Ecología humana y sostenibilidad
autor: Luca Valera
fecha: 2011-11-24
fuente: Ecologia umana e sostenibilità
traducción: María Eugenia Flores Luna

1. El problema ecológico. Hallar un orden

La temática ecológica es de absoluto relieve en la contemporaneidad. Baste pensar en cuánto, en la civilización tecnológica contemporánea, se esté difundiendo la convicción expresada por el lema “Ecological is Better”: la economía y la producción deben ser ecológicas, la comida debe ser ecológica, nuestro tren de vida tiene que ser ecológico, etc. Fundamentalmente en la raíz de este abuso del adjetivo “ecológico” probablemente está la conciencia de que la humanidad ya no sea capaz de gobernar los productos tecnológicos que ella misma ha generado, que ya no se pueda enfrentar más a las consecuencias y a las problemáticas originadas por la tecnología. La ecología nace entonces como “panacea” a esta visión apocalíptica-catastrófica del mundo como una ideología que, aunque puede parecer paradójica, combate a los hombres por el bien de la humanidad.
La tentativa de restablecer una correcta relación hombre/naturaleza se propone pues, en la contemporaneidad, como valorización de todo lo que es natural y, de otro lado, como demonización de todo lo que es humano. A la base de eso está el olvido fundamental de que también el hombre - aunque ya no se pueda identificar más con el “buen salvaje” roussoniano - toma en todo caso parte en la naturaleza, y toma parte con su peculiaridad esencial que es la racionalidad.
En este sentido para el pensamiento ecológico más difuso la especie Homo sapiens, amenaza principal de la existencia del ecosistema, tiene que ser sólo considerada “una entre las muchas especies que pueblan el planeta Tierra”, ahí donde el objetivo crucial resultaría ser, precisamente, el salvaguardia del ecosistema, aún antes que el salvaguardia del ser humano. Este último es visto cómo un peligroso “cáncer” que hay que contener y a veces debelar. Dice así en efecto el Manifiesto del Deep Ecology:

la prosperidad de la vida y de las culturas humanas es compatible con una sustancial disminución de la población humana: la prosperidad de la vida no humana exige tal disminución (1).

Aldo Leopold, uno de los padres del Deep Ecology, en el texto Almanaque de un mundo simple, escribe un capítulo titulado ¨Pensar como una montaña¨, afirmando implícitamente que el hombre, para ser ecológico, tenga que comprender las “necesidades” de todos los seres que son parte del ecosistema.
Vuelve aquí la cuestión esencial del significado del término ecológico. En cierto sentido podríamos decir que - permítanme la interpretación - ecológico significa ordenado. Me explico: si la ecología (oikos - logos) es el estudio de la casa, del ambiente, según la definición que Haeckel nos entrega, el concepto de orden se vuelve central. Sea por cuanto concierne al estudio (al logos, o sea), al objeto formal, que por cuanto concierne a la casa, al ambiente (al oikos), al objeto material.
Un estudio, una explicación se sirve de hecho del orden cual principio fundamental: buscamos las leyes, indagamos los elementos de repetitividad, y, por contraste, los de singularidad. Así podríamos decir que un modelo científico es una tentativa de coger y representar el orden de la complejidad del mundo.
Del mismo modo, el objeto material de la ecología, la “casa” o “ambiente” habla de la necesidad de un orden. Ya los antiguos llamaban a la naturaleza kosmos, orden, precisamente, como Platón escribe en el Gorgias. También nosotros hoy, observando una casa, decimos, generalmente, que es bonita en cuanto es ordenada. Es bonita en cuanto la cama matrimonial está en la habitación matrimonial y el horno en la cocina… un horno en la habitación matrimonial o una cama en la cocina nos dejarían bastante perplejos en cuanto se ponen fuera del orden de las cosas, precisamente. Y esto nos lo dice el sentido común, generalmente, no hay necesidad de especulaciones filosóficas muy profundas.
Del mismo modo el sentido común también nos dice que el ser humano es un ser humano y la montaña es una montaña: por eso nos parece absurdo que el hombre tenga que “pensar” como una montaña y viceversa (quizás la comparación con el mundo animal habría sido más apropiada, en este caso).
Para respetar pues el orden de las cosas - y para ser ecológicos, según cuanto ahora hemos evidenciado - tenemos que volver a considerar cada ente en su especificidad, o sea en su naturaleza (o esencia), dirían los filósofos escolásticos. Para ser ecológico, pues, el hombre tiene que volver a hacer el hombre y el animal a hacer el animal: en este sentido se procede hacia la plena realización de la naturaleza de cada ente y se restablece el orden de las cosas. El impulso ecológico es pues, ante todo, un impulso cognoscitivo: se trata de comprender, o sea, la naturaleza de las cosas, para poderles hallar su orden (Aristóteles diría: para señalar la vía que las reconduce al lugar al cual naturalmente tienden); para realizar, en fin, su naturaleza.

Por este motivo el Human Ecology, tal como queremos pensarla y tal como hemos empezado a diseñarla, entiende ponerse más allá de los paradigmas tradicionales de la ecología: el paradigma biocéntrico y aquel antropocéntrico. No se trata de contener al ser humano para atribuir derechos al ecosistema (es éste el pensamiento central del biocentrismo) ni de permitirle al hombre la explotación ilimitada y desmedida de los recursos (como afirma el antropocentrismo más radical). Al contrario, se trata de recolocar a cada ente en el propio orden y de respetar pues aquella jerarquía ontológica que la realidad misma nos muestra; en tal modo se hará manifiesta, no sin esfuerzo evidentemente, lo que los filósofos han llamado la “escalera del ser”.

2. El problema humano. Restablecer la importancia del hombre

En una lógica puramente sistémica como aquella de la ecología contemporánea (piensen sólo en la sustitución del término naturaleza con el término ecosistema), el individuo cuenta menos que el todo: el sistema como elemento que emerge y que no puede ser identificado con la simple suma de las partes, es considerado un valor; el individuo, no. En esta lógica anti-identitaria, se comprende bien cómo el individuo - que no tiene nombre ni dignidad a priori - tenga que demostrar que es útil a la salvación del todo, del ecosistema, y lo será en la medida en que logrará sacrificar el propio bien en vista del bien del todo. Sin embargo cada hombre individual, desde el punto de vista del ecosistema, no sólo no es útil, sino - en particular en la actual contingencia histórica - es dañino, como muestra el Robinson Crusoe de Mary Midgley:

«19 de septiembre de 1685. Hoy me propongo destruir mi isla. La lancha está en la orilla y todo está listo para mi partida. También los amigos de Viernes están esperándome […]. Me ha venido gana de ver como se quema todo. Diseminando hábilmente aquí y allá pólvora en ciertos matorrales secos oportunamente escogidos, y dándole fuego, en un instante lograré hacer quemar todo, y al alba de mañana no habrá ya ni una sola hierba entre las ruinas» (2).

Si es verdadero, en cambio, que el ser humano hace parte de la única especie capaz de producir un problema ecológico (y lo hemos podido observar con nuestros propios ojos en los dramáticos acontecimientos de Fukushima), en cuanto único ser que no se adapta al ambiente sino que, viceversa, intenta adaptar el ambiente a sí mismo, también es verdadero, por otro lado, que es el único ser viviente que puede encontrar una solución a tal problema, con buena paz de Peter Singer y de los movimientos por los derechos de los animales.
Tal concepción resulta pero anticuada, o al menos así parece hoy, como escribe Henrio Thoreau: «de la naturaleza salvaje depende la supervivencia del mundo» (3). Una vez más la maldad presunta del hombre parece oponerse drásticamente a la bondad más que presunta del ecosistema, el que parece capaz, por su lado, de homeóstasis y de auto-mantenimiento. Si de una parte, pues, el hombre parece crear los problemas para el ecosistema, de la otra, el ecosistema parece remediar los daños creados por el hombre.
En abierto contraste con esta visión anti-humanística tenemos pero que recordar que el ser humano posee una característica de manera peculiar - la racionalidad - que hace que él sea el único ser capaz de hablar del ambiente, problematizar sobre él y poner atención de manera responsable. Aunque, pues, el hombre pueda ser considerado como el principal artífice de la crisis ecológica, al mismo tiempo también parece que fuera de él no pueda darse solución razonable. Es por tanto coherente afirmar que debemos in primis salvar al hombre, curarlo de las heridas seculares del dualismo, a nivel ontológico y del relativismo, a nivel moral, para poder curar el entero ecosistema. Tenemos que volver luego a reexaminar al hombre como elemento esencial, volver a reconocerlo importante en cuanto hombre, digno de cura, para no caer en la aporía expresada por la célebre frase de Wittgenstein:

Si sentimos hablar a un chino, nos vemos obligados a tomar sus palabras por un borboteo inarticulado. Quien entiende el chino reconocerá en cambio el lenguaje. Así, a menudo yo no sé reconocer al hombre en el hombre (4).

El hombre en efecto es herido por una fractura interior de origen secular: aquella, o sea, de la separación entre res cogitans y res extensa. Si el mundo del espíritu, en efecto, no tiene nada que ver con el mundo de la materia, y si, a nivel antropológico, el cuerpo del hombre es puro dato biológico, homme machine, se comprende bien como esto (y como también la naturaleza) pueda convertirse en objeto de mutación y transformación continua. Una vez, luego, que se haya demostrado la inexistencia del alma y el achatamiento de ella sobre la conciencia no nos queda otra cosa del hombre más que el cuerpo. Un cuerpo frágil, contingente y limitado - como nos certifica la experiencia cotidiana - y por lo tanto que tiene que ser potenciado, modificado y por último, transformado. Éste es el impulso al que se está asistiendo en la contemporaneidad a través de los movimientos transhumanistas, posthumanistas y de human enhancement. El problema ecológico es pues un problema ante todo antropológico y de aquí surge la necesidad de sostenibilidad. La salvaguardia del ecosistema no puede prescindir pues de la curación del hombre, y viceversa.
Por este motivo será oportuno pensar en una ecología que vea el ser humano como protagonista, no como desdichado accidente, sino como protagonista en el sentido de promotor y fin último de la ecología. Una real ecología tendrá que ser pues necesariamente connotada como ecología “humana”: humana en cuanto promovida por la iniciativa del hombre, humana en cuanto finalizada a la salvaguardia y al desarrollo del hombre. Por estos motivos la Human Ecology es la ciencia que tiende a incrementar la responsabilidad del ser humano en la acción sobre él mismo y sobre el ambiente que lo circunda.

3. El desafío de la Sostenibilidad

La exigencia de la sostenibilidad nace pues de una exigencia de tipo ecológico. Hace falta mantener en equilibrio un sistema, un sistema que aparece cada vez más vulnerable y cerca de la destrucción; destrucción que, en el caso específico, se llama agotamiento de los recursos.
La problemática a la que nos invita la sostenibilidad es pero una problemática de tipo contractual: se trata, o sea, de hacer conciliar ámbitos también muy diferentes de la existencia y a menudo en contraste. Me explico: actualmente se dan tres tipologías principales de sostenibilidad: económica, ecológica y social. Se entiende enseguida como la dimensión económica a menudo amenaza con contrastar con aquella ecológica y lo mismo se puede decir por lo que concierne a aquella social. A menudo tenemos conocimiento, en efecto, de productos con impacto ambiental muy reducido, pero, del otro lado, con un costo de veras elevado. Y lo mismo para lo contrario: los productos menos costosos generalmente son también aquellos más dañinos por el ambiente, (se me ocurre, en este caso, el papel reciclado y el papel no reciclado). Resulta enseguida evidente cómo la sostenibilidad, por como es interpretada actualmente, padezca la problemática de los “sistemas cerrados” de Prygogine: el sistema sostenibilidad ecológica pugna con el sistema de sostenibilidad económico.
Un problema de no menor importancia es aquel de la vacuidad conceptual de la categoría sostenibilidad, como el ecologista John Ehrenfeld subraya:

la sostenibilidad y los términos que derivan de ella, pertenecen a la misma clase de los conceptos clave que están a la base de cada democracia liberal - como igualdad y libertad - que son escritos en los documentos de la fundación de los Estados Unidos. Términos como éste han sido llamados nociones esencialmente controvertidas, entendiendo con eso que existen interminables disputas acerca del significado y el grado por el cual se consigue lo que es indicado por el concepto (5).

Nos encontramos pues frente a un término que viene hoy utilizado de manera muy estimativa y poco descriptiva, que sirve generalmente de marca de garantía ética para las empresas. Como enseña la intervención del profesor Marcos, el concepto de Sostenibilidad no expresa un “valor de por sí”, sino en todo caso tiene siempre que ser precisado y determinado por un contenido. Que una guerra sea sostenible, o sea, no nos parece cosa buena; al contrario podríamos afirmar en cambio por cuanto atañe a la paz. El nivel de abstracción, formalidad e indeterminación de este término hacen que sea el contenido quien indica su bondad o menos. La sostenibilidad no es pues un valor en sí, del mismo modo de lo que, por ejemplo, la coherencia, no sea de por sí siempre un bien: se puede ser coherentes en el bien cuanto en el mal.
Las definiciones actualmente reconocidas de la Sostenibilidad (pienso, en primer lugar, a la celebérrima “Relación Bruntland”), al menos así nos parece, pecan pues de indeterminación y de conflictividad interna, como hemos mostrado mediante los dos puntos brevemente puestos en evidencia. Es pues necesario reformular este concepto, y nos parece que el punto del cual partir sea una vez más la necesidad de recolocar al centro de nuestra investigación al ser humano, en el respeto de la naturaleza de cada realidad. Deseamos, pues, ponernos fuera de los actuales modelos de sostenibilidad, para precisar solamente - y ésta es nuestra propuesta - que la sostenibilidad es la característica de un sistema en evolución que tiene que ser mantenida para la salvaguardia de la vida humana y por tanto del ecosistema
No se quiere pero, al menos aquí, agotar la problemática que la sostenibilidad nos pone delante: el intento de hoy es exclusivamente aquel de delinear la perspectiva en la que queremos colocarnos, y por tanto recordar como nuestro objetivo sea, ciertamente ralentizar la velocidad de consumo de los recursos no-renovables, ciertamente encontrar soluciones que contemplen la eco-eficiencia, pero todavía más ciertamente, y por tanto por último, favorecer el desarrollo integral del ser humano.

4. Nuestro objetivo: un Indicador para la Sostenibilidad

Ahora llegamos al punto decisivo y conclusivo. La dimensión teorética es esencial en cuanto fundación de una dimensión práctica, de una norma. Por este motivo desde hace más de un año, en colaboración con la licenciatura magistral de Ingeniería Química para el Desarrollo Sostenible y el Laboratorio de Física Teórica y Modelos Matemáticos de esta Universidad hemos encaminado un grupo de estudio sobre el concepto de Sostenibilidad, finalizado a redefinir el concepto, en primer lugar y a formalizarlo en un Indicador, en segundo lugar.
Queremos recordar, a este propósito un célebre lema latino de Tito Livio: «Dum Romae consulitur, Saguntum expugnatur» (6). Mientras que en Roma se discute, Sagunto es expugnada. No deseamos que nuestra Sagunto sea expugnada: entendemos, más bien, modificar la realidad factual hic et nunc. La modalidad que tenemos a disposición para modificar la realidad es aquella de crear un Indicador, que permita evaluar la Sostenibilidad de un proceso o un producto a la luz de algunos elementos esenciales y, por tanto, implementar una producción realmente ecológica.
La reformulación del concepto de Sostenibilidad nos ofrece pues la posibilidad de encontrar un Indicador coherente con ello y de probar a desbaratar la dimensión meramente cuantitativa de los indicadores existentes (pienso, en este caso, al Life Cycle Assessment), para introducir elementos cualitativos como la dimensión estética, por ejemplo, como veremos dentro de poco.
Los trabajos, en este sentido, están en obras: el profesor Barba y un grupo de ingenieros químicos (con los que he tenido, en el caso específico, el placer de colaborar) han ideado ya un instrumento que sirve para evaluar la eco-eficiencia de un proceso de una misma compañía (en este caso el Tredegar Film Production) por un lapso de tiempo, y este indicador se llama Flower Tool. Este, en cambio, es sólo un primer paso significativo: estamos afinando las armas para intentar dar el salto de calidad.
Un ulterior elemento de novedad que querríamos introducir es aquel de la complejidad: somos bien conscientes que la realidad es siempre más articulada y compleja del modelo que podemos crear para describirla, pero no por este motivo queremos desistir del probar a acercarnos a ella. Con los instrumentos que tenemos a disposición, con los instrumentos que nuestro Laboratorio de Física Teórica y Modelos Matemáticos ha desarrollado - como nos mostrará la intervención de la profesora Filippi - podemos intentar acercarnos a pensar la complejidad para la Sostenibilidad, o cuanto menos, probar a cambiar nuestra perspectiva.
Así el Indicador Human Ecology (indicador sobre el que estamos trabajando actualmente y del que aquí sólo hemos precisado las bases teóricas y los elementos esenciales) quiere ser la expresión científica de nuestra propuesta de una visión del cosmos más allá de los paradigmas biocéntricos y antropocéntricos y de una confianza en el ser humano que, aun herido, puede contribuir todavía a un desarrollo sostenible del ecosistema, y por tanto, a un desarrollo sostenible de la misma naturaleza.

1. À. Naess, G. Sessions, Manifiesto de la Deep Ecology, punto 4. Traducida y publicada por Luc Ferryne en El nuevo orden ecológico.
2. M. Midgley, De nos sevoirs envers les iles, p.105.
3. H. D. Thoreau, Caminar, Óscar Mondadori, 1991, p. 33.
4. L. Wittgenstein (1914), Pensamientos diferentes, Adelphi, 1980.
5. Ehrenfeld J.R (2008), “Sustainability Needs to Be Attained, not Managed”, Sustainability: Science, Practice, & Policy, 4, n. 2.
6. Tito Livio, Historias, XXIS, 7, 1.

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