Iglesia hoy. Cristianos en Medio Oriente. Llevados por ...
autor: Gianni Valente
fecha: 2010-08-01
fuente: Cristiani in Medio Oriente. Portati da Gesù lungo strade imprevedibili
traducción: María Eugenia Flores Luna

Apuntes de viaje en la vida ordinaria de las comunidades cristianas de tradición apostólica. Un milagro de inerme, incesante presencia, entre fidelidad a la misma historia y mezclas con la civilización islámica

En la plazoleta de Bab Touma bulle el usual, caótico vaivén: el stop and go de los taxistas, los hedores a kebab, las melodías breves de canciones árabes que salen de las radios siempre encendidas de alguna tienda. Pero basta con adentrarse pocos metros en los callejones de lo que las guías turísticas llaman el "barrio cristiano" de Damasco, y enseguida un silencio regenerador hace de altoparlante a ruidos familiares y cotidianos: los pasos sobre el adoquinado, las voces que salen de las ventanas, el tañer cadencioso de las campanas. En las encrucijadas y sobre las fachadas de las casas los pedestales de la Virgen y los Cristos en cruz se asoman con discreción a la calle, sobre los pensamientos absortos de quien pasa. Alguien levanta la mirada y se hace la señal de la cruz.
También en el claustro de la iglesia de San Pablo, la parroquia de rito latino confiada a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, se respira un aire relajado y de día laborable de oratorio de verano. Un grupito de adolescentes se intercambian risotadas y chistes, despatarrados en el umbral de un salita. Mientras el padre Raimundo Girgis, el joven párroco en hábito, sentado en el despacho parroquial da vueltas entre las manos el librito que ha hecho apenas imprimir para difundirlo entre los feligreses. Les es narrada la historia de los mártires de Damasco. Narra de la sangre de cristianos esparcida en ese lugar, donde ahora también para los que creen en Jesús todo parece converger en una vida calma y tranquila, la vida de quien se siente en su propia casa. Justo aquí, en julio de 1860, fanáticos drusos vagaban por las calles degollando y saqueando, al grito de «como es bello masacrar a los cristianos». Entonces, sólo la protección de un emir argelino y sus milicias impidió que la matanza fuera exterminio. Pero un traidor indicó la portezuela frágil para expugnar el convento de los frailes. Mataron a ocho de ellos, junto a tres fieles maronitas. El padre Manuel Ruiz y sus compañeros, antes del martirio, se habían reunido en la iglesia. El padre superior los había absuelto de sus pecados, y luego habían comulgado, consumiendo todas las hostias consagradas para sustraerlas a la profanación.
Ahora, aquí, es toda otra historia. Y desde décadas, en toda Siria, no existe ninguna restricción a la libre expresión aun pública de las prácticas y las devociones de quien confiesa a Jesús Hijo unigénito de Dios. La última procesión de fieles ha atravesado las calles de Bab Touma sólo hace algunas semanas, entre ruegos y cantos en árabe. Misas, peregrinaciones, albergues veraniegos, conferencias, cursos de catecismo, campos scout se desarrollan en la ciudad y aldeas sin problemas. Las solemnidades de Navidad y Pascua - sea aquella católica-latina sea aquella cristiana-oriental - son días festivos para todo el País. Hasta el librito impreso en árabe sobre los mártires de Damasco - hace notar el padre Raimundo - es una señal pequeña pero elocuente de las curvas imprevisibles y repentinas que la historia enhebra a veces en estas partes. El librito resalta un viejo hecho de sangre: cristianos asesinados por una secta musulmana. Sin embargo las oficinas competentes del gobierno - aquella de la República árabe de Siria, no cualquier neoprotectorado colonial sometido al Occidente - han concedido sin pestañear el nihil obstat a la publicación.

Las prioridades del presidente

Este imprevisto de la historia, los cristianos de todo el Medio Oriente lo conocen y lo respetan desde hace milenios. Desde cuando los primeros discípulos se han improvisamente encontrado en Jesús, sobre el mar de Galilea. Porque es desde entonces que en Medio Oriente existen cristianos.
En el santuario de Santa Tecla, en la aldea rupestre de Maalula, aún sientes rezar el Padre Nuestro en arameo, la lengua de Jesús. En aquella gruta santa, donde según la tradición local la discípula de san Pablo pasaba su vida de penitencias y ruegos curando a los enfermos con el agua del manantial milagroso, hoy se entra descalzo y se ruega de rodillas o sentados sobre alfombras adamascadas, como en las mezquitas. Y la apostolicidad de toda la Iglesia, su ser supeditado a los testimonios de aquéllos que han vivido con Jesús y lo han visto resucitado, trasluce en los gestos y en las palabras habituales de las monjas ortodoxas, en la caridad suave con que la madre superiora Pelagia y sus trece monjas acogen a los peregrinos y curan a los cincuenta huérfanos que la Providencia y el Estado les han confiado. También en el cercano monasterio de Nuestra Señora de Saidnaya, donde es custodiado bajo llave un precioso icono mariano atribuido a san Lucas, los padres de familia árabes llegan desde lejos, de Jordania y del Líbano, para hacer bautizar a sus niños, como aquí ya ocurría en los primeros siglos después de Cristo, mucho antes de que llegaran legiones de caballeros árabes para iniciar los siglos de la civilización musulmana.
En el siglo siete, cuando con los Omayyadi Damasco se convirtió en capital del primer imperio islámico, el nuevo poder dejaba gran espacio a los cristianos árabes y arabizados de Siria. Por setenta y cinco años, cristianos y musulmanes se dividieron en cohabitación la gran iglesia dedicada a san a Juan Bautista, celebrando codo a codo cada uno los propios ritos y liturgias, antes que el califa decidiera construir en su lugar la gran mezquita donde aún hoy las mujeres y los hombres del Islam circundan de gestos devotos el memorial que, según la tradición, custodia la cabeza del primo de Jesús. San Juan Damasceno, hijo de un funcionario del califa de Damasco, fue el ejemplo más famoso de esta permanente relevancia de la comunidad cristiana englobada en la naciente civilización islámica. «Es gracias a los cristianos de Siria que los conquistadores se pusieron en contacto con el pensamiento antiguo y recogieron la inmensa herencia» (J. - P. Valognes, Vie et mort des chrétiens d’Orient, Fayard, Paris 1995, p. 704).
Desde entonces, no se puede decir que también hayan faltado para los cristianos de Siria, problemas, sufrimientos, tragedias desmesuradas: los abusos padecidos bajo los Abasidas, las feroces represalias mamelucas seguidas a las cruzadas, las innumerables historias de violencia y sumisión que marcaron los siglos de la dominación otomana, sobre todo cuando «los cristianos aparecían como pretexto para las injerencias europeas» (Ibíd., p. 707). Pero ahora, y por décadas, la brújula de los grupos que controlan el poder continúa siendo aquella de un nacionalismo panárabe unánime. Una opción secularizante, que pone la sordina a las discriminaciones sobre base religiosa y exalta la identidad árabe-siria como exclusivo criterio que fundaría la unidad nacional. Una línea impuesta por el general Hafez al-Assad, en 1970, y retomada por su hijo Bashar - sucediéndolo en 2000 a la presidencia del País - con argumentos iluminados y medidas legales que reivindican al Estado laico el rol de garante de la pacífica convivencia entre las diversas comunidades confesionales. En junio de 2006, un decreto presidencial ha garantizado a las comunidades católicas la posibilidad de regular materias de derecho privado familiar y hereditario según normas y criterios no conformes a la legislación de derivación coránica en vigor en la mayoría musulmana. Mientras en el pasado mes de julio una circular del Ministerio de educación Siria ha prohibido el velo integral para las profesoras en las escuelas y para las estudiantes en las universidades públicas como antídoto a la difusión de «ideas extremista». Un mes antes, 1.200 profesores que vestían el niqab (el velo que deja destapado sólo los ojos) han sido transferidos a trabajos de oficina, donde no hay posibilidad de tener contacto con los estudiantes. «Ahora nuestra primera urgencia es aquella de mantener nuestra sociedad secular como es hoy», ha declarado sin demoras el presidente Assad el pasado 27 de mayo, en la larga entrevista video concedida al periodista estadounidense Charlie Rose. «En Siria», el presidente ha explicado, «hay una diversidad rica, de la cual estamos orgullosos. Pero al final, tú haces parte de esta región. Y no puedes no tener en cuenta los conflictos que te circundan. Si te encuentras un Líbano sectario a oeste y un Irak sectario a este, con un proceso de paz aún no resuelto sobre tu confín meridional, y tienes a los terroristas que se propagan en la entera región, tú serás contagiado de ello, antes o después».

Los fantasmas de Quneitra

Cuál efecto haya tenido también sobre la vida de los cristianos el contagio de la espiral sectaria animada en Irak por la «Coalición de los voluntariosos» reclutada por Bush, bien lo sabe Farid Bulos, el párroco de Santa Teresita, la iglesia de los caldeos en Damasco. La guerra está oficialmente acabada desde hace años, pero en la capital siria aún están ubicados más de un millón de prófugos iraquíes. De ellos - lo dicen los datos de las oficinas locales de la ONU para refugiados - menos de 1.200 han retomado el camino de vuelta hacia Irak desde 2008. Los demás sueñan con escapar a otro lugar, a Europa, a América. Esperan el visto, acostumbrándose con el tiempo a una precariedad crónica hecha de expedientes para sobrevivir. La parroquia, con sus frágiles recursos, ha intentado desde el principio funcionar también como centro de primera asistencia para los náufragos llegados a Siria sin nada, solamente con los vestidos que llevaban encima, con el único alivio de ser salvados de la serie de matanzas, homicidios y secuestros que recalcaban los días enloquecidos del Irak "liberado". Pero la emergencia hecha condición permanente, con el tiempo agota, como las enfermedades incurables. Y en Damasco, inmensa sala de espera para millares de vidas pendientes, se manifiesta sin máscaras la fragilidad vulnerable de una entre las más sólidas Iglesias de Oriente, el desperdiciarse de una cristiandad milenaria llamada a la fe por la predicación del apóstol santo Tomás y ahora desarraigada de la tierra misma donde había brotado. «Aquí ahora no hay curas iraquíes. Han pasado bastantes, pero también ellos, apenas han tenido el visto para algún País occidental, han escapado», cuenta con amargura Farid.
El perdurar incesante de las comunidades cristianas mediorientales por siglos es un milagro de la historia justo porque concierne a realidades humanas frágiles y sin armadura. Una fragilidad que ha dado prueba de saber encontrar cada vía posible de adaptación a las condiciones aun más hostiles experimentadas en el seno de la civilización islámica. Pero que sufre fatalmente las situaciones de conflicto, las pruebas de fuerza que hacen saltar los equilibrios y laceran la trama de la ordinaria, pacífica convivencia social. Por eso cada guerra fomentada por aquellas partes siempre es una guerra contra los cristianos. Siempre son ellos los primeros a pagar, los blancos más a tiro, las víctimas predestinadas. Sin barrio-estratégico para resistir, sin milicias tribales a quien pedir protección, sin vanguardias militantes para desencadenar como escudos humanos en las tierras contendidas.
Quneitra, la ciudad fantasma, es un inmenso memorándum del conflicto que desde décadas, también en las fases latentes, sigue confundiendo y agotando la vida de todas las gentes de aquí. Antes de la guerra de1967 era la capital administrativa de la región que comprendía las alturas del Golán. Ahora sólo es un cúmulo de escombros: todo ha quedado exactamente como los ocupantes israelíes lo han dejado, que arrasaron al suelo con minas y excavadoras casas e iglesias, escuelas y mezquitas, después de haber evacuado a los 30 mil habitantes árabes y antes de retirarse unilateralmente en cima de las colinas. Se llega entrando en la faja de seguridad aún controlada por los soldados de la ONU, después de haber pasado bajo las posiciones israelíes que por las cumbres de las colinas dominan toda el área. Entre las pocas cosas quedadas de pie, resalta el esqueleto de la iglesia ortodoxa. El gobierno sirio nos lleva en excursión a los periodistas extranjeros, y las guías de ordenanza no ahorran tiempo y energías en seccionar aquella inmensa huella intencionalmente no removida de la gratuita devastación ordenada por los enemigos. Entre memoria y propaganda, las maquetas de la zona contendiente ofrecen en todo caso una instantánea perfecta del valor estratégico del área para el control de los recursos hídricos. Quizás sea por esto que también sobre el Golán hay quien quiere mantener abierta a toda costa la herida. Apostando todo sobre la opción ilógica y surreal de detener el tiempo en hace casi cincuenta años, en un pasado maligno que le quita aire, agua y luz a las mil flores de paz que sólo esperan brotar en estas tierras áridas.

El sueño de Homs

Sin embargo, basta con alejarse del Golán para percatarse de que el hechizo se ha roto. Las fórmulas mágicas que querían petrificar Siria en el gueto de los Estados-canalla ya no funcionan. De Damasco a Aleppo, del mar hasta los llanos del Éufrates, todo habla de un País consciente de su gran historia, habitado por un pueblo joven que se está reposicionando en las cintas de salida, impaciente de lanzarse hacia adelante, hacia el futuro.
Los primeros diez años al poder del "joven" Assad son leídos y percibidos dentro del País como una progresiva salida del aislamiento y de la marginalidad internacional, una fase de paso en la cual se han puesto las premisas para un inminente "renacimiento" sirio. El liderazgo político parece ocupado en librarse gradualmente de ciertas rigideces antihistóricas de huella soviética. Y se mueve hallando autoridad en los escenarios geopolíticos, fortalece las alianzas tradicionales mientras busca por todos lados nuevos partnership con todos los otros sujetos geopolíticos regionales, en un tipo de frente común de autodefensa de los riesgos de "contagio" iraquí. Siria intensifica las relaciones con Irán (que está construyendo al centro de Damasco un inmenso centro cultural) sin renegar las uniones tradicionales con el otro grande polo regional representado por Arabia Saudita; relanza sobre nuevas bases las relaciones con el Líbano del presidente Michel Suleiman y del premier ministro Saad Hariri, apuntando a archivar un larga, controvertida estación de tensiones y venenos; mantiene canales de diálogo con Hezbollah y con los grupos divididos del poder palestino, Hamas comprendida; y sobre todo consolida el inédito eje con la Turquía de Erdogan, inaugurado por el acuerdo de libre comercio siro-turco de 2004 y desarrollado con la abertura de las fronteras entre los dos Países y con la firma de decenas de acuerdos de naturaleza económica.
Es justo sobre el terreno económico que el nuevo, estrepitoso dinamismo sirio se exhibe con mayor exuberancia. La supervisión gubernativa sobre la economía trata de liberarse de los escollos de un estatismo de retaguardia, solicita el interés de capitales extranjeros y privados con ocasiones ambiciosas de inversión. El marco de estabilidad político-social del País es jugado como garantía de business seguro, al amparo de las turbulencias de otras áreas mediorientales. También los sirios enriquecidos en la diáspora vuelven a invertir en los grandes proyectos de recalificación urbana como aquel, inmenso, que está liberando el centro de Aleppo de kilómetros cuadrados de asentamientos informales decadentes y a riesgo de desplome. Mientras en el Ministerio de Turismo divulgan con satisfacción los datos en crecimiento exponencial del sector. Pero a remolcar el sueño del inminente boom económico son sobre todo las cinco ciudades industriales que el gobierno quiere hacer nacer prácticamente de la nada dentro de los próximos cinco años. Áreas de desarrollo intensivo, con un régimen fiscal tax free para favorecer a los inversionistas, dotados de infraestructuras a la vanguardia, con centros habitados satélite donde hacer vivir decorosamente a los trabajadores. Hassia, la ciudad industrial que tendrá que surgir cerca de Homs, por ahora es solamente un montón de proyectos, mapas, maquetas y spot tridimensionales hechos en el ordenador. Pero dentro de cinco años en el plano semidesértico que la hospedará se agruparán casi ochocientas empresas de todos los sectores.
Los primeros en llegar han sido los chinos y los iraníes. Rodeando el bloqueo americano, han empezado a producir máquinas para los Países árabes. En la fábrica del Hmisho, técnicos chinos y trabajadores sirios trabajan codo a codo, produciendo minisuv de siete mil euros. En el área residencial de esta "nueva" Homs, industrial y tecnológica, el plan regulador prevé bancos y hoteles, escuelas y centros deportivos, hospitales y centros comerciales. Junto a las mezquitas, también serán construidas las iglesias. En un País así, sin deber emigrar para buscar trabajo, paz y una vida mejor, podrán continuar a sentirse en su casa también los cristianos, si Dios quiere.

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