Flannery O'Connor. La escritora que puso a Dios en un pavo
autor: Antonio Spadaro
Marco Respinti (entrevistador)
fecha: 2010-07-06
fuente: La scrittrice che mise Dio in un tacchino
traducción: Jorge Enrique López Villada

El máximo experto italiano sobre Flannery O'Connor explica la estética de lo feo y lo grotesco de la gran narradora americana. Una bofetada que barre el "sentido común" de los intelectuales para enseñar la promesa que hay dentro de cada cosa

No es suficiente ser, de una como Flannery O'Connor, uno de los escrupulosos intérpretes académicos. Quizás a Flannery es necesario amarla, sobre todo encontrarla, esculpirla en las carnes como sus personajes hacen con la realidad de Cristo. Por eso Antonio Spadaro, padre jesuita de “La Civiltá Cattolica”, llega donde otros no logran leer a fondo la obra y el ánimo mismo de O'Connor. Docente de la Pontificia Universidad Gregoriana y presidente de la asociación cultural BombaCarta, vívida experiencia de ejercicio y reflexión sobre la expresión artística y creativa, el padre Spadaro se ha ocupado profundamente de la relación entre teología y poesía, por ende de literatura e incluso de cómo la innovación tecnológica provoca la espiritualidad. Es suyo el prefacio al nuevo libro de Elerna Buia Rutt, “Flannery O'Connor, il mistero e la scrittura”, ed. Àncora (el misterio y la escritura).

Padre Spadaro, la vivencia humana de Flannery O'Connor es aparentemente toda una historia de encuentros en una vida anónima. ¿Cómo Usted la "ha encontrado"?
Recuerdo perfectamente cuando leí por primera vez algunas de sus páginas, prácticamente por casualidad. Acompañaba a un amigo con una pierna enyesada al hospital y para pasar la espera llevé conmigo la colección de sus ensayos que en italiano tienen por título “Nel territorio del diavolo” (En el territorio del diablo). Cuando leo siempre subrayo aquello que me impacta, y aquel libro se volvió un único y largo subrayado. Esto fue en 1994. Recuerdo que hasta experimenté una absurda e injustificable molestia cuando mi amigo salió de la consulta: habría querido continuar la lectura pero era hora de salir. Desde aquel momento jamás he abandonado a Flannery hasta visitar Andalucía, su granja en Milledgeville, en Georgia, y vivir una bonita amistad con algunas de sus amigas, sobre todo con Mary Barbara Tate, quien me ayudó mucho a entrar en el mundo de su querida amiga y coetánea.

¿Qué aspectos de la literatura paradójica y grotesca de Flannery O'Connor le sorprende más?
Sobre todo el hecho que sus personajes parecen estar a cada instante a punto de realizar cualquiera acción: en las páginas de la escritora uno no se puede fiar de la lógica o de la coherencia. Lo imprevisible no es una técnica, pero se podría decir que es la condición metafísica de cada narración que hace que "funcione", que sea eficaz, es lo que hay en cada obra de arte. Quién en cambio, como la mayor parte de los hombres de hoy, hijos del determinismo histórico o psicológico, esperan comportamientos consecuentes: del libertino una acción de libertino, del devoto una acción devota, del filántropo una acción generosa y del malo una acción malvada. En las obras de O'Connor esta lógica no vale, y uno no se puede fiar del discernimiento de una opción moral fundamental. Los personajes están siempre y en cada momento alineados incluso al principio de todas sus posibilidades. Así, la salvación puede venir de un asesino y, en cambio, un ciego egoísmo puede ser la expresión de un filántropo humanista. A la escritura narrativa la escritora reclama sustancialmente la intensificación del misterio de la libertad.

¿Tiene sentido proponer hoy a O'Connor a los chicos de nuestras escuelas?
Para O'Connor la narración tiene que ver con el misterio del hombre y recurre a una educación de la mirada. El problema es que nuestros ojos, a menudo tan acostumbrados a ver siempre las cosas del mismo modo, se han atrofiado, incapaces de descubrir la riqueza profunda y misteriosa. Leer las páginas de Flannery cumple el prodigio, que allí donde antes veías negro, ahora puedes ver colores y formas de un mundo que ni imaginabas. Dicho de otra manera, quizás más apropiada, Flannery está convencida que ella, en cuanto escritora, está llamada a tener una visión "anagogica" de la realidad capaz de percatarse que en una imagen o en una situación hay una densidad de misterio que solicita una “perspectiva ampliada de la escena humana", pero también muy atenta, pues dice: "Cuanto más detenidamente miras un objeto más mundo verán dentro". En la mirada de quien escribe debe existir "un grano de estupidez", que lo conduzca a quedar como "atónito". Es así como toma cuerpo un profundo sentido de la escucha, del respeto y de la obediencia frente a la realidad y al misterio de nuestro quehacer en la tierra. En este sentido leer a O'Connor tiene una relevancia educativa: enseña a ver mejor la realidad.

Ha escrito Usted que la lectura de O'Connor no puede ser vista como una simple opción, sino que debe ser considerada "obligatoria". ¿Nos explica el sentido de esta virtuosa "constricción?"
O´Connor nos ofrece implícita o explícitamente una gran “visión” del mundo que va más allá de lo visible y más allá de la historia. El mundo de las tramas y de lo eventos permanece siempre, en cada caso, suspendido en una perspectiva escatológica. El juicio sobre el mundo y sobre la historia que da O´Connor, tiene siempre que ver, de una manera u otra, con el Juicio Universal en el sentido que es la visión última a partir de la cual ve toda la realidad. Dos escritores, bien diferentes uno del otro, que han asumido esta perspectiva en sus obras creativas son, claro, Dante con su Divina Comedia y Edgar Lee Masters con su Spoon River Anthology. Para Flannery el mundo está y estará siempre en construcción aunque también lleno de promesas. Por todo esto, ella no teme mirar a la cara aquello que aparece como enfermizo, feo o grotesco…
**Pero O'Connor es una "anticuada" que canta un mundo de inadaptados. En poca sintonía con el mundo fácil que hoy, unos más otros menos, todos queremos construir. **
Profundamente católica en un Sur radicalmente protestante, la escritora da a Dios y a la dimensión espiritual una consistencia material o, mejor dicho, "sacramental". Dios es un dato de la experiencia, no una intuición de la mente o del espíritu: en el espléndido cuento El Pavo, Dios toma la figura de un pavo al que un niño de once años está dando caza, mientras en el cuento La Vista del Bosque, da a Cristo la figura de bosque, cuyo pinos, vistos de lado parecen caminar sobre el agua. Para Flannery O'Connor no es lo material que se espiritualiza, sino lo espiritual que se materializa según el principio de la encarnación. Y esto riñe con cualquier forma de psicologismos o con la pura y simple simbolización. Un episodio jocoso: una vez la escritora se encontraba cenando donde Mary McCarthy, quien le dijo de considerar la Eucaristía solamente como un "símbolo". La respuesta de O'Connor fue tajante: "Bah, si es un símbolo, ¡que se vaya al diablo". En el sentido, con respecto a una tendencia a la estética new age, sí, O'Connor está anticuada.

¿Por qué arriesgarse con la "estética de lo feo" haciendo de lo grotesco una "filosofía"? ¿ Por qué partir del abismo, cuándo lo existente alrededor de nosotros ofrece ideas mejores, hasta más populares?
En las páginas de O'Connor la violencia gratuita, lo extravagante y lo grotesco, mezcla de comicidad y de horror, no son un adecuarse o una pura y simple división de los cánones estéticos de la tradición de la narrativa del Sur de los Estados Unidos: son realmente instrumentos cognoscitivos, una lente de lectura de la realidad. Son funcionales al esfuerzo de la mirada de un lector "duro de oídos" y “de vista débil", como dijo. Es como si la escritora diera una bofetada al lector, desordenando su intencionalidad visual en el momento en que mueve el rostro, angulándolo oblicuamente. Un verdadero choque apocalíptico. Lo que salta enseguida por los aires es aquel "sentido común" vagamente laico, racional e ilustrado típico de los "intelectuales", que ella despreciaba.

O'Connor parecería además que sólo escribía para un cierto público, protestante, por ejemplo, con una cierta idea de lo divino cristiano. Pero es decididamente reductivo, ¿no es así?
En una carta, Flannery explica la predilección que tuvo por los backwood prophets, es decir los sermoneadores fanáticos y los profetas salvajes: si eres católico y crees con mucha intensidad - escribe - entras a un convento y a nadie escucha hablar de ti; mientras si eres protestante y crees con igual intensidad, no puedes entrar en ningún convento y no vas por ahí por el mundo arrodillándote frente a cada tipo de apuro. Es por esto que logró escribir mejor para los creyentes protestantes que para los católicos: porque expresan la propia fe en varias formas dramáticas de una evidencia para mí fácil de entender. Esto genera una narrativa que O'Connor misma define extraña y quizás también perversa.

Y para un católico, hasta para un padre jesuita ¿qué es eso, qué hay de irrenunciable en este espíritu así strange, al límite de lo perverse, que no se encuentra en otro sitio?
Imposible resumir el espíritu de Flannery. Usted podría quizás decir que para O'Connor la escritura es el terreno en el que lo trágico específicamente cristiano ocurre, que no es lo trágico que termina en un callejón sin salida, con la imposibilidad de todas las posibilidades, es decir donde la literatura del Novecientos nos ha acostumbrado. Es en cambio el drama de la libertad y sus infinitas posibilidades, que se enfrenta con el misterio de la Gracia, siempre inesperado e imprevisible. El campo de la literatura abierto por las páginas de O'Connor no es nunca aquello de lo "probable" sino aquel bien más extenso y rico de lo "posible". Si, a juicio de Flannery, un escritor vale algo, lo que él o ella crea pues será siempre una sorpresa mayor por él o ella de lo que podrá ser nunca para su lector.

¿Hay, a su juicio, "semejantes" o a lo mejor hasta "herederos" de Flannery O'Connor?
Sus páginas la han hecho apreciar como un icono, un modelo. Del resto, ¿qué hay de común entre Bruce Springsteen y Nick Cave, o entre los directores John Huston y Quentin Tarantino, o entre los escritores Raymond Carver, Elizabeth Bishop y el australiano Tim Winton, o entre nuestro Luca Doninelli y Carola Susani? Nada, quizás, excepto que Flannery O'Connor es leída, amada, representada o imitada por todo ellos.

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