¿El verdadero maestro? Un "sargento" en la nieve
autor: Massimo Recalcati
Federico Ferraù (entrevistador)
fecha: 2013-04-05
fuente: SCUOLA/ Recalcati: il vero maestro? Un "sergente nella neve"
traducción: María Eugenia Flores Luna

¿La escuela? Un corp morcelé, para decirla con Lacan o más bien un cuerpo en fragmentos. Es ésta la imagen que evoca el psicoanalista Massimo Recalcati para explicar la crisis de la educación en el tiempo de la evaporación del padre. En su discurso las imágenes significativas de la mitología se vuelven símbolos que explican, más allá de los conceptos, la metamorfosis de las mentes, de las relaciones, de las visiones del mundo. La escuela edípica es la que ha puesto a todos contra todos, padres contra hijos, maestros contra alumnos, llevando a las grandes contestaciones del 68 y del 77. A Edipo le sigue Narciso, al conflicto la especularidad y, con ella, la disolución de los sujetos. Estamos en el tiempo, dice Recalcati, de la «anorexia mental». Pero ninguna crisis es resolutiva. En el vacío presente, en realidad, los jóvenes esperan: esperan que alguien llegue del mar, alguien que de nuevo les haga creíble la ley perdida.
Recalcati ha vuelto recientemente a la librería con su último trabajo, dedicado a El complejo de Telémaco, nuevo capítulo de su reflexión sobre el padre. Esta entrevista, no revisada por el autor, es fruto de una conversación sobre el tema de la escuela llevada a cabo algunos meses antes, en la cual el psicoanalista presentaba en un enfoque educativo los temas de su último trabajo.

¿Qué escuela es aquélla basada en el complejo de Edipo?
Es la escuela que vive en el complejo de la tradición, o, en otras palabras, en la autoridad del padre. Ha habido un tiempo en que los gestos de la vida - rezar, ir al colegio, comer, dormir, expresarse… - se realizaban como repetición uniforme de lo mismo. Éste es el destino de un saber que refleja esencialmente el poder de la tradición. La escuela edípica implica que la relación maestro-alumno esté fuertemente jerarquizada: el maestro está en el lugar del padre, de la autoridad, de la ley y el alumno en el lugar del hijo, de quien debe ser educado.

¿Non es así, dice usted?
La metáfora con que un terrible maestro mío de la primaria ha arruinado, al menos en parte, nuestra infancia era ésta: ustedes son vides torcidas, yo soy el alambre. Ésta es la escuela edípica: lo humano, como la vid, necesita del alambre para ser enderezado, y la institución tiene precisamente esta tarea, enderezar lo que está torcido. El psicoanálisis vuelca esta pedagogía «negra», represiva, diciendo en cambio: no es así, es en la deformación de la vid que está la belleza de la subjetividad y de la singularidad.

¿Cómo se enseña en la escuela «edípica»? La escuela edípica es necesariamente una escuela disciplinal, la expresión de una institución piramidal basada en la capilaridad del control individual y social. En este contexto el aprendizaje responde a un criterio moral, aquel de la obediencia. «Tienes que obedecer», «tienes que aprender». El saber se transmite sin crítica, sin subjetividad, sin singularidad.

¿Y el adulto?
En la escuela edípica el maestro vive una solidaridad fantasmal con el padre de familia: eso es muy evidente en la escuela primaria, y también es una de las razones de su duración en el tiempo. En ella el docente representa la prolongación de la autoridad paternal y establece con el padre de familia una alianza estratégica, porque ambos ambicionan enderezar la vid torcida del hijo-alumno.

¿No cree que su interpretación de la escuela edípica no reconozca la experiencia?
Pero esto es sólo il côté patronal-represivo de la representación edípica de la escuela. También hay un importante factor dinámico, propulsivo: en efecto, en la medida en que existe un fuerte pacto generacional entre maestros y padres de familia, se activa inevitablemente una dimensión conflictiva. De un lado la escuela edípica genera obediencia sin crítica, del otro activa movimientos de conflictividad: hijos contra padres, alumnos contra maestros. Se pueden leer así las grandes contestaciones del 68 y del 77.

¿Cómo interpreta usted aquel conflicto de generaciones?
Como el consumirse del cemento edípico. Porque el alumno no ve al propio profesor sólo como la representación ideal del saber. En Edipo el padre es al mismo tiempo versión del ideal y obstáculo en el camino de liberación del propio deseo; así, a la adoración del padre corresponde, inevitablemente, también el voto de muerte hacia él. « ¡Libertad de aprendizaje!» es uno de los eslóganes que mi generación, aquélla del 77, oponía a la retórica de la libertad de enseñanza.

Hijos contra padres, alumnos contra docentes, entonces.
Conflicto entre deseo y principio de realidad. La escuela edípica tiende a adaptar a los sujetos a la realidad, pero persiguiendo este objetivo genera el rechazo de esta adaptación y la oposición a la realidad a la cual querría uniformar el sujeto. «Experimentación», «autogestión», son todas palabras que han señalado la contestación, es verdad, pero que ante todo pertenecen al fantasma edípico. Es decir al el conflicto mortal, simbólico, entre las generaciones.

¿Cómo se pasa de Edipo a Narciso?
El complejo de Narciso tiene como primer acto el desprendimiento de la marca simbólica de la diferencia generacional. Podríamos decir que la escuela dominada por el complejo de Narciso es la escuela que va de los años Ochenta y Noventa hasta la grande crisis financiera de nuestros días. Narciso es una figura cuya tragedia es inmensamente diferente de la de Edipo: éste último es el conflicto con la ley y el padre, Narciso en cambio se pierde en la propia imagen. Vence no la dimensión de la conflictividad, sino de la pura especularidad.

¿Tiende a anularse también la diferencia entre padres e hijos?
Sí, pero en un sentido bien preciso que Freud nos ayuda a entender ahí donde dice que un hijo siempre tiene que ver con el narcisismo inconsciente renacido del padre: «harás lo que no he hecho»; «no tendrás obstáculos en tu vida, y si hubiera, los allanaré»; «¿tienes un profesor pesado? Te cambiaré de escuela», etc.

¿Es éste el último grado de desarrollo de la escuela?
Sin duda. Es el paso de la disimetría a la simetría, de la jerarquía a la horizontalidad de las funciones. Cuando el pacto generacional entre maestros y padres de familia, basado en el fantasma, se desmorona, los padres de familia se alían con los hijos y dejan a los maestros en la más total soledad a representar aquello que queda de la diferencia generacional, y a suplir la función del padre. Y ésta engendra una grave confusión simbólica.

¿Y cuándo Narciso sube a la cátedra?
Narciso exige la abolición del obstáculo, del límite, del umbral. ¿Quién premia la escuela del narcisismo? Quien repite lo mismo, es decir el mío; yo, docente, premio al otro en la medida en que entra en una relación de identidad con mi saber. Es la inevitable reducción del aprendizaje al plagio. Es pues evidente que algo une a Narciso y Edipo y precisamente la tendencia a no valorizar la subjetivación «torcida» del saber. Quiero sólo notar, sin profundizar, el riesgo que en la escuela de Narciso atañe a las prácticas de evaluación.

¿Cuál es el destino del maestro en el paso ideal-típico que usted describe?
Por un lado su proletarización económica, que no ha sido nunca como hoy. La precarización social del maestro está en grave contraste con su rol educativo, que se querría siempre más fundamental en cuanto candidato a suplir la ausencia de ley edípica en las familias. Es la total fisura entre la función del maestro y su significado: una fractura total entre el valor, juzgado inestimable, de las personas a quienes confiamos nuestros hijos y su reconocimiento social nulo. Lacan diría que la escuela de hoy es un corp morseillé, un cuerpo en fragmentos. Como las personas que la frecuentan.

¿La ausencia de un «espejo social» que reconozca el valor de quien enseña, cambia también la transmisión del saber?
Al gozo de la sublimación, que es el gozo del saber, le sigue un gozo cada vez más en contra de la sublimación. Los programas de estudio se reducen, las páginas se pesan, los programas se simplifican; aumenta la desafección a la lectura y a la práctica con los textos. Cuando salta la dimensión simbólica de la diferencia generacional, como ocurre en la especularidad narcisista, también la palabra se transforma. Pierde consistencia: « ¿la escuela? Son sólo palabras». La web es inevitablemente cómplice de esta transformación.

¿Puede hacer un ejemplo de lo que está diciendo?
Tomemos la clásica investigación sobre los ríos de Lombardía. En nuestros tiempos estaba basada en los mapas, sobre un trabajo complejo, que definiría «de excavación». Probablemente también presuponía alguna inspección. Ahora ya no: se va al web, se busca algo y se imprime: voilà, he aquí la investigación. La dimensión de la experiencia es evadida totalmente por un saber prêt-à-porter, que genera - lo sabemos como clínicos - una nueva, inédita anorexia mental, estrechamente dependiente del saber a-disposición. De aquí el tema del derecho a la desconexión, a la pausa. Pero en la escuela de Narciso esta pausa no es posible, porque los cuerpos están en la especularidad.

¿Es éste el destino final de la escuela? ¿Lo idéntico, el espejo, la disolución?
No; la nueva época de la escuela, en la fase de su máxima crisis, es aquella de Telémaco. Telémaco es diferente sea de Edipo que de Narciso. En Homero, Telémaco es representado bello «como un dios» cuando baja a su casa invadida por los pretendientes procios para defender el honor de la madre. Hay en él aún algo de Narciso, y eso es la belleza; pero también es prudente y sabio. Lo que distingue en realidad a Narciso y Telémaco es la pulsión escópica.

Una tensión a ver, entonces. ¿Ver qué cosa?
Edipo se ciega porque su ojo ha visto lo que ningún humano debería haber visto nunca: es culpable de los dos peores crímenes posibles, yacer con la propia madre y matar al propio padre. La extinción de la mirada de Edipo tiene que ver con la caída de la culpa sobre el sujeto. Viviendo el padre sólo en la dimensión del conflicto a muerte, su drama es aquel de quien sólo vive la ley como represión del deseo: exactamente lo que han hecho el 68 y el 77. En lugar de la ley también podríamos decir «la institución». El tiempo de Edipo excluye la posibilidad de captar que sin la institución, sin la ley, el deseo queda privo de toda posibilidad generativa.

¿Es éste, en cambio, el deseo de Telémaco?
Telémaco, diversamente de Edipo, tiene el ojo abierto: mira el mar, y espera que del mar algo del padre vuelva. No sólo espera, sino él mismo se mueve, y con los barcos «cóncavos y negros» va a buscar noticias del padre. Edipo vive el padre como un antagonista, Telémaco en cambio espera su vuelta porque sabe que sólo la vuelta del padre podrá reintroducir la ley en el campo cerrado del gozo incestuoso que se consuma en la casa, invadida como está por sus coetáneos. La dimensión del incesto en la cual se basa la escuela narcisista de la confusión de los roles, de la identificación recíproca, de la ausencia de ley, ha generado la orgía de los pretendientes procios.

¿Cómo cambia la visión según Telémaco?
Telémaco es la clave para leer un factor fundamental que yo veo sobre todo en la escuela superior, porque la escuela primaria merecería una mención aparte: allí en efecto, como decía, subsiste todavía algo del elemento edípico, mientras los adolescentes actuales son el rechazo, la oposición, la proclamación de la insignificancia del saber. En realidad, también este rechazo, o su resultado - las «palabras vacías» de las que se hablaba - constituyen una pregunta: la pregunta que vuelva del padre algo creíble, algo que sea capaz de testimoniar que la ley no es antagonista del deseo, sino es su soporte.

Entonces los jóvenes de hoy miran el horizonte como Telémaco.
Sí. De otra parte sabemos que el tiempo en que la autoridad del maestro prolongaba la autoridad del padre, de la familia y hasta de Dios, se acabó. Del mar no volverá el padre victorioso de Troya; del mar vuelve un mendigo, que el hijo - he aquí el punto central - no reconoce. Sería nostálgico proponer la figura de Telémaco como la espera beckettiana de un Godot, porque Godot no llegará nunca. Lo que vuelve no es Godot. La escuela no será jamás la de antes.

¿Pero entonces cuál es el antídoto para la crisis, para el no-reconocimiento del padre? ¿Quién desembarca en la isla?
El padre que vuelve no es el padre-monumento, el padre del saber, el padre de la autoridad de la ley, el padre del ideal. Yo digo que es el padre del testimonio. Es el padre que sabe mantener una promesa. Éste es el punto. Telémaco no lo reconoce, porque ya no es el padre de sangre. Los padres, en la época de la desaparición del padre, se encuentran en todo lugar, también en las cosas.

¿En las cosas?
Basta también un libro para tener el encuentro con el padre. Se lo explico con un episodio simbólico. En un festival literario me preguntaron cuáles fueran para mí los cinco libros más importantes. No es fácil contestar a una pregunta semejante. Pensando, creo poder decir que son aquellos libros que hacen que nada, para mí, para nosotros, sea más como antes. El encuentro con un padre es la misma cosa: es un encuentro porque, desde aquel momento, ya nada es como antes.

¿Y a usted qué libro le ha venido a la mente?
Cuando me lo preguntaron tuve como una apertura de algo inconsciente. «Todavía tengo en la nariz el olor que dejó la grasa en el fusil ametrallador candente…». Es el inicio del Sargento en la nieve di Mario Rigoni Stern, el primer libro que he leído en mi vida por entero. Me acuerdo que lo leí un poco a la vez, para no acabarlo. El libro que nos captura no es el que querríamos acabar enseguida, sino el que no querríamos acabar nunca. Es ésta la experiencia que Telémaco hoy espera.

Es decir una experiencia que abre la posibilidad de nuevas lecturas, de un nuevo encuentro con el mundo.
Sí, pero porque a pesar de todo es una experiencia que cambia al lector. El narrador cambia nuestra vida no por la narración de las cosas, que tiene incluso un gran relieve suyo, sino porque nos porta a una inédita capacidad de lectura como apertura al mundo, a nuevos mundos. Esto creo que deba hacer un padre. El mejor antídoto para la crisis es que un maestro, cada mañana, sea un «sargento en la nieve».

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