Jerzy Popieluszko. La esperanza no se puede matar
autor: Tommaso Ricci
fecha: 2009-10-23
fuente: Jerzy Popieluszko. La speranza non si può uccidere

A los 25 años de su homicidio, una película revive la historia del "capellán de Solidarnosc". El joven sacerdote polaco que acompañó a sus amigos y a su patria en la lucha por la libertad. Hasta el sacrificio de la vida

Un día alguien le sugirió a Padre Jerzy que en las homilías de sus abarrotadas misas por la patria él habría hecho bien en decir nombres y apellidos, a apuntar el dedo acusador contra el general Jaruzelski, contra Jerzy Urban, el odiado portavoz del gobierno, (un mes antes del asesinato del sacerdote, Urban calificó públicamente a Padre Popieluszko como "Savonarola anticomunista"). Padre Jerzy reunió a sus amigos más fiables y les preguntó si debía seguir aquel consejo. Sus amigos le dijeron que sí. Padre Jerzy se llevó las manos al rostro y sacudiendo desconsolado la cabeza dijo: "Entonces no han entendido nada. ¡Yo combato el mal, no a las víctimas del mal! ". Para él, sus enemigos más acérrimos, aquellos que lo habrían hecho matar, eran víctimas del mal.
En aquellas misas en la parroquia de san Estanislao Kostka de Varsovia se rogaba también "por todos aquellos que están aquí por motivos profesionales", es decir los muchos espías comunistas enviados por el régimen para controlar y fichar.
Al hermano mayor Jozef, que acompañaba a la mamá a las misas de Varsovia, decía: "Veámonos antes de la misa porque después debo esconderme para huir de la policía"; ya que una de las vejaciones preferidas del poder eran las continuas, especiosas convocaciones en la estación de policía.
Veinticinco años después del asesinato de Padre Jerzy Popieluszko una conmovedora película colosal evoca la extraordinaria figura de este joven de la Podlachia, región oriental de Polonia (donde se produce el famoso aguardiente del bisonte), habitada por gente sencilla, con modales humildes. Y justo esto era lo que impresionaba del joven Popieluszko, su ser modesto pero tenaz, su fuerza tranquila que no se desbordaba nunca en agitación desordenada, sino andaba decidida al objetivo. La película que el joven, brillante director Rafal Wieczynski ha dedicado a este "gran europeo", como dijo Juan Pablo II conmemorando a su compatriota, deshoja delante de los ojos y de la mente del espectador un capítulo crucial de historia contemporánea condensado en la historia personal de un joven cura. Capítulo que al momento de su desenvolvimiento despertó interés mundial por la grandiosidad y el dramatismo intrínseco, pero que ha sido pronto oscurecido y olvidado respecto a su valor "educativo". Hay una escena de la película que vale un entero tratado de historia y es decir cuando los obreros polacos, que ocupaban la fábrica de Huta Warszawa sobre la estela de aquello que apenas había ocurrido en las obras de Danzica con el electricista Lech Walesa, mandan a preguntar a la Curia por un sacerdote para la asistencia religiosa: la ocupación se preanunciaba larga y riesgosa y no querían perder la misa y las confesiones. La aventura de Padre Jerzy empieza allí, delante de aquéllas verjas que quedan trancadas para las autoridades comunistas – aquellas que en nombre de la doctrina marxista administraban la revolución proletaria a favor de la clase obrera - y se abren en cambio a un despachador “de opio para el pueblo”, a un cura que la historia tenía que haber apartado, o a lo sumo tolerado, como resto del pasado. Y en cambio allí, superadas aquellas verjas, iniciaba el traspaso de la lección histórica de Karl Marx: la Iglesia se convertía en protagonista en la lucha por la emancipación de la clase obrera. Esta novedad, tragada por las crónicas del momento, no ha sido digerida nunca por las reflexiones posteriores, no se ha transformado jamás en juicio: esta película es un óptimo estímulo para hacerlo. Hasta aquí la vertiente intelectual de la obra de Wieczynski, que en siete años de trabajo ha producido una película muy adherente a los hechos, basada sobre una miríada de testimonios personales y sobre un esmerado examen de la documentación histórica. Pero también hay una vertiente emocional de la película y es lo que concierne a la "pequeña" historia personal de padre Jerzy Popieluszko, su gradual toma de conciencia que se estaba presentando no sobre una vía triunfal sino sobre un vía crucis. Testigo de excepción de este hecho es el cardenal Jozef Glemp, Primado de Polonia y en aquel tiempo nuevo arzobispo de Varsovia, (el heroico cardenal Stefan Wyszynki había muerto recientemente); Glemp ha aceptado recitar la parte de él mismo en la película, para hacer esto ha tenido que teñirse el pelo, hoy blanco, del negro de entonces. Lo hemos encontrado en Roma y éste es su recuerdo: "El diálogo en la película entre padre Popieluszko y yo fue justo así. Yo había sido muy severo con él y le había aconsejado, como a otros de sus amigos, trasladarse a otro lugar, a lo mejor al extranjero por estudio. Él me contestó que si se lo ordenaba me habría obedecido, de otro modo habría quedado en su sitio. ï Pero yo le repliqué que no podía hacer esto, me habría convertido en un colaborador del régimen! La situación era de veras dramática."
La elección consciente de padre Jerzy de no dejar los amigos y la patria en sufrimiento significó la oferta suprema de la vida. Hasta hoy sobre su tumba han rogado 17 millones de peregrinos, con él una nueva luminosa figura de santo patriota se suma al rico registro de Polonia, una tierra donde el bien de la libertad cuesta desde siempre mucho más que en otro lugar. Un "gracias" por la película de Wyeczinski por habernos recordado todo esto.

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