El misterio del lenguaje, o bien ¿por qué Jesús no ha ...
autor: Andrea Moro
fecha: 2011-09-13
fuente: DIBATTITO/ Il mistero del linguaggio, ovvero: perché Gesù non ha scritto nulla?
(DEBATE / El misterio del lenguaje, o bien: ¿por qué Jesús no ha escrito nada?)
traducción: Renzo Firpo

Observar que el lenguaje es misterioso es como notar que un ocaso es conmovedor: verdadero, pero no basta. Hace falta ser capaces de localizar las razones que nos llevan a formular este juicio tan intuitivamente evidente.
Ciertamente, la cuestión de la relación entre lenguaje y certeza es demasiado vasta para poder hablar sintéticamente de ella, sin embargo, todavía sin la pretensión de sugerir respuestas, nos brinda la ocasión para notar como hay al menos dos modos diferentes para entender la relación entre lenguaje y certeza, dos modos que deben ser diferenciados pero que convergen ambos necesariamente hacia el misterio: la certeza que viene del lenguaje (como elemento de estructura y exclusivo de la mente y del pensamiento humano); la certeza que tenemos sobre el lenguaje (como resultado de nuestras observaciones racionales sobre un fenómeno de la realidad). A este propósito dos hechos nos provocan y nos asombran constantemente.

Es cierto que el lenguaje sirve para comunicar certezas, pero ¿cómo se vehicula la certeza con el lenguaje? Existe respecto al lenguaje al menos una subdivisión que cualquiera compartiría: de una parte, las palabras (archivo de certezas compartidas); de la otra, las frases (elementos formados poco a poco: ninguno, sólo por fines prácticos banales, podría pensar en un diccionario de frases) La certeza obviamente está ligada a la posibilidad de dar un juicio de verdad, y ésta se aplica sólo a las frases: no se puede decir si árbol es verdadero, sino si este árbol ha florecido sí. El punto se reduce pues a la siguiente pregunta: ¿cómo una frase puede vehicular la certeza? Sabemos de la tradición analítica clásica y después de las elaboraciones medievales que ciertas secuencias de frases conducen necesariamente a juicios ciertos. Se trata de aquellas máquinas de la verdad hechas de palabras que llamamos "silogismos". Si por ejemplo digo todos los pájaros ponen huevos y la gallina es un pájaro, no puedo no concluir si no que la gallina pone huevos.

¿Este mecanismo responde a nuestra pregunta sobre cómo hace el lenguaje a generar certezas? No es así y lo saben bien los filósofos del lenguaje, que discuten desde siempre sobre el valor heurístico de los silogismos; y lo saben también los estudiosos de adquisición del lenguaje en los niños que tratan de entender cómo hace un niño a asignar nombres a objetos físicamente diferentes y captar ciertas analogías entre ellos; finalmente, lo sabe también quien mira el lenguaje desde el punto de vista neuropsicológico, porque observa que los circuitos cerebrales que llevan a la construcción de un silogismo que habla del mundo se activan aunque hablo de cosas que no sé. Si les digo que el gulco es un opramma y que todos los oprammas gianigian los bralesno se puede no concluir que también el gulco es un brale, aunque no tengamos - como yo, por lo demás - la más mínima idea de qué cosa sea un gulco, un opramma, o un brale.

Estamos frente a la primera puerta hacia el misterio. Sabemos usar el lenguaje para vehicular la certeza, pero seguramente no tenemos idea de cómo esto sea posible. La maravilla que la estructura del lenguaje humano y su adherencia a la realidad nos provocan no es distinta a lo que prueba un físico cuando se percata que una función matemática es capaz de describir un hecho del mundo. Uno puede oponer muchos "factores atenuantes" (incluyendo el clásico que dice que proyectamos sobre el mundo lo que nuestra mente nos permite reconocer), pero esto sólo aumenta el misterio: la certeza que proviene del lenguaje no es generada por el lenguaje. Se podría hablar del "efecto Münchausen", de la famosa historia: que habla de cómo uno no logra tirarse fuera del agua así mismo aferrándose solo por sus cabellos, así si basamos la certeza que viene del lenguaje sobre el lenguaje mismo no logramos explicar nada. Pero ésta es sólo la primera puerta.

¿Qué sabemos de cierto sobre el lenguaje? Desde la segunda mitad del Ochocientos, esencialmente sobre la base de observaciones clínicas, sabemos que el lenguaje es controlado por una red específica del cerebro. Hoy en día, el desafío ha aumentado la apuesta y se ha convertido en punto crucial para entender el origen de nuestra mente y, en última instancia, de nuestra especie. De hecho, ya no sólo nos preguntamos si el lenguaje depende del cerebro, sino si la estructura del lenguaje (el código que comúnmente llamamos "gramática”) dependa de él. Sólo hace cincuenta años esta pregunta era considerada impropia. Sobre una base puramente ideológica, se argumentó que la estructura de la gramática de una lengua es totalmente convencional; por lo tanto, ya no tenía sentido ir a caza de la red neurológica que nos hace detener el auto a la luz roja del semáforo (que podría muy bien haber sido azul), así parecía absurdo buscar una red neurológica que llevara a la identificación de las reglas del lenguaje como expresión del cerebro El juego cayó en las manos de al menos dos grupos de investigación y a los intereses económicos y culturales a los cuales eran conectados: hubo quien pensaba que no existían diferencias cualitativas entre los seres humanos y otros animales con respecto a la comunicación, y otros que trataron de simular con una máquina la capacidad informática de la mente humana (y con esto de comprender su real funcionamiento).

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