Gilbert Keith Chesterton - Un simple pensamiento
autor: Gilbert Keith Chesterton (1874-1936)
fuente: Un simple pensamiento

La mayor parte de los hombres volverían a los viejos caminos en fe y moral si pudieran ampliar lo suficiente su inteligencia para conseguirlo. Es la estrechez mental lo que principalmente los mantiene en el carril de la negación. Pero esa amplitud generalmente se entiende mal, porque la mente debe ampliarse para ver las cosas simples; o mejor, para ver las cosas evidentes por sí mismas. Se necesita una especie de esfuerzo imaginativo para ver los objetos evidentes sobre el fondo evidente; y especialmente los grandes objetos sobre el fondo grande. Lo más común es la especie del hombre que no ve más que la mancha en la alfombra, hasta el punto de que no puede ver siquiera la alfombra. Y, esto lleva a la irritación, qua veces se magnifica en rebelión. Hay también la clase de hombre que solamente ve la alfombra, quizás porque es una alfombra nueva. Esto es más humano pero puede teñirse de vanidad y hasta de vulgaridad. Hay el hombre que sólo puede ver el cuarto alfombrado; y esto lo aparta de otras cosas, especialmente de las habitaciones de los sirvientes. Finalmente hay en el hombre agrandado por la imaginación, que no puede sentarse en el cuarto alfombrado, ni siquiera en la carbonera, sin ver al mismo tiempo el dibujo de toda la casa sobre su fondo original de tierra y cielo. Este, que comprende que el techo se construyó desde el principio como un escudo contra el sol y la nieve, y la puerta contra la escarcha y la lluvia, sabrá mejor y no peor que el resto las razones de las reglas domésticas. Sabrá mejor que el primero aludido que no debe haber una mancha en la alfombra. Pero a diferencia de éste, sabrá por qué hay una alfombra.

Mirará de la misma manera una mancha o un lunar en los registros de su tradición o de su credo. No lo explicará ingeniosamente; por cierto no lo explicará de ningún modo. Al contrario, lo verá con mucha simpleza; pero también con mucha amplitud; y sobre el fondo de las cosas más grandes. Hará lo que sus críticos no hacen ni por casualidad: verá las cosas evidentes y hará la pregunta obvia. Cuanto más leo las críticas modernas sobre la religión, especialmente sobre mi propia religión, más me sorprende esa concentración estrecha y esa incapacidad imaginativa para tomar el problema como un todo. He estado leyendo una condena muy moderada de las prácticas católicas corrientes, provenientes de América, donde la condena está, a veces, muy lejos de ser moderada. Toma la forma generalmente hablando, de un enjambre de preguntas, que yo contestaría con mucho gusto. Solo que tengo una conciencia clara de las grandes preguntas que se eluden, más que de las pequeñas que se plantean.

Y siento sobre todo este hecho simple y olvidado: que aunque ciertos cargos sean o no verdaderos con respecto a los católicos, son indudablemente verdaderos con respecto a todos los demás. Nunca se le ocurre al crítico hacer una cosa, tan simple como comparar lo que es católico con lo que no es católico. Lo único que parece no cruzar nunca por su pensamiento, cuando argumenta sobre lo que es la Iglesia, es la simple pregunta de cómo sería el mundo si ella no existiera.

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