Chesterton - Amar la realidad, defender la razón. Mirar...
autor: Alison Milbank
Profesora adjunta de Literatura y Teología del Departamento de Estudios Teológicos y Religiosos, Universidad de Nottingham
Edoardo Rialti
Profesor y Traductor de Literatura inglesa
Ubaldo Casotto (moderador)
Periodista
fecha: 2011-08-23
fuente: Amare la realtà, difendere la ragione: guardare il mondo con gli occhi di Chesterton
(Amar la realidad, defender la razón: mirar el mundo con los ojos de Chesterton)
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "E l’esistenza diventa una immensa certezza", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Y la existencia se convierte en una inmensa certeza")
traducción: Juan Carlos Gómez Echeverry

UBALDO CASOTTO:
Bienvenidos. Amar la realidad, defender la razón: mirar el mundo con los ojos de Chesterton es el título de este encuentro. En un Meeting con el título Y la vida se convierte en una inmensa certeza, nos han llamado a los tres para hablar de Chesterton, precisamente sobre este tema: amar la realidad, defender la razón. Yo me pregunté: ¿qué diría Chesterton, sobre la certeza, si estuviera aquí? Tengo que decir que anoche, en la bellísima representación de El Caballo Blanco (i), una primera degustación la hemos tenido cuando María, dirigiéndose al rey Alfred, dice: "Aquellos hombres signados por la cruz de Cristo van jubilosos en la oscuridad". O bien cuando el rey Alfred, en otro fantástico pasaje de anoche, dice que es necesario lanzar los propios corazones más allá de las incertidumbres para ganar lo que el corazón desea. Y el pasaje final, cuando el rey Alfred dice: "Yo tengo algo de duda, pero en la duda cabalgo hacia la batalla". Leyendo a Chesterton, he encontrado otras respuestas a esta pregunta sobre la certeza, porque la certeza de la vida implica la certeza sobre su origen y su destino. En cuanto al origen de la vida, oigan lo que dice Chesterton en su Autobiografía: "Doblándome con ciega credulidad, como habitualmente hago, a la mera autoridad y a la tradición de mis mayores, tragándome supersticiosamente una historia que no me fue posible comprobar a su tiempo con la experiencia personal, yo soy de la opinión ciertísima de haber nacido el 29 de mayo de 1874 en Chambery, en Kensington". He aquí, al principio de su Autobiografía, la primera respuesta sobre lo que para él sea la certeza. Se está ciertos porque confiamos en alguien, nos fiamos de alguien sobretodo en las cosas fundamentales de la vida, como precisamente nacer, que, como dice Chesterton, es la cosa más importante que pueda ocurrirle a un hombre. La verdadera aventura de la vida, confirma, no es casarse sino nacer.
Aquel acontecimiento esencial de la existencia de cada uno de nosotros, de la cual somos indudables protagonistas, como él acaba de testimoniárnoslo, pero como protagonistas pasivos: estábamos allí pero no recordamos nada. Que estábamos allí, es cierto y la prueba es que estamos aquí para hablar de ello y contarlo, pero la certeza sobre la modalidad, sobre los contenidos y los tiempos del hecho está confiada a testigos en quienes nos confiamos. Estos testigos, en la pieza que les he leído, Chesterton los llama "mis mayores". Hay una página bellísima en Ortodoxia, en la cual él cuenta cómo descubrió la veracidad de estos testigos y de aquel testigo decisivo para su vida que fue su padre. Dice así: "Cuando su padre, paseando por el jardín, les dijo que las abejas pican o que las rosas tienen un dulce perfume, ustedes no hablaban de tomar lo mejor de su filosofía. Cuando las abejas les han picado, no han dicho que fue una divertida coincidencia. No, ustedes han creído en su padre porque les ha parecido que fuese un vivo manantial de hechos, uno que realmente sabía más que ustedes, uno que les habría dicho la verdad mañana como les la ha dicho hoy". Pero la locución "nuestros mayores" individua otra gran autoridad, además de aquella paterna, que colabora de modo decisivo con nuestra certeza: la tradición. Chesterton, con una intuición maravillosa, llama a la tradición "la democracia de los muertos". No concibe porqué el hombre moderno tenga que fiarse más de las necedades que dice su vecino - excusa, Edoardo – en lugar de las cosas más sabias, porque han superado la prueba del tiempo, dichas por una persona, precisamente, que no deberíamos escuchar sólo porque ha muerto. En fin, dice que uno está cierto porque se es fuerte gracias a una tradición viva que nos alcanza.
Hay luego un segundo motivo, que es segundo en el orden de la lista, pero que quizás sea lo primero, por el cual la existencia para Chesterton se ha convertido en una inmensa certeza, y es la realidad. Uno está cierto, dice Chesterton, porque uno se fía de la realidad, en el sentido más material del término. Hay innumerables pasajes en la inmensa obra de Chesterton que se podrían citar. Yo he elegido uno de ellos de su bellísimo libro sobre Santo Tomás de Aquino, que la profesora Milbank comentará y citará después más ampliamente. Dice así: "El sistema del Aquinate parte del punto de vista universal que un huevo es un huevo. Ahora bien, un hegeliano replicará que un huevo es una gallina, porque hace parte del infinito proceso del devenir. El seguidor de Berkeley sostendrá que la tortilla existe como existen los sueños, visto que el sueño se puede decir, es la causa de la tortilla como la tortilla es la causa del sueño. El pragmático sostendrá que lo mejor que se puede sacar de un huevo es olvidar que aquello haya sido un huevo y recordar solamente la tortilla. Pero el tomista, el realista, el hombre común, no necesita estropearse el cerebro para evitar estropearse sus huevos, ni de mirar los huevos de manera hostil, ni de cerrar los ojos para meditar mejor una nueva simplificación de los huevos. Dominador en la luz resplandeciente de la fraternidad humana, es decir de la experiencia que nos aúna a todos, él constatará que los huevos no son gallinas, ni sueños, ni suposiciones sino cosas, certificadas por la autoridad de los sentidos, que viene de Dios". Y el mundo está lleno de cosas como los huevos, precisamente, sacadas de la nada - ésta es otra de las cosas bellísimas de Chesterton, en muchos libros hablan de cómo el hombre realista, y sobre todo el máximo del realismo, que es el santo, vea las cosas y las aprecie porque son arrancadas de la nada -: Chesterton dice que la página más poética de la literatura mundial es una lista, la lista de los objetos que Robinson Crusoe ha salvado del naufragio, es decir ha arrancado de la nada, de la perdición. Dice que es una lista que hace pensar a su salvador, una lista de objetos que indican a alguien que los ha sustraído del vacío.
Por tanto nos volvemos ciertos, para Chesterton, porque nos fiamos de las cosas como signos, no se está cierto en virtud de una construcción lógica sino gracias a la evidencia de aquello que se ve. En efecto, dice él, a propósito de la evidencia: "Yo creo de manera muy racional apoyándome en la evidencia, pero la evidencia, en mi caso como en el de aquel agnóstico inteligente, no reside en esta o en aquella decantada demostración. Ella reside en una enorme acumulación de pequeños pero unívocos hechos, es decir en muchos signos. Es justo tal evidencia fragmentaria la que persuade. Lo que quiero decir es que un hombre puede dejarse convencer o bien alrededor de una filosofía de cuatro libros o bien de un libro, de una batalla, de un paisaje y de un viejo amigo. El hecho mismo que las cosas sean de diferente especie hace más convincente la constatación que ellas convergen en una misma conclusión". Hay una idea, una teoría del conocimiento que - no me alargo para dejar hablar a los verdaderos expertos - es bellísima en la intuición de la realidad como signo. Bien. Entonces, ¿de qué cosa se llega a estar ciertos? Yo digo: de la infinita positividad del ser pero, como siempre, tal como lo dice Chesterton es mucho mejor que como lo digo yo.
Siempre en la Autobiografía, hay un pasaje que, de una parte, dice de cómo él haya descubierto la positividad del ser, de lo otra dice de su conversión del pesimismo nihilístico al inicio del camino que lo ha llevado a la fe. "Defendí contra críticos teatrales el mérito teatral de un drama muy reciente que contiene muchas cosas buenas. El drama se intitula: Donde no hay nada, está Dios. Pero yo andaba tambaleándome y gemía, y me angustiaba con mi filosofía incipiente e incompleta que era casi lo contrario de la afirmación que donde no hay nada está Dios. A mí la verdad se me presentaba más bien en esta otra forma: donde hay algo, está Dios. En filosofía, ninguna de las dos afirmaciones es adecuada pero habría quedado pasmado si hubiera sabido cuán mi anything - algo – estaba cerca del ens de Santo Tomás De Aquino". Permítanme citar algo que parece no tener nada que ver con Chesterton pero que, cuando la he leído, me ha impresionado por la sintonía.
Es una sentencia del Tribunal Supremo israelí que ha tenido que pronunciarse sobre el recurso que algunas asociaciones de discapacitados han hecho porque reivindicaban, visto su estado, que fuera sancionado el derecho a no nacer. No la facultad del aborto, el derecho a no nacer. La Corta israelí ha contestado así: "La condición de cualquiera que haya tenido la oportunidad de ver la gloria de la salida del sol y la belleza de las nubes azules y de experimentar la vida con toda su fuerza y su sabor, es siempre mejor que aquella a quien se le haya sido negada esta oportunidad". No será un lenguaje jurídico pero es indudablemente muy eficaz y, a mi parecer, también muy chestertoniano. Se es finalmente ciertos, para Chesterton, de dos grandes realidades, de dos grandes excepciones que él ve en lo creado. El las llama "dos cosas que, vistas a la luz del día, son total e indiscutiblemente únicas y extrañas: la criatura llamada hombre y el hombre llamado Cristo". Chesterton está cierto del valor absoluto de la persona humana e igualmente cierto de la centralidad histórica y cósmica del hombre Cristo. En cuanto al hombre, Chesterton no tiene problemas con la evolución, lo cuenta y lo explica bien en un libro que se llama El hombre eterno. Para él, un Dios personal pudo haber hecho las cosas todas juntas de una vez o bien poco a poco cada vez, no es un problema.
Pero él dice que es indudable que hay dos saltos ontológicos, dos saltos del ser en la historia del mundo. El primero es aquel ser que pintó una reno en una gruta y que es absolutamente innatural – dice Chesterton - considerar como un producto sólo natural, como por ejemplo un elemento, como una parte del paisaje. El segundo es aquel otro ser encontrado nuevamente en una gruta, otra gruta, por los sabios de su tiempo, los Magos.
Ellos buscaban ciertamente algo nuevo pero se encontraron en frente de algo absolutamente inesperado: otro mundo, un nuevo mundo, un mundo más grande que aquel viejo. Chesterton insiste mucho sobre el empleo de este adjetivo: grande, más grande. Más aún, él dice más amplio. “Me volví cristiano - dice - porque el cristianismo era una doctrina más amplia". Cuando escuché a Benedicto XVI decir que la tarea del hombre moderno es la de ampliar la razón, piensen cómo me encantó haberlo leído, hace muchos años, en Chesterton. ¡Y cómo me ha dado tanta alegría la profecía de este genio!
Pero Chesterton se percata, en forma bastante rápida, que el motivo de su certeza no puede ser sólo una filosofía, una doctrina. El cristianismo, el catolicismo al cual él se convierte definitivamente en 1922 - Ortodoxia, que es su libro más bello, lo escribe en 1908 - no pueden ser sólo una doctrina, son algo más que una doctrina. Y en efecto, en un cierto punto, escribe esta última cita: "El cristianismo no es una filosofía porque, siendo una visión - usa el término en el sentido literal del término, una cosa que veo con los ojos, no un sueño -, no es un modelo del cual inspirarse, sino un cuadro". No es de aquellas simplificaciones que solucionan todo en una abstracta explicación, que todo es recurrente, que todo es relativo, que todo es ilusorio. No es un mecanismo sino un relato, tiene las proporciones que se hallan en un cuadro o en un relato. No tiene las repeticiones regulares de un modelo o un mecanismo sino que las reemplaza con el ser convincente como un cuadro o como un relato. En otras palabras, es exactamente como la vida porque en efecto es vida. En fin, si yo no puedo creer en lo que veo - Chesterton dice - no puedo no creer en lo que veo, yo amo lo que veo con toda mi razón y con toda mi libertad. Y si alguien pone en duda esta experiencia evidente, estoy listo a desafiarlo en un duelo.
Todos los libros de Chesterton, sobre todo en Ortodoxia, donde es citado como la idea de la cual el libro inicia, son la respuesta a un desafío, es decir son un duelo. ¿Un duelo en nombre de la fe? No, en nombre de la razón. Amar la realidad, defender la razón: es aquello que, después de esta tentativa mía de introducción, les explicarán los verdaderos expertos de este encuentro: la profesora Milbank, estudiosa inglesa de religión anglicana, docente de Literatura y Teología en la universidad de Nottingham, autora de un texto sobre Chesterton y Tolkien como teólogos. Y luego Edoardo Rialti, también él profesor, literato, traductor del inglés y autor de una Chestertoniana en 18 episodios publicada en Il Foglio, que ha sido recogida ahora y enriquecida con un prefacio y se ha convertido en un libro de ediciones Cantagalli. Me ha asombrado, ayer, entrando en la librería. Allí estaba escrito Narrativa y había diez metros lineales de libros sólo de Chesterton. ¡Era mejor si escribieran Chestertoniana! El libro de editorial Rialti lo encuentran, precisamente, en esta sección de la librería del Meeting. Por favor, profesora.

ALISON MILBANK:
Ésta es la tercera vez que vengo al Meeting, y cada vez soy acogida de manera más calurosa, más amable y siempre mejor. Me convierto prácticamente un poco como Chesterton, en este abrazo tan amplio. Hoy vivimos en un mundo en que la certeza viene cada vez más asociada al extremismo: o al credo fundamentalista de muchos cristianos evangélicos de los Estados Unidos o a la militancia de muchos movimientos islamistas. Es paradójico, sin embargo, que justo las personas que denigran de estas certezas sean igualmente militantes y ateos como Richard Dawkins en Inglaterra. Estos no creyentes sostienen tener una mentalidad abierta y de ir detrás de la verdad, a dondequiera ella conduzca, bajo la condición que no conduzca hacia la fe en Dios. Palabras como ortodoxia suenan a anatema para estas personas, porque asocian el credo a una certeza con anteojeras. Chesterton conocía muy bien esta actitud negativa respecto a un credo apasionado, cuando se burlaba de los librepensadores de los inicios del '900, en su biografía intelectual titulada provocativamente Ortodoxia. Pero, como trata de argumentar en aquella brillante exhibición de paradojas, la ortodoxia no significa cerrar la puerta a la discusión, sino más bien una aventura peligrosa y emocionante. Algunos años más tarde, en 1923, Chesterton trató de demostrar que el mismo Tomás De Aquino, cuya filosofía sistemática a veces era utilizada por parte de los católicos como un arma de defensa contra la masacre del pensamiento moderno y de las ideologías, no era un racionalista de principio a fin, sino más bien una persona cuya mente resplandecía por la luz y por el calor de la maravilla de lo creado. Chesterton quería demostrar que la filosofía de Santo Tomás podía ser una guía satisfactoria hacia una certeza que llevaba al conjunto de la realidad y que, como en el caso de los científicos, tenía el derecho de basarse en los hechos. En el estudio de Chesterton sobre Santo Tomás, no encontrarán un análisis sistemático y detallado de la Suma Teológica, sino por el contrario una presentación emocionante y convincente del núcleo central, la perla de las enseñanzas de Santo Tomás, que nos lleva a tener una certeza, acerca de nuestra experiencia del mundo, a tal punto de garantizarnos una libertad real, demostrándonos que nos podemos fiar de la razón.
Esta confianza en la bondad del mundo y en el papel de la razón no fue inmediata para Chesterton. A veces es presentado como el borracho inglés que se tambalea con sus poesías, una persona tan llena por el sueño de una Inglaterra feliz, de ser demasiado brillante, de ser demasiado optimista ante el sufrimiento y un mundo violento. No obstante, esto no le hace honor. William Oddie analizó los documentos que se remontan a la época en la cual Chesterton era estudiante de la Slade Art School de Londres, y demostró que, durante un período de terrible depresión y oscuridad del alma, dudaba de todo y el mundo le parecía satánico. Era la época de estetas como Oscar Wilde y poetas decadentes como Gabriele D’Annunzio: el credo de ellos, según Chesterton, era una revolución copernicana. Toda experiencia era reducida a nada más que a la impresión y era absolutamente aislada, individual, subjetiva. Su novela El hombre que fue jueves, cuyo subtítulo es Una pesadilla, da a entender cuál fuera su estado de ánimo, con ejércitos de nihilistas que expulsaban al héroe y a toda la sólida, católica sociedad campesina francesa que, traidoramente, daba apoyo a los destructores.
El gran escritor argentino J. L. Borges sostiene que Oscar Wilde era realmente un escritor optimista y solar mientras la obra de Chesterton está siempre al borde de la pesadilla: "Horrores y cosas diabólicas se anidan en su interior y la página más inocua puede asumir el aspecto del terror". La certeza de Chesterton, por lo tanto, tiene una calidad de algún modo heroica y es conquistada c0n fatiga, no es el optimismo fácil de una personalidad solar sino por el contrario el salto fatigoso del caballero de la fe de Kierkegaard. Sin embargo, Chesterton es un caballero filosófico y es salvado por la razón, por la filosofía perenne de Santo Tomás. Aunque no tengamos pruebas que Santo Tomás haya superado el infierno de escepticismo que tuvo que atravesar Chesterton, en la Summa, en todo caso, hace trizas al mundo, como un niño desmonta su castillo para luego recomponerlo, trozo a trozo. Cada artículo, en la Summa, inicia con una afirmación a la que le sigue una serie de objeciones, y luego objeciones a las objeciones. Y es sólo al final que llegamos a aquellos "pero yo digo", es decir a la respuesta de Santo Tomás. Todo de manera constante viene puesto en duda. En una de las objeciones a un artículo, también leemos: "por tanto, Dios no existe". Y por lo tanto todo, incluso Dios, es puesto en duda. Hasta que aquel caballero valiente que es Santo Tomás rechaza las objeciones con la búsqueda de la verdad.
Santo Tomás fue influenciado de modo importante por el escritor místico que se hacía llamar Dionisio el Areopagita, por su camino negativo hacia Dios, con su extenderse en los enunciados del nombre de Dios y el empleo, no obstante, del uso de negativos para acercarse a comprender la profundidad de lo divino. Análogamente, en Santo Tomás la certeza llega sólo a su coronamiento a través de un proceso oscuro de puesta en discusión. La primera pregunta que se pone Santo Tomás, según los escritos de Chesterton, es la siguiente: ¿hay algo? Y aquí vemos que el castillo entero de la realidad se desmantela. Si Tomás iniciara contestando no, no sería a este punto el principio, sino el fin. Y es lo que definimos sentido común. O no hay filosofía, no hay filósofos, no hay pensadores, no hay pensamiento, no hay nada, o bien hay algo, hay un enlace, un puente real entre la mente y la realidad. Lo que Chesterton quiere sustentar aquí es que no se puede pensar en efecto si se es absolutamente escéptico. No existe un tú que piense y no hay nada por descubrir. Y no podemos vivir en efecto así. Y es por esto que el sí de Santo Tomás es llamado por lo tanto sentido común. Chesterton liga este sentido común a la infancia. Muchos escritores románticos alababan a los niños por su vívida imaginación, pero Chesterton no. Él los alababa por su sentido de lo que era real efectivamente. En sus estudios sobre Santo Tomás, escribe acerca de un científico que sostenía que un niño que mira por fuera de la ventana de su pequeña habitación no ve la hierba sino sólo una especie de neblinita verde, que se refleja en el pequeño espejo de su ojo. Chesterton, por lo tanto, siguiendo a Santo Tomás, sostiene que el niño, en todo caso, ve algo, incluso antes de poder dar a aquella cosa el nombre de hierba. Se da cuenta que hay algo allí afuera, que es un ser, un ens, algo que existe por sí mismo. Y nosotros esperamos siempre con ansiedad las primeras palabras de nuestros niños: papá, mamá, leche, osito. Estas palabras nos enseñan que el niño es consciente de una alteridad, de algo que va más allá de sí mismo. Lo que el niño dice, es que hay un es, lo que podría ser definido como la intuición de un ser. Y con esto llega también a la comprensión de una contradicción.
De cualquier manera que se defina lo que el niño ve - la luna preferiblemente a un espejismo -, cuando la ve sabe que no es verdadero que no la ve. Una cosa no puede ser y no ser. A veces, vemos a los niños que hacen un juego filosófico. En inglés, llamamos a este juego peep-bo (ii). Por un momento el niño se esconde, no te ve, luego viene fuera y hace ¡boo! Sigmund Feud, incluso él, observaba a sus niños, a sus nietos cuando hacían este juego, pero a la alemana, llamándolo el juego del fort-da (iii).
La fase siguiente de la reconstrucción del mundo por parte de Santo Tomás es lo contingente. La hierba o el niño son una cosa pero no son todo lo que podrían ser. Y escribe: "Las cosas cambian porque no están completas pero su realidad puede ser sólo explicada como parte de algo que, por el contrario, es completo. Y aquella cosa es Dios" escribe Chesterton. Esto, sostiene, es el punto en el que los escépticos se equivocan. El hecho mismo que el análisis de un fenómeno, de una cosa, nos haga entender que aquello no es una cosa fija, definitiva, lleva a estos escépticos a decir que todo es no finito y no definitivo.
Además, el elemento sorprendente de su realidad no puede ser la irrealidad, tiene que ser en cambio su relación con la realidad verdadera. Dios es más verdadero que nosotros.
Espero no haberles confundidos con todos estos verdadero, verdaderamente, realidad. Santo Tomás, según Chesterton, nos dice que si miramos la existencia como el niño mira la hierba, parece efectivamente secundaria y dependiente: la existencia existe pero no es completamente autosuficiente y no lo llegará a ser nunca, simplemente continuando a seguir existiendo. Tiene en efecto una potencialidad, podría por ejemplo llegar a convertirse en algo más, como una caja de semillas o fuegos pirotécnicos. Chesterton expresa su concepción del mundo, de modo extremadamente vivaz, en la conclusión de El hombre que fue jueves. Gabriel Syme se encuentra en una callejuela inglesa después de todos los acontecimientos semejantes a un sueño de la novela y le parece estar en posesión de una buena noticia, una noticia imposible, que vuelve todas las otras pequeñas cosas banales pero banalmente adorables. Santo Tomás, según Chesterton, ha pasado del mundo de las cosas a Dios porque, paradójicamente, para que efectivamente haya un cambio de las cosas debe haber una potencialidad encerrada en aquellas cosas. Si la hierba crece y marchita, necesariamente hace parte de algo más grande, más real. No es que la hierba, por el contrario, sea menos real que lo que parece. Si las cosas pueden ser mejores, debe haber un mejor, un más grande, dentro de las cuales todas estas potencialidades están encerradas. Y es de Dios a quien necesitamos para explicar la flor, la semilla, el niño. De otro modo, vemos sólo un flujo, y el niño puede no ser nada.
Chesterton sostiene que Dios, en Santo Tomás, es como un artista porque crea cosas diferentes, y la diferencia es un poco como una analogía. El niño que mira por fuera de la ventana, pronto efectivamente reconocerá la hierba, las flores, los árboles, pero también la hierba verde brillante, distinguiéndola de la hierba verde pistacho y las encinas, distinguiéndolas de los aceitunos. El niño por lo tanto ve una forma, en el individual hilo de hierba, que le permite llamar aquel objeto hierba, pero también será capaz de gozarse por su particularidad. Siendo un artista, Dios no crea el mundo como un chispeante velo de ilusiones, según la mentalidad oriental de Maja (iv), sino con una variedad y diferencia que constituyen la realidad. Esto significa que la certeza, que la hierba sea hierba, y que el niño sea un niño, es verdadera pero corresponde a una realidad que nos desafía en su alteridad. Para el filósofo idealista, la mente es dueña pero sólo de su mente. El mundo más allá del yo está muerto, a menos que sea traído a la vida por la mente. Para el filósofo lockeano, la mente es tabula rasa. Mientras que para Santo Tomás, la mente es creativa, activa en su encuentro con el mundo. Cada vez que miras, estás en comunión. El niño hace suya la hierba que ve y se hace uno con ella y se hace más grande, precisamente porque la hierba permanece ella misma y no es la misma cosa con el niño.
Chesterton afirma: "La mente conquista una nueva provincia como un emperador, pero sólo porque ha contestado a una campanilla, como un siervo. Nuestra certeza es como cuando recibes un regalo y sientes el ruido del papel de regalo en tus manos. Se requiere humildad, para aceptar un regalo". Para hacer un ejemplo del tomismo pragmático de Chesterton, basta con mirar los bien conocidos cuentos detectivescos sobre Padre Brown. Cada uno de estos cuentos tiene una estructura análoga a los artículos de la Summa de Santo Tomás. Se inicia con una situación, un crimen que parece imposible y que provoca una pregunta. Luego se queda en la duda, mientras que los diferentes personajes de la historia intentan dar respuestas. Al final, como Santo Tomás cuando dice ‘yo digo que…’, de la misma manera tenemos la resolución del problema por parte de Padre Brown, que tiene en cuenta todas las objeciones.
¿Quizás conozcan el cuento de El hombre invisible? Smythe es un inventor que vive en un apartamento al norte de Londres con sus sirvientes mecánicos, robots que hacen los trabajos domésticos. Desde un cierto punto de vista, Smythe es un poco como un filósofo idealista, cuyo mundo es el resultado de sus pensamientos. Recibe una amenaza de muerte y a cuatro personas diferentes se les encarga el control de la entrada a su condominio, para asegurarse que nadie vaya a él antes que llegue la policía. Y si bien los cuatro juran que ninguno ha entrado o salido del edificio, Padre Brown, cuando llega con su amigo investigador, señala una serie de huellas que conducen hacia la puerta y otras en sentido inverso, muy visibles sobre la blanca nieve; luego descubren que Smythe ha desaparecido, dejando únicamente un charco de sangre, bajo los ojos de sus siervos mecánicos. Esta situación nos deja en una completa oscuridad, en la duda y en la incertidumbre. ¿Qué mundo puede producir una situación tan imposible? Como siempre, en todos los cuentos de padre Brown son los materialistas quienes pierden el juicio y buscan explicaciones sobrenaturales. El periodista ateo opina que "la materia se ha rebelado y las máquinas han matado a su dueño. En todo caso no se comprende qué han hecho con el. ¿Se lo han comido? Sugiere la pesadilla a su oído". Los protagonistas empiezan todos a hablar de cosas diferentes, hombres invisibles, hadas, magia. Y es sólo Padre Brown que encuentra en cambio la respuesta prosaica y que provee una explicación con palabras concretas y precisas, diferentes de las palabras de los otros, vanas y vagas. Cito: "Está bastante bien vestido, elegante, con rojo, azul y oro. Con este vestido tan particular y visible, entra en el condominio del Himalaya, observado por cuatro personas. Asesina a sangre fría a Smythe y sale a la calle llevando consigo, entre sus brazos, el cuerpo muerto de Smythe". En la Gran Bretaña de hoy, diría que su vestido sería anaranjado y azul, el uniforme de los carteros. Es tan banal y obvio que resulta realmente invisible: no viene ni siquiera tomado en consideración como persona por aquellos que están de guardia allí.
El efecto de esta historia no es de desilusión, una vez que sabemos cuál es la solución del misterio. El peso del misterio, la suspensión de la certeza no se desvanecen. Más bien nos fijamos en el hombre, o en la mujer que lleva las cartas, los paquetes, con una mirada nueva. El mundo es mucho más, más maravilloso, no es menos misterioso que antes. Y éste es el fin de la historia: "Padre Brown se paseó luego durante muchas horas por aquellas colinas cubiertas de nieve, bajo las estrellas con un homicida y lo que se dijeron no lo sabremos nunca". Como sucede con la creación y con las personas en Santo Tomás, aquí hay una profundidad real y una luminosidad de lo real. No conocemos nunca perfectamente a otro ser humano, en esta vida ni un copo de nieve, pero vemos en ellos la existencia, el ser, la potencialidad. Y al ver esto, los reconocemos como otros. A través de esta misteriosa profundidad, estamos conectados con ellos y con Dios, estamos en contacto con el ser mismo y podemos intuir lo real. En el realismo moderado de Santo Tomás, y también en las novelas de Chesterton, el mundo escapa a nuestro alcance, se nos muestra extraño e incierto sólo para que la certeza pueda prevalecer luego. Tomás era tan grande que lo apodaron el buey mudo; también Chesterton era alto y ancho de cintura. Ambos eran hombres de grandes dimensiones e igualmente de gran amabilidad: a menudo los imagino como Papá Noel. Como Papá Noel, llegan en la oscuridad de la noche de la duda y nos regalan la certeza en la realidad del mundo que es creación de Dios. Un gigantesco regalo de Navidad, que se abre para donarnos al mismo Dios, Dios con nosotros, la cosa más cierta del mundo.

UBALDO CASOTTO:
Gracias, profesora Milbank, por las muchas cosas que ha dicho, que podrán leer cuando sean publicadas las actas del Meeting y que deberían todas ser recordadas. Yo quiero sólo subrayar de ellas dos: una es aquella cosa bellísima que ha dicho al principio, cuando ha explicado que la ortodoxia no es la pacificación de los sentidos sino una aventura. Usted ha usado una palabra bellísima, un thriller, la aventura de la ortodoxia es como un thriller, aquello que devuelve viva y vivaz la vida. La segunda cosa es el reclamo, sobre el cual se ha extendido, de la importancia que tiene la figura del niño para Chesterton. Chesterton tiene páginas maravillosas donde explica que el niño es el prototipo del hombre verdadero, del filósofo, porque es capaz de estupor frente al ser. Dice: un adulto se asombra porque en una novela se escribe que se abrió la puerta y tras la puerta había un asesino. Un niño se asombra porque se dice que se abrió la puerta. Yo he entendido más esta cosa, cuando he tenido que hacer una conferencia sobre Chesterton, porque el día antes de hacerla me había detenido ante un semáforo en rojo. Pasa un niño en brazos de su madre y dice: "Mamá, mira qué bonito, es rojo". ¿Quién de nosotros se asombra y está contento porque un semáforo sea rojo? Hay una excepción. Nos gustaba que el semáforo estuviera en rojo cuando, de jóvenes enamorados, aprovechamos para besarnos, por lo tanto para asombrarnos del ser de modo absoluto – usted decía - de modo sorprendente, de modo adorable: hace falta ser niños o enamorados. Chesterton ha sido un gran enamorado y de este gran enamorado que ha desafiado a duelo al mundo, nos habla ahora Edoardo Rialti.

EDOARDO RIALTI:
Buenos días de mi parte. Es siempre un gran honor y una gran alegría estar aquí en el Meeting, y hablar de Chesterton en el Meeting, es una alegría en la alegría. En la parte central de una de las primeras novelas, que lo ha vuelto famoso a nivel internacional, El hombre que fue jueves, se relata un duelo con espadas. El protagonista, el policía Gabriel Syme, se encuentra enfrentando a un tenebroso barón francés vestido de terciopelo negro, que no sólo logra detener prácticamente todos los golpes del protagonista sino que, cada vez que es ensartado, no derrama ni siquiera una gota de sangre, como si fuera un brujo o, peor aún, un demonio. A medida que el duelo avanza, el vestido negro del enemigo semeja ser un tipo de agujero de tinta que aspira alrededor toda la luz: Syme está combatiendo contra una oscuridad que se está tragando a todo el mundo. Y en el último desesperado intento de lanzarse contra el enemigo, se encuentra encima de algo que no sospechaba. Leo: "Syme retomó todas sus fuerzas y todo lo que había de bueno en él. Cantó alto al aire, como un viento alto canta entre los árboles. Pensó en todas las cosas comunes en aquella absurda historia, en las linternas japonesas de Saffron Park, en la cabellera roja de la chica en el jardín, en los honestos marineros que bebían cerveza en el muelle, en sus leales compañeros que estaban a su lado. Quizás había sido elegido justo él como campeón de todas aquellas cosas frescas y buenas, para que atravesara a espada al enemigo de la creación."
Esta imagen, a mi parecer, es una especie de verdadero y real hilo rojo de toda la obra y de toda la vida de Chesterton. Piensen en todas las historias que ha contado: ¿no ha contado siempre sobre alguien que apunta la espada del propio ánimo, de la propia dedicación, contra una oscuridad que, según la expresión de una bella canción de Chieffo, muy conocida por muchas personas aquí, "las cosas devora"? Personas que no se han rendido ante la oscuridad que las cosas devora. Piensen en la primera novela que Chesterton escribe, El Napoleón de Notting Hill, en el cual un pequeño barrio se rebela contra una estandarización que devoraría la especificidad personal, que borraría la gloria de aquella pequeña callejuela que no es notable para el mundo pero es el lugar donde una persona se ha enamorado o donde ha ocurrido una memorable discusión entre amigos. Piensen en aquella que es quizás la escena más famosa de Las aventuras de un hombre vivo, en el cual el protagonista apunta con la pistola contra el vago nihilismo de un profesor universitario que está negando el valor, la belleza, la poesía de todo el universo, a partir de las cosas más grandes y más vastas hasta los detalles más comunes de la casa que tiene delante. O bien, piensen en los protagonistas de La esfera y la cruz, un ateo y un católico, en lucha el uno con el otro pero sobre todo – la cosa aún más decisiva - en lucha contra un mundo entero que querría impedirles que cruzaran las espadas sobre la única cuestión que cuenta de verdad y que todas las fuerzas de la modernidad quieren acallar: ¿Existe Dios o no? Y el ateo junto con el católico, que pensaban cruzar la espada contra el pecho del otro, se encuentran en cambio en la paradójica situación de estar lado a lado apuntándola contra todo el resto del mundo.
¿O bien, qué hace el capitán Dalroy si no combatir, en La Taberna volante, junto a aquel que queda de Merry England, de la Inglaterra alegre y gloriosa, contra el gélido salutismo (v) del mundo contemporáneo? Poco a poco, hasta la Balada del caballo blanco, o bien a las Historias de Padre Brown, Chesterton ha relatado siempre este luchar por aquellos que se aman, este amar y luchar. Escribirá, en su ensayo sobre Dickens: "Nuestra civilización moderna exhibe muchos síntomas de cinismo y decadencia, pero de todas las señales de la fragilidad moderna y de la falta de principios morales, no hay una más superficial o peligrosa como esto, que los filósofos de hoy hayan empezado a dividir el amor de la guerra y a colocarlos en campos opuestos. No hay síntoma peor de aquél que ve al hombre, fuese incluso un Nietzsche, afirmar que deberíamos ir a combatir en lugar de amar, y no hay síntoma peor de aquél que ve al hombre, fuese incluso un Tolstoj, afirmar que deberíamos amar en lugar de ir a combatir. Una cosa implica la otra. Una cosa implica la otra en las antiguas novelas y en la vieja religión, que fueron las dos cosas permanentes de la humanidad. No se puede amar algo sin querer combatir por ello.
No se puede combatir sin algo por lo cual hacerlo."
Ahora bien, este hilo rojo es en realidad el hilo rojo del arte, el porqué de la vida de Chesterton. Pensémoslo: ¿qué ha hecho Chesterton en el '900, sino apuntar a la garganta del mundo con la espada de esta sorpresa, ponerse delante y cantar de manera límpida un amor a todo lo que todos nosotros ya conocemos y a lo cual le tenemos amor, y que para Chesterton constituía lo mejor y más glorioso de cuanto exista en el universo, la aventura de estar en el mundo? "Todo es magnífico comparado con la nada", dirá en su Autobiografía. Y esto es también el motivo por el cual él ha tenido la libertad de escribir de todo, de dialogar con cualquiera sin nunca litigar porque, como decía, la cosa fea de las peleas es que interrumpen las discusiones. Ha tenido la prontitud de espíritu, ante el juicio de la época, al afrontar y denunciar las reducciones de lo humano de su tiempo cuando por el contrario muchos se inclinaban ante una persona llamada Adolf Hitler. Ya en el '33 y en el '36, Chesterton tuvo la libertad de atacarlo, cuando él disputaba con grande y buena educación, sobre eugenesia o vivisección humana, cuando atacaba a la familia, cuando atacaba al amor.
Chesterton ha tenido esta capacidad de estar continuamente en primera línea. La pregunta que quisiera hacer hoy, y tentativamente tratar de dar algún elemento de respuesta, es ésta: ¿qué ha sostenido el pulso de Chesterton al tener apuntada esta espada en la garganta de la modernidad, sorprendiendo, impactando e interrogando a personas tan diferentes de las que compartían sus opiniones? Porque Chesterton no ha sido amado por quien pensaba como él: ha impresionado a personas como Hemingway, o como Borges, ha hecho decir a un ánimo atormentado como el de Kafka: "Es tan glorioso que quisiera decir que es muy verdadero aquello que dice Chesterton". ¿Qué cosa le ha permitido a este hombre tener el pulso firme alrededor de la espada, fuera incluso la pluma con la que ha redactado centenares, millares de artículos, aquello que le ha permitido viajar por el mundo? Porque Chesterton ha contado y ha expresado siempre, como todos los grandes artistas, aquello que antes que nada ha llegado y ha sido entregado a su vida, nos ha donado lo que le ha sido donado.
Como ha dicho justamente y de manera tan profunda la profesora Milbank, Chesterton no ha evitado el cobertor, el pasillo oscuro del escepticismo, de la negación, del miedo, por el contrario, ha dudado de todo, hasta de su misma existencia. Y ha llegado al punto de abrazar las filosofías nihilista cuando era chico. Sin embargo, a 18 años, son palabras de su Autobiografía, "sintió el impulso interior de rebelarse, intentó sacudirse de encima esta oscuridad que, no sólo de fuera sino también desde dentro de él, parecía estar conquistando todo, esta negación radical. ¿Pero qué ha sostenido su movimiento de rebelión, y no lo ha hecho caer? Es él mismo siempre quien lo cuenta: el hecho que este movimiento del corazón, esta intuición no haya sido dejada a la propia capacidad expresiva, a los propios esfuerzos, a la propia, por cuanto inmensa, genialidad sino que haya sido continuamente alcanzada, sostenida e iluminada por algo o por alguien que, desde fuera, llegó a sostener, valorizar, confirmar esta intuición inicial de bien. Chesterton decía que cuando nacemos hay una especie de eterna primavera, esta especie de mañana eterna de cuando se es niño y las cosas son bellas porque están frescas, es como si conservaran los colores del primer día del mundo. ¿Cómo se hace para conservar esto cuando se vuelve grande? Chesterton lo cuenta en su Autobiografía y en tantos otros lugares: ante todo con aquello que se ha sedimentado en nuestra vida, incluso si no nos damos cuenta de ello. Chesterton ha empezado a adentrase en el mundo con una hipótesis positiva - Ubaldo Casotto lo contó al principio - ante todo por la relación con su padre, que no le ha hecho muchos discursos sobre el valor positivo de la existencia sino que ha jugado con él, le encantaba hacer las cosas con él, construir teatrinos, dibujar. Y Chesterton, en su Autobiografía, dirá: "¿Solamente hacer cosas? No se puede decir algo más grande del mismo Dios que el hecho que Él haga las cosas". Es la intuición por la que, de niño, una de las primeras cosas que Chesterton ha visto ha sido un teatrino hecho con amor por un padre que era empleado de banco, que le ha permitido luego mirar cada día, reabriendo los ojos, al inmenso teatrino del mundo, percibiendo también allí quizás que había de veras otro Padre, aún más grande, al que aquel teatrino de papel, frágil y bellísimo, lo rediseña y lo tiene en pie cada día de su vida. Y luego, los encuentros con los escritores que no vió nunca personalmente - Dickens, Stevenson, Chauser, Dante, Shakespeare - y que, dice, “lo han ayudado y lo han sostenido en la esperanza", porque eran "cantores de todas las cosas buenas que están sobre la tierra", de la belleza de estar vivos. Y luego, todavía, el encuentro con su mujer Frances, una mujer que no solamente pensaba que Dios existe sino que vivió una vida conforme a esta certeza. Y Chesterton, paso a paso, ha empezado a hacer como la hacía él. Y los amigos inteligentes y profundos, que tenían una completa visión de la historia y del mundo, como el católico Hilary Belloc. O bien el encuentro con el Padre O'Connor, el sacerdote que será al origen del Padre Brown. Y miren al Padre Brown, es la representación visual de este sacerdote que es un detalle casi insignificante en el panorama de los personajes que son contados en sus cuentos: tiene un aire modesto, siempre es muy torpe, parece estar fuera de lugar. En cambio, tiene una capacidad de penetración en el corazón del hombre de la cual los investigadores de profesión, los intelectuales, los filósofos que lo circundan, no disponen. Padre Brown es la Iglesia para Chesterton, el emblema de toda aquella trama de rostros y relaciones que les he contado antes, el hecho que desde fuera seamos alcanzados por Alguno que no nos mira por lo que hacemos sino por lo que deseamos. Esto es lo que relata aquella que a mi parecer es la verdadera contraparte narrativa de Chesterton, el mejor amigo - porque antes de todo el mejor enemigo - de Padre Brown, el enorme, inmenso ladrón gentilhombre Flambeau, que es el adversario de Padre Brown en los primeros 3, 4 cuentos. Y luego, a un cierto punto, cambia de vida y se convierte en investigador privado, pone su genio de ladrón criminal al servicio de hacer justicia. A un cierto punto, cuando habla de sí frente a un intelectual que dice que los criminales deben ser arrestados, que se requieren los mejores métodos de la ciencia para impedirles hacer lo que hacen, y que en cambio los discursos que hace Padre Brown sobre el deseo y la libertad, sobre el corazón de cada hombre, incluso fuese el más tenebroso y el más depravado, no cuentan para nada, Flambeau del cual nadie sabe que sea el ladrón fugitivo, da un paso adelante y dice: “Hay un criminal en esta habitación, soy yo, soy Flambeau y la policía de dos hemisferios todavía está buscándome. He robado por veinte años con estas mismas manos y he huido de la policía con estos mismos pies. Espero que ustedes admitirán que mis actividades fueron prácticas, como espero que admitirán que mis jueces y acosadores trataban de verdad con el crimen. ¿Creen que no conozco a fondo todo lo que concierne a sus modos de reprimir el crimen? ¿No he escuchado acaso los sermones de los justos y he visto la fría mirada de las personas respetables? ¿No he sido acaso catequizado con aquel estilo elevado y destacado? ¿No me he quizás preguntado cómo fuera posible a alguien caer tan bajo para hacerme decir que ninguna persona decente habría podido nunca siquiera soñar con una depravación semejante? ¿Creen que todo lo que me han hecho no me ha causado más que risa? Sólo mi amigo aquí, (e indica al Padre Brown) me ha dicho exactamente porqué robaba, y desde entonces no lo he hecho más."
Frases que, entre otras, muchos inmorales moralistas de hoy harían bien en meditar. Pero lo impresionante de lo que Flambeau dice aquí es lo que Chesterton dice de sí en la Autobiografía: “He encontrado sólo una religión capaz de bajar conmigo a las profundidades de mí mismo”, allí donde el hombre experimenta, como Flambeau, que, por muy enamorados que estemos de la vida, por muy enamorados que estemos de lo que tenemos, somos los primeros en estropearlo misteriosamente. ¿Cuál es el drama de Flambeau? Que de ladrón gentilhombre está convirtiéndose en un bandido, está convirtiéndose en alguien que no sólo ama las cosas, hasta robarlas sin hacerle mal a nadie, sino que está empezando a engañar, a ensuciar, a arruinar otros. Y Padre Brown, que lo mira por lo que desea y no por lo que hace, está en grado de llegar exactamente a aquel punto de conjunción y ofrecerles a Flambeau y a Chesterton eso que cada hombre, de grande, necesita para volverse niño: ¡el perdón! Es decir, un don que vuelve una y otra vez a derrotar al mal que está afuera y dentro de nosotros. Exactamente como, al principio de la Divina Comedia, le sucede a Dante Alighieri. Es esto - la última cosa que quiero leerles - que ha sostenido la fuerza de Chesterton durante toda la vida, tal como la cuenta en una página que muchos de ustedes habrán disfrutado ciertamente, muy bien declamada, anoche, de la Balada del caballo blanco. Me permito recitarla brevemente porque, en filigrana, aquí se puede leer mucho del recorrido humano y por lo tanto del don que el pensamiento y el arte de Chesterton son para nuestro tiempo. En el corazón de la batalla, el puñado de cristianos se encuentra a un cierto punto a tener que enfrentar a un príncipe pagano vikingo que ha hecho hechizar su propia espada por parte de las brujas y que, con esta lanza embrujada, está devastando al campo enemigo. Todos escapan excepto un italiano, Marco, un patricio romano convertido, que mantiene la línea y grita: "Estén sólidos como un águila", en la bonita traducción de Annalisa Teggi. "Estén sólidos como un águila" gritó Marco "estén firmes como los muros de Roma, adelante, en sus casas las luces se están apagando, caen los frutos de sus ramas". Es la oscuridad, vean: "Justo ahora tu viejo techo arde, Gurt, ha llegado el día del Juicio sobre la tierra, ha llegado la lucha cuerpo a cuerpo con la muerte". ¿Qué sucede?
Que la mayor parte de los ingleses son neoconversos del paganismo y por lo tanto tienen una fe incierta, muy supersticiosa: frente a la magia negra empiezan a alejarse y a escapar, porque aquellos hombres mezclaban a Dios con la magia, Dios, el milagro que es la fuerza de otro, con la magia, que es en cambio un poder, un cálculo. Mezclaban a Dios con los dioses, con la torre y el vidrio del brujo. A este punto, en cambio Chesterton hace un himno al lugar y a la educación que han forjado la mirada de Marco: a mi juicio es una de las cosas más bellas sobre Italia que jamás hayan sido escritas. Por lo demás yo vengo de Florencia, en la cual estos versos tienen como un peso específico; en cambio Marco proviene "de las ciudades resplandecientes donde siempre nuevos detalles se muestran, donde el hombre puede contar y discutir". Y su fe había crecido en un terreno difícil, hecho de dudas, de razones y de mentiras descubiertas, donde ninguna otra fe puede crecer: "porque un credo que crece entre miles de creencias se dispersa de un momento a otro, pero un credo que surge en el escepticismo - he aquí a Chesterton - se fortalece como el hierro y se distingue."
Marco no tiene miedo, mata al príncipe y rompe la lanza y el pueblo cristiano de improviso grita "Dios ha roto la lanza del mal". Un milagro, en cuanto que ha sido un movimiento humano. Y en aquel punto, Marco grita de nuevo: "¡Lanza en ristre, muerte a los dioses de la muerte! Sobre los tronos de la oscuridad y de la sangre", sobre todo lo que hay de mal "corre Dios que es el jornalero bueno y el oro y el hierro, la tierra y la madera, Él los ama y los trabaja". Hay Alguien que ama la realidad más de cuanto la amamos nosotros: “brotan los frutos en sus granjas", es un verso opuesto a aquel de antes, donde los frutos "caían”. "Las luces se encienden en cada casa, el Dios de todas las cosas buenas que hay sobre la tierra, de las ruedas, de las tramas de cada factura, el Dios que ha construido el techo, el Dios que ha abierto el paso, el Dios que siega a los reyes como a las encinas, que escribe cantos sobre las pieles, el Dios del oro y el vidrio candente confregit potentia arcum et scutum et gladium et bellum" (vi). ¿Qué sucede? Que Marco, en el corazón de la batalla, se ha puesto a cantar los salmos del Rey David, que cuentan cómo Dios no deja solo a su pueblo y combate con él. "Acero y chispas se quebrantaron sobre él, caballos de batalla y puños": todos parecen quererlo callar, "pero todos los reyes del mar vacilaron cuando se levantó la madera de las armas al campanazo de la palabra del romano, al estruendo del salmo."
A mi parecer, ésta es una imagen extraordinaria también de lo que ha sido Chesterton en el '900. Chesterton, en el '900, es un hombre que se ha puesto, en el corazón de nuestras batallas, a cantar en latín, es decir se ha puesto a cantar en nombre de todo lo que amaba y se ha encontrado con las palabras que fueron las más adecuadas. No por un tradicionalismo o un esteticismo, sino porque eran las palabras con las que se nos transmitió por miles de años continuamente la perenne alianza que hay entre el hombre y Dios, la certeza que cada vez que el hombre empuña la espada para combatir por lo que ama, el hombre sujeta la espada pero es Dios quien sujeta el pulso del hombre. Gracias infinitas.

UBALDO CASOTTO:
¡Se ve que eres florentino, tienes la batalla de Montaperti (vii) en la sangre! Se me ocurre sólo una frase de Chesterton, como comentario a la bellísima intervención de Edoardo. A un cierto punto, dice él: "Para un hombre que a penas en cuanto sepa tener en mano la espada, siempre es un honor aceptar un duelo". Que es lo que él ha hecho durante toda la vida, que es lo que lo ha convertido en lo que es: "Yo agradezco al cristianismo porque me ha permitido no ser sólo hijo de mi tiempo", dice. Por tanto, no cortesano sino protagonista de la historia. Que luego el duelo - fue muy bella la cosa de Flambeau, del mejor enemigo se convierte en el mejor buen amigo – lleva al encuentro, no a la guerra, lo lleva a encontrar a otros hombres.
Creo que esta hora y media que hemos pasado juntos sea el testimonio de una frase que Chesterton dice, siempre en su Autobiografía: "Encontrar a un hombre, aunque sólo se le encuentre por una hora o dos, siempre es una aventura y una experiencia única". Yo creo que el tiempo que hemos pasado con las palabras de la profesora Milbank y Edoardo Rialti también sean para ustedes, como para mí, la prueba segura de la verdad de esta afirmación suya. Ciertamente, también respecto a él cabe la admonición de Péguy, como nos recordó de ello la profesora Milbank, en El misterio: "porque ningún hombre conoce al hombre, porque una vida de hombre, una vida humana como hombre, no basta para conocer al hombre, tan grande es y tan pequeño, tanto es alto y tanto es bajo, pero la infinitud de la empresa no nos desanima para emprenderla". Yo les señalo, además de todos los libros citados y de los otros de Chesterton que hay en la librería, una novedad absoluta, la revista internacional sobre Chesterton que sale por primera vez en Italia y que se encuentra en las librerías italianas, empezando con la del Meeting. Como dice Stefano Alberto, alias Don Pino, en el prefacio al volumen que también yo he hecho sobre Chesterton, "Lean a Chesterton, un hombre vivo que nos mantiene vivos". Gracias.

Notas del traductor:
(i) Se refiere a la representación de La balada del caballo blanco, realizada el lunes 22 de agosto de 2011. Relativa a un texto de Gilbert Keith Chesterton, publicado en Italia por Raffaelli Editore bajo el cuidado de Marco Antonellini. Traducción y adaptación de Annalisa Teggi. Puesta en escena bajo el cuidado de Otello Cenci. Interpretado por Massimo Popolizio. Voz solista Eleanor Shanley. Presencia escénica y voces Laura Palmeri. Con la colaboración de Chesterton Institute. Fuente: http://www.meetingrimini.org/?id=673&item=5181

(ii) Peekaboo: Peekaboo es un juego jugado por niños. En el juego, el jugador de más edad esconde su rostro, luego, aparece de nuevo a la vista del bebé, y dice Bu! Peekaboo es utilizado por los psicólogos del desarrollo para demostrar la incapacidad de un niño de entender la permanencia del objeto. Fuente: http://en.wikipedia.org/wiki/Peekaboo

(iii) Majá Vidiá. En el marco del hinduismo, las Majá Vidiá (‘grandes sabidurías’) son diferentes aspectos de la diosa madre Deví. Las diez Majá Vidiás son conocidas como diosas de la sabiduría. El espectro de estas diosas cubre el rango que va, desde las diosas más terroríficas hasta la belleza sobrehumana. El nombre majá vidiá se compone de la palabra mahā: ‘grande’ y vidiā: ‘sabiduría’ (parecido a gñāna: conocimiento). Fuente: http://www.wikipedia.com

(iv) T. XVIII “Más allá del principio de placer” Punto II Pag. 14-6. Al abordar Freud la neurosis traumática y estudiar el modo de trabajo del aparato anímico se refiere al juego infantil…”, desde un punto de vista económico, considerando la ganancia de placer, …” el niño no hacía otro uso de sus juguetes que el de jugar a que se iban”… tenía un carretel de madera atado a un piolín, arrojaba el carrete, tras la baranda de su cunita, el carretel desaparecía ahí dentro, pronunciaba su significativo –ooo- (se fue), y después tirando del piolín, volvía a sacar el carretel de la cuna, saludando ahora su aparición con un amistoso –da- (acá está). Ese era pues el juego completo, el de desaparecer y volver. Fuente: http://www.eolrosario.org.ar/doc%20erinda%20curso.pdf

(v) Salutismo: Es el sistema de creencias, valores y prácticas sociales que conforman una conciencia falsa o limitada sobre la salud. Determinados mensajes sobre la salud, muy arraigados en nuestra sociedad, nos inducen a pensar que la salud es un valor absoluto que se logra a través del esfuerzo personal, sin tener en cuenta otros factores sociales, económicos, políticos y medioambientales. Quizá por ello muchas personas busquen, actualmente, vivir para estar sano en lugar de estar sano para vivir. Fuente: http://www.buenastareas.com/ensayos/Salutismo/1112397.html

(vi) Abbatterà la potenza dell’arco, dello scudo, della spada e della guerra

(vii) Allí quebró las flechas fulgurantes del arco, el escudo, la espada y las armas de guerra. (Salmo 76, v. 4)

(viii) La Batalla de Montaperti se libró el 4 de septiembre de 1260 entre las repúblicas de Florencia y Siena en la Toscana como parte del conflicto entre los güelfos y gibelinos. Ganó notoriedad por un acto de traición que cambió el curso de la batalla, que fue inmortalizada por Dante Alighieri en su poema la Divina Comedia. Fuente: www.wikipedia.com

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