Después de la muerte, la vida. Para todos los pueblos
autor: Julien Ries
fecha: 2010-10-22
fuente: Dopo la morte, la vita. Per tutti i popoli
traducción: Jorge Enrique López Villada

No sólo celtas, etruscos, germanos: la creencia en el más allá existe desde la prehistoria

Las primeras tumbas, aparecidas hacia el 90.000 a.C., y la gran cantidad de tumbas del hombre de Neanderthal a partir del 80.000 a.C., enseñan que en la prehistoria los vivos creyeron en una supervivencia de sus difuntos, puesto que las tumbas contienen huellas de alimentos y utensilios destinados a ser usados por los difuntos inhumados. A esto y a partir del paleolítico superior (40.000 a.C.), se sumó un trato especial del cuerpo del difunto, que fue cubierto de ocre rojo, símbolo de la sangre y punto crucial de la vida, con un particular cuidado de la cabeza y la aplicación de conchas en las órbitas oculares, señales de una nueva visión e instrumentos cada vez más numerosos junto al cuerpo del difunto, lo que indica que no se tenía que entrar en el más allá privados de bagaje. Hacia el 10.000 a.C., con la aparición de las primeras aldeas, cercanas a éstas, encontramos cementerios, señales de una unión entre los vivos y los muertos.
Dirijamos la mirada a las antiguas poblaciones indoeuropeas, los etruscos, los celtas y los germanos. Procedentes del Asia Menor, las poblaciones etruscas se fijaron en Toscana. Cuando los romanos apenas iniciaban a familiarizarse con la escritura, los etruscos ya poseían un alfabeto, heredado de los griegos. Por cuanto concierne al mundo de los difuntos, contamos con numerosas pinturas que ornan las paredes de las habitaciones fúnebres: escenas de caza, de juegos, banquetes y danzas. Sin descuidar la suntuosidad de las tumbas, a partir del siglo VIII a.C. verdaderas moradas fúnebres. Una gran cantidad de artefactos y una rica gama de utensilios domésticos han sido encontrados. La tumba es construida a imagen de la casa: es la residencia del difunto. El tema del viaje hacia el más allá da razón del gran número de escenas representadas sobre las urnas funerarias y sobre los sarcófagos hallados por los arqueólogos.
Los celtas ocuparon la Germania meridional, la Galia, Gran Bretaña, Irlanda, Italia septentrional y España. Su cuna es la Europa central y occidental: se trata de una mezcla de razas que adopta muchos dialectos indoeuropeos. Actualmente se comprende que el mundo celta estuvo en posesión de una religión popular, pero también de una religión de las clases superiores, los druidas y los caballeros. Los testimonios de la antigüedad ponen en evidencia la importancia de la creencia druídica sobre la inmortalidad del alma. Su competencia religiosa, poética y sacerdotal hizo de los druidas, en la sociedad, el cuerpo de sabios contrapuesto al cuerpo de guerreros. Los druidas eran los mediadores entre los hombres y el mundo sobrenatural. El paraíso celta, llamado Sid en Irlanda, es "un túmulo sobrenatural", un mundo maravilloso en el que los difuntos atraviesan una existencia paradisíaca. Un paraíso situado al este de Irlanda, más allá del poniente. Todo es bonito, joven, fascinador y puro. Los mensajeros del otro mundo vienen a buscar a los difuntos y los introducen en este mundo maravilloso: donde se escucha una música dulcísima, se comen manjares suculentos, se bebe aguamiel y vino. El Sid es un mundo perfecto que emerge de la mediación y las enseñanzas de los druidas, un lugar de felicidad y paz.
Un elemento importante descubierto en las tumbas gálicas es el huevo roto, símbolo de la vida. Está ligado a la génesis del mundo y representa la renovación periódica del cosmos. En algunas regiones de Irlanda, eran arrojadas cartas en la tumba de los difuntos. Impacta el optimismo de la escatología celta. Diversos elementos explican este fenómeno: la gran prosperidad de la sociedad gracias a la metalurgia, el influjo de la civilización griega, una clase sacerdotal compuesta por druidas, de bardos especialistas en canto y poesía y de adivinos (vate) encargados de la adivinación y de arte de la naturaleza tal como la doctrina de la inmortalidad del alma transmitida por la tradición druídica.
Los antiguos germanos y escandinavos son muy diferentes de los celtas. Georges Dumézil ha mostrado que la función sacerdotal, lo sagrado, fue relegada a un segundo plano por la función guerrera, sobresale ésta gracias al dios Odín-Wotan, el árbitro de los combates. De aquí la exaltación de la violencia, que se encuentra en el origen del pesimismo. A esto se suma la noción de destino, elemento central de la religión germánica. El destino, gaefa-gifta, es un regalo inicial que se desarrolla con el heroísmo. La hamingja es la forma que asume el destino cuando se liga a una familia. El germano no está nunca solo: hace parte de un Sippe, un clan. Desde el 3500 a.C. están presentes en las tumbas megalíticas, los dólmenes, tumbas de los Sippe y los jefes. Con la cremación se establecen los campos de urnas. Durante el período de las tumbas megalíticas los vivos llevaban las ofrendas cerca de las tumbas, encendiendo fuegos. Inmediatamente después de la muerte son cerrados la boca, los ojos y las fosas nasales del difunto y se entierra en un lugar desde donde se puede observar su casa y los paisajes que le eran familiares. En la tumba son puestos objetos que el difunto necesitará en el más allá.
Los germanos temían el retorno de los difuntos. Al momento de los funerales se sacaba el cadáver de la casa por una abertura que inmediatamente se cerraba, de modo que no hallara, eventualmente, el camino de vuelta. En el otro mundo hay dos posibles lugares donde estar. El primero es llamado Hel, Halja en gótico. Es un valle glacial, dominado por el frío y por torrentes y protegido por enormes puertas y bastiones. El otro lugar es el Valhalla o Valhöll, zona reservado para los que han sido escogidos por el dios Odín, es decir, los guerreros caídos en batalla y todos los que han muerto en actos heroicos y que son llamados einherjar, héroes de élite. Gozan de un lugar agradable, haciendo combates cotidianos en los que no hay heridos y banquetean con bebidas de aguamiel sagrado ofrecido por las Valquirias, las divinas asistentes del dios Odín. Los guerreros se alimentan de carne de jabalí. Doce habitaciones del Valhalla son reservadas a los dioses, con quienes los héroes pasarán la eternidad. Está luego la pradera de Odín, Oddinsakr, el campo de los inmortales, de los que gozan del la inmortalidad: para ellos no existe ni enfermedad ni vejez ni muerte. Una vegetación de oro cubre la pradera y un brillante sol la ilumina: el verde de la pradera simboliza la vida, mientras que el amarillo es la señal indoeuropea del la inmortalidad.

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