Juan Pablo II. ¿La cruz? Es un interrogante
autor: Karol Wojtyla
fecha: 2012-03-28
fuente: La croce? È un punto di domanda
traducción: Jorge Enrique López Villada

Se titula "Mi cruz", la colección de textos (algunos de ellos inéditos) de Karol Wojtyla a cargo de Andrzej Dobrzynvski y Valerio Rossi por Interlínea (Págs. 160, 12 euros) de viernes en librería. Se trata de homilías de Juan Pablo II sobre el tema de la Pasión, algunas pronunciadas cuando no era todavía Papa; en esta página ofrecemos precisamente una pieza de la prédica hecha por el entonces cardenal Wojtyla en el Santuario de la Santa Cruz en Mogila de Nowa Huta, cerca de Cracovia, el 20 de septiembre de 1970. También publicamos el prefacio a la antología firmada por monseñor Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltre

¿Qué es la cruz? Diría que es sobre todo un símbolo eterno, es una pregunta del hombre que no calla nunca. Basta con escuchar el llanto de un niño pequeño para poder descubrir en ello esta pregunta. Basta con pasar por las calles de la antigua ciudad de Cracovia o Nowa Huta, y no sólo dentro de los hospitales, los lugares de las enfermedades, de las cárceles, sino también dentro de numerosos hogares; quizás bastaría con pasar entre los nuestros: ¡cúan a menudo se repetirá esta pregunta! Es una pregunta ligada al sufrimiento. El hombre que sufre, el hombre que es probado por el sufrimiento, que lo experimenta, siempre la pregunta es: ¿por qué? Es una pregunta ligada a la cruz: la pregunta de la cruz, una pregunta muy difusa. Todos, casi desde los primeros instantes de la vida, la sentimos como nuestra pregunta. Y quizás por esto vamos en romería hacia la cruz, porque ella es una cuestión fundamental de nuestra vida terrenal. A veces esta pregunta va de la mano con la respuesta. A veces, cuando vemos el sufrimiento humano, pensamos que es una consecuencia de alguna causa, que es un castigo por alguna culpa. ¿Podríamos siempre pensar esto? Quizás, pero más a menudo, la pregunta ligada al sufrimiento humano - la pregunta que concierne a la cruz - queda sin una clara respuesta. Aquí cerca, en Pleszów, he ido a visitar a los niños del instituto infantil de minusválidos mentales. Simpáticos, así inocentes y tan infelices. Y el hombre tiene que preguntarse: ¿por qué? ¿Podemos decir que sean culpables los padres? A veces justo los inocentes padres ponen la siguiente pregunta: ¿por qué? Las preguntas sobre la cruz aumentan. A veces las preguntas sobre la cruz se acumulan en la vida de una particular persona, se acumulan en la vida de las sociedades, en la vida de la humanidad. Sin embargo, en la cruz está la respuesta para muchas personas que sufren. La cruz es una respuesta, es la única respuesta. Pues muy a menudo faltan respuestas humanas, explicaciones humanas. ¿Por qué sufre un niño, una persona, un prisionero, una nación? La cruz es la única respuesta. Indudablemente podemos señalar a muchas personas, quizás también entre nosotros, para quienes en el sufrimiento la cruz ha sido la única respuesta. Pensamos entonces así: sufro, pero también Dios que se hizo hombre sufrió. Sufro, lo miro, veo Su cruz.

La cruz es una pregunta y una respuesta. Este es sólo el primer nivel de nuestra reflexión sobre la cruz. Muy a menudo la respuesta, qué es la cruz, nace de una ulterior pregunta: ¿por qué Dios, que se hizo hombre, por qué ha tenido el Hijo de Dios que sufrir y morir en la cruz? Esta pregunta se podría considerar el segundo nivel. Pero sobre en este segundo nivel frecuentemente entra el hombre, su pensamiento, su reflexión humana y cristiana. Se podrían señalar muchas personas, numerosos poetas, pensadores que se han puesto esta pregunta de segundo nivel: ¿por qué? A tal pregunta encontramos la respuesta en la Revelación: "Tanto ha amado Dios al mundo que ha entregado a Su Hijo unigénito, para que quien crea en Él no muera sino que tenga la vida eterna" (Jn. 3,16).

He aquí la respuesta. La respuesta a la pregunta de segundo nivel, como he dicho, es el amor. La cruz corresponde al amor. La cruz explica el amor universal. Pero tenemos que decirnos, mis queridos hermanos, que justo por el hecho que la cruz explica el amor, que la cruz revela a Dios amor, justo por esto, Él es una pregunta. Cuando miramos a Cristo en el momento en que va hacia la cruz, vemos momentos de una justicia absoluta. Cuando en el Huerto de los Olivos, dice: "Aleja de mí este cáliz" (Lc 22,42). Y no es escuchado. Cierto, ha sido atendido en la segunda parte de su ruego: "No se haga Mi voluntad, sino la Tuya". Entonces vienen a la mente otras palabras de un apóstol, que ha escrito: "Dios no escatimó ni a Su propio Hijo” (Rom 8,32). Esto constituye la base del amor: que ha dado a Su Hijo "unigénito" para que nadie de nosotros perezca. Es el misterio de la cruz: imaginad cuán lejos nos llevan estas preguntas y estas respuestas, que gracias a la luz de nuestra fe nos llegan. En la cruz está la medida suprema de las preguntas humanas, una medida tan grande que supera la medida del hombre. Es la consecuencia de nuestra grandeza originaria. Es la consecuencia del hecho que somos creados a imagen y semejanza de Dios y que nuestra vida, nuestros actos, son medidos, no sólo según una medida humana, sino también divina. Puesto que nosotros hombres, sobre todo después del pecado - todos estamos después del pecado -, no logramos alcanzar esta medida, fue que se dio la cruz, sobre la que fue colgado el Hijo de Dios para que a nosotros hombres fuera restablecida la medida de Dios en la vida y en los actos. El Crucifijo siempre ayuda a cada uno de nosotros a hallar esta medida. Nos enseña cuán grande es la responsabilidad del hombre para con el hombre, para con la humanidad, para con la dignidad humana. Y cuando el hombre siente que no logra asumir esta responsabilidad, le ayuda. El misterio de la cruz pasa a través de la profundidad de nuestras almas. Sentimos dentro de nosotros estas dimensiones de Dios, las sentimos de un modo más intenso cuando caemos en el pecado: entonces es necesaria la conciencia humana para purificarnos, para levantarnos. Pero la necesidad de la conciencia humana es al mismo tiempo humana y divina. El hombre desea fuertemente recobrar esta originaria medida divina con la que Dios lo ha medido y a la que Dios no renuncia jamás. Mis queridos hermanos y hermanas, sé que soy audaz, pero esta audacia es debida al deseo de acoger las cuestiones de Dios, los misterios de Dios, que son humanamente impronunciables. Pero hoy perdónenme esta osadía y acéptenla; si mis palabras son una luz, acéptenlas.

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