El conocimiento en el proceso científico
autor: Paolo Blasi
profesor de Física Experimental, Universidad de Estudios de Florencia.
fecha: 2008
fuente: La conoscenza nel processo scientifico
Publicado en el No. 14 de Atlantide (2008.2)
traducción: María Eugenia Flores Luna

El deseo de ampliar el propio conocimiento

En el otoño de 1958 me inscribí al curso de licenciatura en Física en la Universidad de Florencia después de haber frecuentado el liceo clásico y superado el entonces severo examen de madurez. Éramos cerca de cuarenta matriculados, la mayoría provenientes del liceo clásico. La motivación que había movido a la mayoría hacia un curso de licenciatura no profesional había sido el deseo de ampliar el propio conocimiento del mundo natural a través del método científico, cuyas potencialidades teníamos muy presentes, no sólo por haber tenido óptimos profesores en materias científicas, sino también por los estudios clásicos, filosóficos e históricos que hicimos. La realidad nos fascinaba, sea aquella infinitamente grande del universo sea aquella infinitamente pequeña del átomo, y queríamos conocerla mejor: la física nos parecía el instrumento más idóneo para satisfacer nuestra curiosidad.

Además, cada uno de nosotros estaba comprometido también en la realidad social o religiosa y participaba en actividades deportivas, culturales, a través de las numerosas formas de asociación en que se articulaba entonces la vida juvenil. Estábamos conscientes y orgullosos de la responsabilidad que habríamos tenido como “grandes” en el proceso de organización y crecimiento de la sociedad.

Nos era extraña la limitación del uso de la razón a la dimensión puramente empírica de la realidad: para nosotros las relaciones humanas, los sentimientos, las emociones, las experiencias de vida eran parte integrante de nuestra formación, de nuestro crecimiento y por tanto de nuestro convertirnos en adultos, es decir capaces de gobernar bien nuestros comportamientos y poner nuestra voluntad al servicio de la razón. Para nosotros por tanto, racional y razonable eran sinónimos de verdad, de bueno, de constructivo, así como irracional, irrazonable eran sinónimos de falso, de negativo, de destructivo.

La extensión de la razón, habitus necesario

Como físico nuclear experimental y miembro activo de la comunidad científica internacional he trabajado en Italia y en el extranjero, he frecuentado colegas de diferentes países, idiomas, religiones y puedo por tanto testimoniar cómo el diverso estatus social y formación cultural no hayan jamás influido en las relaciones sea personales que científicas. Más bien, el encuentro y el diálogo entre personas “diversas” han enriquecido a los individuos educándolos al respeto y a la tolerancia.

Quien trabaja en el campo de la investigación científica, en particular quien hace investigación experimental y trabaja es decir en el laboratorio, hace medidas y compara los resultados con modelos o teorías, juzga la realidad verdadera y racional que él estudia, es decir regulada por leyes que son comprensibles por nuestra razón. Si la naturaleza fuera organizada de modo irracional sería en efecto ilusorio e inútil tratar de estudiarla con los instrumentos racionales nuestros.

Cierto, el científico tiene que usar la razón en modo correcto, por ejemplo no debe acomodar los resultados de una medida a las exigencias de su modelo o de su teoría o, peor aún, a su interés personal. El científico es, como todos, un hombre con virtudes y defectos y por tanto con exigencias de una ética profesional y deontológica. Está, por ejemplo, a menudo sometido a las presiones del político que pide certezas que la ciencia no puede dar, o bien aquellas de lobby económicas que le piden presentar la realidad en modo parcial o destinado a fines específicos.

El hombre de ciencia no puede por tanto prescindir de principios éticos a los cuales referirse, sea cuando hace investigación sea cuando interactúa con el mundo externo. Por eso el uso de su razón no puede ser limitado sólo al conocimiento de lo que es mensurable. La extensión de la razón se convierte para él en habitus necesario, no sólo para desarrollar, de modo correcto, la propia actividad sino también para vivir plenamente la propia identidad como persona.

La influencia de la formación filosófica y religiosa

La historia de la ciencia nos muestra, además, cómo a menudo la formación filosófica y también religiosa haya incidido en la creatividad de muchos ilustres científicos. En efecto en Occidente el desarrollo de las ciencias naturales ha sido a menudo acompañado por ideas fundamentales que derivaban de la tradición judeocristiana.

Por ejemplo, Michael Faraday [1] afirmaba en una conferencia realizada en 1854 en la Royal Institution: «Incluso aun en las cuestiones terrenales creo que las cosas invisibles de Él se ven claramente en la creación del mundo, porque por medio de las cosas que Él ha hecho se incluye también Su potencia eterna y Su divinidad» y concluía en una obra suya «estas observaciones […] son así inmediatamente conectadas en su naturaleza y origen con mi vida de experimentador que he creído que la conclusión de este volumen no sea un lugar poco adapto para reproducirlas».

Como Faraday, también James Clerk Maxwell [2] fue científico y hombre de fe convencido de que las características fundamentales de la naturaleza que él se esforzaba por revelar tenían que ver con el modo en que habían sido creadas por Dios.

En efecto, fue importante el impacto que tuvieron sea en Faraday que en Maxwell la teología y la filosofía realística escocesa (ambos pertenecían a la Iglesia Reformada Escocesa). En particular adquirieron desde su formación juvenil la noción de contingencia del tiempo y del espacio y de su naturaleza dinámica y relacional. Tal noción, que se distingue de aquella aristotélica de un tiempo y de un espacio absoluto, ha hecho posible el desarrollo de la física moderna con la introducción del concepto de campo y de relatividad y la fatigosa superación de la visión mecanicista del universo, visión hija de la doctrina medieval de Dios concebido como motor inmóvil y del tiempo y espacio entendidos como realidades absolutas.

La autolimitación de la razón, vínculo al desarrollo científico

La autolimitación del uso de la razón sólo a la realidad empírica, característica de nuestro tiempo, ha nacido en particular de los sucesos de la técnica, que han inducido al hombre a la convicción de poder explicar todo con la ciencia y con la técnica. No es por tanto la exigencia del desarrollo científico que ha llevado a la limitación de la razón, es decir al positivismo y al actual integrismo científico, sino la presunción de lograr con la ciencia gobernar los comportamientos de los hombres y responder al significado de las preguntas que cada uno de nosotros se plantea.

La ciencia para progresar ha utilizado también conceptos metafísicos (simetría, unidariedad, simplicidad, etc.), filosóficos y teológicos. Podemos por tanto creer que la actual autolimitación de la razón pueda convertirse también en algunos casos en un vínculo para el desarrollo científico. Hoy eso es aún más real que en el pasado. Por ejemplo, en el campo de las ciencias de la vida para explicar muchos fenómenos de la realidad biológica es necesario introducir el concepto de finalidad. Es evidente en las plantas, en los animales y en el hombre una organización finalizada a la conservación y reproducción de la vida.

La extensión del campo de investigación de parte de la razón, es decir su apertura hacia lo que trasciende el determinismo y lo empírico, es útil para el desarrollo de la ciencia y resulta necesario para el crecimiento ético de cada hombre. Los desarrollos de la tecnología, hechos posibles por los crecientes conocimientos científicos requieren, para ser gestionados a beneficio del hombre y respetando el valor primario de su dignidad de persona, un mayor conocimiento y consciencia ética. Hace por tanto reflexionar la afirmación que Benedicto XVI, en su lección en Ratisbona, ha retomado de Manuel II el Paleólogo (1350-1425) y es decir «no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios» [3] y por tanto del hombre, donde “razón” es la razón abierta, es decir no cerrada sólo en lo mensurable.

Hoy, para superar la emergencia educativa que está a la vista de todos es necesario, en particular en la escuela, renovar los procesos formativos buscando un alto equilibrio entre materias técnicas, científicas y humanistas, recuperando una concepción unitaria de la persona humana en todas sus dimensiones, incluidas aquellas espirituales, así como hemos experimentado nosotros en los años lejanos del liceo clásico.

Notas e indicaciones bibliográficas

1. Michael Faraday (Newington Butts 1791 - Hampton Court 1867). Físico y químico británico ha contribuido a la investigación en el campo del electromagnetismo y de la electroquímica. Entre sus invenciones se cuenta también el mechero de Bunsen, mientras entre sus descubrimientos se incluye la ley de Faraday y el efecto Faraday.

2. James Clerk Maxwell (Edimburgo 1831 - Cambridge 1879). Físico escocés, elaboró la primera teoría moderna del electromagnetismo partiendo de las bases establecidas por ilustres científicos, entre los cuales Michael Faraday y André-Marie Ampère.

3. Manuel II Paleólogo, Entretiens avec un musulman. Le Controverse (Las entrevistas con un musulmán.. Las Controversias), introducción, texto crítico, traducción y notas de Théodore Khoury (Sources Chrétiennes n. 115), Les Editions du Cerf, 1966.

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