Importancia civil del matrimonio y de la familia
autor: Carlo Caffarra
fecha: 2006-02-28
fuente: Il valore del matrimonio e della famiglia nella proposta cristiana: la sua rilevanza civile

Relación del arzobispo Caffarra sobre "El valor del matrimonio y la familia en la propuesta cristiana"
BOLONIA, martes, 28 de febrero de 2006 (ZENIT.org). - Publicamos en seguida la relación conclusiva pronunciada el 24 de febrero por el arzobispo de Bolonia, monseñor Carlo Caffarra, en el Congreso "Matrimonio y estabilidad de la familia. ¿Un valor por la sociedad"?, organizado por el Comité Regional de Emilia Romaña para los derech0s de la Familia.

Deseo aclarar enseguida la perspectiva de mi reflexión. Ella no se propone exponer la doctrina, la propuesta cristiana acerca del matrimonio y de la familia: me limitaré dentro de poco a recordarla muy brevemente en síntesis. Ni me propongo una comparación entre la visión cristiana y otras doctrinas acerca del matrimonio y de la familia, y tampoco justificar, enseñar la verdad y la bondad de la propuesta cristiana desde su interior, es decir con argumentaciones teológicas.

Me propongo en cambio enseñar que la propuesta de vida matrimonial y familiar hecha por el cristianismo es grandemente "productiva de capital social” y que por tanto tiene que ser defendida y favorecida en esta capacidad suya. No desarrollaré pues una argumentación de tipo moral a favor de un "tipo" de matrimonio y de familia antes que de otro, sino trataré de cumplir una comparación según el criterio de la mayor o menor capacidad de producir capital social.
Para expresar el sentido que tiene para mí esta perspectiva ahora tengo que hacer dos preliminares, la primera relativa al concepto de neutralidad ética y la segunda al concepto de capital social.

01. La aproximación que mencionamos antes parte de la presuposición que una neutralidad ética absoluta, total del Estado es imposible y no es buena. No puedo exponer ahora largamente y argumentar esta tesis. Remito a los textos donde he tratado de hacerlo. Sólo me limito a exponer su sentido. Existen estilos de vida que producen capital social; existen estilos de vida que no sólo no producen capital social, sino desperdician aquello existente. Los dos no pueden ser equiparados, de otra manera se verificaría la progresiva erosión del bien común. Eso no significa que el estilo de vida respecto al cual la sociedad es menos hospitalaria, tenga que ser castigado o en todo caso intolerado; sencillamente podría/debería ser ignorado.

Ninguna sociedad puede acoger en sí cada forma de vida. Es verdad que podemos deplorar, por así decir, la limitación del espacio de los mundos sociales, y en particular del nuestro, y que algunos inevitables efectos de nuestra cultura y de nuestra estructura social pueden disgustarnos. Como sostiene, desde hace tiempo, Berlin (más bien éste es uno de sus temas fundamentales), no existe un mundo social sin pérdidas; un mundo social, es decir, que no excluya modos de vida los cuales realizan, de manera peculiar, algunos valores fundamentales; que por cultura y por institución no se demuestre demasiado congenial a tales modos de vida. Mi tesis es que el estilo de vida matrimonial y familiar propuesto por el cristianismo pertenece a los estilos de vida productivos de capital social.

02. El concepto de "capital social" es pues fundamental en todo mi discurso. Por eso tengo que detenerme principalmente en la aclaración de este concepto. Parto del rechazo de la concepción individualista del hombre. Como M. Buber escribió, "el hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre". La relación interpersonal es esencial en la persona. De esta visión del hombre deriva que el bien común "es aquella relación entre los bienes individuales (o entre las partes del todo considerado) que los coordina de modo que puedan desarrollarse en una dinámica de recíproco enriquecimiento humano". El bien común es el bien que es cumplido por las personas en su recíproca relación, y disfrutado en ella.

Por fin, el bien común es cumplido, es construido por agentes racionales que practican estilos de vida antes que otros estilos que no edifican el bien común. Pensemos, sólo para hacer un ejemplo, en un público oficial que practica, en el cumplimiento de su despacho, un estilo clientelar. Él ciertamente no promoverá en las personas el sentido del Estado. Él por tanto lleva a la práctica una acción que demuele y no edifica el bien común, sólo erosiona aquel universo relacional en el cual la persona crece, y en el cual el sentido del Estado es dimensión esencial.

Cuando entonces hablo de "capital social" entiendo el conjunto de los bienes que constituyen el bien común en su conjunto y que al mismo tiempo permiten disfrutar de ello sin usurparlo. A este punto debería estar completamente clara la perspectiva de mi reflexión o, si quieren, mi tesis. Es la siguiente. Existen estilos de vida/de vida matrimonial y familiar que concurren a la producción del capital social [= junto a los bienes que constituyen el bien común], y estilos de vida / de vida matrimonial y familiar que concurren a la erosión del capital social: la propuesta cristiana pertenece al primer tipo de estilos de vida matrimonial y familiar.

1. Terminados los preliminares, tengo la obligación de decir como primer punto de mi reflexión, muy sintéticamente y muy brevemente el contenido esencial de la propuesta cristiana. Este contenido se articula en las siguientes afirmaciones fundamentales:
(a) El matrimonio es la unión públicamente reconocida entre un hombre y una mujer, indisoluble sea desde el interior sea desde el exterior, orientada a la generación y educación de la persona humana.
(b) Este matrimonio ha sido elevado a la dignidad de sacramento por Cristo. "Elevado" significa que el sacramento no se contrapone, no se yuxtapone a la conyugalidad como tal, sino es ésta misma, en cuanto es dotada de una simbolicidad relativa al mismo núcleo de la fe cristiana.
(c) Existe una unión fuerte indisociable entre conyugalidad y paternidad que va en dirección recíproca: la conyugalidad dicta orden a la paternidad y la paternidad se arraiga en la conyugalidad.
(d) Existe un bien común del matrimonio y de la familia. Ante todo el bien común de la pareja; el amor, la fidelidad, el honor, la duración de su unión hasta la muerte. Este mismo bien común, (de la pareja) está conectado al bien de la familia: la genealogía de la persona, la relación intergeneracional. Y es verdadero de este bien común, lo que es verdadero del bien común como tal: más es común, mucho más también es propio. Es la experiencia hecha por quien existe creando verdaderas y buenas relaciones interpersonales.

2. Teniendo claro lo que hemos dicho, ahora podemos volver a nuestro problema específico, preguntándonos si la propuesta de vida matrimonial y familiar apenas sintetizada origina un estilo de vida que promueve el capital social. Reducida a lo esencial, mi argumentación es la siguiente: la convivencia civil, sociedad civil y Estado exige un tejido conectivo a cuya formación es indispensable la familia y el matrimonio tal como es pensado por el cristianismo en cuanto institución natural. La pregunta de la cual parto es la siguiente: ¿es practicable una sociedad constituida por individuos atados entre ellos solamente por normas de trámites formales, que tienden exclusivamente a asegurar y promover la igual autonomía de los individuos? Personalmente no lo creo.

Todos saben que la autonomía tiene dos aspectos: autonomía respecto a vínculos; autonomía para realizar aquella concepción de vida buena que se cree verdadera. En síntesis: autonomía de, autonomía para. Pero es un dato de experiencia que la realización de la propia concepción de vida es imposible sin los demás: sin la participación en la vida asociada. Y de eso deriva el verdadero concepto y la verdadera experiencia de las dos columnas de la vida asociada: solidaridad y subsidiariedad. La solidaridad no es un mero sentimiento de altruismo y mucho menos una coerción que ata las partes desde lo alto, sino es la brillante conciencia de interdependencia entre cada uno y todos los demás: mi bien no es realizable contra el bien del otro o prescindiendo del bien del otro. Si la libertad no edifica relaciones buenas con el otro, se convierte en la fuerza más destructiva del hombre.

De la misma manera subsidiariedad no significa en primer lugar lo que pertenece a la competencia de cada uno, evitando instrumentalizaciones o colonizaciones. Significa en primer lugar, tutela y promoción de relaciones sociales de tal manera que ayuden a cada uno [individuos y comunidad] a desarrollar las propias tareas. Sólo un tejido conectivo solidario y subsidiario asegura una verdadera cohesión social en la cual mi autonomía y mi libertad encuentran en el otro no el límite, sino la condición que las vuelve realmente posibles.

La comunidad matrimonial y familiar tal como es pensada y propuesta por el cristianismo a cada razón recta, es el lugar originario en que se aprende a practicar este tipo de cohesión social; el lugar originario de la personalización y socialización de la persona. La propuesta cristiana en cuanto es racionalmente argumentable y por lo tanto universalmente condivisible, impide aquella reducción de la comunidad conyugal y familiar a "pura afectividad y espontaneidad", a mera contratación entre dos derechos supuestos absolutos a la propia felicidad individual.

3. Si cuanto he dicho hasta ahora de manera demasiado esquemática y me doy cuenta de eso, siendo una intervención dentro de una mesa redonda es verdad, tenemos que llegar a una conclusión coherente: a cada nivel, incluido aquello estatal, tiene que ser reconocido en su positividad este modelo de vida conyugal y familiar. No estoy proponiendo defender una abstracta primacía de la familia contra el Estado; todavía menos estoy proponiendo una forma de teocracia o confesionalidad del Estado. Sino una posición plenamente laica de promoción y defensa de aquellos valores relacionales que tienen su cuna en la familia y en el matrimonio, y que se basa en una precisa justificación racional y no de fe.

¿Cuáles son los principales contenidos de una política que reconozca y favorezca este estilo de vida? Me debo limitar sólo a enunciar cuatro de ellos, particularmente urgentes hoy. Tiene que ser evitada cualquier forma, escondida o patente, de equiparación entre "la familia sociedad natural basada en el matrimonio” y otras formas de convivencia. Tiene que ser asegurado el derecho a una casa apta a conducir una vida familiar buena. Tiene que ser asegurado el derecho a ejercer la misma responsabilidad en el ámbito de la transmisión de la vida y de la educación de los hijos. Tienen que ser armonizados y compuestos trabajo y familia, dos componentes realizadoras de la persona y del bien común, en una relación en la que no se reduzcan ni la promoción del trabajo ni la promoción de la familia.

Me gusta concluir con las palabras de Juan Pablo II: "Es necesario de veras hacer cada esfuerzo, para que la familia sea reconocida como sociedad primordial y, en cierto sentido, ¡"soberana"! Su "soberanía" es indispensable para el bien de la sociedad. Una Nación realmente soberana y espiritualmente fuerte, siempre está compuesta de familias fuertes, conscientes de su vocación y de su misión en la historia. La familia está en el centro de todos estos problemas y tareas: relegarla a un papel subalterno y secundario, excluyéndola de la posición que le corresponde en la sociedad, significa llevar un grave daño al auténtico crecimiento del entero cuerpo social" [Lett. Ap. Gratissimum sane 17,11; EV 14/284].

Es lo que la doctrina social más atenta hoy confirma, cuando habla de la necesidad de afirmar la ciudadanía de la familia, que significa reconocer y favorecer estilos de vida familiares inspirados a criterios de solidaridad y de llena reciprocidad, basados en los derechos no del individuo más bien en los derechos relacionales de la persona humana.
ZI06022802

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