Galileo. El caso
autor: Mario Gargantini
fecha: 1991
fuente: "Il caso Galileo"
(llevado por Uomo di scienza, uomo di fede, LDC, Torino-Leumann 1991

"Es importante que los teatros tengan presente que, aun cuando la representación de este drama se dirija principalmente en contra de la Iglesia católica, eso está destinado a perder gran parte de su eficacia… La Iglesia no tiene el derecho de ver ocultadas las debilidades humanas de sus miembros; pero el drama ni siquiera pretende gritar a la Iglesia: «¡quiten las manos de la ciencia!»". Así escribía ni más ni menos Berthold Brecht, con ocasión de la representación teatral de "La vida de Galileo" en el verano de 1947 en California. Son afirmaciones sistemáticamente olvidadas en todos los debates que acompañan cada versión renovada del célebre drama.
Sobre todo se olvidan en las discusiones en las aulas escolares cuando, en Historia, Filosofía, Ciencias o Literatura, se topa con el "caso Galileo."
Por lo tanto, es pertinente enfatizar algunos criterios útiles para comprender adecuadamente este asunto.

La obra de Galileo

Ante todo se necesita comprender el contenido esencial de la obra de Galileo, sintetizada en tres resultados científicos:

  • la primera descripción cinemática corregida por el movimiento de caída de los graves y por lo tanto, la inicial superación de la separación aristotélica entre la física terrestre y la celestial (que será completada en la síntesis newtoniana un siglo después);
  • el primero empleo "científico" del telescopio que, a pesar de lo que muchos libros de texto continúan diciendo, no ha sido invención suya: el mérito de Galileo ha sido el haberlo utilizado para comprobar algunas hipótesis científicas sobre el universo; el gesto realmente revolucionario ha sido apuntar hacia el cielo "el occhiale" de los holandeses, del que tenía conocimiento gracias a los mercaderes venecianos;
  • la primera formulación del principio de relatividad del movimiento, que será el punto de partida, tres siglos más tarde, de la imponente construcción teórica representada por la relatividad einsteiniana.

Sin embargo la importancia científica del gran pisano está por otra parte; más que en los resultados conseguidos, es el método que se tendrá que juzgar como su aportación decisiva al desarrollo de la cultura occidental moderna. Con Galileo se establece un nuevo modo de hacer ciencia que, en sus líneas fundamentales, continuará hasta el día de hoy.
Un modo que va más allá de una técnica o de unas habilidades cognoscitivas y prácticas: es un nuevo modo de ponerse frente a la naturaleza, de relacionarse con la realidad, hecho posible por las diferentes preguntas de partida enfrentadas por Galileo. Y esto no es comprensible sin una referencia al contexto histórico y cultural: Galileo es un hombre de su tiempo, un tiempo atormentado, en el cual se estaba afirmando una nueva imagen del hombre y del cosmos, florecían nuevas preguntas, nuevos interrogantes y nacían nuevas expectativas respecto al saber.

Más allá de los mitos

Se puede entender, por lo tanto, cómo han sido restrictivos y mal impostados los debates que reconducen toda la cuestión al solo proceso y a la relación entre Galileo y la Iglesia; también porque la cultura contemporánea todavía no ha logrado liberarse de una serie de mitos y deformaciones históricas que contaminan pesadamente la opinión pública y siempre están en las obras de estudiosos y divulgadores.
Enumeramos algunos de ellos.

1. La aportación de Galileo ha sido decisiva por el surgimiento de la ciencia moderna, pero no se ha partido desde cero. La concepción aristotélica del movimiento ya se estaba desmoronando por algunos estudiosos medioevales (Giordano Nemorario, Filopono, Buridano, Benedetti…); sobre el método hubo una importante
contribución por parte de la escuela de Oxford (Grossatesta y R. Bacone) donde ya se realizaba la física experimental.

2. Galileo no ha codificado el método científico, no lo ha reducido a una lista de reglas, porque estaba consciente de que el conocimiento científico es una aventura de mayores dimensiones, llena de todo el dramatismo y la imponderabilidad de cada empresa humana. Como incluso la atención de Galileo por la experimentación no se debe confundir con aquella actitud empirista, difundida en los países anglosajones en los siglos siguientes.

3. Más difícil de eliminar es el mito de la subordinación de la ciencia a la técnica; porque en Italia ha recibido el visto de Ludovico Geymonat.
El ejemplo de los anteojos es significativo. Para Geymonat la ciencia moderna no se habría desarrollado sin las técnicas nuevas de observación; por el contrario, hace falta decir que los anteojos no hubieran existido en la historia del saber si Galileo no "hubiera osado" apuntar hacia el cielo: un gesto no necesitado por la existencia del instrumento sino por la presión de ideas y teorías por verificar.

4. El método científico no elimina los errores. El mismo Galileo había apoyado su defensa contra Copérnico en un modelo teórico de las mareas, que se reveló completamente equivocado (y el El diálogo de los máximos sistemas nació justo como Diálogo sobre las mareas).

5. Galileo no pudo aplicar su método en el campo astronómico tan bien como en el de la mecánica; al contrario de lo que indican no muchos juicios a la ligera, en sus obras no existe la demostración de la hipótesis copernicana. Y no podía existir porque Galileo:
- no ha sabido coger el aspecto dinámico del problema;
- no ha considerado las leyes de Keplero;
- no ha admitido que el movimiento circular no podía ser inercial;
- no ha distinguido entre masa y peso.
Su trabajo ha sido óptimo en la observación y recolección de pruebas, no a favor de Copérnico sino en contra del modelo tolemaico; bastaría con citar las manchas solares, las fases de Venus, los satélites de Júpiter, los
anillos de Saturno. Sobresale el hecho que según recientes relecturas del Diálogo, Galileo nunca declaró haber "demostrado" el modelo copernicano: si esta declaración nunca existió, cae entonces, la tesis de que la abjuración haya sido un perjurio…

6. Hay que revisar la imagen de la situación de entonces dominada por dos formaciones contrapuestas: Galileo y los progresistas por una parte y la Iglesia y los conservadores por la otra. Las nuevas ideas científicas gozaron de la estima de muchos clérigos y del mismo Papa Urbano VIII. Las investigaciones de W. Wallace han puesto en evidencia la deuda de Galileo hacia los jesuitas del Colegio romano, generalmente concebidos como sus opositores más feroces. Y el veredicto del proceso no ha sido unánime: faltaron 3 firmas de 10, incluida la del cardenal Barberini, sobrino del Papa.

7. Por fin no es para nada verdadero que la condena de Galileo haya frenado la ciencia. Las investigaciones han continuado incesantes según la impostación del nuevo método experimental y, en campo astronómico, el modelo heliocéntrico se ha afirmado gradualmente (aunque se tendrá que esperar un siglo para encuadrarlo en una coherente teoría, la gravitación newtoniana, y todavía más para tener "pruebas" resolutivas).

Además hace falta guardarse del interpretar los hechos con el filtro de la actual sociedad de la información: a la época el caso Galileo no fue para nada un "caso". El proceso tuvo escasa resonancia, también en los ambientes culturales, y dentro de la Inquisición misma su colocación estaba en la tercera clase, es decir entre aquellos no particularmente importantes. Su levantamiento a caso emblemático es muy posterior: es la embarazosa herencia del siglo de las luces y del positivismo del siglo XIX, acostumbrados a ver la Iglesia como rival y obstáculo al progreso de la ciencia y de la humana racionalidad; una costumbre "irracional" en cuanto contraria a las evidencias de la historia.

El proceso

Una vez más es necesario examinar los hechos tomando en cuenta el contexto.
Estamos en las primeras décadas del 1600: frente a la Iglesia, ocupada en la obra de Reforma empezada con el Concilio de Trento, había una situación muy grave de Europa, sacudida por la guerra de los 30 años; al mismo tiempo se asistió al impetuoso desarrollo de las artes, de la filosofía y de la ciencia.
Se iniciaba a difundirse, quizás sin que los protagonistas tuvieran completa conciencia de ello, un tipo de relación diferente entre los fieles y la autoridad: la obediencia se convirtió en límite y vínculo de la expresión individual y no como ayuda para el crecimiento plenamente humano.
El caso Galileo se coloca en los aspectos de este drama: de una incapacidad, por ambas partes, de conducir aquel sereno y fecundo diálogo, respetuoso de las recíprocas competencias y funciones, que era la única forma para componer cualquier desacuerdo.

Más de un historiador concuerda que sin las intemperancias del comportamiento del científico, quizás las cosas hubieran seguido otro curso. El procedimiento que él siguió para conseguir el visto, la presurosa imprenta en Florencia sin que el censor padre Riccardi pudiera releer el texto y la actitud respecto a su ex-amigo Urbano VIII, constituyen una serie de errores que se hubieran podido evitar y que no tienen nada que ver con la verdad científica.
El más acreditado traductor al inglés de Galileo, el historiador Stillman Drake, juzga el Diálogo "irónico hasta el cinismo y cínico hasta la hipocresía" y se asombra de "cómo el libro pudiera haber conseguido una licencia para imprimirlo por parte del más descuidado teólogo católico de su tiempo."

Más allá de los problemas de su carácter, toda la relación entre Galileo y las autoridades romanas se puede entender como manifestación de la pretendida autosuficiencia y absolutismo de la ciencia, presente solamente como germen en su pensamiento, pero destinada a imponerse. Una pretensión reabsorbida en el gesto final de sumisión, difícil de juzgar, pero probablemente menos forzado o dictado por el simple miedo ( como a menudo se lo presenta). Sin embargo, durante y después del debate, Galileo fue tratado siempre con la máxima cortesía: no lo encerraron nunca en una cárcel ni padeció ninguna tortura. Si fue amenazado de tortura fue para cumplir con un ritual, típico de este procedimiento y, en todo caso, fue hecho al final del procedimiento, cuando él ya había aceptado la abjuración.
Por su parte la Iglesia tiene mucho que objetar acerca de las obras de muchos de los exponentes de su tiempo, tantos como para justificar las palabras de Juan Pablo II: "Galileo tuvo que sufrir mucho - no podemos esconderlo - por parte de hombres y organismos de la Iglesia" y la invitación para que “se profundice el examen del caso Galileo, para reconocer lealmente los errores, de cualquier parte que provengan."

"Ex suppositione"…

En realidad la Iglesia estaba iniciando a considerar de manera más abierta las conquistas del saber científico. La prohibición (fue puesto al índice), en 1616, del libro de Copérnico está conectado con el "ardor polémico con el cual Galileo se señaló en los cenáculos cultos de la Roma patricia y eclesiástica". En cambio, el Concilio de Trento no condenó el heliocentrismo, más bien invitó a examinar las teorías copernicanas, considerándolas como "hipótesis" interesantes.
Muchos epistemólogos no titubean en definir como "moderna" la posición del cardenal Bellarmino que le pidió a Galileo tratar el modelo copernicano "ex supositione y no absolutamente": una posición que refleja el carácter circunscrito y revisable del saber científico, hoy reconocido por todos.
Pero prevalecieron las parcialidades de algunos y "la indagatoria del proceso fue sintetizada en páginas llenas de errores e inexactitudes para atenuar la culpa de Urbano VIII y de los cardenales del Santo Oficio, si ellos se sirvieron de aquel infeliz resumen para decidir la suerte del acusado."
Los estudios que se reabrieron hace unos años, después del histórico discurso del Papa, con ocasión del 350 aniversario del proceso, han contribuido a encuadrar mejor todo el hecho dentro de su tiempo y con referencia a hoy, y no se puede compartir ciertamente la opinión de quien aconsejaba a la Iglesia de
"poner una gran piedra sobre el pasado
dejando estos capítulos infaustos remitidos a la historia".

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