Educar. Una responsabilidad, una misión, una alegría
autor: Carlo Caffarra
Cardenal, Arzobispo de Bolonia (Italia)
fecha: 2010-05-03
fuente: Educare: una responsabilità, un compito, una gioia
acontecimiento: Congreso por la sección en Imola (Italia) de la Federazione Italiana Scuole Materne [Federación italiana Jardines infantiles], (FISM)
traducción: María Eugenia Flores Luna

El vuestro Excelentísimo Obispo me ha pedido someter a reflexión algunas consideraciones que traen inspiración de la Carta formativa de la Escuela católica de la infancia, un documento que he publicado el pasado septiembre.

1. Esencialmente la relación educativa es una relación entre una autoridad y una libertad.
El contenido de esta relación está constituido por la oferta de una propuesta de vida hecha por la persona autorizada a la persona en formación.
¿Qué se entiende por «propuesta de vida»?. Si comparamos la vida a la construcción de un edificio, lo que es el proyecto para el edificio es la «propuesta de vida» [que constituye el contenido de la relación educativa] para la persona educanda.
En estas simples observaciones está encerrado todo: la tarea, la responsabilidad, la alegría de educar. Pero también los problemas graves.

2. Existen algunos presupuestos que implícitamente o explícitamente tienen que ser admitidos por el educador, de otro modo la relación educativa no puede ni siquiera ser instituida, o amenaza en todo caso con esterilizarse.

La libertad y su ejercicio no es un absoluto por encima del cual y antes del cual no existe nada. Me explico con un ejemplo muy simple. Hitler y Madre Teresa han vivido según un proyecto existencial libremente eligido y realizado. Estoy seguro de que nadie de Ustedes piensa que sea la vida de Hitler que la vida de la Madre Teresa merezcan la misma consideración, puesto que ambos habían vivido libremente. El ejemplo nos hace entender una cosa de fundamental importancia. Existen proyectos de vida buenos y proyectos de vida malos. O - lo que equivale - existe una verdad acerca de lo que es bien y lo que es mal, que precede al ejercicio de nuestra libertad y en base a la cual es juzgado.
¿Por qué se asume una persona la tarea y la responsabilidad de hacer a otra una precisa propuesta de vida? Porque cree que esta propuesta sea verdadera: o sea diga la verdad acerca de lo que es el bien y el mal de la persona. Y también porque cree que el otro pueda equivocarse en proyectar su vida: estamos en el segundo presupuesto.

La persona humana nace teniendo en el corazón un deseo ilimitado de beatitud, y en este deseo de beatitud la mano creadora de Dios ha sembrado una inextinguible sed de verdad y bondad. La persona humana, cuando llega al mundo, es como una gran promesa que puede ser realizada y puede ser desilusionada. No puede ser abandonada a sí misma: tiene necesidad de ser, y pide ser ayudada para realizarse en la verdad y el bien. El acto educativo nace del compartir el destino del otro. No un compartir cualquiera, sino que se concretiza precisamente en la indicación de la vía que lleva a la beatitud.

Todo esto requiere de parte del educador una visión de la persona humana; el educador tiene que saber responder a la pregunta: ¿quién es el hombre? La relación educativa siempre se arraiga en una antropología.

3. A este punto tenemos todos los elementos para definir la relación educativa desde el punto de vista de la fe cristiana.
Ésta se instituye cuando el educador hace a la persona educanda la propuesta cristiana de la vida. Es fundamental entender qué significa «propuesta cristiana de la vida».
Los historiadores del arte cristiano nos dicen que sobre los más antiguos sarcófagos Cristo era a menudo representado con la figura del filósofo y del pastor. Omitimos la consideración de la segunda representación, y reflexionamos sobre la primera.
En la antigüedad, filósofo era el que enseñaba «el arte de ser hombre en modo recto - el arte de vivir y morir». Representando a Cristo como filosofo, nuestros hermanos de fe querían decirnos: «Él nos dice quién en realidad es el hombre y qué cosa debe hacer él para ser realmente hombre. Él nos indica la vía y esta vía es la verdad» [Benedicto XVI, Enc. Spe salvi 6].
La propuesta cristiana de vida es la indicación de cómo realizar nuestra humanidad según la vía indicada por Cristo y siempre presente en la Tradición de la Iglesia.
Dos aclaraciones importantes. La propuesta cristiana no se suma extrínsecamente a la realización de nuestra humanidad, sino es la modalidad de la perfecta realización de la misma. Cuando luego se habla de "vida humana" se entiende todo lo que concretamente constituye la trama de nuestra vida cotidiana. La educación cristiana pues se define con referencia a la propuesta de vida propia de la visión cristiana [cfr. art. 2 de la Carta formativa].
Pueden surgir dentro de nosotros a este punto dos dificultades respecto a la definición cristiana de educación.
La primera: ¿en un contexto cada vez más pluralista, también desde el punto de vista religioso, no es contrario a una pacífica convivencia social educar a la persona a una fuerte identidad? Esta dificultad hace hoy parte del sentir común, y parece ser como una especie de dogma indiscutible. En realidad es profundamente inhumana y deshumanizante. Por varias razones. Señalo algunas.
Ella parte de una visión abstracta de la persona humana, es decir falsa. Cada persona humana nace dentro de una cultura y de una tradición. Realiza es decir la humanidad común en la múltiple diversidad de las culturas. La convivencia entre varias personas no se obtiene anulando las diversidades, creyendo de este modo alcanzar la naturaleza humana "limpiada" de toda incrustación histórica. Sería como si, partiendo del hecho que de cada hombre es propio el lenguaje, se creyera que existe una sola lengua igual para todos.
Ya que es ésta una visión abstracta, no real, ideológica, hay sólo un modo para proponerla: imponerla por ley. [cfr. la tentativa de una Constitución Europea]. Pensar en crear comunión interpersonal, verdadera convivencia mediante reglas, es una ilusión. Por lo menos porque no existe regla capaz de hacer respetar las reglas.
La segunda dificultad: ¿educar en susodicho modo no está contra la libertad de la persona? También esta idea que ve la educación y la libertad como dos grandezas conflictivas es hoy común, pero va rechazada.
La libertad humana no es de la misma naturaleza de la espontaneidad animal. La libertad humana es un auto-determinarse, y por lo tanto un elegir con base en el conocimiento de lo que elijo. Es la verdad acerca del bien y del mal la raíz de la libertad. El pensar que la libertad de la persona pueda nacer como por generación espontánea en un terreno baldío, y que por tanto vaya evitado todo cultivo de la persona, es ignorar completamente los grandes dinamismos del espíritu.

4. ¿Qué cosa mueve a una persona a interesarse en el bien de la otra en el modo propio de la educación? Nada, si no querer el bien de la persona necesitada de educación. Es decir: el amor por ella. El acto educativo siempre es fruto de amor: "un asunto del corazón", San Juan Bosco decía.
Existe en la naturaleza un compartir originario del destino, del bien del otro: la relación padre-hijo. Es ésta la razón profunda por la cual educar a la persona es tarea y responsabilidad de los padres. Otros pueden tener tareas y responsabilidades educativas, pero sólo con la autorización de los padres. Y por tanto hay que considerarlos no sustitutos, sino cooperadores de los padres mismos.
También existe un compartir del destino de la persona que es propia de la Iglesia. Jesús dice, antes de dejar visiblemente este mundo: «vayan pues y eduquen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo lo que les he ordenado» [Mt 28,19-20a]. Es mediante la Iglesia que Cristo realiza su obra redentora. En esta perspectiva también la Iglesia tiene una tarea y una responsabilidad educativa propia y original. Pero ella es de naturaleza diferente de aquella de la familia.
Sólo si el padre quiere educar en la fe cristiana al propio hijo, debe pedir a la Iglesia - no a otros – que colabore y que lo ayude. La Iglesia, en efecto, desde que existe ha educado; ha pensado y vivido la propia misión como misión educativa. Y uno de los instrumentos fundamentales de que se ha bien pronto dotado, ha sido la escuela. Impedir a la Iglesia que eduque es impedir a la Iglesia que exista.
También el Estado tiene una responsabilidad. Pero es de naturaleza completamente diferente. Éste no tiene, no debe y no puede tener una tarea y una responsabilidad educativa: sería la dictadura. Ha ocurrido históricamente. El Estado sólo tiene un rol subsidiario: favorecer el ejercicio de la libertad educativa de los padres y la libre propuesta educativa. Éste tiene que intervenir en "primera persona" sólo cuando y sólo donde se vuelve necesario para tutelar el derecho de las jóvenes generaciones a ser educadas.

5. ¿Cuáles son hoy los verdaderos enemigos de la obra educativa, y por lo tanto sobre qué quien tiene responsabilidad educativa debe vigilar?
En primer lugar tiene que vigilar que no entre en los lugares de la educación la falsa visión de la persona humana que confunde libertad y espontaneidad: la espontaneidad puede estar sólo reglamentada; la libertad puede ser educada.
En segundo lugar tiene que vigilar que no sea destruido el principio de autoridad, sin el cual cada obra educativa es destinada al fracaso. La relación educativa no es entre iguales. El educador tiene una autoridad propia que consiste: a) en hacer una precisa propuesta de vida; b) en documentar la verdad y la bondad mediante el testimonio de vida. Se podría también decir que la autoridad propia del educador tiene la característica propia del testimonio.
En tercer lugar tiene que vigilar que la educación no se reduzca a la formación, al know-how como se dice hoy. Es una modalidad de vida que es transmitida por el educador.
Acabo con una referencia a lo que ocurrió en la Iglesia antigua, pero que queda paradigmática para nosotros también hoy. Ésta [sobre todo con Orígenes] ha tenido la gran intuición de que la propuesta cristiana era el implemento y el grado más alto de la "paideia" del hombre. «Retomando esta idea fundamental y dando de ella una propia interpretación, la religión cristiana se mostró capaz de ofrecer al mundo algo más que cualquier otra secta religiosa» [W. Jaeger, Cristianesimo primitivo e paideia greca (Cristianismo primitivo y paideia griega). La Nueva Italia ed., Florencia 1966, Pág. 93]. El anuncio del Evangelio había individuado la estructura humana en la cual arraigarse: el hombre es un ser que alcanza la plenitud de su humanidad sólo mediante la educación. Y es en la luz de una tal verdad antropológica que la Iglesia cuida del hombre.

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