Frédéric Chopin - La Gota
autor: Luigi Giussani
fuente: La Nota de la Vida

En la vida de la naturaleza existe un papel creador de humanidad: el genio. El genio es un carisma eminentemente social, más agudo que los demás y los hombres se sienten más expresados en su creatividad que si tratasen de expresarse solos. De esta forma vemos nuestras melancolías expresadas por ritmos de Chopin o por versos de Leopardi que por nosotros mismo si nos pusiésemos a articular notas o palabras sobre el tema. Un ejemplo: somos melancólicos. Ponemos un disco de Chopin. Llega un tercer amigo. También el melancólico que está silbando una melodía triste inventada por él mismo. En cuanto suena la música de Chopin el amigo calla porque Chopin expresa tristeza que nos une mucho mejor que la melodía silbada improvisadamente.

Había escuchado muchísimas veces “La Gota” de Chopin, porque le gustaba mucho a mi padre. Y también a mí. A medida que me hacía mayor – nueve años, diez años… me empezó a gustar porque la melodía que está en primer plano es fácil de entender y es muy agradable. En un primer momento se me imponía la subjetividad de la música que aparece en primer plano. Pero después de decenas y decenas de veces de haberlo escuchado, una vez mientras estaba sentado en el salón, mi padre puso otra vez esta pieza: de repente me di cuenta de que no había comprendido nada de lo que era “La gota”. De hecho el verdadero tema de la pieza no era la música que estaba en primer plano. Aquella melodía inmediata, tierna y sugestiva. Una audición instintiva de la pieza no hacía emerger su verdad: su significado verdadero era algo aparentemente monótono, tan monótono que se reducía a una sola nota que se repetía continuamente, con algunas ligeras variaciones. Desde el principio hasta el final. Pero cuando un hombre se da cuenta de esta nota es como si el resto pasase a un segundo plano, fuese como el marco de un cuadro: el cuadro está hecho por entero únicamente de esta nota que se vuelve como una fijación, y el yo, desde el principio hasta el final, está como recorrido continuamente por este sentimiento dominante.
Aquel día comprendí, sin poderlo expresar con palabras: intuí de qué se trataba. Me dije a mí mismo: ¡Así es la vida! El pasaje de Chopin es bellísimo porque es símbolo de la vida.

En la vida el hombre está recorrido por las cosas que le enternecen y le atraen más instintivamente, que le gustan, que le son de provecho. En suma domina lo instintivo, lo inmediato, lo fácil, lo arrollador. Y sin embargo la música está más allá de la música que está en primer plano: es una sola nota de principio hasta el fin, desde que se es joven hasta que se llega a viejo. ¡Una sola nota! Cuando uno se da cuenta de esta nota ya no la pierde jamás, no puede perderla ya. Permanece como una fijación que hace el sabio, al docto, al inteligente. Es la fijación que hace al hombre: el deseo de la felicidad.

Esta es la nota que desde el principio hasta el fin domina y decide sobre su significado de todo el pasaje de Chopin, que decide desde el principio hasta el final que es la vida del hombre, la se sed de felicidad. Cualquier cosa que te guste, te atraiga y desees, en un primer momento te hace feliz, pero pasa en seguida. Y sin embargo hay una nota que permanece intacta, con algunas mutilaciones ligeras, pero que desde el principio hasta el final permanece intacta en su profundidad y en su sencillez absoluta, en su carácter unívoco, domina toda la vida, la sed de felicidad. Esta es la nota de la vida, que me acompaña como mi pensamiento: si no la tuviera en cuenta, la vida no tendría ya dignidad. La fantasía de colores y de formas que se expresa en la vida se convertiría en una cesta de trapos sin origen, sin finalidad, sin significado. Para aquel que deja de percibir esto, la realidad se vuelve mezquina, ya trate de familia, la amistad, de compañía, de clase de estado o pueblo.
Todos los artistas, en aquellas de sus composiciones que son más bellas que las demás, tienen el genio de recomponer y dirigir esta monotonía que es más bella que cualquier variación. Si uno, escuchando este preludio sigue la nota fijamente es como si ya no pudiese respirar porque está “demasiado lleno” tanto que en uno de los últimos momentos del pasaje la nota se retrae y la música que está en primer plano parece haberla vencido, como si dijera: ¡Por fin! ¡Por fin somos libres! Y en el espacio restituido destacan dos, tres, cuatro notas. Pero cuando uno acaba de pensar: “somos libres”, la fijación vuelve a aparecer y concluye la pieza. La sed de felicidad, el destino de felicidad puede por breve tiempo, ser borrado, olvidado pero vuelve como la urgencia sin la cual el hombre no puede vivir: empieza y termina el breve pasaje de nuestra vida. Es necesario que reconozcamos esta nota en nosotros mismos, porque el yo es como una pieza de música hecha de esta nota, aunque las cosas nos impresionen, sean las más superficiales: el placer inmediato, el gusto inmediato, el éxito inmediato, la impresión inmediata, la reacción, aquello que es instintivo. Esta nota destruye continuamente lo instintivo e impide que te pares, que te detengas, porque lo instintivo del amor, de la belleza, del gusto, del trabajo, del éxito, te fosiliza, te petrifica. Por el contrario esta nota dominante es la que desmenuza las piedras y mueve toda la realidad del tiempo de nuestra vida, la mueve como el agua del rio, mueve los guijarros, como el mar mueve la arena. Por esto todas las preguntas que el hombre puede hacer, todas las expectativas que puede tener terminan en esta hora: la sed de felicidad.

En otra pieza de Chopin, el vals de los dioses, es como si con evidencia excepcional esta nota revela idealmente su contenido, es decir, el destino del hombre, según un desarrollo y una trayectoria humana realizadas a través de la forma misma del vals.

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