Belleza y cultura. Bien común
autor: Cristina Acidini
Superintendente del Polo Museístico de Florencia
Luigi Negri
Monseñor Obispo de San Marino-Montefeltro
Lorenzo Ornaghi
Ministro de Bienes y Actividades Culturales
Marco Bona Castellotti (presentador)
Docente de Historia del Arte Moderno en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Brescia
fecha: 2012-08-20
fuente: Bellezza e cultura: bene comune
traducción: María Eugenia Flores Luna

MARCO BONA CASTELLOTTI:
Buenos días a todos, el encuentro de hoy es titulado Belleza y cultura: bien común. Están presentes: Su Excelencia Monseñor Negri, el Ministro de Bienes Culturales, Lorenzo Ornaghi y la doctora Acidini, Superintendente del Polo Museístico florentino. Una breve introducción y enseguida paso la palabra. Es un tema amplio como son a veces los títulos de los encuentros del Meeting, que suelen ampliarse con desmesura, especialmente cuando entra la palabra belleza, que recomiendo siempre que usen con cierta circunspección, de modo que no se eche a fluctuar en el aire como una mariposa o incluso como una mariposa ciega, porque sobre la belleza ha sido escrito mucho, se dice, se pronuncia con frecuencia pero a menudo de modo impropio. Pero es importante que esté también hoy porque me recuerda, y recuerda espero también a muchos de ustedes, que estaban quizás presentes en 2002, en otra edición del Meeting, que tenía en el título aquella palabra: El sentimiento de las cosas la contemplación de la belleza. Entonces, el Cardenal Joseph Ratzinger que fuimos a encontrar, Emilia Guarnieri, la Presidenta actual del Meeting y yo, había escrito de su puño y letra un texto que había enviado al Meeting y que es, según yo, uno de los hitos en absoluto de la estética cristiana contemporánea. Sería bonito lograr resumirlo pero es muy complejo en sus pasajes, tal como es grande en su conclusión: lo que simplemente puedo decir - porque no querría, entrando en el argumento específico, evocando este ejemplo tan fundamental en el trayecto de la estética cristiana y católica, quitar tiempo al encuentro de hoy que es igualmente interesante y denso - es que partía, la consideración, la profundización de Ratzinger, del examen y de la comparación de dos salmos, el salmo 44 y el texto de Isaías 53: “no tiene belleza ni apariencia”, “le hemos visto un rostro desfigurado por el dolor”. También la palabra belleza, por lo tanto, puede volverse realmente protagonista de una reflexión en profundidad que es la que esperamos pueda ser fundamento del uso de esta palabra que, repito, en cambio a menudo termina a niveles de ligereza sentimental. El tema de hoy es más articulado porque tiene también en cuenta el bien común y la palabra cultura, por lo tanto yo daría enseguida la palabra a Monseñor Negri que, desde el punto de vista cultural, ciertamente tiene su historia y sobre todo un gran respeto de la tradición y de la enseñanza que ha tenido, sustancialmente, fundamentalmente, por la figura de don Giussani.

LUIGI NEGRI:
Trataré de contribuir, cuanto puedo, a esta apertura sobre un tema que es particularmente complejo. Mi breve relación está dividida en dos puntos: el primero parte del trabajo que he hecho hasta hace siete años, el segundo, del trabajo que hago desde hace siete años a esta parte. La cultura supera definitivamente una visión ideológica del hombre y de la realidad, la ideología es una realidad abstracta, filosófico-científica, es una realidad que se superpone a la realidad y sobre todo se superpone al hombre, decidiendo de modo completamente apriorístico cuáles sean los factores por destacar y cuáles los factores por abandonar. Pertenece a la ideología la violencia, porque la ideología, fuerte en la idea de ser la verdad científica o filosófica, también tiene la pretensión de imponer a los hombres su visión. La cultura en cambio es una dimensión esencial del hombre, de la persona, “un modo específico del “existir” y del “ser" del hombre", la había definido Juan pablo II en el extraordinario discurso del 1 de julio de 1980 en la UNESCO en París, del hombre con su humanidad, es por lo tanto el compromiso del hombre con el infinito, que se articula luego en las dimensiones fundamentales de su personalidad, que el hombre que afronta y vive la cultura es llamado a reconocer y, por cuanto puede, a actuar. La verdad, el bien, la justicia y la belleza, para referirnos a las grandes indicaciones agustinas que quien ha frecuentado la enseñanza de monseñor Giussani ha hallado puntualmente y de modo siempre más profundo. La cultura es el compromiso del hombre que, buscando el sentido de su vida, ve emerger dimensiones a las que no puede renunciar, que tiene que buscar de afrontar y de actuar plenamente. Pero la persona no es el individuo, como nos han hecho creer en los últimos 200 años de la historia, sobre todo de Europa. La persona está no sólo abierta al misterio sino orgánicamente abierta a aquella realidad de pueblo que representa el contexto en que la persona es ayudada a desarrollar el camino de su vida y su vocación. He aquí porqué, entonces, se puede decir que la cultura es igualmente de la persona y del pueblo, por aquella relación orgánica que hay entre persona y pueblo, que constituye un factor fundamental del recto pensamiento filosófico pero sobre todo constituye una enseñanza precisa de la Doctrina Social de la Iglesia. El arte pues es expresión de la cultura de la persona y del pueblo, pero esta singularidad que el arte sintetiza es que vuelve a proponer toda la personalidad humana de modo absolutamente único, ninguna dimensión de la vida humana tiene una potencia de penetración en el misterio de la persona y expresión del misterio de la persona como el arte. No un filósofo de nuestras parroquias, sino un filósofo como Fichte decía que “el arte es el órgano del absoluto”. Entonces, el bien común es la posibilidad de que la persona y el pueblo se expresen en modo pleno: por eso el arte pertenece al bien común y el bien común no puede ser perseguido si no respetando también, y promoviendo, la especificidad del arte. Un bien común sin arte no es bien común, un bien común sin verdad, que sustituya la verdad con la opinión, aun de la mayoría, no es bien común. Un bien común que sustituya el bien con lo que es obvio o lo que es correcto según los mass media, no es bien común. El bien común es el expresarse orgánico y sistemático de la personalidad humana en todos sus aspectos y en todas sus dimensiones. La cultura pues crea una civilización y en esta civilización el arte es expresión singular, significativa e insuperable. Ésta que he tratado de resumir en grandes líneas es la posición tradicional no sólo de la Iglesia, es la posición tradicional de la grande edad clásica y metafísica, del occidente. Ha sido la gran tradición del hebraísmo, sobre todo del hebraísmo profético, y ha sido la gran certeza de la revelación cristiana. Proponer hoy esto, por un cierto aspecto, es absolutamente tradicional pero, como a menudo el cardenal Giacomo Biffi recuerda, no hay nada más revolucionario en un mundo como el de hoy que proponer los términos esenciales de la tradición. Por eso he tratado de recobrar el arte en su contexto genético fundamental - la persona es el pueblo -, y he indicado también que la ausencia de una sola de las dimensiones que constituyen la experiencia humana marcaría de manera negativa el orden social, impidiéndole presentarse como bien común. El bien común es lo máximo de la expresión de la persona y del pueblo en todas sus dimensiones, fundamentalmente en aquella capacidad de creación libre y responsable que caracteriza al hombre.
Segunda parte. El pueblo cristiano es una expresión extraordinaria de esta realidad de pueblo en que la persona crece, madura, vive la aventura de su vida, de su vocación, cualquiera que sea, por lo tanto, contribuye a la realización de la vida de la sociedad y, por lo tanto, contribuye al bien común. Cuando he llegado a mi diócesis, he encontrado un imponente patrimonio de carácter artístico y cultural y me he dicho: ¿me han mandado aquí para ser el guarda de los sitios arqueológicos? ¿Me han mandado aquí para ser el guarda de los museos? He entendido que la expresión artística de la tradición es producida por un movimiento de vida, un movimiento de inteligencias, de corazón, en que la fe se ha convertido en forma de inteligencia, madurez del corazón y capacidad de riesgo, porque el arte también es la expresión de la absoluta singularidad y genialidad de un único hombre, que vive sin embargo una conexión vital con su pueblo del que se vuelve del mismo modo expresión sintética y guía. Entonces me he dicho: tengo que favorecer el encuentro. He aquí la palabra determinante, el encuentro entre el presente, el presente de este pueblo que fatigosamente aprende hoy el sentido profundo del ser de Cristo, el sentido profundo de su ser Iglesia, pueblo de Dios reunido en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, poseedor de una cultura específica, de un ethos adecuado, sobre todo que vive la vida no por sí misma sino en función de la gran misión de la Iglesia. No sólo hemos restaurado decenas de grandes obras, algunas de las cuales patrimonio de la humanidad como la Catedral de San Leo y la Parroquia de San Leo, sino hemos reactivado el Museo del Montefeltro, que yo he pretendido que sea un lugar de encuentro. ¿Encuentro entre quiénes? Entre el presente de mi pueblo, que es su fe de hoy, su caridad de hoy, son sus sacrificios de hoy, y lo que ha producido estas realidades artísticas, la fe de hoy que encuentra la fe de entonces pero a través de este testimonio. No es el gusto estético por consumir objetos artísticos, es un encuentro de generaciones, la generación de hoy firmemente presente dentro de la vida de la Iglesia y de la sociedad de hoy abre su corazón, su inteligencia, su sensibilidad al pasado. Y el pasado se vuelve presente y dilata en exceso la actualidad, sobre todo prepara a este pueblo a la grande responsabilidad de un testimonio vivo de la fe en el mundo de hoy. El pasado, el presente, es todo lo que tenemos a disposición, pero nuestro pasado tiene raíces antiguas y pobre de nosotros, al menos nosotros que guiamos y que tenemos que educar a este pueblo, si no les damos el sentimiento vivo, de que el presente es la expresión de una gran tradición que necesita vivir en su actualidad para poderla renovar en el presente y en el futuro. Por eso, para mí, la cultura, y en particular la experiencia artística, es un gran instrumento de evangelización, un gran instrumento de catequesis, un gran instrumento de diálogo, no sólo al interno de la comunidad cristiana sino también con la sociedad circunstante. El Museo es una experiencia específicamente católica pero singularmente laica, a este museo han venido todos, hemos hecho muestras de todo tipo y ha sido así posible el encuentro entre ellos que son poseedores de la gran tradición católica y los que han buscado y buscan al borde de su buena voluntad, a los hombres de buena voluntad. No han encontrado sitio sólo los que, aferrados a las ideologías definitivamente juzgadas por la historia, miran al mundo como si tuviera que ser el nuevo objeto de sus hegemonías. La cultura no es hegemónica, la cultura es una realidad en la que cada uno tiene su precisa identidad y que, en virtud de esta identidad fuerte, es capaz de encuentro, de diálogo y de colaboración, donde el diálogo advierte la necesidad de una colaboración por el bien común. ¿Cómo se hace? ¿Cómo hace una Iglesia particular, y por lo tanto su Obispo, para contribuir al bien común? Busca de hacer nacer y de educar un pueblo cristiano, le da el sentido de su tradición y lo manda al mundo para que sea testigo del Señor hasta los confines extremos del mundo. ¡Gracias!

MARCO BONA CASTELLOTTI:
Gracias a Monseñor Negri, que encuentra siempre ocasión para expresar claras y arraigadas ideas. A este punto daría la palabra a la doctora Acidini, Directora del Polo Museístico florentino, que sin embargo no desarrolla solamente una profesión de tipo administrativo - pueden imaginar qué quiere decir Polo Museístico florentino - sino que también es una historiadora del arte de excelente valor: esto se los puedo garantizar. La última cosa que he leído de ella, excepto algo muy breve de lo que se hablaba en el almuerzo que ha despertado mi admiración también por la fineza de la escritura, incluso siendo seis o siete rayas, y no sabía que fuera suya porque no estaba firmada, es una contribución reciente que me ha realmente sorprendido, también por la calidad del lenguaje literario, un ensayo que ha escrito en el catálogo de la muestra sobre Giorgio Vasari que se realizó el año pasado en Florencia, en la ocasión del quinto centenario del nacimiento: un ensayo breve, muy curioso pero realmente de un interés cautivador.

CRISTINA ACIDINI:
Doy las gracias al profesor Bona Castellotti por esta introducción lisonjera, tal como agradezco al Meeting por haberme dado la oportunidad de participar, también este año, a un encuentro tan interesante y estimulante. Ya las palabras de Su Excelencia Monseñor Negri han introducido aquello que es el tamaño del desafío con el que nos medimos, aun usando sólo palabras como belleza, cultura, bien común. Son palabras fuertes y, al mismo tiempo, frágiles. Son objetos intelectuales delicados que tenemos que manejar con extremo cuidado, porque cada uno de ellos puede dar lugar a muchas interpretaciones y a muchas variaciones de sentido. La que es más querida, ciertamente para mí que estoy hablando pero, en general, en el contexto en que nos encontramos, es aquella que une belleza y cultura, aquella precisamente que se conoce en los bienes culturales de los que Italia es así en amplia medida poseedora, responsable, y de los que tiene amplios motivos para estar orgullosa. Quiero destacar cómo el título de este encuentro, preciosamente, introduzca el otro concepto que a nosotros nos gusta poder asociar con los conceptos de belleza, de cultura, de bien común. Esto, ya sólo por haberlo escrito en el programa, agradezco a los organizadores, porque es ya un mensaje que gracias al Meeting, gracias a los ecos del Meeting, en el tiempo circula, viaja, captura y nos ayuda, ayuda - el Señor Ministro obviamente está en la cumbre - a todos aquellos que, como yo, militan en los rangos de la administración de los bienes culturales, nos ayuda a compartir.
Querría hablar de dos simples puntos: compartir y cuidado. Son los conceptos con los que quiero contribuir en este interesante debate. Mientras tanto, sólo ocupándonos de belleza, podríamos tomar las direcciones más diferentes. Hemos elegido aquélla de los bienes culturales y, sin embargo, también al interno de los bienes culturales, la belleza es un aspecto, y no siempre necesariamente el más intuitivo, porque mientras nuestros actuales cánones de belleza aplicados a la naturaleza, aplicados a la figura humana, nos permiten dialogar con determinadas expresiones artísticas de nuestro pasado y reconocer los cánones todavía actuales, aún válidos, otras de estas expresiones están más lejanas, están más remotas, pertenecen a cánones y a códigos que ya no son los nuestros. He sonreído a veces con algunos amigos cuando me han hablado de la belleza de las Vírgenes en Majestad de Duccio o Cimabue, ciertamente obras maestras absolutas del arte dotadas de la propia extraordinaria belleza de obras de arte, cúlmenes de la creación humana y del arte sagrado, en particular Vírgenes que están lejanas de nuestros criterios de apreciación estética porque la belleza es un valor cambiante, fluctuante, que sabemos reconocer pero no sabemos codificar. Y no tenemos que sentirnos culpables si no lo sabemos codificar, porque no lo sabía tampoco Miguel Ángel, ni quien ha tratado de dar medidas y forma y regla a la belleza del hombre y de la creación. Sabemos llegar a la percepción de este fenómeno extraordinario pero no lo sabemos poner en palabras o en números definitivos. La belleza, pues es uno de los aspectos con que el patrimonio cultural se puede dirigir a nosotros, con la que nos medimos constantemente y gracias a la que el patrimonio también se revela instrumento versátil para objetivos diferentes: lo decía muy bien Su Excelencia antes, el museo que se convierte en lugar de encuentro, se podría añadir el museo que se convierte en lugar de reconciliación.
¿Qué cosa necesitamos, nosotros los hombres y mujeres del tercer milenio, en términos de reconciliación? Necesitamos quizás acercarnos con atención y con inteligencia del corazón y de la mente, con humildad, a veces, a nuestro pasado, aquel pasado que tan rápidamente se aleja de nosotros, del que ya no comprendemos los modos expresivos y que el museo nos presenta a través del paso privilegiado de la belleza. Decía el gran poeta latino Lucrecio, en el ponerse a escribir una cosa un poco complicada y difícil como el De rerum natura que habría, con el verso, rociado de azúcar la copa llena de líquido amargo.
He aquí, en cierto sentido la belleza de las obras de arte nos ayuda precisamente a hacer de ellas un pasaje a través del cual pasa toda nuestra historia. Y hablo siempre del arte de un cierto pasado, de un pasado que llega a los umbrales del siglo pasado, porque el discurso de la contemporaneidad que empieza en 1900 es otro y es diferente, y tiene quizás en la belleza una estrella polar un poco más debilitada, se fija en otra cosa. Pero en el pasado, decía, la belleza nos ayuda a penetrar en significados que de otro modo se nos podrían escapar o permanecer extraños, el significado del arte sagrado, como Monseñor nos recordaba, pero también el significado de un entero tesoro de cultura literaria, poética, de eventos históricos, de creencias a las que nosotros ya no llegamos si no a través del paso del arte. Y naturalmente, en la interpretación, en la explicación de ella, podemos llegar a alcanzar personajes históricos de significado importante y profundo, que han modelado la historia de Italia pre unitaria, cuando era un mosaico de Estados diferentes: en esto el museo nos ayuda, yo creo, a percibir, en su riqueza y plenitud.
El museo, luego, y hablo porque es la punta de diamante de un sistema cultural - pero, como sabemos bien, la Italia misma es un museo difundido, con sus parroquias, sus abadías, sus castillos, sus ciudades, sus centros históricos, sus sistemas de villas, de jardines y más, llegando al paisaje que ha hecho de este País uno entre los más bellos del mundo - es el lugar por excelencia en que ocurre el encuentro, el encuentro guiado, el encuentro acompañado y el compartir de contenidos que no deben absolutamente ser privilegio de los entendidos, sino deben ser interpretados constantemente y propuestos a través de instrumentos que son diversos: se va de las muestras, que son un momento interpretativo fuerte que convoca las obras, los originales y, según un elemento común que expresa significados nuevos al que se podría no haber arribado en precedencia, hasta la difusión virtual que, gracias a las nuevas tecnologías, lleva a los rincones más remotos de nuestro planeta imágenes que se refieren a originales conservados y presentados en cada museo. El museo, pues, lugar de excelencia, y de encuentro, de intercambio, que tiene su historia y también aquélla nos pertenece y nos pertenece, en particular, porque somos un País cuya unidad, justamente celebrada en el ciento cincuenta aniversario, es relativamente reciente con respecto a Países de Europa y extra europeos de más fuerte historia centralista: y justo en esta riqueza esparcida como mosaico en el País trae su especificidad, su atractivo, su herencia múltiple y expresada variadamente. El museo también nos ayuda a percibir esto, nos habla de las dinastías del pasado, nos habla de los coleccionistas, nos habla de grandes traumas. Lo ha sido por ejemplo la dominación francesa de 1799, el período napoleónico, la restauración. Han sido momentos de política y cambios institucionales que han intensamente plasmado los museos, tal como hoy los conocemos.
A menudo me percato, hablando con personas que incluso aman y siguen este sector, que el mundo es percibido como una entidad que siempre ha estado, como una montaña, algo compacto, rocoso, incluso, que es una certeza pero que también es algo estático. En cambio, el museo es una criatura viviente, osaría decir que respira, que se modifica, que se modifica, que alcanza la situación en que hoy nosotros lo conocemos a través de enriquecimientos y travesías, a veces también sustracción y traumas. Por tanto, creo que el momento del compartir entre quien tiene este patrimonio, quien se encarga y el público indiferenciado, que puede ser el público local de los conciudadanos tal como el público de todo el planeta porque, especialmente en las ciudades de arte, la circulación ya es realmente amplia y diferenciada y llegan usuarios que tienen historias culturales totalmente diferentes de la nuestra, y por lo tanto nuestro servicio a todos éstos es hacer conocer, hacer entender, no sólo abrir las puertas. Ciertamente, abrir las puertas es necesario, pero no es todo, porque hace falta dar a todos aquel mínimo común denominador de instrumentos que los haga capaces de entender qué tienen en frente, con qué se están relacionando.
Y aquí vengo al tema del cuidado. El museo y el entero sistema de bienes culturales, como decía, no son hechos, datos, no son elementos de la naturaleza, son estructuras complejas, que tienen detrás de sí y dentro de sí hombres y mujeres: y aquellas actividades que desarrollan, si acaso se pueda definirlas, son sobre todo actividades de cuidado. Ya que, respecto a los bienes culturales, nosotros tenemos el deber del transmitir, de cuidar hoy, para que las generaciones, a partir de nuestros hijos y de los que vendrán después, puedan gozar mañana, puedan heredarlos. Incluso cada mínima pérdida, cada fragmento de estas normas es una herencia que se va: no querría ser dramática pero es así, es una pérdida irreversible. Es una herida que no se sana jamás. Por eso, yo creo que estamos todos llamados, y me permito citar un maravilloso versículo de san Pablo, que ha hecho la historia de mucha parte de la iglesia, somos todos colaboradores.
El apóstol de los Gentiles usaba este término incluso respecto a la redención, pero creo que se pueda referirlo a la realidad cotidiana y pensar que somos todos colaboradores de la tutela, del cuidado, del transmitir estos bienes culturales que comienzan en nuestra casa, que empiezan en la calle donde vivimos, que empiezan en la parroquia, donde se desarrollan los rituales a los que participamos, que están alrededor de nosotros, que están allí por nosotros. Este sentido común de pertenencia, creo sea, junto con aquel del cuidado que deriva, uno de los conceptos que debemos - hablo en nombre de una comunidad, aquélla de los historiadores del arte, de los técnicos, del Ministerio - constantemente conocer y referir, porque no es tan obvio, porque en la historia de Italia, aquella historia musiva múltiple que antes señalaba, los bienes culturales siempre han sido de alguien más: eran del príncipe, eran de la diócesis, eran de las grandes órdenes religiosa, eran algo que la población podía admirar ciertamente, de lo que podía disfrutar, pero también podía no sentir suyo. He aquí, yo creo que haya llegado el momento de sentir que todo esto es nuestro, y es nuestro en términos de derechos no menos que de deberes.
Cuando se habla de belleza, y se habla a menudo, mi profesión invita a hacerlo, descubro que muchos piensan que yo transcurra las mañanas sentada delante de la Primavera de Botticelli que, efectivamente, está sobre mi cabeza en los Oficinas, admirando la belleza. Me gustaría hacerlo, no lo niego, a lo mejor cambiaría cuadro de vez en cuando, pero lo haría de buena gana. En realidad yo me ocupo, como todos mis colegas, de dinero y de personas. Porque son aquéllas las fuerzas que nos permiten abrir las puertas del museo, mantener y vigilar para salvaguardar un patrimonio común, son aquéllos los motores y querría señalar un contraste, Yo encuentro que sean más importantes las personas que el dinero, porque son las personas que pueden construir las circunstancias positivas, que pueden en fin sabiamente administrar el dinero, poco o mucho que sea, que es asignado a este sector. Se necesitan proyectos compartidos, sensibilidades comunes, visiones generales de un País como el nuestro, que tiene todos las características para ser la referencia cultural de Europa y del mundo: tiene los bienes físicamente tangibles, tiene los instrumentos para hacerlos conocer y para hacerlos apreciar y, me gusta creer, también que tiene a las personas que se dedican con pasión cotidiana a esto y pueden compartir con la comunidad nacional, internacional, los tesoros que la historia nos ha dejado. ¡Gracias!

MARCO BONA CASTELLOTTI:
Después de este pasaje tan concreto, gracias a la cual la palabra belleza empieza a planear en la realidad, daría la palabra al Ministro de Bienes Culturales, profesor Ornaghi. ¡Gracias!

LORENZO ORNAGHI:
Muchas gracias. Ante todo saludo cordialmente a cada uno de los presentes, con muchos de los cuales nos conocemos desde hace tiempo. No querría que, después de haber planeado un poco, volviera al hiperuranio, porque querría partir precisamente de la observación de Bona Castellotti, que afirmaba como a veces los títulos del Meeting tienden a extenderse en exceso: pero le he preguntado si los títulos son hechos por él o por otros. En este caso, no lo ha hecho él, he aquí, tenemos una primera certeza muy concreta. Algunas consideraciones, también a la luz de aquello que, de veras de manera útil para cada uno de nosotros ha sido escuchado, sea por el Monseñor Obispo, sea por la doctora Acidini. Algunas premisas: la primera, exigida por algunos aspectos, pero más que exigida, aunque no es justo el adjetivo. Creo que, para la gran parte de los presentes, escuchar dentro de un título, más o menos invitante a la evasión que sea, las palabras belleza, cultura, bien común, lleve la memoria personal a don Giussani, cuanto menos el recuerdo traicionado. Porque, creo y va dicho, muy pocos, quizás nadie, en la segunda parte del Novecientos, ha insistido como Giussani sobre el valor de la belleza. Creo que el considerar la belleza en conexión al qué es la belleza, cuál es el significado de la belleza dentro de la existencia, cuál es la relación entre belleza y sentir religioso, sea importante, porque se refiere al discurso, la atención de don Giussani, a la belleza, por un lado, en aquella gran perspectiva educativa o educacional típica de Giussani, por otro lado va enfatizada la cuestión antropológica. Creo que, si no consideramos hasta el fondo el por qué nos interrogamos sobre la belleza, no entenderemos que al fondo hay otra pregunta: ¿qué es hoy el hombre? Por lo tanto, ¿qué es hoy la cultura?
Éstas serían las breves premisas de mis consideraciones, que en parte precisamente recorren aquello que ya ha sido dicho, a partir de la noción al menos igualmente difícil que hay que encerrar dentro de una definición precisa o unívoca, que es aquélla de cultura, porque también cultura tiene muchas definiciones difíciles. Aunque la cultura es - ya lo ha notado bien Monseñor Negri - una de las vías más importantes, de las vías principales para responder al deseo de belleza: si sintiendo el deseo de belleza no contestamos o respondemos de manera inadecuada, impropia, o a lo mejor errónea, estamos lejos de tener viva una cultura que nos ha sido entregada y de tratar de renovarla, revitalizarla, que es nuestra tarea. Por muchos aspectos, la belleza y la cultura son consonantes. Justo más allá de la dificultad de definir cultura, aquí creo haya hecho bien, lo haré también yo dentro de algún minuto, Monseñor Negri a recordar la insistencia de Juan Pablo II sobre cultura de pueblo y cultura para el pueblo. Porque puede parecer retórico pero, sobre todo en una fase como ésta actual de nuestro País, y quizás de Europa, y quizás de la cultura occidental, recordar en cambio que la dinámica más importante y luego verdadera de la historia no es confiada nunca a grupos estrechos u oligarquías, sino es, sí quiere ser una dinámica vencedora, una dinámica de pueblo, creo sea importante. Entonces, lo vivo y lo vital de una cultura es exactamente esto: lograr ser - ser porque lo ha sido, ser según las exigencias del hoy, ser por el mañana - una cultura de pueblo. Hay, por lo tanto, una unión natural entre cultura y belleza, y precisamente nosotros lo experimentamos en este “museo difundido” - como la doctora Acidini lo ha definido - que es Italia, este incomparable patrimonio que nos ha sido entregado, que tenemos, más o menos merecidamente, heredado.

Y aquí, el tercer elemento, quizás aún más complejo por definir de la belleza y de la cultura, es el bien común, aparentemente más fácil a partir de la definición que daba santo Tomás, pero es fácil definirlo y luego difícil verlo aplicado. En efecto, por una parte la belleza nos impone en todo caso el esfuerzo de ir debajo de la primera superficie: a la belleza puede suceder lo que sucede a las representaciones culturales más difundidas, si no sabemos distinguir lo esencial de lo superficial, el contingente de lo duradero, no llegamos a lo bello, lo bello no es captable enseguida, a veces solicita para ser captado un esfuerzo, solicita una educación, es decir no es perceptible enseguida. Esto, diría, para el bien común es casi al revés: el bien común, intuimos más qué es, pero luego, en realidad, cuando vamos al fondo es difícil, y también es la situación de dificultad del actual momento político. Pero cerraré mis observaciones sobre esto.
Por lo tanto, bien ha hecho la doctora Acidini al recordar - y ha hecho bien porque es aplicable también a la belleza - el concepto de compartir. Si no comparto, no persigo un bien común, si no comparto, no tanto en la fruición del resultado final sino en la construcción y en el cuidado, porque lo que tenemos debe ser cuidado, lo que paulatinamente hemos realizado debe ser cuidado. Y entonces, quizás se explica mejor por qué decía que la referencia, también para el futuro, no es a grupos estrechos o a grupos oligárquicos sino precisamente a la forma más extensa, la forma de pueblo, que es aquello que decía Juan Pablo II en muchísimos de sus discursos. Aquí he preparado una cita suya, que estaba en la alocución en la ONU, un pasaje importante en que observaba: “En sustancia la educación consiste en el hecho que el hombre se haga cada vez más humano, que pueda «ser» más y no sólo que pueda «tener» más, y que, por consiguiente, a través de todo lo que él «tiene», todo lo que él «posee», cada vez más sepa plenamente «ser» hombre”.

Una ulterior anotación. Quizás, cuando hablamos de cultura, cuando también hablamos de belleza, tal como en el caso de la belleza hace falta decir «vamos a lo profundo», en el caso de la cultura, en el caso de las representaciones culturales dominantes, nos tenemos que decir: ¿pero cuál es, por así decir, el espesor de esta representación cultural, cuál su efectivo valor, cuál la duración? Compartiendo el hecho de que algunas palabras pueden ser como una especie de libélula, no nos tenemos que hacer aprisionar por la belleza de la palabra cultura: ¿qué cultura es? ¿Es cultura construida a través de qué valores? ¿Sobre qué valores está fundada? Porque eso no es indiferente con respecto a la belleza de la cultura y a la misma duración de la cultura. Es una de las razones, pero lo digo entre paréntesis, por la que la antítesis neta que Monseñor Negri hacía entre cultura e ideología, ciertamente válida para algunas fases históricas, se atenúa en otras, en el sentido que, si creemos, como yo, por ejemplo, creo que las ideologías, al menos en la acepción menos trivial del término, sean en todo caso necesarias para la política, el tema verdadero no es divergencia entre cultura e ideología sino cómo una buena visión cultural, que es eso que hoy necesitamos, pueda alimentar a las ideologías no triviales, si las creemos precisamente necesarias para la competición política. Y llego entonces a la parte casi final de mis observaciones, recordando - también aquí, lo hago para enfatizar cómo el mismo Meeting tenga su historia, su tradición - la enseñanza de un grande historiador de las religiones, que ha sido aquí huésped ilustre en el Meeting, que ha sido nombrado cardenal por Benedicto XVI, Julien Ries. También Ries, en un pasaje importante - parece un autor que solamente citamos y no leemos, ha escrito mucho, vive mucho también y por lo tanto escribe mucho, esto no sucede a todos pero en fin, generalmente, si uno vive mucho escribe mucho - considera como originarios el punto de encuentro entre la investigación y el sentido de lo sagrado como la búsqueda de la verdad y el deseo de belleza que, dice Ries, consiste en la correspondencia entre el alma de cada uno y la realidad en que estamos sumergidos. Difícil, pero es bellísimo, si uno lo piensa: la correspondencia entre el alma de cada uno de nosotros y la realidad en que estamos sumergidos.
También aquí hay un dato que, a mí personalmente, me conmovió mucho, no recuerdo si en el primero o en el segundo discurso del actual Pontífice, en que enfatizaba con fuerza una noción que todos nosotros tenemos en la cabeza pero que sucede raramente de oír, es decir la unicidad, y por lo tanto la irrepetibilidad, la irreplicabilidad de cada uno de nosotros. Todos nosotros lo tenemos más o menos en la cabeza pero el oirlo repetir de nuevo, y repetir con aquella fuerza, hacía un cierto efecto. Pero todavía hace quizás más efecto comparar esta unicidad, irrepetibilidad e irreplicabilidad con la realidad en que estamos sumergidos, que sabemos ser mudables pero es la realidad de todos, que la realidad no es sólo realidad mía. De aquí, uno de los otros puntos de fuerza del realismo cristiano: mi irreplicabilidad es mi vocación a la infinidad, al infinito, y al mismo tiempo el sentido de mi limitación y de mi carácter limitado. No soy repetible. Y sin embargo, precisamente, la maravilla, lo extraordinario es mi estar dentro de esta realidad que es en cambio la realidad en que estamos sumergidos todos. La realidad es aquella armonía que Dios ha instilado en el universo desde su Creación.
Entonces ¿por qué recordaba esta conexión tan firme, tan estrecha, así bella, que hace Ries? Porque nos reconducía a una de las premisas, es decir al significado del interrogarse de la belleza ya en Giussani, porque - para cerrar el círculo cito una frase de Benedicto XVI - “la belleza conmueve”. También aquí, a menudo me encuentro a decirlo, y por lo tanto me disculpo si ya lo han escuchado, pero éste es un Papa, quizás también por la formación académica, de una extraordinaria posesión del concepto, no hay un adjetivo que está de más sino el adjetivo puesto al sitio justo quiere decir que está en el sitio justo, el verbo es elegido de manera precisa. Dice en el discurso que hace a los artistas: "La belleza conmueve”. Podía usar otro verbo, conmueve y atrae, puede dar hasta un instante de desorientación, también un instante de sufrimiento, la belleza, no necesariamente da de inmediato serenidad. La belleza conmueve, pero justo así - he aquí la frase -, “reclama al hombre a su destino último”, no a su destino tout court, a su destino último, lo pone en marcha, lo llena de nueva esperanza. Es la percepción y la conciencia del destino último que nos llena de esperanza, que nos permite ponernos en marcha y - cierra - “le dona el coraje de vivir hasta el final el don único de la existencia”. Creo que más y mejor no se pueda decir. Me permito emplearla - me disculpo pero sirve a los objetivos de mi razonamiento - como analogía: “La belleza conmueve pero justo así reclama al hombre a su destino último, lo pone en marcha, lo llena de nueva esperanza, le dona el coraje de vivir hasta el final el don único de la existencia”.
Es esto lo que, quizás, necesitamos más en esta difícil fase histórica. Que estas palabras sean referidas a la belleza pero que puedan, sin forzar, en vía analógica, también ser referidas a aquella visión - en un primer momento cultural pero que luego también es una acción política que nos permita salir aparentemente de estos interminables años de crisis o transición - ciertamente se vuelve fundamental. Es decir, para salir necesitamos iniciar o continuar una marcha, hacerlo con una nueva esperanza, tener el coraje, fuertes precisamente del hecho que estamos viviendo el don único de la existencia. Entonces, quizás, en filigrana, si así es, si para salir de estos años no nos bastan las palabras, no nos bastan las más o menos eficaces recetas concisas escritas sobre este o aquel libro sino hace falta de veras el compromiso de la acción, entonces, quizás, en filigrana, no es difícil leer detrás de esta exhortación de Benedicto XVI la importancia de la existencia de la comunidad, porque es dentro de la comunidad que todo esto, el don único de la existencia, se realiza. Entonces, quizás, cultura y belleza se vuelven, se me perdone la imagen pero no logro encontrar una mejor, las caras de aquel prisma que podemos llamar de veras bien común. Belleza y cultura se convierten en las caras de un prisma que es el bien, el bien común. Sobre esto, hay - me disculpo pero tengo que hacer un poco de publicidad, aunque no hay conflicto de intereses - un próximo artículo de “Vita e Pensiero” que, como todos saben, es la espléndida revista de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de Christoph Theobald, que trata un poco también de estos temas pero trata del riesgo que el prolongarse de ciertas situaciones haga emerger o consolide formas de rebelión social o a lo mejor de violencias. Sobre todo trata aquel tema que nosotros experimentamos todos los días en nuestro vivir, lo experimentamos aquí en Italia pero también lo experimentan las otras democracias europeas, que él, con una definición precisa, a parte de la primera palabra usada, llama la crisis del sentimiento político. Ya no hay un sentimiento político, hay cada vez más con dificultad un sentimiento político, un sentir político común, Theobald dice: en la crisis del sentimiento político, nuestro vivir juntos, nuestro compartir, nuestro cuidar, ya no puede basarse en un simple instinto de supervivencia que resulta de poco alcance. Es decir, nuestras comunidades políticas, nuestra comunidad política, no puede imaginarse - al final de esta transición que sabemos y que está tocando algunos elementos de estructura, no sólo los de superficie del sistema que hemos conocido - de vivir más por un simple instinto de supervivencia: vivimos juntos, nos sentimos alentados solamente juntos, sería de poco alcance. Hay una marcha nueva por hacer, hay una esperanza nueva que encender, Theobald continúa, sobre todo cuando, como nunca antes de ahora, el plural de nuestras libertades se extiende, más allá de la muerte, a las generaciones futuras. Tengo que decir que esta frase abre de veras y abre mucho en concreto aquel tema que a menudo se delinea en los jóvenes, lo recordaba correctamente Monseñor Negri: lo intergeneracional, que está en la tradición, cierto, pero que también en la belleza hay que compartir, cuidar, entregar a las generaciones siguientes. Dice que es el plural de nuestras libertades. Aquí estamos en cambio poniendo a riesgo, dentro del plural de nuestras libertades, nuestra libertad.
Entonces, quizás, y me encamino a cerrar de veras, nos hallamos frente a la necesidad de trabajar, al menos al inicio culturalmente - se me perdone el juego de palabras - en una renovada cultura del bien común. Vamos bastante rápido, al decir, a lo mejor retóricamente: ¡pero existe, el bien común! Y en cambio, ¿cómo lo perseguimos? ¿Cómo lo indicamos concretamente? ¿Cómo, sobre todo, se llega hoy a hacer entender que, sin este bien común, no hay una comunidad, por qué una comunidad sin bien común no existe? Pero venimos de décadas de grandes dificultades, ciertamente económicas pero que se refieren a grandes dificultades que se están ampliando excesivamente hoy, de tipo social. Pero piensen dentro de poco, dentro de poco tiempo, cuánto se volverá relevante el tema, puesto a un lado o removido por muchas razones, de la igualdad. Ciertamente todos nosotros sabemos que no habrá nunca una sociedad de iguales perfectos, pero cuando la percepción de las desigualdades se hace demasiado fuerte, ningún sistema dado puede ser. Pues, quizás, no solamente estamos como católicos en el deber de reclamar, primero nosotros y luego los otros, al construir, compartiéndolo, cuidando, el bien común. Pero estamos en la necesidad de reconstruirlo culturalmente, de reafirmar culturalmente qué es, acompañándolo. Quizás tengamos un poco perdido aquello que, ya estaba en la Gaudium et spes. Luego la cito, pero para Monseñor Negri, no para ustedes que la conocen (¡estoy bromeando, Excelencia!) Junto a esta renovada cultura del bien común, va reconstruida, de modo sano - incluso tengo miedo por la forma, pero en fin va hecho - una cultura de la autoridad. Porque la Gaudium et spes, que citamos a menudo por muchas razones, tiene un pasaje que a mí me parece, hoy, sobre todo en esta fase de transición que todos querríamos por fin ver concluida, de veras importante, y es el bien común, se realiza en el conjunto de aquellas condiciones de vida social que permiten y facilitan a los seres humanos, a las familias, a las asociaciones la consecución más plena de su perfección. Pero en la comunidad política se reúnen numerosos y diferentes hombres que legítimamente pueden tomar decisiones diferentes. Lo vemos, lo veremos cada vez más, en muchos campos. Para que la comunidad política no sea perjudicada por el divergir de cada uno hacia la propia opinión, es necesaria una autoridad capaz de dirigir las energías de todos los ciudadanos hacia el bien común, no en forma mecánica, despótica, sino ante todo como fuerza moral que se apoya en la libertad y en el sentido de responsabilidad. Esta cultura de la autoridad - la repito y yo mismo la empleo con mucha renuencia, la fórmula, habría sido más fácil hablar de la auctoritas clásica - creo sea importante porque, aquí cierro, cultura y auctoritas poseen su intrínseca belleza. También la auctoritas lo tiene, justo por esta función educativa que es precisamente suya. ¿Quizás haya un último tema que considerar pero es más complicado, por lo tanto lo posponemos para un Meeting dentro de veinte años, ¿qué dice, Excelencia? Es el tema de la belleza en política, de la belleza de la política: pero por el momento los elementos son pocos y por lo tanto conviene posponerlo por algunos años.

MARCO BONA CASTELLOTTI:
Cuando los organizadores del Meeting, que yo llamaría los duendes del Meeting, me piden coordinar un encuentro, cosa que se presenta cada vez más raramente, tengo el temor de clausurar, no sé cómo haré para clausurar porque hace falta tomar de todos un poco, luego llegar a dos palabras finales. En cambio, en este caso, escuchando estas tres intervenciones - no lo digo para gustarle a los relatores - me han manado así tantas ideas que casi me vienen ganas de proponer a aquellos mismos duendes del Meeting, para el próximo año, hacer aún un encuentro que tome en cuenta, después de aquel de 2002 y aquel de hoy, el tema de la belleza. Tendría así muchas cosas que decir, ¿qué puedo decir? Ante todo estoy muy agradecido, profesor Ornaghi, porque ha traído al centro de la cuestión la figura de don Giussani en relación a la belleza. En Don Giussani esta relación con la belleza se articulaba en el método: el método de don Giussani siempre ha sido un método estético y es lo que ha fascinado, más que todo a mí. Puedo decir, como experiencia personal, que si esta relación de amor por la belleza de la realidad en todas sus formas, que tiene una raíz paulina muy fuerte, falta, falta un dato fundamental de la vida. Segundo, la frase de Benedicto XVI respecto a la belleza. “La belleza conmueve” dice Benedicto XVI. Es un paso muy difícil cuanto importante, sobre todo por la inevitable distinción entre la belleza que sigue los cánones griegos, antiguos, clásicos y la belleza que en cambio sigue a Cristo. Benedicto cita a este Nicola Cabasilas, gran teólogo bizantino del siglo catorce que ha escrito un libro de enérgica potencia que se llama La vida en Cristo, donde dice: “Hombres que tienen en sí mismos un deseo tan poderoso que supera su naturaleza y ansían y desean más de lo que el hombre esté conforme a aspirar. Estos hombres han sido conmovidos por el novio mismo. ¿Él mismo ha mandado a sus ojos un rayo ardiente de su belleza, la amplitud de la herida revela ya cuál sea la flecha y la intensidad del deseo deja intuir quién sea El que ha disparado la flecha”. ¿Pero se dan cuenta de qué potencia tenga la civilización cristiana, también en estos niveles de penetración de uno de los problemas más debatidos por la humanidad entera, que es aquel de la belleza? Y ahora me refiero un momento a lo que ha dicho la doctora Acidini cuando dice que es verdad que Miguel Ángel no codificaba un código de belleza porque prácticamente lo creaba, por lo tanto no tenía necesidad de este paso, de este intersticio de tipo teórico, cuando era tan potente él en el estado de creación. Pero a una codificación de la belleza en la cultura cristiana se llega de veras. Esta belleza que impacta es el dardo de la belleza que nos impacta. Lo siento si quizás he dicho más de cuanto tuviera que decir, sin embargo estoy muy agradecido de que en la articulación de estas intervenciones haya podido volver a primer plano el problema. La belleza en su aplicación, la cultura, todas estas grandes palabras que a menudo amenazan con ser mariposas ciegas o quedar vacías. Hoy hemos empezado a dar un cierto contenido, espero poder seguir haciéndolo aun en el futuro.

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