Emergencia hombre
autor: John Waters
fecha: 2013-08-21
fuente: Emergenza uomo
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "Emergenza uomo", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Emergencia hombre")
traducción: María Eugenia Flores Luna

Imaginen un hombre que camina en tierras salvajes por muchos meses, años, por toda la vida. Como en cierto sentido hemos hecho nosotros - a lo largo del recorrido de nuestros antepasados hemos caminado a través de la selva para llegar hasta aquí. Éste es el hombre, cada uno de nosotros es así.
Va adelante, recogiendo frutos de las matas, buscando alimento donde puede, encontrando refugio bajo las rocas y bajo los árboles. Luego se detiene a lo largo del camino y acampa. Aprende a cultivar las plantas y es asombrado continuamente por la capacidad del mundo de proveer a sus necesidades. De aquí deriva un sentido de dependencia. Se vuelve consciente de que las cosas le son dadas - que hay en la realidad una fuerza que provee y protege. Es conmovido por eso, agradece y otras veces pide ayuda.
Pero a cierto punto, imaginen que este hombre, que podríamos ser tú o yo, continúe caminando y llega a un lugar nuevo, completamente diferente del lugar a través del cual ha venido. Un día llega a un edificio. De hecho es un aeropuerto, aunque nunca haya visto nada parecido y no haya ningún modo de saber qué sea. La idea del vuelo humano es para él extraordinario (sobrenatural). Entra a través de las puertas en algo que de hecho es una máquina que transporta gente del ingreso al aeromóvil y después, al contrario. Para los que han diseñado esta máquina y los que la han utilizado, las personas son mercancías, cifras de utilizo del transporte aéreo, sus vidas mensurables en millas de vuelo, cantidad permitida de equipajes y números de pasajeros.

El hombre llegado de las tierras salvajes está maravillado por esta máquina. No logra convencerse de su esplendor y de la eficiencia con que mueve a las personas de un sitio al otro, como las personas no se opongan a ser transportadas mientras colaboran de hecho a su deshumanización. Las mira mientras se quitan sus cinturones y zapatos y mientras distienden los brazos para ser revisados.
Salta sobre la escalera móvil y trata de caminar en la dirección opuesta. En el café del aeropuerto, toma un croissant del mostrador y lo come del mismo modo con que usaba hacer con las bayas en las tierras salvajes. Es filmado por eso. Le es dicho: «Venden fruta en la tienda, de aquella parte». Va a la tienda de fruta y toma una manzana. Antes de morderla se bendice mirando hacia arriba. La vendedora lo mira con sospecha y pregunta: «¿Qué estás haciendo?». «Doy gracias por la manzana», responde. «Siga», dice la vendedora, añadiendo «pero me tienes que dar el dinero por la manzana, pues». El hombre sigue fijando la mirada hacia arriba y la vendedora dice: « ¿Quién piensas que está allá arriba? ¿Estás loco?». Bien pronto el hombre empieza a aprender que aquí las reglas son diferentes. Necesita dinero, necesita trabajar, así encuentra trabajo limpiando zapatos. Ahora puede comprar croissant y manzanas en vez de cogerlos del mostrador. Compra zapatos él mismo para practicar en su nuevo trabajo. Duerme en la sala de espera y si alguien le hace preguntas contesta que su avión está en retraso. ¡También compra un vestido Hugo Boss! Aquí todos parecen de casa aunque él nota que la gente cambia cada día. Raramente encuentra una cara familiar excepto las vendedoras del bar o de la tienda de fruta. Hace muchas preguntas a la gente sobre esta cosa llamada avión y sobre esta otra llamada croissant. Lo miran con sospecha. ¿Le preguntan «Pero ¿dónde has estado? ¡Es obvio es un aeropuerto! Éste es el mundo moderno que nos hemos construidos por nosotros mismos».

Así aprende a no hacer preguntas tontas o a hablar de su vida pasada, aprende a simular de no ser sorprendido y aburrido como todos los otros. Aprende que no hay necesidad de agradecer a la vieja manera porque todo esto está hecho por los hombres. Simplemente dice: «Gracias», y la vendedora contesta: «Buen día».
Gradualmente el hombre procedente de la tierra salvaje se convierte en parte del aeropuerto y acepta que todo aquí es diferente. Decide: « ¡Me gusta estar aquí! Me siento seguro. Quizás un día ¡hasta viajaré en avión!». Y poco a poco se encuentra conformándose al nuevo modo de pensar que ha encontrado aquí. Ya no pide ayuda ni se arrodilla en agradecimiento. Pierde su estupor y su gratitud. No se siente ya dependiente - quizás hasta el día en que por fin decidirá coger el primer avión, día en que quizás se encontrará invocando a Dios ¡para que lo devuelva a tierra sano y salvo!
Pero ¿qué ha cambiado realmente en la vida de este hombre? Todavía es el mismo hombre. Ha descubierto una realidad nueva, pero ésta ya existía sin él. Ésta ha cambiado su vida y al final su visión de las cosas, pero eso no ha sido el resultado de una transformación ocurrida en su interior.
El cambio principal está en su pensamiento. Su mente ha sido cambiada sobre todo, porque se siente seguro en un lugar que otros hombres han construido. Pero todos los materiales que los otros hombres han usado para construir el aeropuerto habían sido dados a ellos del mismo modo en que las bayas habían sido dadas al hombre en la tierra salvaje. Estos hombres han encontrado el material para su aeropuerto ya en el mundo. Fundamentalmente nada ha cambiado - no habría razón para no agradecer. Imaginando que sus vidas sean ahora generadas por ellos mismos ellos viven una ilusión.
Hace dos años en Berlín en el Bundestag, nuestro querido papa Benedicto XVI ha hablado del "búnker" que el hombre ha construido por sí mismo para vivir - un búnker sin ventanas. El búnker funciona según la lógica del positivismo. Cada cosa tiene que ser demostrable, comprobable, verificable según una medición empírica. En el búnker no hay espacio para el misterio.

El búnker como el aeropuerto de nuestra historia, es una metáfora pero también una realidad concreta de la cultura moderna y de su lógica. El búnker en gran parte está hecho de pensamientos que nos aprisionan en modos particulares de ver y que también mantienen alejados otros modos de pensar. El búnker existe en las actitudes públicas, educación, política, medios de comunicación, cultura popular, en el mito y en el imaginario moderno.
En el búnker nos sentimos seguros. Conocemos las dimensiones de cada cosa que encontramos. Cuando algo no funciona podemos arreglarlo enseguida. El búnker elimina la sorpresa, dejando fuera los misterios de la existencia que son a menudo incómodos. Es en esta situación que nos hemos convencido de que nosotros somos los dueños de nuestras existencias y nuestros destinos. En el búnker el hombre finge que no es una criatura, sino el patrón de sí mismo, habiendo creado en su interno las condiciones para la vida humana.
Y sin embargo, decía papa Benedicto, en este mundo hecho por el hombre, las personas continúan sacando en secreto de las materias primas de Dios mientras niegan los orígenes.
El búnker se construye todo alrededor de ti y en ti. Crece como un organismo que se expande según la lógica de su mismo ADN. Yo ayudo a construir el búnker en mí mismo y en los otros. Los únicos juicios (percepciones) que pueden florecer en el búnker son aquellos que ya son fuertes. Como en un jardín: a menos que no controles los herbajes no puedes cultivar narcisos y tulipanes. Cuanto más frágil es la flor, mucho menos son las posibilidades de que ésta sobreviva.
La historia de la sociedad humana muestra que la vida para sustentarse necesita más de lo que la humanidad sea capaz de imaginar o generar. La necesidad de mantener una atención (mirada) sobre el Más allá, sobre el infinito y Eterno, es incidido en la humanidad e intrínseco a las capacidades de imaginación que nos sustentan y nos impulsan. En el fondo todo lo que el hombre puede crear por sí mismo son falsas esperanzas que lo sostienen por un instante para luego en cambio disolverse, dejándolo en la búsqueda afanosa de la próxima esperanza. Su "mecanismo" esencial depende de una relación con el Misterio del cual deriva.

El hombre no puede sobrevivir ni siquiera en el ambiente que se construye por sí mismo porque en éste no hay nada que lo sorprenda, mientras que deberíamos saber bien que el hombre depende de la sorpresa para la vida de su espíritu. Por esta razón, para alcanzar el dominio de la realidad, el hombre moderno ha tratado de ahogar su propio espíritu. Pero eso es contraproducente para las maquinaciones del hombre, porque sus planes tendrían alguna posibilidad de éxito sólo en la medida en que el hombre fuera capaz de reproducir en ellos la promesa misteriosa que había reconocido en la realidad pre-existente. Si su mismo deseo por la transcendencia no es tomado en consideración, sus proyectos avanzan bruscamente hacia el desastre.
Nuestra esperanza por lo tanto mana de una paradoja de la reducción. La cultura del búnker usa la huella de deseo transcendente que sigue residiendo dentro de los seres humanos. Aunque los planes de la humanidad de dominio sobre la realidad repetidamente lleguen a nada o produzcan desastres, justo los que rechazan a Dios en la gestión de la vida pública dan confianza a la existencia continua de un deseo profundo e inextinguible en el corazón humano que nos sigue diciendo que delante de nosotros, en el futuro nos espera algo realmente importante. Vemos así que cuando el papa Benedicto decía que en el búnker se usa la materia prima de Dios no hablaba simplemente de ladrillos y cal.
El búnker sólo puede agotarse en el tratar de repetir las condiciones solicitadas por nuestro desear. Pero no puede proveer la respuesta. Éste es el significado de la actual crisis aunque normalmente es definida con términos económicos. Fundamentalmente la explicación es que hemos buscado en la realidad material cosas que por naturaleza sólo pueden ser encontradas en el infinito.
Quizá de vez en cuando se puede pensar que las quiebras y las catástrofes recurrentes que derivan del aventurarse utópico del hombre, puedan despertar en nosotros un renovado realismo. ¿Podríamos quizás contemplar nuevamente el verdadero destino de la humanidad en el infinito? No estoy seguro. Desde hace mucho tiempo sabemos que la posibilidad de perfeccionamiento de la realidad operada por el hombre es un proyecto tonto y peligroso. El Estalinismo, el Maoísmo, el Nazismo nos dicen justo eso. El Holocausto y el Apocalipsis no han restaurado nuestra percepción del horizonte que delimita el cálculo (intrigas) humano. Pero sutilmente hemos tratado de desplazar nuestro "proyecto de perfección" sobre una vía diferente, persiguiendo la utopía en la dimensión económica. Sin embargo, en el fondo, somos como él alcoholizado que piensa que pueda haber un modo diferente de tratar su obsesión. En apariencia, con algunas condiciones, reconocemos los límites y los riesgos de las prescripciones ideológicas, pero, en el fondo, buscamos un modo diferente para llegar a los mismos fines.

El deseo del hombre puede ser desviado sólo hasta un cierto punto. Últimamente, el ser humano queda insatisfecho, y cada tentativa de vencer esta dificultad insuperable acaba en otra catástrofe. Las ambiciones del hombre siempre fracasarán a menos que no sean dirigidas hacia una intuición auténtica del destino humano (destino último del hombre). Por lo tanto es claro: lo que nos espera si continuamos siguiendo esta ruta es la quiebra, la catástrofe, el aburrimiento y lo que se llama depresión, es decir el síntoma más inevitable de una tentativa de vivir una vida humana fuera de su dinámica naturalmente trascendental.
Hasta el día de hoy es raro que no se dé por descontado en las conversaciones públicas que la ciencia y el progreso hagan de la fe una cosa obsoleta.
Esta idea también invade las mentes de los creyentes, empujándolos a presuponer que la fe tenga que implicar necesariamente un cierto rechazo de la realidad científica. Estamos conducidos a imaginar que la destrucción de lo sagrado en nuestra cultura sea un efecto del "camino del tiempo", de la creciente capacidad de comprensión humana, del desvelar la falsedad de las hipótesis del pasado.

Pero el escepticismo moderno no es para nada una consecuencia del camino del tiempo o del progreso o de una creciente inteligencia. El problema de la fe en la cultura moderna no se debe a una falta de evidencia razonable, sino a la incapacidad de usar los hechos disponibles para reforzar al máximo la razón humana. Las formas positivistas de racionalidad usadas para eliminar la verdad de la realidad al interno del búnker están mutilándonos, privando de nuestra propia identidad, de nuestra propia estructura, de nuestra misma naturaleza, y por lo tanto de la esperanza de la cual cada uno de nosotros tiene necesidad para afrontar y ser capaz de sustentar el viaje que nos ha sido donado.
Los seres humanos funcionan mejor con algunas hipótesis de trabajo sobre la totalidad de lo real, una visión global basada en las posibilidades de la existencia, infinitas, absolutas y eternas. Es justo la religión la que ofrece una hipótesis similar- nos da un mapa de la relación total con la realidad. Por lo menos por la simple razón de que ningún ser humano haya logrado nunca crearse a sí mismo, cada hombre es por definición "religioso" sea que se acepte esta palabra o no.
La destrucción de la "religión", por eso, es mucho más seria que la destrucción de una estructura moral o una identidad cultural - porque equivale a la pérdida de la capacidad de vivir con el sentido del misterio, de mirar el mundo con estupor, pero sobre todo de mantener la visión que le permite a la persona humana vivir plenamente, esperar y desear ardientemente el destino total humano. "La religión" permite a los seres humanos aceptar cada cosa, abrirse a la totalidad de lo real, vivir la vida. Los desarrollos culturales recientes han hecho de tal manera que han sustituido estas percepciones con conceptos ideológicos o parciales, pero éstos proveen una consistencia aproximativa - y sólo hasta cuando el sujeto queda protegido dentro del bunker.

Yo llamo "de-absolutización" el proceso que se desarrolla dentro del búnker - la reducción de la imaginación humana para suprimir sus preguntas fundamentales con respecto al origen y al destino. Si la "de-absolutización" de la humanidad sea una estrategia deliberada de intereses potentes para someter y controlar a las poblaciones es una pregunta interesante pero no es la más urgente. Es más importante ver cómo funciona en nuestras culturas y encontrar modos para revertirla. Ésta es la emergencia hombre.
En su ensayo El poder de los Sin Poder, Václav Havel ha hablado «de la era post-totalitaria» en que la tiranía obra por coerción pero a través de persuasión ideológica, que él describe como «casi una religión secularizada».
Parece una exageración decir que en las sociedades democráticas occidentales, con todos sus derechos y libertades, nosotros podríamos experimentar alguna forma de dictadura. Pero nosotros quizás estamos viviendo en las más eficaces dictaduras nunca concebidas, - dictaduras del deseo: "tiranías" en las que se han posesionado de nuestros deseos contra nosotros, contra nuestros intereses últimos, contra la naturaleza última y la estructura esencial humana. ¿Y si el mecanismo de control ideológico más potente de todos fuera aquel que usurpa estos procesos naturales para hacernos esclavos, para empujarnos gentilmente a aceptar una forma reducida de libertad?
A veces, en lugar de ir al parque por un paseo, me encuentro entrando a un centro comercial y acabo por comprar un traje nuevo, una camiseta, un par de zapatos nuevos o a lo mejor un iPhone, del cual no tengo gran necesidad. Encuentro interesante observar este proceso del desplazamiento de mi deseo.
En primer lugar, miro las vitrinas de las tiendas y veo un maniquí que viste un traje nuevo. Digo: «Me gusta aquel traje, probablemente me quedará bien». Y ya la fantasía vuela. Salgo del momento presente y entro en una idea de mí mismo en algún momento del futuro - un momento, en el que yo seré, en cierto sentido, perfecto. Inconscientemente, mientras contemplo lo que pienso comprar, y el efecto que tendrá en mi existencia, estoy ya mirando el momento en que haya alcanzado algo como el máximo de mi capacidad de satisfacción. Estoy preparando la vía para un momento paradisíaco aquí en el tierra.

Pero después miro la etiqueta del precio del traje y digo: «No, no, ¡es demasiado!». Por lo tanto hay una lucha en mí mismo entre el precio y la fantasía. Así me marcho, decidiendo renunciar al momento de perfección. Pero a mi retirada le falta convicción. En efecto, no puedo sacarme el traje de la mente. Se ha vuelto para mí símbolo de algo desproporcionado, algo profundo en mí desear. Más pruebo a eliminarlo de mi conciencia y más eso mismo retorna. Y al final, me encuentro diciendo, «Está bien, ¿no es tan exagerado el precio, verdad?… ¿por algo tan perfecto?… por algo que me hará perfecto…». Porque eso es lo que ha llegado ya a significar. Así me voy por ahí, como si no tuviera una meta. Pero de algún modo mi camino me lleva atrás a pasar por la tienda con el milagroso traje. Miro la vitrina de nuevo y digo: «Sí, es precisamente un lindo traje».
Luego me doy cuenta de un cartel que no había notado antes. Dice: «¡Hoy descuento del 20%!».
Es mi día de suerte! ¡Wow! Si hubiera visto ayer el traje, probablemente habría pagado demasiado. Mañana, quizás, habría convencido a mí mismo que no lo comprara. ¡Pero hoy está descontado, a propósito para mí! ¡Tengo que comprar este traje, está escrito! Yo puedo tener algo que me llevará a la perfección, y que no cuesta tanto tampoco como habría podido costar otro día. ¡Ahora, también el precio es perfecto!
Rápidamente, me dispongo a completar la operación. Entro a la tienda y digo: «Compraré el traje de la vitrina». Y mientras el vendedor toma el traje, saco mi tarjeta de crédito y la tengo lista. El vendedor dice: «¿Quiere probarlo señor?». Yo sé que eso es razonable. Podría no quedarme bien después de todo. Pero al mismo tiempo, quiero hacer eso velozmente: salir de la tienda con mi adquisición sin inconvenientes. Sin embargo, tengo que admitir que el vendedor tiene razón, así que tomo el traje y voy al camerino. El traje no me queda así perfectamente como había pensado, pero está bien. ¡Mi idea de perfección se ha tan despertado que estoy preparado para pasar sobre la evidencia de una real imperfección! Así me lo saco de nuevo, y salgo ligeramente acalorado del camerino, doy el traje al vendedor y pongo mi tarjeta de crédito sobre el mostrador. La operación es casi completa, pero ya un sentimiento de culpa está creciendo dentro de mí. En alguna parte de mí mismo, yo sé que las cosas no son justo como querría creer. Pero, en todo caso, tengo el traje en su porta-trajes, en mis manos, y estoy yendo a casa con mi pedazo de paraíso.

El sentimiento de culpa continúa fastidiándome, pero quizás, saliendo del centro comercial, vea a un mendigo, sentado con un vaso de plástico delante de él. ¡Ah! Hurgo en mis bolsillos para buscar algún sencillo, y encuentro una moneda de dos euros. La dejo caer en su vaso. Y con estos dos euros, mi conciencia se ha calmado para mi viaje hacia casa. Estoy en paz.
De vuelta a casa, cuelgo mi nuevo traje en el armario junto a los tantos otros que ya tengo. Paso sobre la fastidiosa evidencia que amenaza con revivir en mi conciencia, que ninguno de los anteriores trajes me ha llevado al Paraíso. Si me paro bastante para considerar las cosas, podría recordar que yo ya he vivido antes este preciso momento muchas veces, y que nunca ha terminado como me esperaba. Cierro las puertas del armario y me voy.
Luego, el tiempo pasa, quizás una semana o dos. A veces el traje me vuelve a la mente y brevemente considero cuándo lo vista, y eso me provoca una agradable sensación. Pero gradualmente el recuerdo del traje empieza a decolorarse, y después de un poco dejo de pensar.
Posteriormente, bastantes semanas después, abro el armario y, viendo el porta traje, lo saco. ¡Oh! ¡Un traje! Abro la bolsa con curiosidad, pero ahora no pruebo ninguna excitación. Es solamente otro traje como los tantos otros que ya poseo. La fantasía se ha evaporado. Es solamente otro traje.
Y luego, algunas semanas después, llega el estado de cuenta de la tarjeta de crédito y el sentimiento de culpa vuelve, quizás acompañado por un poco de vergüenza. Y no hay ningún mendigo cerca a quien le pueda dar dos euros para comprarme un poco de paz.

Ésta es la historia de nuestro deseo enloquecido. Nos ocurre porque estamos hechos para la perfección, pero tendemos a hacer conquistar este deseo de algo inapropiado. No preparados para esto, estamos siempre condenados a buscar la correspondencia a nuestros deseos donde no es posible encontrarla. A veces un traje. A veces un bolso. A veces los zapatos. A veces un iPhone. A veces un coche, una barca, una villa. Existe siempre el mismo factor arrastrante: el infinito deseo por algo que, en lo profundo del corazón, sabemos que no es realmente un traje o una particular prenda o cualquier otra cosa que podemos quizás creer ser capaces de adquirir.
De nuevo vemos que cuando papa Benedicto hablaba de usar las materias primas de Dios dentro del búnker, no estaba pensando simplemente en cosas materiales. Los deseos más profundos del corazón humano son usados también por el mercado para cerciorarse de que las ruedas del comercio continúen girando y que el business continúe creciendo y que la gente continúe siendo convencida de que este crecimiento sea la medida del bienestar humano y por eso de la felicidad. Naturalmente desde el punto de vista del mercado, de la perspectiva del continuo crecimiento hace falta una garantía para todo eso: que el deseo no sea nunca satisfecho.
Se podría pensar que, después de seis trajes, siete trajes, nueve trajes, quince bolsos, cuatro autos, tres botes, dos villas - todas las veces descubriendo la misma cosa - un día el consumidor comprometido se detenga para reflexionar y decir: «Nada de esto me ha satisfecho». Pensarías que, cuanto antes, nosotros pudiéramos exclamar: «Los trajes no son la respuesta!» o «los zapatos no son la respuesta!». «Las cosas no son la respuesta!». Pero esto no parece que ocurra nunca para la mayor parte de nosotros, al menos no definitivamente. Existe siempre la perspectiva de otra seducción.
La suma de dinero que nuestras sociedades hoy deben - a veces a otras sociedades, a veces a grupos de interés dentro de las mismas - han superado la capacidad humana de comprensión. Cuando ves estas deudas expresadas en el gráfico de un economista como una cadena de montañas sobre la línea del cielo, eso se convierte en una representación visual de nuestro deseo focalizado sobre cosas equivocadas como una serie de quistes en la piel que sugieren que abajo hay algo seriamente enfermo.

El deseo humano ha estallado al interno de los sistemas construidos por el hombre como un huracán al interno de una aldea en fiesta. Para comprender aún más plenamente, por lo tanto, nosotros tenemos que mirar nuestro deseo como algo en sí mismo y preguntarnos «¿para qué cosa hemos imaginado que fuera este deseo?» y «¿a qué nos ha conducido eso?». Nuestro deseo se ha vuelto tan agresivo que hemos superado más no solamente nuestra capacidad de pagar las deudas incurridas en perseguirlo, sino también la capacidad de nuestros hijos y quizás hasta aquello de los hijos de nuestros hijos.
Don Giussani y papa Benedicto XVI nos han hablado muchas veces del daño padecido por el «yo» humano en la sociedad moderna. Eso requiere un poco de claridad en este momento histórico porque lo que he descrito podría ser considerado un exceso del yo, un exceso en poner el yo al centro. De hecho es extraño afirmar que, en una época que se vuelve cada vez más individualista, podría haber algún problema con la subjetividad humana. Cuando era niño me acuerdo que estaba asombrado constantemente por el hecho de que yo era una persona dentro de aquí, en mi cuerpo. ¿Sabía que el mundo tenía una historia antes de que yo llegara, de la que yo no había hecho parte y ahora, aquí, yo estaba, miraba afuera, testimoniaba cada cosa.
Me sorprendía que mi existencia tuviera que ocurrir en aquel instante. ¿Por qué? Presuponía que otras personas tuvieran que tener el mismo significado de la excepcionalidad de su presencia. A veces preguntaba a los adultos si ellos probaran el mismo estupor al estar dentro de sus mismos cuerpos, a hacer estas preguntas. Pero cuando les preguntaba: «¿También tú te sientes así?», ellos alzaban los hombros o decían algo del tipo «no hagas preguntas tontas». Así me convencí que era el único con estas preguntas, que cualquier otra persona fuera, él mismo o ella misma, exactamente lo que él o ella eran para mí y es decir una "tercera persona" y que yo fuera la única "primera persona", el único sujeto en medio a una raza de objetos.

Estoy dispuesto a ser convencido de que la confusión fuera debida a una distorsión de la percepción o de la perspectiva, pero, en un modo o en otro, algo así ha caído sobre nosotros, se ha hecho verdadera en nuestras culturas y nos aflige a todos: hemos llegado a pensar en nosotros mismos como en terceras personas. Nosotros nos hemos vuelto más individualizados, sí, pero el núcleo del sujeto de cada individuo se ha vaciado, a un nivel tan profundo que nosotros ya no pensamos en nosotros mismos como en sujetos primarios, sino simplemente otros objetos, terceras personas singulares. Hasta delante de nuestros propios ojos de algún modo nosotros hemos cambiado.
Cada uno de nosotros tiene un pasaporte, un código fiscal. Cada uno de nosotros tiene una identidad social, que, también cuando nos distingue de los otros, nos hace como los otros. Todas las veces que nosotros escuchamos los programas de actualidad en la radio o en la televisión - eso de lo que hablan y a quien hablan es esta entidad hecha objeto, esta parte de nosotros que es numerada, que es listada. Primero somos contribuyentes, luego somos consumidores, después electores, luego, al final, ciudadanos - como si eso fuese la extensión más completa de nuestra humanidad - con deberes y derechos, pero con un rostro que tiene sólo el objetivo de identificarnos en un contexto de seguridad.
Escuchando cada día las descripciones de nuestra realidad, nosotros raramente sentimos mencionar otra dimensión de nuestra existencia, una dimensión mucho más inmediata y hasta más obvia: que nosotros somos inteligencias subjetivas singulares - milagros de conciencia y testimonio - que miran la realidad por primera vez en la historia justo en este momento, entendiendo cosas, testimoniando cosas, preguntándonos y asombrándonos. Si a veces esta dimensión interior aparece es súbito tratada como periférica, insignificante, quizás hasta un aspecto problemático como los adultos que ignoraban mis preguntas cuando era un niño. Ahora toda la cultura parece construida para desviarme de mi subjetividad. Me anima en mi auto absorción, sí, tolera mi egoísmo, promueve mi individualismo, pero mi subjetividad, mi ‘yo’, que es el instrumento para comprender el milagro de mi existencia, es tratado como un tipo de excentricidad como un elemento residuo de un modo de entender las cosas precedentes y equivocadas, de las que ahora es mejor no hablar.
Pero consideremos la matemáticas extraordinaria de mi existencia: que yo sea uno de siete millones de seres humanos vivos, sobre esta relativamente minúscula partícula de materia, que gira alrededor de una pequeña estrella, en una galaxia de millones de estrellas similares, en un universo de quizás millones de millones de galaxias similares. Y heme aquí, justo en este momento, que los miro, preguntando: «¿Pero quiénes son todas estas personas?». No dentro de 374 años, no hace 635 años, sino justo ahora, en este momento que parece ser el único que existe. Mi existencia, estadísticamente hablando, está tan cercana a lo imposible que es para los estándares terrenos, imposible. Si nosotros tradujéramos estas estadísticas en el pronóstico de un apostador, nos daríamos cuenta que nadie apostaría nunca sobre mi existencia, mi existencia es imposible, sin embargo yo estoy aquí. Incluso cada día yo busco la prueba de que la cultura en que vivo esté captando la naturaleza de este milagro y raramente veo o siento eso. Es extraordinario el hecho de que hayamos construido culturas que nos esconden el milagro de nuestra subjetividad, en la época más individualista de la historia del mundo.

¿Qué está sucediendo? Bien, para crear una sociedad materialista basada sobre una apropiación indebida del deseo de perfección humana es necesario que ocurra un proceso en dos fases.
Primero: se erosiona la subjetividad de la persona. Por lo tanto se persuade a la persona así reducida, a reconstruir su identidad humana en una manera material. Así la cultura en que vivimos primero nos elimina y luego nos invita a re-imaginar a nosotros mismos a través de un vidrio o bien proyectados en una pantalla, como si estuviéramos mirándonos a nosotros mismos en la vitrina de una tienda, o en una computadora, o en la pantalla de la televisión o del cine. Nosotros existimos solamente mirándonos como en un reflejo o en una proyección. Nosotros nos volvemos actores de nuestras propias existencias.
Come si nuestro íntimo hubiera sido removido, nosotros literalmente nos hemos vuelto "no-entidad", pero nos es ofrecida la oportunidad de hallarnos a nosotros mismos, de reconstruirnos nosotros mismos de nuevo en la sociedad. Los ladrillos de este proceso de construcción son las cosas que poseemos, las cosas que vestimos, nuestro look, donde vivimos, los autos que conducimos. Gradualmente una nueva persona es reconstruida para sustituir al sujeto que había sido suprimido, para sustituir al "yo" que ha sido destruido.
Se puede observar este proceso de manera muy clara en los social network en internet, donde los jóvenes pueden conocerse a sí mismos a través de las reflexiones concedidas por los otros usuarios de la red. Quién soy yo depende de cuántos "amigos" tengo, o a cuántos "gusta" lo que yo digo. ¿Quién dice que yo soy guapo?
Sin tal consentimiento parece que yo no sea nada. Yo no existo hasta cuando de la aprobación de los otros no me hace emerger. No hay nada dentro de mí que afirme quién sea yo. Esto es solamente posible si yo estoy disponible a proveer a la cultura la obediencia que ésta solicita. De-absolutizados de la cultura en que viven y respiran, nuestros hijos se reconstruyen en su condición herida, que deriva de su "yo" erradicado, vaciados de su subjetividad. Se reconstruyen gracias a los juicios producidos por otros, sin aceptar nada de ellos mismos excepto lo que es reconocido por otras "no entidades" convertidas en objeto, con las cuales buscan una relación, una comunión, sin saber qué buscan.

Segundo instrumento vital del búnker es el ataque dirigido a la sabiduría del pasado. Es como si la parte mucho más grande del conocimiento y el desarrollo humano hubiera ocurrido en el pasado más reciente - digamos en los últimos 15 años - con respecto al período vasto del progreso y de la evolución humana. El hecho de vivir en el presente permite a quien habla afirmar que tiene intelecto y capacidad de comprensión, que según él habían escapado a los procesos de pensamiento hasta de los pensadores más brillantes del pasado. También los más ingenuos e ignorantes tienen títulos para reivindicar una superioridad hasta en las personas más iluminadas entre aquellas vividas en el pasado.
A quien twitta o manda un sms emana un sentido de superioridad nunca antes oído, que lo deriva de la tecnología usada. Se siente seguro al descartar los conocimientos del pasado simplemente porque a eso se había llegado sin recurrir a los instrumentos disponibles hoy a él.
San Agustín en sus Confesiones escribió sobre el significado del tiempo:
«¿Qué es pues el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicarlo a quien pregunta, ya no lo sé. Y sin embargo yo afirmo tranquilamente saber que si nada pasara no habría un pasado, y si nada ocurriera no habría un futuro, y si nada existiera no habría un presente. ¿Pero entonces en qué sentido existen dos de estos tiempos, el pasado y el futuro, si el pasado no ya no existe y el futuro no existe todavía? En cuanto al presente, si fuera siempre presente y no transcurriera en el pasado, no sería tiempo, sino eternidad. Si el presente pues, para hacer parte del tiempo, en tanto existe en cuanto transcurre en el pasado, ¿en qué sentido decimos que eso también existe? Si precisamente su sola razón de ser es que no existirá en el fondo es verdad, como nosotros afirmamos, que el tiempo existe sólo en cuanto tiende a no ser». (de Las Confesiones, libro XI).
En este texto, amablemente san Agustín ridiculiza nuestra confianza en captar el significado a través de las palabras. Sin embargo con algunas frases ágiles él va al corazón de uno de los más complejos enigmas de la realidad: la naturaleza del tiempo. Mil seiscientos años después de sus palabras emergen de la página como proponiendo una cuestión todavía fresca, en la manera más clara. Sin embargo, al nivel del discurso de todos los días, nosotros en nuestro conocimiento de búnker probamos cierta superioridad con respecto a san Agustín sobre la base de su insistencia sobre el reflexionar sobre cosas obvias. ¿Quién tiene necesidad de perder tiempo reflexionando sobre el tiempo, cuando tenemos el tiempo aquí en nuestro iPhone? La misma existencia de mi reloj o mi teléfono me da un sentido de dominio de la conquista del tiempo de parte de la humanidad. Pero, en verdad, yo no he construido mi reloj, mi iPhone: los he comprado en una tienda. No sé prácticamente nada de cómo funcionan, sin embargo su misma existencia me permite sentirme intelectualmente superior a san Agustín, porque él ha vivido 16 siglos antes que yo. Quizás si san Agustín hubiera tenido un iPhone no se hubiera afanado en escribir estas cosas en sus Confesiones. La tecnología da a cada uno de nosotros un sentido de conocimiento, para ganar el cual nosotros no hacemos nada. Así se acrecientan sea nuestro potencial de escepticismo, sea nuestro desprecio por la investigación.

Nos proponemos liberarnos de todos los misterios uno a uno, para despertarnos un día conociendo cada cosa. Tal como hemos accedido a un préstamo con el futuro para adquirir aquella falsa satisfacción ofrecida a nuestro deseo por el mercado moderno, ahora nosotros tomamos en préstamo cada conocimiento futuro y lo otorgamos al presente. Nosotros nos imaginamos tan cerca a la omnisciencia y a la omnipotencia, como si fuera cosa de poco. La única cosa que realmente nos asombra es la ingenuidad de nuestros antepasados, su sentido de ser creados, dependientes y benditos.
La emergencia hombre: sucede aquí nuevamente la historia de Adán y Eva. La humanidad cansada de la dependencia de su creador trata sola de abrirse una vía. Pero este librarse está acompañado por un ulterior elemento: una ambigüedad creciente relativa a la existencia misma de un creador. El escepticismo parece ser hoy un síntoma de un razonar inteligente, mientras la fe, en el mejor de los casos, es un optimismo ciego e irrazonable. Así de hecho el no creer se convierte en la opción preseleccionada, por defecto, de nuestra cultura. La humanidad decide continuar como si Dios no existiera - el hecho de que Dios exista o no exista no hace diferencia. Para los no creyentes eso equivale a "razón". Para los creyentes significa que Dios se ha convertido en una especie de bonus: su existencia añade un aspecto que gratifica los esfuerzos del hombre, pero ha dejado de ser central, al máximo es un consuelo.
Hace años, cuando me preparaba para la primera Comunión, la primera pregunta del catecismo era: «¿Quién ha hecho el mundo?». La respuesta dada era: «Dios ha hecho el mundo». Hasta entonces me daba cuenta de que esta respuesta no podía más que ser o verdadera o falsa. Pero, de algún modo, el hombre moderno ha logrado insinuar una tercera opción, evitando la dureza de la elección. En lugar de afrontar la cuestión la ha aparcado perezosamente, como si Dios fuera capaz contemporáneamente de existir o no existir, puesto en una especie de burbuja confusa, de la cual se puede tener en cuenta superficialmente pero sin que Le sea dada una forma o una figura concreta.

Quizá la situación sería preferible si hubiera, a nivel formal de nuestras culturas, un completo rechazo a Dios. Entonces nosotros estaríamos obligados a decidir, cada uno por sí mismo, cuál es la verdad. Pero este mundo confuso de fe a medias que hemos construido, presenta un escenario mucho más dañino. Aquí Dios es banalizado, no es tomado en serio, y sin embargo no es negado totalmente. Se cree en Dios a mitad y a mitad no se cree. En eso hay algo mucho peor que un insulto al Dios putativo: la suspensión de las cuestiones centrales de la existencia. Si directamente nosotros dijéramos «Dios ha muerto», nos encontraríamos afrontando su ausencia o no existencia, y confrontándonos con las cuestiones fundamentales de nuestra situación como mejor podemos. Pero nuestra solución de fe a mitad nos permite poner a parte tales cuestiones como si fueran discusiones filosóficas abstractas o argumentos para producir hipótesis en materia religiosa. No son preguntas, en cambio, que tienen que ver con la humanidad en sus esfuerzos de cada día.
El obscurecimiento de nuestra imaginación (apertura) religiosa ha ocurrido como parte de una general reducción de la amplitud y de la capacidad del razonar común. En esto la situación humana es exclusivamente definida en los términos del búnker, lo que significa: ideología, política, economía, psicología - todos conocimientos objetivados en los cuales una especie de know-how colectivo es capaz de explicar a cada uno de nosotros cómo pensamos y cómo nos comportamos. Una conversación colectiva construida de manera artificial, exclusivamente en estos términos, influye sobre el esperar y el desear humano, desplazando los impulsos humanos más fundamentales de su fundamento de la realidad transcendente y pisoteando la capacidad de los seres humanos de razonar adecuadamente por ellos mismos fuera de la mentalidad común. El resultado ha sido la división del humano que ocurre al interno de la persona - cada ser humano está dividido en sí mismo, al externo declarando obediencia a una realidad pública secularizada, pero interiormente muriendo de hambre, buscando desesperadamente medios para un conocimiento total de sí mismo. Los testigos históricos que un tiempo nutrían el sentido de pertenencia de los hombres en una realidad absoluta ahora los han hecho aparecer como insignificantes e improbables. Cada vez más, por ejemplo, es inútil repetir simplemente verdades religiosas porque, haciendo así, no se hace más que consolidar el nuevo dualismo que deriva de la continua reducción de ambas realidades, aquella divina y aquella humana. La cuestión de Dios parece ya no importar porque no concierne a la vida real.
Mientras las consecuencias de todo esto, a nivel colectivo, pueden ser puestas aparte, la desintegración del conocimiento vital al interno del corazón del hombre que surge es mucho más profunda y es imposible liberarse de ella. Querría, en resumen relatar el modo en que yo esencialmente llegué a malinterpretar mi propio deseo y mi propia libertad, habiendo perdido aquel significado de estupor que había tenido antes.

Desde niño yo había tenido una relación con Cristo profunda, apasionada, pero de adolescente me volví atraído por la promesa de un nuevo tipo de libertad. Eso fue especialmente dramático durante los años 70 en Irlanda, que se estaba transformando de un lugar gris y tranquilo a un tipo de cultura efervescente y dinámico, en la que la música pop y la cultura joven nos encantaban. Parecía que hubiera una elección por hacer. Cristo y la libertad aparecían en cierto sentido contrapuestos. No es que yo quisiera hacer esta elección y seguramente no probaba ningún resentimiento hacia Cristo. Habíamos estado juntos por mucho tiempo, por toda la duración de mi infancia. Sin embargo era atraído por esa nueva libertad. Pensaba que quizás a Cristo no le habría gustado estar asociado con esa nueva libertad. No quería herir sus sentimientos, he resbalado lejos de Él en la noche y me he lanzado en mi nueva aventura.
Con el tiempo eso me habría llevado a descubrir algo fundamental. Yo desarrollé un problema con el alcohol, que de hecho es otra tergiversación del deseo. Porque lo que sucede es que tú decides que este líquido colorado en el vaso es la respuesta a todas las preguntas y a todos los deseos como el traje en la vitrina de la tienda que te promete el paraíso. Pero desafortunadamente esta respuesta es aún más letal que el traje porque es un veneno que ataca al espíritu dentro de ti. Eso es justo lo que me ha ocurrido. En diciembre pasado he tenido un control médico y los doctores me han sugerido hacer un angiograma para ver las condiciones de mi corazón. Eso consiste en inyectar un líquido azul en las venas, para ver en una pantalla las condiciones de los vasos sanguíneos y te da un mapa del sistema circulatorio. El alcohol en el tiempo me proveyó algo parecido a un mapa - pero un mapa de mi espíritu.

Esencialmente, a través de mi experiencia del alcohol, he aprendido que mi estructura era definida por un deseo infinito para algo grande. Intercambiar el alcohol por la respuesta, me hizo consciente del hecho de que yo estaba construido en cierto modo - que yo era creado, que yo era dependiente, que yo no estaba hecho por mí mismo. Que yo era mortal en cierto sentido, pero infinito en mi deseo.
¿Pero para qué era mi deseo? ¿Pero qué deseaba yo?
Yo he sido afortunado por haber encontrado personas que habían hecho un viaje parecido y que me dijeron: «La respuesta a tu pregunta es…Dio».
Al momento respondí : «Son veinte años que escapo de esto».
Pero quedé cerca de estas personas y gradualmente empecé a entender de manera diferente lo que ellos estaban diciendo. Si Dios te ha hecho, ellos me decían, Él te ha hecho para sí mismo, en relación a sí mismo. Si esto es así entonces negar esto inevitablemente causará tu sufrimiento. «Y tú has experimentado este sufrimiento?».
Sí, dije.
Así empecé a seguir más cuidadosamente lo que ellos estaban diciendo y poco a poco empecé a verme a mí mismo de manera diferente. Volví un poco a cómo me acordaba de haber sido de niño o como el hombre de la tierra salvaje del que hablaba antes: necesitado de ayuda, vagando, preguntando, agradeciendo, hablándole a Cristo que me daba cuenta que estaba, cerca. Al inicio hice esto como un acto de fe, pero sin creer. Pero pronto, a pesar de mi escepticismo, noté que mi vida mejoraba: ya no tenía necesidad de beber, ya no tenía miedo.
Éste fue el inicio de la reexaminación de mi realidad, que me condujo a hacerme de nuevo mendigo - después de muchos años en los que había intentado ser Dios.
Un par de semanas después de que papa Benedicto XVI hizo el discurso en el Bundestag, yo hablaba en Dublín en una conferencia de un círculo literario y el argumento era el gran poeta irlandés Patrick Kavanagh, uno de los más grandes poetas cristianos del siglo XX.
Kavanagh se definía siempre un poeta "católico" entendiendo con eso que cuando él miraba un pájaro, un árbol o una flor, él veía la entidad creada y eso le recordaba que él mismo era criatura.
He aquí una pieza de su poesía Inocencia:

Dicen que yo era limitado por los setos de espino blanco.
De la pequeña granja y que no conocía el mundo
Pero yo sabía que el ingreso a la vida del amor
Es el mismo ingreso por todos lados.
Confuso por lo que amaba
Lo alejé de mí y lo llamé foso
Aunque ella me sonriera con las violetas.

Para Kavanagh la poesía no era literatura sino teología. Él decía que la cosa importante de una poesía era «el relámpago», que él definía como «el Otro Mundo que nos informaba de su existencia». Este «relámpago» ocurría al improviso a través de las palabras y, de manera extraña, independientemente de ellas. Muchos años después de su muerte he conocido a su hermano menor, Peter, del cual Patrick me hablaba como «Mi custodio secreto».
Peter me explicó que una poesía es en realidad un rezo. Me dijo: «Patrick creía en la divinidad, así que lo que él esperaba era captar un resplandor de esta visión beatífica, de este lugar sobrenatural. Las palabras son la parte menos importante de esto. En una poesía las palabras queman en una tremenda trama de algo insólito».
Pero hace dos años, hablando de estas cosas a un público "de-absolutizado" en un barrio elegante de Dublín, me daba cuenta que entre el público habían personas no contentas de mi descripción. En Irlanda ya no es de moda para los escritores, poetas o músicos hablar del «relámpago».
Al final un hombre me desafió y dijo: «Esta cosa ha caducado desesperadamente».
«He venido aquí para escuchar una lección sobre Kavanagh», se quejó: «No una lección sobre el catolicismo».
Yo respondí que Kavanagh se miraba a sí mismo en el modo en el cual yo lo describía y que ignorar eso quería decir perder de vista su significado esencial. Él dijo: «Ay, estamos cansados de estas cosas, ¿no te das cuenta que el hombre ha estado sobre la luna?». En aquel punto el tiempo se detuvo. Sabía que había apenas recibido una tarjeta postal del búnker en cuanto esta frase realmente resumía todo aquello del cual estaba hablando papa Benedicto. «¿No te das cuenta que el hombre ha estado sobre la luna?». Realmente este hombre estaba expresando la certeza del positivismo, la seguridad dada por el búnker del hecho de que ya no hubiera ninguna necesidad de considerar la idea de un creador, o del misterio de sí mismo o de su vida, o de la realidad.
En aquel momento yo entendí que tenía que responder. Sin embargo, recuerden, también yo estaba en el búnker. Las palabras que el hombre decía tenían sentido para mí, pertenecían a aquel modo "racional" de pensar que me era familiar, yo mismo podía sucumbir a ellas en cada momento.
Aquel hombre estaba expresando algo que hasta el día de hoy ampliamente profesado, está en el corazón mismo de la cultura dominante en mi país como en el resto del mundo.
La implicación está en el hecho de que el progreso científico había expuesto la falsedad de la visión cristiana de la realidad y de la humanidad. Hoy raramente esta idea no es implicada en cualquier conversación común y si somos honestos, también invade la mente de los creyentes, susurrando que en el fondo se adhiere a las ideas religiosas a pesar de los hechos obvios de la existencia.
«¿Non entiendes que el hombre ha estado en la luna?».
Yo no tenía una respuesta, simplemente abrí la boca y me salió una pregunta: «Pero tú has estado sobre la luna?».
Y él respondió: «No».
«¿Por lo tanto que diferencia ha sido para tu vida el hecho de que otro hombre haya estado en la luna? ¿las preguntas de tu corazón han encontrado respuesta gracias a este conocimiento?».
El hombre pareció confundido por la pregunta, pero también un poco enfadado, como si yo tratara de engañarlo. Me respondió que sus hijos y sus nietos habían desde hace tiempo desechado «todas estas cosas».
Yo entendí. Él pensaba que era obvio para cualquier persona inteligente que, ya que él había visto a un hombre caminar sobre la luna, hubiera cambiado todo. No se daba cuenta que eso podía ser cualquier cosa, excepto una posición racional, inteligente, frente a la realidad.

Pero, yo dije, Neil Armstrong fue a la luna y ha caminado sobre ella. Luego volvió a la tierra y se acostó y durmió. La mañana después se despertó y fue al baño, miró en el espejo y vio la cara de Neil Armstrong que lo miraba. Y a pesar de que hubiera caminado sobre la luna, tenía las mismas preguntas que tenía antes de dejar la tierra: ¿quién es este hombre? ¿Quién genera la vida dentro de este cuerpo? ¿Por qué Neil Armstrong está aquí?
Cuando se estudia el perfil de los científicos y de los aventureros que han sido auténticos innovadores en el progreso humano, a menudo se descubre que su certeza religiosa ha crecido antes que reducido por su experiencia en la frontera del descubrimiento humano. La fe de muchos de ellos, sobre todo de los astronautas, parece que se haya acrecentado como resultado de encuentros más cercanos con el universo. Aunque Neil Armstrong no haya hablado públicamente de su credo personal, es sabido que fuera un hombre de gran fe, que creía en un Dios personal. El último acto de su compañero astronauta sobre el Apolo 11, Buzz Aldrin, antes que la puerta de la astronave fuera abierta, ha sido de sacar una biblia, cáliz y vino y la hostia. Antes de hacer la historia él celebró la Comunión. John Glenn, el primer americano a orbitar alrededor de la tierra, dijo: «Mirar fuera semejante creación y no creer en Dios es para mí imposible».
Allá arriba estos hombres se quedaron asombrados. Estaban maravillados. Pero todos estos sentimientos de estupor y humildad se nos ahorran en el búnker. Al calor y al seguro, nosotros miramos a estos héroes de la aventura humana y llegamos a la conclusión opuesta: que la omnipotencia humana está a un paso más cercano y que Dios, por tanto, es superfluo.
Los que tienden a afirmar las cosas en estos términos generalmente no hacen parte del proyecto humano o de la innovación científica, simplemente reivindican, por fines ideológicos, los progresos hechos por los otros. Son observatorios, son gente que se apodera del trabajo ajeno, no unos protagonistas o gente que participa. Imaginen la respuesta de Dios mientras mira al hombre que llega a la luna. No pienso que Dios sea duro o se eche a reír de nuestros esfuerzos, sin embargo mirando la extensión de los cielos que él ha hecho se le podría perdonar si riera para sí mismo pensando: « ¡Cómo es bello que esta gente haya logrado dejar el propio planeta!»… Como un padre que mira al propio hijo gatear sobre la alfombra por primera vez!
El actual significado generalizado de inminente omnisciencia de la humanidad es un artificio de la falsa lógica. Cada día nosotros recibimos informaciones que aumentan nuestra sensación de que la humanidad se esté moviendo inexorablemente hacia la omnisciencia y la omnipotencia. En cuanto una nueva frontera de la ciencia es anunciada, los medios de comunicación extrapolan de esto un juicio que concierne a la naturaleza más importante del hombre y de su posición. Nosotros recibimos este juicio y podemos sentirnos cambiados y obligados de algún modo por eso, sin embargo nosotros a menudo tenemos muy poca comprensión de la naturaleza del progreso, del descubrimiento que ha sido hecho, que a menudo es descrito de manera apresurada y aproximativa. La mayor parte de nosotros no está implicado directamente en ninguno de estos progresos humanos. Nosotros somos observadores. Sin embargo cada vez probamos una agradable sensación de satisfacción porque la humanidad ha dado otro paso de gigante hacia adelante. La idea de que el progreso humano cambia la condición de la humanidad es fundamentalmente para cada uno de nosotros una ilusión que deriva de un boca a boca, de una señal de la omnisciencia que se acerca que de hecho no añade nada a lo que ya sabemos.

A veces este proceso tiene un efecto en nosotros a pesar de nosotros mismos, a pesar de nuestra determinación a creer, hasta a pesar de nuestra comprensión de que la fe en Dios ha tenido una consistencia en nuestra vida. Cada nuevo anuncio parece que sea aquel definitivo para quitarle otras energías a nuestra esperanza. Nosotros imaginamos no tener ningún modo de ponerlo en cuestión o tratar de responderle. Así eso parece imponer en nosotros un juicio definitivo. Nutre nuestro escepticismo con el aliento robado a nuestra vida.
El hombre moderno se siente cada vez más inteligente, pero queda inmovilizado delante de las preguntas con las que se han enfrentado sus antepasados en su religiosidad. Con su mente cree ser parte del gran proyecto que se acerca a la omnisciencia humana, pero con su corazón se siente excluido de ello. Al máximo siente que es el único que tiene dudas y que es mejor tenerlas para sí mismo.
Pero, amigos míos, hay una buena noticia: en el búnker hay un aspecto de esta auto-asfixia que a la larga no es sostenible. El hombre ha dejado fuera del búnker el misterio del universo, pero se lleva dentro el misterio con su mismo ser.
También nosotros somos misterio y no podemos dejarlo del otro lado del muro. He aquí porque ha sido necesario suprimir el «yo» del ser humano: el «yo» es el que da testimonio al misterio.
El paso más importante para reconquistar nuestra subjetividad perdida frente a las grandes preguntas de la existencia es volverse conscientes del búnker y de ser asombrados nuevamente por la mía/tuya/nuestra presencia aquí. Hasta en el búnker yo puedo asombrarme a cada momento, del milagro de mi existencia. Una vez sintonizado con esta sensibilidad, entonces ya he empezado a revertir la condición de mi vida. El único modo para ir adelante es de hacer visible el búnker, de fijarse en sus estructuras, en sus consecuencias, y cómo eso ha llegado a dominar nuestras vidas. Y luego dirigirse nuevamente hacia el infinito y reconocer que eso es mucho más real.
Don Giussani nos da el método en el Sentido Religioso, en el capítulo 10: «Quiero que se imaginen salir del vientre de su madre. Apenas han nacido. ¡Cierren los ojos e imaginen que están a punto de salir del vientre de su madre!». Don Giussani nos permite tomar con nosotros, en este momento, todos los instrumentos que podamos usar para comprender la realidad, todos los instrumentos más reales de nuestra razón: nuestra experiencia, la inteligencia, las emociones, las intuiciones, etc. Así sales afuera, entras en el mundo, en esta habitación. ¿A qué conclusión llegarías de esta experiencia inicial de realidad? Cuál es tu respuesta cuando miras la realidad - a los colores, a los movimientos, al ser, la luz… todo esto frente a mí. ¿Qué son estas cosas? ¿Quiénes son estos seres?
Y por lo tanto poder volverme consciente de mí mismo. ¿Quién me ha hecho? ¿Yo? ¿Qué es este yo? ¿Por el hecho de que yo pienso, yo me convierto en el origen de mí mismo? ¿Quién soy yo? Mis manos - ¿de dónde vienen?
Yo no me he hecho por mí mismo.
Yo no hago nada.

Eso hemos perdido: el estupor frente a lo que existe, a lo que somos. Necesitamos aprender a cambiar dirección, en cada momento en el búnker, y hallar de nuevo este estupor. Para comprender lo que el búnker está haciéndonos y para percibir, también parcialmente, aquello que el búnker conspira para suprimir. El desafío a la razón hasta el día de hoy no es probar la existencia de Dios, sino desarmar los andamios de la falsa lógica, que se ha entremetido entre nosotros y la verdad sobre nosotros. A causa de estas reducciones, que lo admitamos o no, el búnker ha hecho de Cristo un mito, una idea sentimental y un policía moral. Eso es un crimen contra Cristo, pero es un crimen aún más grande contra la humanidad.
Piensen: si reflexionaran sobre el modo en el que piensan, quedarían conmovidos por el hecho de que sus pensamientos son un diálogo. ¿Van por ahí, conducen el coche, están sentados a beber un café en un bar - aquí ahora… su mente está en acción - con palabras, sin palabras? - pero en un modo o en otro siempre como una conversación.
¿Y con quién? Es como si hubiera otro presente. Este ser o esta relación siempre está conmigo y siempre ha estado aquí.
Reflexionar un instante: sólo por estar aquí, de algún modo, me siento amado. Yo he tenido esta sensación por toda mi vida, pero no era consciente de serlo hasta hace poco tiempo. Lo daba por descontado o trataba esta sensación de serenidad y paz que me venía dada, como un fenómeno naturalista. Tenía una comprensión del amor de Dios, pero como algo abstracto, distante. Supongo que por mucho tiempo yo lo haya confundido con el amor de mis padres, que también eso creía ser natural e indestructible. Pero ahora mis padres han muerto, aunque todo esto continúa. Me siento amado y este sentimiento me reanima, me fortalece con un hambre inagotable por la vida y por el vivir. Sin este significado de amor del que hablo la vida sería insoportable y nada en el búnker sería capaz de protegerme.
Ha llegado el momento para mí de dar un nombre a este amor, o de otro modo podría ser acusado de ser evasivo. El nombre que yo doy es Cristo, éste es el nombre de El que me sostiene.

Yo no puedo perder a Cristo pero puedo descuidar Su presencia en el lugar en que estoy. ¿En esta misma habitación en que me encuentro desde hace una hora mis pensamientos se han abierto para incluirlo?
Escuchen…
¿Por qué hay que afligirse por la pérdida de Cristo? ¿Es una cuestión de mostrar respeto a Cristo, de honrar Su llegada, Su sacrificio, de dar homenaje a Su Resurrección? A riesgo de provocar desacuerdo yo diría que no. Si fuera simplemente una cuestión de ofender a Cristo olvidándolo, conocemos bastante Su personalidad para poder vivir con este riesgo. ¡Quizás, el día del juicio, podríamos ser capaces de convencerlo de haber tenido una solución mejor a la cuestión de nuestro destino!
No - la cuestión es que, en virtud de nuestra estructura dada e irreductible, no podemos funcionar fuera de la relación divina que Cristo nos ofrece.
No es que hemos olvidado a Cristo, sino, como Flannery O'Connor ha afirmado, nos hemos vuelto como «atormentados por Cristo». Cristo queda presente, lo sabemos. Sin embargo no podemos testimoniarlo, no podemos decir su nombre por miedo a la sospecha y la condescendencia. Como Pedro, lo negamos hasta el canto del gallo. Pero la misma enormidad del dolor que probamos - inconscientemente o intercambiándolo por otra cosa - constituye la medida de nuestro deseo por él. La confusión creciente, la disociación, la alienación, la soledad crean una imagen negativa de la plenitud a la que aspiramos. Cristo queda presente - quizás todavía más claramente, en nuestra sensación de Su ausencia.
Queridos amigos los invito a identificarse con todo esto.

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