Fabrizio Foschi: ¿En qué condiciones el objeto puede hablarnos y no parecer distante, lejano? ¿Qué importancia tiene el espacio del interés del sujeto para que el objeto pueda ser enfocado? ¿Es posible llevar las cosas a su destino y en qué condiciones en la escuela el objeto de la cultura y el objeto de la enseñanza pueden coincidir? Porque no podemos olvidar que hay una didáctica que a veces nos hace olvidar este nexo, es decir nos parece que la didáctica no sea cultura, sino sea otra cosa. ¿Y por lo tanto cómo puede ser que el objeto de la didáctica y el objeto de la cultura sean la misma cosa? Son preguntas fáciles, ¿no? Marco Bersanelli: El título que ha sido propuesto pone en juego la entera dinámica educativa. ¿Cuál es el sujeto y cuál es el objeto de la enseñanza? ¿Cuál es la relación entre el profesor, el chico y la disciplina? Todos nosotros estamos en relación con chicos de varias edades -desde los niños de la guardería para algunos de ustedes a los casi adultos que encuentro yo- a través de un contenido. ¿He aquí, me parece que esta dinámica sea justo el corazón de la enseñanza. Y me interrogaba, pensando en este tema, sobre qué quiere decir en el fondo enseñar (disculpen, quizás diré cosas que para tantos pueden ser obvias, pero para mí no lo son). Enseñar, tener una disciplina por enseñar, ¿qué significa? Y reflexionaba sobre esto la semana pasada, porque está iniciando el nuevo año académico. Y justo el otro día, en la primera lección del curso de mecánica, por lo tanto encontrando las matrículas que llegan a física, les decía a ellos esto: “pero piensen, lo que estamos iniciando es un curso que en cuarenta horas, cuarenta horas de lección distribuidas en un semestre, y en cuarenta horas nos hará recorrer las etapas fundamentales de un camino de cuatro siglos, digamos simplificando de Galileo a hoy, cuatro siglos de intuiciones y de trabajo y de descubrimientos de algunos de los más grandes genios de la humanidad. En cuarenta horas nosotros tenemos esta posibilidad. ¡Aristóteles y Arquímedes qué habrían dado para poder estar aquí! ¡Es inmensa, es incalculable la riqueza de lo que está a punto de suceder! Yo pienso que la primera calidad necesaria de un profesor sea sentir el peso y el alcance de lo que está por suceder a aquellos chicos allí, a través de ti que eres testigo de esta historia, si no no ocurre la enseñanza, ocurre otra cosa, mucho más superficial, mucho más banal y de menos incidencia en la persona que tienes en frente, si no sientes este peso. O bien iniciando el curso de astronomía de ochenta horas (porque allí se va mucho más al detalle y el panorama es mucho más vasto), pensaba ¿qué valor se condensa en estas ochenta horas si se comunica lo mejor de lo que es el estado de la astrofísica en todos sus sectores? ¿Qué costo hay detrás de todo esto, también sólo en términos económicos? He intentado hacer una estimación del orden de magnitud, en mil millones de euro, pero no lo he logrado (probablemente son muchos centenares de millones de euros). En ochenta horas yo vuelvo a estos chicos capaces de poseer el fruto de un recorrido inmenso, de poseer estas cosas no genéricamente, sino pudiendo convertirse en protagonistas, pudiendo continuar esta historia. Nosotros somos superficiales si no nos damos cuenta del alcance de la aventura en que nosotros estamos y a la cual nosotros invitamos a nuestros chicos a entrar. Pero uno que enseña el alfabeto, debería multiplicar las cosas que he dicho por ciento y por mil, porque la historia ya no es de cuatrocientos años sino parte del origen de la humanidad, del origen de la historia. Por tanto, dicho esto, ya se comprende que el objetivo de la enseñanza, el objetivo de la escuela, el objetivo de la didáctica, el objetivo de la disciplina no puede limitarse a ser que el chico salga “sabiendo unas cosas”, habiendo aprendido más cosas, sino se necesita que él reciba un testigo, que empiece a percibir -según la proporción que su momento de la vida le da, desde el jardín, al bachillerado y a la universidad- que empiece a percibir poco o tanto pero realmente que es protagonista, que entra en un camino, que las cosas que ha aprendido, es decir, se vuelvan suyas, entren a hacer parte de su mirada sobre el mundo. Lo decía antes Alberto Piatti citando a Julián Carrón: «generar un sujeto protagonista de la historia, protagonista de la propia existencia». Imagino que esto valga para todos. Sería bonito dialogar sobre esto, pero creo que también en la escuela de la infancia haya un nivel en que el niño juega en un modo en el que él está presente, que es diferente de cuando juega de modo automático; y no puede no estar tu ojo, nuestro ojo que siga este dramático y fascinante desarrollo de la persona. No basta que él aprenda a hacer el jueguito, necesita que empiece a sentir lo que le propones como algo suyo, algo que lo expresa. Se entiende bien esto si nosotros imaginamos que estos chicos son nuestros hijos. ¿Querríamos nosotros que nuestros hijos fueran capaces de repetir muchas cosas o que pudieran gozar alegremente de algo que los hace volverse grandes? Es diferente. Esto lo veo bien también en la universidad: muchas veces hay como la costumbre de un modo de concebir el conocimiento, el aprendizaje que no es entrenado a hacer entrar en juego al propio yo, al propio sujeto. Y más se va adelante y más es difícil corregir esta actitud. Por tanto se los digo, pero no porque el objetivo es hacer la universidad: el objetivo es la persona. Por tanto hace falta que nosotros nos ayudemos a hacer desarrollar un sentido crítico en los chicos, una capacidad de hacer preguntas, una tensión a buscar el sentido de las cosas que nazca de una curiosidad propia. ¿Cómo ocurre esto? Yo pienso que ante todo esto ocurra, esta síntesis entre la disciplina particular y el destino -usamos la palabra grande- el destino del chico que tenemos en frente, el bien último, la realización de la persona que tenemos en frente, la síntesis entre estas dos cosas tiene que ocurrir ante todo en nosotros, es decir en el profesor. Es nuestra experiencia de esta síntesis que se puede comunicar, y se comunica de hecho. La síntesis hace falta que haya ocurrido en sí mismos, en la propia persona. En efecto enseñando cualquier materia nosotros indicamos implícitamente un punto de vista sobre toda la realidad. El modo en que tú tratas el objeto de tu enseñanza, el modo en el que yo hablo de las leyes del movimiento o de la evolución estelar a mis estudiantes dice o bien no la amplitud con que en nuestra experiencia estas cosas están dentro de una experiencia nuestra de belleza, de unidad, de afección a lo real por el significado que lleva. Kierkegaard decía: «Cada comunicación de verdad se ha vuelto para todos una abstracción, porque nadie tiene el coraje de decir “yo”». Es este, según yo, el punto que más nos toca. Uno puede decir: “pero cómo, la matemáticas, la física, una materia árida, una materia que no habla de lo humano… ¿qué puedo comunicar?” me haría un poco de una parte si me detuviera a dar mi punto de vista sobre esto… entonces me refiero a una página de Jean Danielou, teólogo cardenal francés, que en su libro “la cultura traicionada por los intelectuales”, después de haber subrayado el peligro de la reducción positivista y cientista, es decir de un uso ideológico y autoritario de la ciencia, escuchen que dice: «Las disciplinas científicas implican una formación mental que, si es considerara en su totalidad, lleva a un conocimiento profundo de lo real. Los hombres de ciencia tienen el sentido de la objetividad». No porque son más buenos, sino porque en hacer nuestra profesión nosotros no podemos dar ni un paso si no continuamente sometiendo la razón a la experiencia, al dato que nos encontramos delante. Y continúa: Segundo aspecto y condición es que esta disciplina sea advertida como algo vivo por quien la enseña: una cuenta abierta. No podemos no tener una cuenta abierta con lo que enseñamos. Se sabe que en universidad esto es estructural: la didáctica está ligada a la investigación. Pero no es sólo eso, y en efecto eso lo siento verdadero no sólo por el curso de astrofísica, (disciplina que evoluciona de año en año, y en la que yo mismo estoy comprometido), sino también por la física fundamental: la mecánica es la misma, no es que hay descubrimientos de año en año, sino para mí es una cuenta abierta. El modo en el que yo la entiendo es siempre insuficiente. Mi mujer dice que soy un perfeccionista, pero es porque no entiende. Siempre hace falta profundizar, en dos sentidos: horizontal y vertical. En un sentido horizontal: ponerse al día, saber más, entender qué hay de nuevo en la disciplina o en los instrumentos didácticos; en un sentido vertical: entender más el alcance educativo que la entera disciplina tiene, entenderlo para sí mismo, sobre la propia piel. O esta dimensión vertical es una pregunta abierta para nosotros, o no sucede nada. No es que éstas son cosas que se consiguen de una sola vez. Creo que esta ayuda que ustedes les dan, en una realidad como Diesse, es una gran ocasión para compartir la experiencia de cada uno, para sugerir un recorrido, y es sobre todo de ayuda en la medida en que tiene encendida la pregunta, no nos hace sentir tranquilos. Quiere decir por lo tanto también no contentarse nunca de cómo se enseña. Yo me doy cuenta que a veces hasta hace falta casi herir voluntariamente un cierto estándar al que se es acostumbrado. No sé si les sucede también a ustedes. Les hago un ejemplo. Nosotros los docentes en la universidad somos evaluados por nuestros estudiantes. ¡Es una cosa muy útil! Al final de cada curso tienen un formulario anónimo muy detallado. Ciertamente, no se puede hacer en primero de bachillerado, probablemente no habría significado por la inmadurez de la figura del estudiante que tienes delante, pero a lo mejor en quinto superior…. En todo caso, con mi grupo de investigación desde hace años tenemos el curso de Laboratorio de Astrofísica. El primer año el laboratorio era muy ordinario porque debíamos todavía disponer los equipos: teníamos una habitación, teníamos pocos instrumentos, todo era muy fluido, muy poco organizado, un poco tambaleante, pero había de nuestra parte, mía y de mis colaboradores, toda la ansiedad de decir “¿cómo hacemos? ¿Cómo haremos para ayudarlos aun cuando los equipos están así-así?”. Y los estudiantes para hacer las medidas tenían que arreglárselas, encontrar soluciones, etc. En fin hemos hecho el laboratorio y la verificación de los estudiantes era positiva, más de aquello que pensabamos. Menos mal. Luego al año siguiente hemos mejorado los equipos, nos han dado un poco de fondos y ha aumentado la satisfacción, hemos hallado que el interés suscitado en los estudiantes había mejorado. Y luego año tras año, yendo adelante hemos cada vez más mejorado el set-up, y se ha convertido en un laboratorio “espacial”, cierto, ¡como es justo que sea! Bellísimo, tenemos un equipo de vanguardia… pero nos hemos percatado de que la curva de la mejoría poco a poco se había aplanado. Todo funcionaba perfectamente pero algo había venido a menos: había desaparecido la percepción de la novedad para nosotros. Ya no era algo que nos sorprendía, y eso se siente, los chicos lo sienten, y por lo tanto también para ellos era menos interesante. Esto es fundamental, tanto que este año por primera vez mis colegas más jóvenes y más buenos que yo han decidido, un poco violando una regla que incluso funcionaba bien, revolucionar el recorrido de aquel laboratorio, de volverlo más imprevisible. Si no hay un elemento de imprevisibilidad es difícil llegar a un interés pleno de la persona. Hemos visto algunas condiciones para enfocar el objeto de la enseñanza. Ahora querría ofrecer algunos puntos de método para que una enseñanza específica sea factor educativo de la persona, dentro de cada disciplina. Lo primero ya lo he señalado antes, creo que el primer motor educativo esté en el hecho de que nosotros valoricemos, sintamos la importancia de la pregunta, de la curiosidad que tienen los chicos. Es decisivo que nosotros estemos atentos a percibir en el aire la presencia o bien la ausencia, de la pregunta de los chicos, la curiosidad que ellos expresan. Y se trata por lo tanto ante todo - es difícil decirlo porque ya parece forzado - pero se trata de algún modo de hacer nacer la pregunta. Que casi es una afirmación absurda, porque tú no tienes ningún poder para hacer nacer la pregunta, no puedes sustituirla, pero en cierto sentido puedes favorecerla. Es muy delicado, porque tú no puedes imponer eso… es como soplar sobre el fuego, sobre la llama cuando es apenas al comienzo, si soplas demasiado fuerte desaparece, si tú aceleras la respuesta has apagado todo. Si a lo mejor no haces nada se apaga todo. Éste es el arte del educador. Por eso digo que es un drama, ésta es la cuestión: percibir el delicadísimo, frágilísimo hilo que ata la atención del chico, su verdadera atención a lo que tú estás diciendo, y ésta es una experiencia que o se vive en sí misma con la propia humanidad, es decir nosotros como adultos todavía estamos allí que sentimos nacer en nosotros una pregunta, o bien no logramos traducirla en ningún gesto educativo. El punto que sustenta la experiencia educativa es nuestra humanidad, es nuestra capacidad de vivir una pregunta. Entonces la reconocemos, frágil hasta que se quiera, también en quien está delante de nosotros. Don Giussani, respondiendo hace muchos años a una pregunta, en 1983, dijo «La cultura no puede indicar si no el dinamismo vivido en una persona real; no existe posibilidad de cultura si no como mandato de la propia humanidad a la que se obedece». Es un mandato, es una urgencia que uno siente a la que tiene que obedecer, no hay ninguna regla que puede darme eso. Y en efecto concluye: «Quien no lo siente como misión no debería enseñar». Segundo factor para que cada disciplina, de la matemáticas a la educación física, sea un elemento educativo: que el educador, el maestro sea alguien que ose arriesgar sobre quien tiene, sea uno que arriesga en ti, en ti, chico, sea alguien que ve más allá de ti y por lo tanto es capaz de concederte una confianza que tú no tendrías en ti mismo. Entiende que el chico tiene en sí mismo la estructura para responder, aunque él aún no es consciente. Creo que esto valga en la universidad -y allí lo tengo muy claro -pero de algún modo se refiera también abajo hasta el niño pequeño. Proponerle algo que él perciba en sí mismo en acto en aquella cosa, que él no habría hecho sin ti que lo has como empujado un poco a dar aquel paso más. Yo me acuerdo -a menudo lo cuento, porque es uno de aquellos episodios que se fijan en la memoria -cuando después de la licenciatura he ido a Berkeley en California a estudiar el fondo de microondas: aquello que ahora estamos estudiando con el satélite Planck, la primera luz del universo, que proviene de los principios de la historia del cosmos y aún hoy nos hace ver cómo era el universo hace catorce mil millones de años. He aquí, cuando yo me he graduado estudiaba este tema, que ha quedado siempre al centro de mi investigación, y cuando he ido a Berkeley he terminado en un grupo cuyo líder, George Smoot, era entonces una persona estimada, pero nadie imaginaba que habría ganado el premio Nobel en 2006. Por tanto he tenido la gran suerte de haber “caído” en un grupo conducido por una persona de aquel nivel. Me acuerdo que debíamos partir para Antártica, para el Polo Sur (porque antes de enviar Planck en órbita las observaciones las hacíamos desde tierra, pero para medir desde la tierra esta luz primordial, que es muy débil, hace falta ir a sitios un poco particulares donde la atmósfera tiene características óptimas y el centro de la Antártica es uno de los mejores sitios). Entonces teníamos que llevar este experimento al Polo Sur y ustedes entienden que cuando llevan un experimento a la Antártica, en primer lugar tiene costos notables, por lo tanto cualquier objeto que lleven ustedes en expedición tiene un costo y tienen que estar bien seguros de que aquella cosa efectivamente sirve al objetivo, y en segundo lugar una vez che han llegado a la Antártica no es que dicen “esta cosa no funciona, ahora vuelvo al laboratorio y lo arreglo”, no, no es así. Es casi como ir a la luna. Yo era recién licenciado, hablaba poco el inglés, llevaba allí pocos meses y ya George me había dado la responsabilidad de una de las cinco medidas que íbamos a hacer en Antártica, de un instrumento, y ya aquello me había sorprendido. El tiempo como siempre era muy breve con respecto a todas las pruebas y las calibraciones que teníamos que hacer con nuestros instrumentos y ha llegado el día en que debíamos decidir qué instrumentos partían y cuáles no, qué medidas estábamos listos a hacer. ¿Entonces he ido donde George, a su estudio, con todos los resultados de las pruebas que hice diligentemente sobre el radiómetro a 2 gigahertz, que era una de las frecuencias que teníamos que medir del fondo cósmico, y le he dicho “Éstos son las pruebas, ¿qué hacemos?” Él me dice “¿Is the instrument ready? ¿Está listo el instrumento?” y yo digo “Mira, éstos son los resultados” y él me mira y hace: “¿Do you believe it or not? ¿Tú lo crees o no?” ¿Crees o no que el instrumento está listo para la expedición en Antártica? ¡Me estaba preguntando a mí! Les juro que con respecto a mi trabajo no he dado nunca un salto de conciencia como en aquel momento. Joven, inexperto, más allá del hecho que fuera capaz de decir la cosa justa, el hecho que uno como él me haya implicado así, que haya preguntado mi parecer no por decir, que se haya apoyado en mí, me ha dado una posibilidad de conciencia de qué quiere decir hacer este trabajo que no olvidaré nunca. Sólo fue un ejemplo, pero éste es el ambiente que me ha formado en aquellos años, y que espero quede hoy en el modo en que intento tratar a mis estudiantes. Tercer aspecto, tercera condición para que nuestra enseñanza sea educativa, es que el profesor no se halle solo en ser testigo frente a los chicos, vale decir que esté en relación con una realidad más grande. Cuando enseño astrofísica (hago el ejemplo así es quizás más fácil y se comprende mejor), cuando llego a ciertos puntos del programa y no puedo profundizar, porque no se puede profundizar todo, entonces digo, por ejemplo: “sobre este tema de las estrellas de neutrones no soy experto, pero pueden profundizarlo siguiendo el curso del profesor Pizzochero”, que es aquel que hace astrofísica relativista. Sobre la evolución de las galaxias, los invito a seguir el curso de Bertin, etc. O bien a menudo les señalo las personas con las que trabajo en Planck, etc. Esta unión que el chico siente entre el profesor Pizzocchero y yo y el profesor Bertin, o con mis colaboradores de Planck, el presentarle a él una realidad en la que yo estoy en relación viva con otros, hace percibir al chico que también yo estoy aprendiendo, que son cosas que tampoco sé y no entiendo, y que desearía entender, y que me remiten a la relación con otros. Por ejemplo este ámbito de Diesse también es precioso porque les puede permitir decir frente a los chicos: “He aprendido una cosa más”. Percibir que nosotros estamos en movimiento aumenta nuestra autoridad, fingir que lo sabemos todo, que no tenemos nada más que aprender, ahoga y da una idea distorsionada del conocimiento. Último aspecto es que nosotros, para ser educadores en la disciplina, hacemos percibir la idea del futuro. El futuro existe. A veces tengo la impresión de que los chicos, y quizás primero nosotros, ya no tenemos la idea del futuro, del futuro como posibilidad, del futuro como algo imprevisible. Hacía esta reflexión, quizás me viene por el tipo de cosas que se me ocurren pensar. Hoy sabemos que el planeta Tierra es esférico y sabemos que la superficie de una esfera es finita. Lo sabemos desde hace mucho tiempo, pero quizás sólo hoy no lo sepamos sólo mentalmente, esto se ha convertido en parte de la imaginación inmediata de quien nace hoy: ya no existe un rincón de nuestro planeta que sea realmente desconocido. Piénsenlo. Ya no existe la tierra incógnita, si van a Google Earth cada centímetro cuadrado está mapeado (quizás no estamos todavía justo al centímetro, pero dentro de pocos años pasaremos al centímetro). Ya no hay una tierra incógnita: primer factor psicológicamente relevante. Segundo factor: ya no se tiene la experiencia del cielo. La visión del cielo, de la noche estrellada, es decir de lo desconocido, de lo imprevisible, ya no hace parte de la normalidad. Cuando hago algún encuentro o conferencia a los chicos, siempre les hago levantar la mano: “¿cuántos de ustedes han visto nunca en su vida al menos una vez la Vía Láctea?” Y veo que de año en año el número de manos que se levantan tiende a cero. En Milán están bajo el 10%. El sentido de la inmensidad está casi ausente. La Tierra es conocida, el cielo ya no se ve. Y luego la realidad se confunde con lo virtual: hay un matiz cada vez más tenue entre lo que es real y lo que es virtual. Todo esto conduce a una imaginación que o es sustentada por un sentido de la realidad, de la vida, de un sentido de lo imprevisto, de lo imprevisible, o amenaza con perderse. “Un imprevisto es la sola esperanza, pero me dicen que es una necedad decírselo”, escribía Montale. He aquí, creo que nosotros como educadores, tenemos que percibir ante todo en nosotros la potencia de lo inconmensurable, porque hay un inconmensurable, hay un misterio que grita en la realidad que ningún tipo de conocimiento ya adquirido se puede agotar. Concluyendo por lo tanto querría decir que el conocimiento no es fin a sí mismo, sino es para la realización de la persona, de nuestra humanidad y de quien tenemos en frente, y entonces este conocimiento cuando es para la realización de la persona tiene un nombre que está muy fuera de moda, tiene un nombre extraño que se me ha ocurrido justo en estos días, la palabra “sabiduría”. La palabra “sabiduría” no es la cantidad de cosas que sabemos, sino es el concurrir del conocimiento al bien, al destino de la persona. ¿Se preguntaba Eliot en los “Coros de la roca”: «Todo el conocimiento nos lleva más cerca de nuestra ignorancia / toda nuestra ignorancia nos lleva más cerca de la muerte / Pero más cerca de la muerte no más cerca de Dios / ¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo? / ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido sabiendo? / ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en la información?». |
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Enfocar el objeto de la cultura y de la enseñanza