Judaísmo » Cristianos y Judíos
autor: Gino Oliosi
fecha: 2010-01-19
fuente: Cristiani ed Ebrei
traducción: Carmína Vasquez

La centralidad del Decálogo como común mensaje ético de valor perenne para Israel, la Iglesia, los no creyentes y la entera humanidad

«Nuestra vecindad y hermandad espirituales encuentran en la Sagrada Biblia - en hebreo Sifre Qodesh o “Libros de Santidad” - el fundamento más sólido y perenne, en base al cual venimos constantemente situados delante a nuestras raíces comunes, a la historia y al rico patrimonio espiritual que compartimos. Es escudriñando su mismo misterio (es decir el camino humano a la Verdad y a la Vida) que la Iglesia, Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, descubre la propia profundidad de unión con los Judíos, elegidos por Dios primeros entre todos a acoger su palabra. A diferencia de otras religiones no cristianas la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza. Pertenece al pueblo judío "la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de todo lo cual procede Cristo según la carne" (cf Rm 9, 4-5), porque "los dones y la vocación de Dios son irrevocables"» (CCC, 839)
Numerosas pueden ser las implicaciones que derivan de la común herencia tomadas de la Ley y de los Profetas. Quisiera recordar algunas de ellas:

- ante todo, la solidaridad que une la iglesia y el pueblo hebreo “nivel de su misma identidad espiritual y que ofrece a los cristianos la oportunidad de promover un renovado respeto por la interpretación hebraica del Antiguo Testamento (Comisión Bíblica, El pueblo hebraico y las sagradas Escrituras en la Biblia cristiana,2001, pp.12 y 15);
- la centralidad del Decálogo como común mensaje ético de valor perenne para Israel, la Iglesia, los no creyentes y la entera humanidad;
- el empeño para preparar o realizar el Reino del Altísimo en el “cuidado de la creación” dado por Dios al hombre para que lo cultive y lo custodie responsablemente (Gén 2, 15).

En particular el decálogo - las "Diez Palabras" o Diez Mandamientos (Éx 20,1-17; Dt 5,1-21) - que proviene del Torá de Moisés, constituye la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo, estrella polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios, e ilumina y también guía el camino de los Cristianos. Ello constituye un faro y una norma de vida en la justicia y en el amor, un "gran código" ético para toda la humanidad. Las "Diez Palabras" echan luz sobre el bien y sobre el mal, sobre lo verdadero y lo falso, sobre lo justo y lo injusto, también según los criterios de la conciencia recta de cada persona. El mismo Jesús lo ha repetido tantas veces, subrayando que es necesario un empeño laborioso sobre la vía de los Mandamientos: "Si quieres entrar en la vida, observa los Mandamientos" (Mt 19,17) En esta perspectiva, son varios los campos de colaboración y de testimonio. Quisiera recordar tres de ellos particularmente importantes para nuestro tiempo.

1. Las "Diez Palabras" piden reconocer al único Dios, contra la tentación de construirse otros ídolos, de crearse becerros de oro. En nuestro mundo muchos no conocen a Dios o lo creen superfluo, sin relevancia para la vida; han sido construidos así otros y nuevos dioses a los que el hombre se inclina. Despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión trascendente, testimoniar el único Dios es un servicio precioso que Judíos y Cristianos pueden ofrecer juntos.
2. Las "Diez Palabras" piden, el respeto, la protección de la vida, contra cada injusticia y abuso, reconociendo el valor de cada persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. ¡Cuántas veces, en cada parte de la tierra, cercana y lejana, son pisoteadas la dignidad, la libertad y los derechos del ser humano! Testimoniar juntos el valor supremo de la vida contra cada egoísmo, es ofrecer una importante aportación por un mundo en el cual reinen la justicia y la paz, el "shalom" deseado por los legisladores, por los profetas y por los sabios de Israel.
3. Las "Diez Palabras" piden conservar y promover la santidad de la familia, en la cual el "sí" personal y recíproco, fiel y definitivo del hombre y de la mujer, abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y se abre al mismo tiempo, al regalo de una nueva vida. Testimoniar que la familia continúa siendo la célula esencial de la sociedad y el contexto de base en el cual se aprenden y se practican las virtudes humanas es un precioso servicio que ofrecer para la construcción de un mundo que tenga un rostro más humano.

Como Moisés enseña en el Shemá (Dt 6,5; Lev 19,34) - y Jesús reafirma en el Evangelio (Mc 12,19-31), todos los mandamientos se resumen en el amor de Dios y en la misericordia hacia el prójimo. Tal Regla empeña a Judíos y Cristianos a ejercer, en nuestro tiempo, una generosidad especial hacia los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles y los necesitados. En la tradición hebrea hay un admirable dicho de los Padres de Israel: "Simón el Justo solía decir: el mundo se funda en tres cosas: el Torá, el culto y los actos de misericordia (Aboth 1,2). Con el ejercicio de la justicia y la misericordia, Judíos y Cristianos son llamados a anunciar y a dar testimonio al Reino del Altísimo que viene, y por el que rogamos y obramos cada día en la esperanza" [Benedicto XVI, Encuentro en la sinagoga, el 17 de enero de 2010]

A veces se presentan las Bienaventuranzas como la antítesis neotestamentaria al Decálogo, como, por así decir, la ética más elevada de los cristianos respecto a los mandamientos del antiguo Testamento, de los Judíos. Esta interpretación, a la luz del Magisterio, malentiende completamente el sentido de las palabras de Jesús. Jesús siempre ha dado por descontada la validez del Decálogo (Mt 10,19; Lc 16,17); el Discurso de la Montaña retoma los mandamientos de la Segunda tabla y los profundiza, no los revoca (Mt 5,21-48); eso se opondría diametralmente al principio fundamental antepuesto a este discurso sobre el Decálogo: "No pensáis que yo haya venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, más bien para dar cumplimiento. En verdad os digo: hasta que no sean pasados el cielo y la tierra, no pasará ni siquiera de la Ley ni una jota o una señal, sin que todo sea cumplido" (Mt 5,17s).
Sólo la centralidad del Decálogo como común mensaje ético de valor perenne para Israel, la Iglesia, los no creyentes y la entera humanidad puede hacer posible una respuesta a la urgencia actual más fuerte en la globalización: poder establecer un verdadero diálogo entre todas las tradiciones religiosas y morales de la humanidad, entre todas las culturas en los que la dimensión religiosa está fuertemente presente, como incluso la tensión para poder contestar a las preguntas fundamentales sobre el sentido y la dirección de la vida de todos. He aquí porque frente a este gran código ético de la humanidad en la relación con los judíos no se puede olvidar que los regalos y la llamada de Dios son irrevocables.

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