanza que está en tal mito, toda mi persona tiene que comprender lo que se indica, tiene que trabajarlo. El mito, por lo tanto, nos abre un campo de trabajo.
Así, en el lenguaje simbólico-mítico nosotros sentimos la llamada que viene de la Trascendencia, de lo que solamente está indicado. Quien se sienta llamado por algo más, no sólo por la facticidad, inmediatamente entra en el mundo del lenguaje simbólico-mítico, es decir, inmediatamente es poeta, pues es el poeta quien usa este lenguaje para expresar las mismas experiencias de las realidades que no son directamente expresables. El físico que describe y pesa un cuerpo no es poeta, pero cuando el físico, pesando el cuerpo, algo siente de más y empieza a mostrar a los estudiantes la trascendencia del cuerpo, ya es poeta, habla del cuerpo como de algo que no solamente puede ser pesado y medido, sino que habla de algo que está indicado en el mismo cuerpo. Por eso la poesía, como dice Aristóteles, es algo filosófico, es más filosofía que la historia que sólo narra los hechos, los acontecimientos; la poesía abre otra dimensión, la dimensión por la cual percibimos el sentido, el valor.

Cuando leemos la Biblia, el Nuevo y el Antiguo Testamento, enseguida encontramos el lenguaje mítico-poético en el Génesis: seis días de la creación, polvo, soplo de Dios que crea al hombre, manzana, serpiente. Todo es un gran mito que expresa la verdadera verdad, si así puede decirse, de la persona humana. No puede ser expresada de otro modo. Quien entiende estas historias unívocamente, es decir, reduce la serpiente a serpiente, la manzana a manzana, ridiculiza la Biblia en la tentativa de “cientifizarla”.
Las más profundas verdades sobre el hombre y sobre Dios, las ha expresado Cristo usando el lenguaje simbólico-mítico, ejemplo son las parábolas, que son grandes mitos y grandes símbolos, no cuentos, sino modos de expresar lo que no puede ser expresado con el lenguaje que nosotros corrientemente usamos.
Los griegos ya intuían esto y dijeron que el oráculo de Delphi no significa, sino que indica, y que el hombre tiene que 'trabajar' para entender qué cosas el oráculo quiere de él.

En la mitología griega, el dios Hermes interpretó las palabras simbólico-míticas que Zeus les dirigía a los hombres. Así los griegos han acuñado una palabra que significa interpretar: ermeveuein y de aquí viene hermenéutica. La hermenéutica es como una ciencia que enseña cómo debemos interpretar los símbolos y los mitos, es decir, aquellas palabras que expresan las realidades divinas tout court (tal cual) o aquellas realidades que son destinadas a ser divinizadas, como el hombre, la persona.
Quien percibe el mundo como una gran parábola, he dicho, es un poeta; Goethe dijo: "Toda mi poesía sólo es una gran parábola". También el místico, cuando es capaz de acuñar una palabra simbólico-mítica, llega a ser poeta; san Juan de la Cruz fue místico y poeta.

Cuando la palabra poética ha sido pronunciada, el filósofo tiene que interpretarla. De unos treinta años para acá florece la filosofía de la interpretación, la hermenéutica filosófica.
¿Cómo nacen los símbolos y los mitos? Me parece que los símbolos y los mitos son creados no por los individuos sino por los pueblos en una tradición: cuando esta tradición se vuelve importante, es madura, nace el poeta que le da la palabra. Así es que las poesías no nacen de la nada, sino que son labor de generaciones. Dante no ha aparecido de la nada, ha nacido de una gran tradición, de un trabajo de generaciones. La cultura poética, es decir mítico-simbólica, es fruto del trabajo de la humanidad; cada uno de nosotros añade al menos un grano de arena a este tesoro cultural y luego llega alguien que es capaz de tomar este tesoro cultural y darle un nombre; así nace La Odisea, La Ilíada, La Divina Comedia, El Fausto, Hamlet.

Quiero decir que los símbolos y los mitos son fruto del trabajo comunional de generaciones. Hasta Dios, cuando ha querido revelar las verdades esenciales para la salvación de los hombres, las ha dicho a través de la Biblia, fruto del trabajo de generaciones: la Biblia es regalo de Dios, pero también es fruto del trabajo del pueblo de Dios. No encontraremos ningún pueblo, ninguna nación sin símbolos y mitos; en efecto, la historia de cada pueblo, de cada nación siempre empieza con los símbolos y los mitos. Estos símbolos y mitos son la 'pre-historia', es decir, dan el sentido, la orientación y el valor a la historia del pueblo. Cuando un pueblo quiere saber quién es, tiene que referirse a aquel mito primordial del que se origina: allí está expresado el núcleo de su identidad.
En el mito y en el símbolo se revela nuestra esencia, la trascendencia que es divinizable y por divinizar. En los mitos y en los símbolos hasta Dios se revela. Luego el símbolo y el mito son el lugar de la epifanía, es decir, de la revelación de lo sagrado y cada esencia es sagrada. En otro lugar hemos hablado del ethos, morada construida por nosotros alrededor del centro, es decir, alrededor de la trascendencia. La trascendencia está presente en el lugar en el que un acontecimiento maravilloso ha ocurrido, una epifanía. La historia de cada pueblo empieza justo con un símbolo, con un mito que cuenta esta epifanía, éste es el principio del ethos del pueblo y de la nación. Es la narración de algo que ha ocurrido y que nos indica el camino, el futuro, nuestra esencia. Luego el lenguaje de los símbolos y de los mitos, el lenguaje poético es un lenguaje epifánico, revelador. Cada poesía digna de este nombre es una palabra reveladora, que revela algo más que lo que está en el presente, pero que no es todavía presente, constituye nuestro futuro. Con la ayuda de este lenguaje poético, la trascendencia baja hacia nosotros, se encarna en nuestra vida individual y social, es decir, en la vida de la persona humana.

Si es así, la civilización donde falta la poesía, es una civilización anti-humana, anti-personal. No es por nada que nos quejamos que falta la gran poesía en nuestro siglo, falta la gran música, (no digo la ejecución sino la creación) o no estamos satisfechos con la que hay. El instinto de autopreservación, el instinto que nos empuja hacia la autosalvación, nos empuja también, siempre, hacia la poesía en general, es decir, todo el arte, el lenguaje poético-mítico: allí nosotros intuimos que se encuentra nuestra salvación.

Platón, un padre de esta comprensión del lenguaje poético y simbólico-mítico, en la República, cuenta el mito, cuenta el mito de Er, venido de otro mundo, a quien ha sido dado el despertar y contar todo lo que ha visto. Al fin de este mito, Platón dice: "Este mito, si lo salvamos, nos salvará." Lo mismo indican las palabras de Dostoevskij: "Es la belleza lo que salvará al mundo." En efecto, la belleza es una realidad que tiene una estructura simbólico-mítica, refleja la trascendencia y todo lo que refleja la trascendencia es bello (la cima que muestra el sol es bella, de otro modo ni se nota). Entonces ¿qué cosa nos salvará? Nos salvará la estructura mítica de la realidad y su lenguaje que muestran una cierta estructura.
Así, lo que es importante es esta estructura doble, engrandecida de la persona humana: la facticidad y el futuro; tendremos que ser tal y como éramos en el principio.
Todo esto significa que estamos fraccionados y sólo poseemos la mitad de nosotros mismos; la otra mitad, la más importante, nuestra identidad, de la que viene el sentido de nuestra existencia, se encuentra en el futuro.

Una estructura así debería tener un lenguaje que busque expresar adecuadamente la realidad de la persona, sea la humana o sea la Divina.
La palabra 'símbolo' proviene de la palabra griego symballein, que significa encontrarse, encajar. Esta palabra no ha sido inventada, sino que ha nacido de la experiencia de los griegos. Por ejemplo: cuando un hombre salía lejos de la ciudad dejando un gran amigo, para no olvidarlo, para mantenerlo siempre presente, llevaba algún objeto de él, por ejemplo, un bastón o un anillo, lo dividían en dos, de modo que una mitad permanecía en casa del que quedaba y la otra mitad la llevaba consigo el que partía. Pasados los años, cuando se encontraban de nuevo, los dos hombres o sus hijos podían reconocerse tomando las dos mitades del anillo y haciéndolas encajar, symballein.
La mitad del bastón o del anillo que debía encajar y que esperaba la otra mitad, era llamada to symbolon. Entonces símbolo significa una mitad de la realidad, en este caso de un anillo, que a través de las huellas de la partición, habla de e indica la otra mitad. Medio anillo ¿qué significa? Significa que es mitad de algo llamado anillo, pero indica que hay otra mitad, nos hace ver, nos revela la esencia completa del anillo.
El hombre sin la trascendencia, sin la otra mitad de él mismo no es aún hombre. El hombre es como la mitad del anillo, tiende a buscar la otra mitad. También en el Simposio de Platón, Aristófanes trata de explicar en qué consiste el amor y dice que al principio cada persona constituía un yo entero. Pero que, como el hombre se sentía así muy orgulloso, Zeus lo dividió y dispersó las partes; así los hombres se han dispersado por el mundo.
Aristófanes, en el diálogo de Platón, dice que el hombre es solamente símbolo del hombre. Cada uno para poder ser él mismo, busca la otra mitad suya. Así que nosotros en la vida buscamos a alguien con quien 'encajar': la gente se casa pero luego se divorcia. En fin, las cuentas siempre son así, una persona con otra persona no encaja perfectamente.
Entonces ¿dónde está la otra mitad, la que me devolverá ser hombre, que me divinizará? Cada uno de nosotros vive dolorosamente esto, vivimos dolorosamente las huellas que quedan dentro de nosotros después de la fragmentación: falta algo, falta la otra mitad. Estas huellas están llenas de sangre como heridas que no dejan olvidar que yo, mitad del “anillo-hombre”, no soy el anillo-hombre completo, soy mitad de algo pero puedo adivinar, de la figura de esta mitad de anillo, cómo será el anillo completo; nosotros sólo podemos adivinar cómo habríamos de encajar encontrando la otra mitad y todo gracias a esas huellas dolorosas.
Para una mitad del anillo, la otra mitad buscada constituye la trascendencia; podemos decir que, de cierta manera, la otra mitad del anillo está presente en la mitad del anillo pero no plenamente, es ya y no todavía. En una mitad la otra mitad está indicada, está manifestada, siempre se revela, pero aún no está plenamente presente. ¿Cuándo estará en plenitud? In illo tempore, en el encuentro, en el futuro. Pues, en la estructura misma del anillo, que es la persona humana, está la experiencia de la caída, el pecado original y también la experiencia de la esperanza. Sin estas dos experiencias el hombre no es comprensible.
¿Por qué hablo de la experiencia de la caída primordial? Porque si somos sólo una mitad del anillo, que es el hombre, entonces significa que hemos sido in illo tempore un anillo entero. Entonces ¿Cómo ha ocurrido la división? ¿Cuándo? No sabemos ni cómo ni cuándo, sólo vivimos el resultado. Y esta experiencia, repito, ha sido expresada también por Platón cuando dijo que ha sido una tragedia cuando caímos y así hemos sido encarcelados en la carne. Cómo y cuándo no se sabe, sólo vivimos la realidad histórica que empieza con la caída y después de la caída y la viviremos hasta la recuperación del estado primordial. ¿Cuándo? No se sabe, in illo tempore: vivimos en la esperanza.
Repito, es muy importante que en la estructura de la persona humana y por lo tanto en la estructura del lenguaje poético, esté la experiencia y la presencia de la caída junto a la esperanza, de la muerte y del amor, porque la esperanza está atada al amor.
Podemos decir que existimos en el espacio histórico de nuestra existencia, entre la caída y la redención, entre el paraíso perdido y el paraíso prometido. Existimos en estado crítico, en el sentido que vivimos en crisis: es una crisis dolorosa, pero que nos permite dar un juicio sobre nosotros mismos y de nosotros mismos. En griego crisis significa 'juicio.'
Cuando pensamos que no sólo somos una mitad y que toda nuestra identidad está encerrada en la otra mitad, cuando nosotros no creemos de ser mitad sino plenitud, entonces el juicio sobre nosotros mismos es prácticamente imposible, sólo podemos juzgar lo que hacemos, lo que producimos, nuestra eficiencia. Así empezamos a vivir en un caos. En efecto, la mitad del anillo puede ser usada para tantos, tantos objetivos, pero sólo cuando se halla la otra mitad, es decir, sólo cuando la mitad del anillo se convierte en anillo entero, se entra en un mundo ordenado, sólo puede ser un anillo y nada más y cada uno tiene que respetarlo. Si alguien lo usa para otros objetivos, comete un mal frente al anillo, frente a su identidad. Entonces el símbolo, cuando indica la otra mitad, todo adquiere orden y también nosotros, cuando empezamos a vivir según nuestra estructura simbólica, entramos en el orden y vivimos ordenadamente.

También la parábola del hijo pródigo nos explica la estructura simbólico-mítica de la persona humana y de su lenguaje. El hijo pródigo, en un cierto punto rompe la relación con el padre y se convierte en un ser fallido, en una mitad de él mismo; pero entonces decide volver a casa. Dolorosamente toda su realidad le indica la trascendencia que es la casa paterna donde lo espera su plena identidad. El hijo pródigo, regresando a casa, empieza a trabajar. Uso la palabra 'trabajo' en el sentido que el símbolo, el mito nos invita, nos llama a comprender.

Para poder ver y para poder vivir las huellas, las heridas de la fragmentación, no es necesario dejarse sofocar por las circunstancias que nos encierran en la mitad que ahora somos. Hay muchas circunstancias junto a nosotros y dentro de nosotros que nos sofocan, nos encierran, matan nuestra imaginación e intuición, (recordemos que intuitio significa conocer).
Entonces, para poder vislumbrar la otra mitad, hace falta hacer lo posible para que nuestra intuición e imaginación no sean sofocadas. ¿Cómo se hace? La primera condición, me parece, sea ésta: Las heridas provocan dolor y sufrimiento: si uno ahoga el sufrimiento, eo ipso (por eso mismo) ahoga la intuición y la imaginación, se encierra en la mitad que ahora ya es.
El sufrimiento ¿nos revela algo? Nos revela que nuestra definición no se encuentra en una mitad, sino que se encuentra en la trascendencia. Si la mitad del anillo quisiera definirse, supongamos que fuese consciente, no lograría autodefinirse a través de los límites de la fragmentación, sino debería comprender otra mitad.
Recordemos lo que ya hemos dicho acerca del hombre, que puede definirse, puede encontrar la otra mitad de sí sólo en Dios; esto es, el hombre puede definirse plenamente, adecuadamente a su realidad que se revela en el sufrimiento, sólo a través de Dios. Por eso he dicho que no basta con encontrar, con encajar con otra persona, porque siempre quedará algo que no encaja.
Pero encontrando a alguien, encajando así con otra persona, juntos, comunionalmente, constituimos una estructura simbólico-mítica que el mismo Dios señala. También he dicho que los símbolos y los mitos no son creados por los individuos, sino por la comunión de las personas, por cada amistad, por el pueblo, por la nación.

Entonces debo encontrar la otra persona, pero tengo que ser a priori consciente que, también juntos, constituimos una mitad que plenamente y distintamente habla de la otra mitad. Adán, cuando estaba solo, no indicaba aún a Dios, pero Adán con Eva indican a Dios, juntos constituyen una mitad de anillo que indica la plenitud del anillo, que es el hombre y ésta indica la plenitud que está en Dios.
En este sentido cada estructura, cada realidad, cada símbolo y cada mito, como decía Kant, hacen pensar en otra mitad de la realidad. Yo he dicho “hace trabajar” porque no es sólo pensar es también trabajar: es decir, toda la persona tiene que existir hacia la plenitud de sí.
Cuando nosotros nos autodefinimos a través de la trascendencia indicada en los símbolos y en los mitos, expresamos bien la esencia del hombre, que es divina, es decir, la “decimos bien”, la bendecimos (benedictio). El lenguaje poético es un lenguaje de la bendición del hombre, es decir expresa bien al hombre.

El lenguaje poético, simbólico-mítico, indica una realidad que unida a nosotros nos revela plenamente quienes somos y nos indica que la otra mitad es Persona divina. Este lenguaje habla de la gracia, pues hemos dicho que en los símbolos y en los mitos está la esperanza y la esperanza concierne a la gracia. Yo por ejemplo, no espero tener un automóvil, porque puedo hacer algo para ganar el dinero y comprarlo; espero lo que no depende de mí. La esperanza se dirige, se orienta hacia lo que es 'contra spem', puede decirse. Luego la respuesta a nuestra esperanza, que está implícitamente presente en los símbolos, en los mitos y en nuestra estructura simbólico-mítica, es sólo una: la gracia.

Quien vive simbólico-míticamente, quien es poeta en el pleno sentido del término (y cada uno de nosotros puede serlo), debe tener esperanza, es decir, esperar. ¿Qué cosa esperar? Aquella gracia que nos reintroduce en el estado perdido, destruido por nosotros. Podemos destruir la gracia, pero no podemos construirla, porque la gracia no es algo que se construye; nosotros podemos destruir el don, pero hagamos lo que hagamos nunca será el don, será sólo un producto nuestro. Supongamos que he recibido flores de una persona muy querida y que las he tirado porque me enfadé. Para poder tener las flores de nuevo, debo ir a una tienda y comprarlas pero éstas ya no son un regalo, yo he 'construido' otra cosa. Por lo tanto, repito, yo puedo destruir el regalo, pero no puedo rehacerlo; puedo de nuevo esperar, confiar. Entonces, cada día que confio en aquella persona, espero que de nuevo me dé flores: un regalo muy bello y muy precioso para mí.

Podemos añadir que el hombre-poeta, con el lenguaje poético, habla de la caída, de la esperanza y habla de la gracia, del regalo. Recordemos que hablando de la persona humana hemos dicho: el amor, la fe, la esperanza, el don constituyen la esencia de la persona humana. Todo esto lo hallamos en el lenguaje simbólico-mítico, no lo encontramos en el lenguaje unívoco, científico.
Hay aún otro factor en la estructura simbólico-mítica de la persona humana y en su lenguaje: la promesa.
Hemos dicho que si yo in illo tempore fui puro, estaba de pié y hoy me encuentro manchado y caído, podré de nuevo ser limpio, podré de nuevo levantarme: esa es la esperanza, la gracia. Pero yo no esperaría tal cosa, si primero no hubiera reconocido en mi estructura simbólico-mítica y en el lenguaje poético, una promesa. En la estructura simbólico-mítica de la persona humana y en el lenguaje poético ya está la promesa.

Lean la narración mítica del Génesis: El Paraíso, la primordial inocencia de la persona humana, viene la caída, empieza entonces la historia, pero dentro ya está la promesa: que el Paraíso será devuelto: vendrá el Mesías, el Salvador.
Así, la estructura simbólico-mítica de la persona humana y la expresión simbólico-mítica de esta estructura, el lenguaje poético, son mesiánicos y por tanto cristológicos.
Tratemos de comprender esta estructura simbólico-mítica de la persona humana y del lenguaje y hallaremos todos los puntos que hemos indicado: el estado de inocencia, la caída, luego la promesa, la esperanza, la gracia. Todo esto constituye un lugar para la encarnación.
Tengo que decir que para mí, desde cierto tiempo, esta visión de la persona humana y su expresión constituyen, no digo una prueba sino un mundo que, sin la realidad revelada y la encarnación, es incomprensible.Si el hombre exige una religión, una fe, puede ser sólo ésta o una parecida. Es verdad que la cristología, la revelación de la encarnación es una respuesta adecuada a la estructura simbólico-mítica, a la estructura poética del hombre.
Entonces, un poeta que no exprese así la persona humana, no es poeta, porque no expresa la persona humana, construye algo, es simplemente un científico fallido pero no un poeta.

Si es así, el lenguaje poético, simbólico-mítico, no expresa y no indica realidades lejanas, sino que expresa realidades presentes, todo lo que le ocurre al hombre hoy. Y la hermenéutica interpreta lo que dice este lenguaje. Creo que justo eso quisieron decir los filósofos de los símbolos y de los mitos, diciendo que los símbolos y los mitos expresan el presente, lo que ocurre sin intervalos, lo de cada día.
¿Qué más hacen los mitos? Los símbolos, los mitos y la poesía mantienen, conservan nuestra memoria. Sin la poesía habríamos olvidado, hace ya muchos siglos, nuestro principio y nuestro fin, estaríamos encerrados en la facticidad histórica, en la que ya caímos. Gracias a los símbolos, a los mitos y a la poesía, recordamos el principio y el fin, es decir, recordamos nuestra identidad, quiénes somos.

Supongamos ahora que la mitad del anillo se cierre sobre sí y pretenda ser un anillo entero, que nada en él indicara la otra mitad ni una trascendencia; y supongamos que el hombre se cierre del mismo modo y diga que su realidad es ya toda entera, que no nos hay heridas en él, que nada indica ninguna otra realidad. ¿Qué significaría esto? Significaría que el symbolon deja de symballein, de encontrarse y en cambio empieza a aislarse, a separarse de la otra mitad. La mitad del anillo, como si estuviera completa, se aisla de la otra mitad, divide la realidad y vuelve las dos partes autónomas. En griego se dice diaballein, dividir, aislar; y una realidad que así diaballei, divide la realidad, no se llama más to symbolon, sino to diabolon. Entonces, cuando una realidad se presenta como una totalidad no siéndolo, sólo siendo una mitad de ella, se presenta de manera engañosa, es una mentira.
Es tal como lo leemos en el Biblia: el diabolon es el que divide y es padre de la mentira, es decir, presenta las cosas como no son, impone una falsa identidad a las cosas que es diferente de lo que ellas realmente son. En el caso de los hombres, ¿qué ha hecho el padre de la mentira en la narración bíblica del Génesis? Ha dicho a Adán y a Eva de no buscar la otra mitad, Dios, pues ellos mismos serían la plenitud, la totalidad, serían Dios. El padre de la mentira dice que no existe ninguna promesa, ninguna gracia, pero necesita autocrearse, pues la mitad del anillo debe hacer algo para poder presentarse como anillo entero. De este modo puede formar cualquiera figura, pero siempre será mentira.
Quien se presenta a sí mismo o las otras realidades de este modo, les 'mal dice', las maldice (maledictio). De esta manera vemos que la negación de la poesía es maldición, mientras que el lenguaje poético es el lenguaje de la bendición pues expresa las cosas en su verdad.
Cuando hoy las ciencias dicen que para poder entender al hombre, basta con reducirlo a sus funciones, lo expone mal, lo “mal dice”. Y como resultado aparecen la eutanasia, el aborto, las masacres y la manipulación de las personas. Éstas son las consecuencias de la maldición, del “mal decir”, del expresar mal la realidad del hombre, reduciendo su esencia, su identidad, su plenitud a su facticidad biológica y física, a su facticidad mesurable.
Esto es una trampa porque sólo es una mitad de la verdad, es una semi-verdad, una apariencia de verdad. Basta con subrayar una mitad de lo verdadero, ahogando la otra mitad, como hemos dicho, para fácilmente engañar a los demás y sobre todo a nosotros mismos.

Entonces, podemos decir que el lenguaje poético, es decir, simbólico-mítico, expresa el misterio de la persona humana. El hombre no es un problema porque los problemas son mera facticidad, donde todo es mesurable: los problemas están delante de nosotros y podemos solucionarlos. En cambio, nosotros no podemos encajar, encontrar la otra mitad como si fuera un problema a solucionar con nuestras manos y nuestra razón, sino está mucho más allá de esto: hemos hablado de promesa, espera, esperanza, gracia; el hombre es un misterio.
A la luz de este misterio podemos de forma adecuada y en la verdad, solucionar los problemas, también científicos. A la luz del anillo entero nosotros podemos adecuadamente solucionar los problemas que conciernen a la mitad, a la verdad del anillo; de otro modo la solución sólo será adecuada a la mitad, que está supeditada a las circunstancias en las que se encuentra. Así, si vivimos el misterio de la persona humana, podemos solucionar los problemas y construir las ciencias de modo adecuado a la persona humana. Así, también las ciencias servirán a la persona, a su encontrarse con la Trascendencia; las ciencias no serán un engaño, sino que participarán en la verdad de la persona, servirán no sólo a la vida de la facticidad sino a la vida de la persona humana que es infinitamente mucho más.
Como hemos dicho, la palabra poética es el lugar de la revelación, es reveladora y debemos trabajar para comprenderla, es decir, esperar, tener esperanza: la esencia del trabajo es esperar, esperar la gracia. La mentira es, en cambio, la negación de la esencia del trabajo, pues el diablo no trabaja sino que destruye, negando y aislando. Trabajar es unir, symballein, mientras, diaballein, es no trabajar, es destruir.
El lenguaje poético y nuestra estructura nos reclaman a velar: trabajar significa velar. La Trascendencia espera, pero nosotros que somos mitad de ella no velamos.
En esta perspectiva leamos la estupenda pieza del Evangelio de Cristo en el Huerto de los Olivos: Él vela, espera, nos espera, los tres discípulos duermen. “¿No pudisteis velar conmigo?" Las dos mitades tienen que velar, una sin duda vela, de vez en cuando la otra duerme. Cuando la Trascendencia ha bajado a los hombres, éstos no la aceptan: es la palabra del Nuevo Testamento.

Si es así el lenguaje poético, simbólico-mítico, constituye una confesión. El poeta confiesa la misma estructura simbólico-mítica y el modo como la vive. Los modos son muchos, infinitos, porque las personas son infinitas. Siempre habrá sitio para nuevas poesías y en la poesía siempre será confesada la misma estructura: la esencia es la misma pero las poesías son diferentes pues cada uno de nosotros o cada poeta vive de modo diferente de los demás.

Así entiendo las palabras de Goethe cuando al final de su vida le dice a Eckerman: "Toda mi obra, todo lo que he hecho, sólo es una gran confesión". La confesión concierne a los pecados, pero no solamente, es confesión de algo más, de toda mi realidad dividida, fragmentada y que es sólo una imagen de la otra mitad, sólo es una parábola, un símbolo. Y no sé, quizás, nuestra confesión de los pecados, si sólo se redujera a esto, tal vez sea demasiado poco: quizás deberíamos confesar mucho más, es decir, nosotros mismos, decir cómo es que vivimos o cómo no vivimos, cómo trabajamos, cómo mentimos. Sólo que, infortunadamente, quien se confiese así, tal vez encuentra incomprensión.
Confesarse es bien difícil, hace falta ser poetas: el cura debería ser poeta y quien confiesa los pecados debería ser poeta, así uno comprendería al otro. ¡Pero Cristo entiende y yo le confieso a Cristo!
Quiero contar una bonita historia que quizás indique algo de lo que he querido decir. Diez o quince años atrás, una amiga, una profesora de la Academia de las Ciencias, fué a Leopoli, Ucrania, que antes de la guerra mundial era territorio polaco. Allí hay uno de los archivos más importantes de la historia polaca del 1600, 1700 y sobre todo del 1800. El archivo fue cerrado, pero ella, a hurtadillas, logró leer algunos documentos. En Pascua, el Jueves Santo, ella y otra amiga fueron a un pueblo a 50 Km. al este donde había un sacerdote y donde esperaban poder participar de las ceremonias. Pero apenas llegadas se enteraron que el padre había muerto el año anterior, pero aún así las ceremonias se realizaban. Allí hacían así: la iglesia se abría, preparaban el altar, las velas, los ornamentos litúrgicos y las Hostias consagradas las traían de otra iglesia. Luego, un campesino leía el misal, excepto las palabras de la consagración. Al momento de la Comunión todos estaban indecisos pues en Pascua hacía falta confesarse. Después de un momento de incertidumbre, un viejo campesino se levantó, se acercó al altar y tomando la cruz la puso en el confesionario y así todos pudieron confesarse. Luego fue distribuida la Comunión.

Vemos cómo estos campesinos entendieron hasta el fondo la estructura poética de la persona humana y quizás también entendieron cabalmente qué es la confesión. Como he tratado de decir, no se trata sólo de la confesión de los pecados, sino de nosotros mismos. Pero ¿quién es capaz de entenderse a sí mismo? Sólo Él, nadie más, Él me comprende y me conoce hasta el fondo. Así, sin miedo puedo decirle lo que creo ser, luego Él me corregirá piano piano. Así de nuevo se puede hablar de esperanza, espera, gracia.

Santo Tomás de Aquino ha definido la oración como "petitio interpretativa spei", es decir, la oración es una petición que interpreta la esperanza. Pues, si la persona humana es tal y como hemos dicho, la estructura de la esperanza y de la gracia, en el lenguaje poético, debería expresarse en la petición. Una petición así interpreta la esperanza que es el hombre.

Si yo pudiera sugerir a los filósofos las reglas o la regla fundamental de la hermenéutica, es decir, de la interpretación de los símbolos y de los mitos y de la estructura poética de la persona humana, les diría que es justo la oración.

Termino con una historia de los judíos que vivieron en el siglo pasado en Polonia oriental, hoy Ucrania. Martin Buber, que nació y vivió doce años en Polonia oriental, ha recogido las historias que pasaban de una generación a otra. Estas historias son bellísimas, merecen bien la pena ser leídas en el libro de Buber para sacar un poco de sabiduría. He aquí una de ellas. Un rabino fue a visitar a un amigo y colega suyo para pasar con él la fiesta del sabbath. El día después, domingo, antes de volver a casa, el rabino al abrazar y besar al amigo para despedirse, se echó a llorar y le dijo que ya tenía 74 años y que todavía no se había realmente convertido a Dios. El otro rabino, llorando, contestó que la misma cosa también le atormentaba. Así que se arrodillaron y decidieron que uno tenía que bendecir al otro, porque la bendición, el lenguaje que bien nos expresa, nos vuelve capaces de convertirnos. Me parece que ellos entendieron hasta el fondo la estructura poética de la persona humana y han razonado simbólicamente y míticamente. Y cuando, después de la bendición, ambos lloraban, en sus lágrimas brilló lo que llamaron la 'felicidad moral' o 'soteriológica'. Primero estaban atormentados porque no habían sido bendecidos, es decir, no eran capaces de convertirse; pero luego, el llanto es transfigurado, es divino, es gracia.

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