La ciencia grandeza del hombre
autor: Abdus Salam
Pakistán, Físico en partículas elementales, Premio Nobel 1979
Paolo Mantegazza
Italia, Farmacólogo, Rector de la Facultad de Medicina de la Universidad Estatal de Milán
Giantommaso Scarascia Mugnozza
Italia, Genetista Vegetal, Rector de la Universidad Estatal de Viterbo
Gianpaolo Bellini (moderador)
Italia, Docente de física en la Universidad Estatal de Milán
fecha: 1982-08-25
fuente: La scienza: grandezza dell'uomo
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "Le risorse dell' uomo", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Los recursos del hombre")
traducción: Jorge Enrique López Villada

GIANPAOLO BELLINI:
Rápidamente quiero empezar presentando las personas que participan en esta mesa redonda. En primer lugar tenemos al profesor Abdus Salam, físico teórico en partículas elementales - premio Nobel 1979 -. Creo que es importante subrayar que el profesor Salam ha recibido el premio Nobel por la teoría mediante la cual nos es ahora posible describir la estructura de la materia basándonos solamente en tres fuerzas, es decir, las fuerzas gravitacionales, las electromagnéticas y las nucleares; por tanto esta teoría del doctor Salam es la típica síntesis de cómo procede la ciencia que trata de llegar a descripciones cada vez más generales y cada vez más globales.
Otro de nuestros invitados es el doctor Mantegazza, farmacólogo. El tercer invitado es el profesor Scarascia Mugnozza, investigador en el campo de la genética vegetal y además representante italiano en el grupo consultivo para la investigación agrícola internacional, en particular para el tercer mundo.
Finalmente estoy yo que soy físico experimental en partículas elementales.
El argumento de nuestra mesa redonda es "La ciencia: grandeza del hombre". No todos están dispuestos a aprobar esta afirmación, es decir, que la ciencia sea efectivamente una grandeza del hombre, muchos tienden a considerar la ciencia como una actividad un poco extraña a la humanidad del hombre, algo que viene desde fuera del hombre mismo. Otros tienen una actitud de desconfianza sobre los presupuestos de la ciencia, porque tomando en consideración la parte de la ciencia aplicada, que es la técnica, no reconocen plenamente sus potencialidades y por tanto tienen un cierto temor. Diría que para muchos la ciencia todavía es un objeto misterioso, algo que está fuera de la cultura del hombre promedio.
En esta mesa redonda, en el poco tiempo que nos es dado, trataremos de ver cuáles son las razones por las que nosotros creemos que la ciencia es muy importante para el hombre, para todos los hombres, no sólo para los entendidos. Es necesario, ante todo, decir que en esta mesa redonda haremos una distinción bastante clara entre ciencia pura, es decir, la ciencia como conocimiento de las leyes de la naturaleza y ciencia aplicada o técnica. Estas dos actividades conectadas entre sí persiguen sin embargo fines diferentes y obedecen a lógicas diferentes. En efecto, la ciencia tiene como objetivo el aumentar nuestro grado de conocimiento sobre las leyes de la naturaleza y por lo tanto sigue una lógica interna, una lógica que únicamente está dictada por aquello que la ciencia persigue. En cambio, en el caso de la técnica, su objetivo es el mantenimiento de las condiciones de vida del hombre y por tanto sus elecciones son dictadas por condiciones externas a ella, es decir, por condiciones políticas, necesidades sociales, etc. Está claro que los dos campos se interceptan. De hecho la técnica sólo puede desarrollarse si previamente se da la comprensión científica sobre los fenómenos, y viceversa, la ciencia sólo puede progresar utilizando algunas técnicas sofisticadas (como en el campo de la experimentación). Pero está claro que son dos cosas diferentes que siguen dos sendas diferentes.
Ahora, esquematizando un poco nuestro discurso, trataremos de abordar tres aspectos por los que pensamos que la ciencia es importante para el hombre. El primero es la ciencia como conocimiento de una verdad en sí, es decir, la ciencia investiga una verdad, una verdad que es en continuo devenir, una verdad que está restringida al mundo de las cosas que pueden ser experimentables, las que nosotros llamamos observables. El conocimiento de ciertas leyes de la naturaleza, el conocer por ejemplo que la estructura que está en el origen de la materia es una estructura extremadamente ordenada, no caótica, un conocimiento no banal para el hombre. Además quiero subrayar que, en este momento, es importante resaltar el valor de una actividad humana como la ciencia que persigue el conocimiento, es decir, resaltar el sentido, la importancia para el hombre del conocimiento en cuanto tal, no por las consecuencias de carácter económico, político, etc.
Esto es muy importante en la cultura actual que está dominada por un cierto consumismo, por el cual el conocimiento no tiene ningún interés, y por algunos modelos ideológicos para los que sólo tiene importancia lo que tiene influencia sobre lo político; en cambio, la ciencia es una actividad que investiga el conocimiento en sí. Este punto será ilustrado en la intervención del profesor Salam.
El segundo punto concierne al método científico. La ciencia trabaja con un método que está caracterizado por una continua comparación y control de las ideas con respecto a la realidad, ahora bien, si una representación nuestra de la realidad no corresponde a lo que muestran los resultados experimentales, es claro que no trataremos de modificar la realidad sino que cambiaremos las ideas o hasta las abandonaremos. Es una actividad en la que el hombre busca una verdad en la realidad, fuera de sí mismo. Esto es ciertamente importante, repito, en momentos en los que la tendencia es a trabajar con juicios prefabricados referidos a modelos como las ideologías, pensadas a priori.
Seré yo quien diga algunas palabras antes de la intervención del profesor Salam sobre este tema.
El tercer punto concierne a la tecnología científica. Todo sabemos que la tecnología cambia todos los días nuestra vida y que su potencial es enorme, basta pensar en la enorme potencialidad de la tecnología informática o de la bioingeniería o de la farmacología. ¿Cómo tiene que comportarse el hombre al respeto de estas grandes posibilidades que además pueden tener enormes consecuencias positivas como también negativas?
Ciertamente una garantía importante sería que el hombre promedio, es decir, la opinión pública, pudiera ejercer un control sobre las tendencias que guían la técnica en una dirección o en otra. Pues como he dicho antes, la tecnología no es neutral, no se desarrolla según una lógica interna, sino que es empujada en direcciones diferentes por elecciones externas a ella. Yo pienso que si la opinión pública es puesta en condiciones de apropiarse más de las potencialidades de la tecnología, también podría influir más en estas elecciones.
De aquí el tercer punto: una mayor integración de la cultura científica en la cultura del hombre común, asunto que será tratado por el profesor Mantegazza y por el profesor Scarascia Mugnozza.
Quiero abordar el segundo punto, es decir, el método científico.
Para entender las ciencias, para entender el alcance del saber científico es muy importante entender al menos un poco acerca del método que la ciencia utiliza. Este método es el mismo utilizado desde Galileo hasta hoy, es una sucesión continua de tentativas de abstracciones y verificaciones experimentales, es decir, de un conjunto de resultados experimentales sobre fenómenos de cierta clase nosotros tratamos de formular una representación de los mismos fenómenos. Puesto que los resultados experimentales son unas medidas y por tanto expresados en números, estas representaciones no pueden más que usar un lenguaje específico, el lenguaje matemático; así llegamos a una representación de la realidad que usa un lenguaje matemático.
Esta representación inmediatamente es verificada y luego se extiende la experimentación a otros fenómenos de su misma clase, de modo que se hace una comparación entre los presupuestos de esta nuestra teoría, de esta ley, de esta representación y el resultado de la experiencia. Si el resultado de la experiencia concuerda con los presupuestos de la teoría, la teoría es demostrada cierta, de otro modo sería errónea y tendríamos que desecharla o modificarla.
Este ciclo (es decir, representación, verificación, nueva representación) es un ciclo continuo, que no acaba nunca en la ciencia, no existe una representación final con la cual diremos: «Hasta aquí llegamos y todo queda bien».
A través de la aplicación de este ciclo continuo la ciencia persigue dos fines: primero, una refinación siempre mayor de las leyes físicas; y segundo, una extensión de las teorías a clases cada vez más amplias de fenómenos yendo en busca de leyes que abarquen visiones cada vez más generales y cada vez más globales de los mecanismos de la naturaleza. Esto es una refinación de las leyes y una extensión de ellas, en el sentido de una simplificación siempre mayor, porque poder unir varias representaciones, varias leyes, quiere decir simplificar las cosas, quiere decir que con una única ley podremos explicar muchos más fenómenos.
Este método nos hace entender el sentido del saber científico, nos muestra ante todo que el conocimiento científico tiende a un conocimiento objetivo y que este conocimiento es totalmente verificable y que usa un lenguaje unívoco: el lenguaje matemático. Así que en él nada es prefabricado, cada idea viene continuamente sometida a una crítica que no es otra que la comparación con la realidad.
Éste es el primer punto, la posibilidad de un saber objetivo en un campo de fenómenos mensurable.
El segundo punto es que éste saber objetivo está restringido a las cosas medibles, es decir, a lo observable y diría más, a los fenómenos que se pueden observar repetidas veces, porque este ciclo hace realmente que tengamos que experimentar el mismo fenómeno una y otra vez.
El tercer punto es que la verdad científica no es nunca estática, sino que está en continuo devenir. Si nos movemos con este método, justificado por el hecho que ha dado en los últimos trescientos años grandes éxitos, entonces estaremos haciendo lo que normalmente se llama ciencia.
Sé bien que actualmente es muy común tomar los resultados científicos y tratar de extrapolarlos o tratar de interpolarlos fuera del resultado mismo. Debemos entonces darnos cuenta, luego de haber entendido de qué se trata el método, que todas las extrapolaciones tendrán quizás un sentido filosófico, pero ningún resultado científico: son extrapolaciones extra científicas.
Llegados a este punto quiero dar la palabra al profesor Salam, quien retomará a continuación el primer punto, es decir: «Ciencia como conocimiento».

ABDUS SALAM:
El profesor Bellini nos ha dicho que la ciencia es la necesidad del hombre de conocer; nos dio dos ejemplos, uno tomado del mundo occidental y otro del mundo oriental y que se refieren a grandes hombres de ciencia. El profesor Hans Beete que en 1977 consiguió el premio Nobel para haber descubierto el origen de la energía solar, una tarde, mientras se encontraba en el desierto del Nuevo México, de improviso entendió cual era el origen de la energía solar. Estaba acompañado de su esposa mientras miraba las bellas estrellas que decoraban el cielo nocturno del desierto, y ella le dice: «Cómo son de bellas las estrellas que resplandecen en el cielo del desierto», y él le respondió: « ¿Te das cuenta que en este momento estás junto al único ser humano en el universo que sabe por qué esas estrellas resplandecen?».
La segunda anécdota que les quiero contar concierne a la necesidad humana de conocer y se refiere a un físico afgano que vivió en la ciudad de Hasnj en Afganistán hace 1000 años; se llamaba Albirunj y fue uno de los más grandes físicos de todos los tiempos. Cuenta uno de sus contemporáneos que habiéndose dado cuenta que Albirunj estaba pronto a morir, fue a visitarlo, y cuando se acercó a la cabecera del lecho de Albirunj éste abrió los ojos y le preguntó: "¿Quién eres"? Contestó esta persona: «Yo soy esto y esto». Albirunj dijo: « ¡Ah!, tú eres el hombre que conoce la respuesta a tal problema». Y el hombre dice: «Tú Albirunj, en este momento te estás muriendo, ¿por qué quieres conocer la respuesta de ese problema?». Y dijo Albirunj: « ¿No es mejor que yo muera con el conocimiento, antes que en la ignorancia?». Así que tristemente el hombre aquel le habló del problema y le dio la respuesta; después de haberle dejado y en cuanto hubo atravesado la puerta, escuchó a la gente que lloraba y decía que Albirunj había muerto. Éste es el segundo ejemplo de la necesidad que el hombre tiene de conocer.
Hace un momento el doctor Bellini nos hablaba de los grandes progresos que se han hecho en la ciencia en el siglo veinte. Ciertamente que cuando las generaciones futuras consideren este siglo, lo reconocerán como el de la ciencia. Solamente consideremos la física en este siglo.
En la física se han evidenciado tres ideas fundamentales, ideas que no pudieron ser evidentes sino después de muchos siglos.
La primera idea fundamental es la relatividad, la segunda es la teoría cuántica y la tercera idea fundamental concierne a la unificación de las fuerzas fundamentales y es de la que os hablaré. Análogamente en otros campos, como en la biología que se ha evidenciado la idea de nuestro código genético, un concepto de energía universal absolutamente sorprendente, y sobre el que más adelante volveré.
Tendremos que preguntarnos si después del siglo veinte, digamos en el siglo veintiuno, se dará una evolución igualmente grande, si habrá descubrimientos igualmente importantes, como por ejemplo el de la unificación de las fuerzas fundamentales.
Retornando a mi argumento, lo que concierne al concepto de la unificación, quiero contaros de donde partimos en este siglo. Partimos de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza y les diré también cómo estas cuatro fuerzas las hemos reducido a tres y cómo esperamos que al final de este siglo se logre pensar solamente en una única fuerza fundamental. Mi narración inicia con Albirunj (hace mil años); él fue la primera persona en decir que las leyes de la física son idénticas en cualquiera lugar del universo. Éste es un concepto fundamental que está en la base de todas las ciencias.
La ciencia no varía de lugar a lugar y el primer hombre que demostró esto a nivel experimental fue Galileo en el siglo XVI. Él, observando los cráteres de la luna por el telescopio y viendo la sombra que producían y correlacionando la dirección de las sombras con la dirección de la luz solar, logró demostrar que las leyes que regulan la formación de las sombras sobre la luna son las mismas leyes que regulan la formación de las sombras sobre la tierra.
Ésta fue la primera demostración experimental que las leyes de la física son las mismas en cualquier sitio del universo.
Otro que unificó los conceptos fue Newton, quien demostró que las fuerzas de atracción ejercidas por la tierra respecto a una manzana son las mismas fuerzas que mantienen la Luna en órbita alrededor de la Tierra y la Tierra en órbita alrededor del Sol. Ésta fue también una gran unificación que se descubrió en el siglo XVII.
Transcurrieron luego doscientos años hasta que ocurrió otra gran unificación gracias a los trabajos de Faraday y Ampère.
Estos hombres demostraron que las fuerzas de la electricidad son iguales a las magnéticas. Si se toma una carga eléctrica y se pone sobre un plano, se crea a su alrededor una fuerza eléctrica, pero si se empieza a correr la carga eléctrica, se crea alrededor de la carga eléctrica una fuerza magnética; luego electricidad y magnetismo son la misma fuerza y dependen del entorno, el entorno de una carga estática es la electricidad, el entorno de un carga en movimiento es el magnetismo.
Luego vino Maxwell, muerto hace unos cien años, quien demostró que acelerando una carga eléctrica se produce calor, luz, ondas eléctricas y todas estas manifestaciones sustancialmente son la misma cosa. Éstos son ejemplos de conceptos unificados, mediante los cuales la ciencia ha logrado unir muchos fenómenos. Pero el mayor ejemplo de esto ha sido el logrado por la obra de Einstein, en un primer momento en 1905 y luego en 1916.
En 1905 Einstein demostró que espacio y tiempo se pueden unificar en un único concepto y esto lo llevó luego a unificar la energía y la masa, después en 1917 Einstein demostró que el espacio-tiempo es curvo y que su curvatura es el origen de la gravedad de Newton. De esta centralización, de esta unificación, se llegó a la comprensión de la cosmología, del universo en expansión, del Big-Bang, de los tres grados de la radiación y de los agujeros negros.
Así que en 1917 como consecuencia de la obra de Einstein, empezamos a enteder que hay dos fuerzas: el electromagnetismo y la gravedad. La fuerza electromagnética controla todos los fenómenos sobre esta Tierra, abarcando la vida y los procesos que se desarrollan dentro de nuestro cerebro, mientras que la gravedad controla todos los fenómenos celestes, todos los fenómenos relativos a la cosmología. En aquella época Einstein empezó a tener un sueño, soñaba que estas dos fuerzas se pudieran unificar; pensó que lograría reunir estas dos en una única fuerza y que lograría crear la mejor teoría posible. Einstein vivió con este sueño el resto de su vida, trató de realizarlo, de explicarlo pero infructuosamente. Si el profesor Bellini me da algo de tiempo les contaré cuan decidida fue su búsqueda.
Pues bien, ha sido el profesor Pais, nacido en Holanda, quien me ha contado la anécdota, ya que fue un gran amigo de Einstein. Me contó que Einstein estaba muy enfermo y no le quedaba mucho de vida. Como eran buenos amigos y estando al término de un viaje, antes de volver a casa, quiso ir a saludar a su viejo amigo. Ya en casa los dos amigos tuvieron una larga conversación y resultó claro a ambos que aquella era quizás la última vez que se encontrarían pues Einstein estaba realmente muy enfermo.
Pais dice que al término de la visita y saliendo en puntillas de la habitación, llegado a la puerta se volvió y los dos amigos se despidieron y salió, pero queriendo darle una última mirada a su amigo se asomó de nuevo a la puerta y vio que Einstein estaba ensimismado realizando cálculos sobre la unificación de estas dos fuerzas. Una semana después de este episodio Einstein murió.
La razón por la cual Einstein no logró explicar esta teoría, según nosotros, es la siguiente:
Einstein desconocía las fuerzas nucleares; durante la juventud de Einstein no se conocía la fuerza nuclear, no fue sino hasta 1930 cuando fueron descubiertas dos fuerzas nucleares, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil. La fuerza nuclear débil fue descubierta principalmente por el profesor Fermi y sus colaboradores romanos. Einstein no tomó en consideración estas fuerzas, no prestó atención a su existencia, pero para nuestra generación, sin embargo, resulta imposible ignorar las fuerzas nucleares. Así que nosotros, en nuestra generación, empezamos a soñar el mismo sueño de Einstein, también intentamos unificar todas las fuerzas de la naturaleza, pero son cuatro fuerzas, el electromagnetismo, la gravedad, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil. Fue así como mis colegas y yo empezamos a estudiar el asunto en 1960, entonces nos parecía que para empezar el camino a esta unificación lo mejor era tratar de combinar, de reunir el electromagnetismo con la fuerza nuclear débil, pues veíamos entre estas dos fuerzas muchas analogías. Trabajamos en esta idea hasta 1967 cuando logramos elaborar una teoría unificada de estas dos fuerzas. Sin embargo esta teoría tenía que ser llevada al campo experimental. Como ya les ha dicho el Profesor Bellini, en la ciencia no sirve de nada elaborar una teoría si no se logra luego confirmarla a nivel experimental.
Todos saben cuan costosos se volvieron estos experimentos, además de difusos y muy complejos. Los experimentos comenzaron en 1973 y llevados a término en 1978; el último experimento fue en la Standford University en California; el primer experimento en 1973 fue realizado por los grupos del profesor Bellini, otro de Milán y otro del laboratorio de Ginebra.
Quiero contaros algo del experimento de 1978, el experimento conclusivo. Todos esperábamos los resultados de este experimento. Mientras estaba en Trieste en Junio pasado salieron los resultados; naturalmente llamé por teléfono enseguida a California, a la Universidad de Standford para informarme sobre los resultados. Hablé con el profesor Taylor quien me dijo: «Estoy complacido, hemos finalizado el experimento, no sabemos si su teoría funciona o no pero alrededor de nuestro laboratorio hay muchos periodistas, pero hemos jurado no decir a nadie los resultados hasta mañana. Sabemos que se trata de su teoría y por lo tanto naturalmente es Usted quien tiene que finalmente revelar los resultados. No sabemos bien qué hacer». Entonces yo le contesté: «Pues ciertamente no me puede decir los resultados». Él siente en mi voz cierta contrariedad y me dice: «¿Qué hora es en Trieste?», dije: «Son las diez de la noche» mientras era mediodía en California (hay una diferencia de diez horas) entonces él me contestó: «Para Usted ¿es ya hora de acostarse?». Yo dije: «Si» a lo que me respondió: «Todo lo que puedo decirle es que vaya a acostarse y duerma tranquilo». Así fue como me enteré de que nuestro experimento y nuestra teoría eran exactos.
Ahora se trata de ver si lograremos unificar la fuerza nuclear fuerte con las demás fuerzas que ya hemos unificado.
Hemos hecho una previsión, el tema de esta previsión se trata sobre los protones; los protones que deberían vivir para siempre, en realidad, si nuestra teoría es correcta, no viven para siempre. Efectivamente, un protón en 10 toneladas de materia desaparece cada año. Actualmente se están desarrollando varios experimentos, uno es realizado por el grupo de Milán, a través del túnel del Monte Blanco, donde 150 toneladas de hierro son monitoreadas por detectores, estos detectores miden a lo largo de un año quince chasquidos. Si efectivamente se dan estos quince chasquidos se podrá demostrar que también la tercera fuerza debe ser unificada a las otras dos; este experimento aún no se ha llevado a cabo y tendremos que esperar uno o dos años más para saber si en realidad las tres fuerzas son una única fuerza o bien no.
Si el experimento diera resultados concordantes con nuestra teoría, habría aún un problema por solucionar, aquel que afrontaba Einstein, es decir: ¿también la gravedad hace parte de una única fuerza? Ésta será la parte más difícil de demostrar de nuestra teoría pues también tendremos que demostrar la existencia de la anti gravedad.
Ahora tenemos una teoría que dice que si esta última unificación realmente se da, significará que el espacio-tiempo tiene once dimensiones. Se trata de un concepto nuevo y extraño; con base en estas teorías concebiremos nuestro universo como un largo cilindro en el que algunas de sus dimensiones serán muy pequeñas pues se manifiestan como cargas eléctricas, fuerzas nucleares y gravitatorias.
Luego están las dimensiones más grandes del cilindro; se trata del espacio-tiempo que ya conocemos; estos conceptos son novedosos, muy estimulantes y en este ámbito los progresos suceden con tanta rapidez que ya se empieza a preguntar si nos bastarán nuestras ciencias fundamentales y nos preguntamos si los jóvenes de hoy y sus hijos tendrán bastante que investigar en el siglo veintiuno. Actualmente hemos descubierto tantos principios universales que nos preguntamos si todavía quedará algo por descubrir. Concluyo leyendo este pasaje sagrado de mi libro sagrado, el Corán: «Todos los árboles de la tierra fueron creados, y todos los siete mares del mundo fueron creados con la tinta, pero las palabras del Señor jamás serán escritas. Siempre habrá más de esas palabras, porque Tú Señor eres sabio y todopoderoso.»

PAOLO MANTEGAZZA:
Creo que el argumento de nuestra mesa redonda puede ser examinado bajo dos puntos de vista: ciencia grandeza del hombre, donde grandeza equivale a jactancia, gloria, orgullo del hombre (por tanto la ciencia es expresión del grandeza del hombre, de lo grande que el hombre sabe hacer), o bien, ciencia grandeza del hombre en cuanto es para la grandeza misma del hombre, ya que contribuye a darle una dimensión nueva, a edificar un hombre mejor.
Aceptando este segundo punto de vista, la ciencia se convierte en «grandeza» si es para el hombre, si contribuye a darle al hombre una vida más humana, más digna. Pero cualquiera sea la interpretación que se quiera dar al tema de la mesa redonda, creo que (a pesar de todas las reservas, las dudas, las desconfianzas más o menos justificadas, más o menos instrumentalizadas) se puede afirmar objetivamente que el progreso del conocimiento científico, además de haber promovido una real revolución tecnológica, y por ende una notable mejoría de las condiciones de vida, ha promovido también una amplia renovación cultural y un apasionado deseo de saber.
La ciencia extendiendo sus propios conocimientos ha enriquecido ampliamente el bagaje cultural del hombre que es uno de sus bienes mayores, si no el mayor bien del hombre (Juan Pablo II al respecto dijo en la Unesco: «La cultura es un modo específico del existir y del ser del hombre. El hombre vive una vida verdaderamente humana a través de la cultura. El hombre no puede ser fuera de la cultura»).
Si consideramos que el verdadero progreso científico se obtiene cuando se descubren verdades, y que las búsquedas que no llevan a la verdad no son ciencia, podremos entonces intuir cuán grande podría ser la contribución al progreso del hombre (hombre entendido en su entereza, en su totalidad, hombre que cuenta no tanto por lo que tiene, sino por lo que es) de parte de una ciencia que está verdaderamente a su servicio.
He señalado brevemente que una ciencia es grandeza del hombre cuando es para el hombre, es decir, cuando a través del progreso tecnológico se mejoran las condiciones de vida, y que por la adquisición de nuevos conocimientos la ciencia se convierte en patrimonio cultural y así satisface las exigencias del saber y de la verdad.
¿Pero hoy la ciencia persigue realmente estos objetivos? ¿Está realmente al servicio del hombre? Desaforadamente se tiene que reconocer que la ciencia está sometida a urgentes solicitaciones, interiores y exteriores al mundo científico. Estos apremios podrían, poniendo en peligro la libertad, desviar la ciencia de su verdadero fin: la promoción del progreso del hombre a través de la búsqueda de la verdad.
La experiencia enseña que una investigación sometida (a la economía o a la política o a la ideología, etc.) no persigue la verdad sino una verdad y entonces ya no es más ciencia. Hablando de presiones ejercidas sobre la ciencia, diría que la ciencia hoy día está sometida a las tentaciones, algunas de las cuales tienen una sorprendente analogía con las bien conocidas «tentaciones del desierto» narradas en los Evangelios. Examinémoslas pues brevemente.
La primera. «Di (ordena, manda) que estas piedras se conviertan en pan». Es la invitación cada vez más apremiante hecha a la ciencia por aquellos (que son una multitud) que creen que el trabajo primario de la ciencia es el promover el desarrollo tecnológico para poder darle al hombre todo lo que le sirve, todo lo que desea: el bienestar.
La ciencia a través el progreso tecnológico hará el milagro. Lo imposible se convertirá en realidad, las piedras se convertirán en pan. El pan, el bienestar, es para aquellos, la esencial aspiración del hombre. Es la tentación del milagrismo tecnológico. Tentación que es indudablemente latente para quienes hacen la investigación, ya sea porque ven realizarse lo que está en sus intuiciones teóricas y llevados a la práctica los resultados de sus búsquedas, o ya sea porque a través de las conquistas tecnológicas ellos puede alcanzar más fácilmente el éxito (notoriedad, prestigio, riqueza, etc.).
Si se acepta este modo de pensar se deriva, recordando el tema de la mesa redonda, que ciencia es igual a progreso tecnológico, que progreso tecnológico es igual a bienestar. Luego la ciencia es riqueza del hombre en cuanto es bienestar para el hombre o incluso el bienestar mismo del hombre. Pero con relación a esto he aquí la advertencia del Evangelio: "No sólo de pan vive el hombre". Se advierte que no sólo de pan. Si bien la ciencia puede transformar, cuando puede, las piedras en pan, satisfacer las naturales y justas aspiraciones del hombre para su bienestar hay que recordar que no sólo de pan vive el hombre; hay que recordar que la ciencia tiene también otras tareas. Ella no puede perseguir únicamente el desarrollo tecnológico como único fin o como único instrumento de bienestar, o peor aún, de utilidad económica con la lógica de la rentabilidad, haciendo del progreso tecnológico un instrumento al servicio de la ideología del tener. Recordemos que la ciencia que el hombre hace es para una innata e instintiva exigencia de saber, de comprender, que no se sacia, que no se sacia con mero pan.
Honestamente hay que reconocer que, aunque haya quien niega la evidencia, el hombre, cada hombre, reconoce dentro de sí una dimensión que no se sacia sólo con pan, con tener, con poseer. El hombre tiene otras exigencias además del propio bienestar, él quiere conocer el mundo que lo circunda, él está a la búsqueda de su propia identidad, de su destino, de la verdad. Él quiere saber quién es, qué es y por qué es. Él interroga y se interroga. Y no se conforma con saber, desea comprender; el cómo no lo satisface, quiere conocer el por qué. “Por qué” Esta conjunción interrogativa es la palabra, el vocablo que caracteriza al hombre, que siempre lo acompaña, es su sombra. Esta palabra expresa el ansia de comprender del hombre, ansiedad que también puede convertirse en angustia. Esta angustia que el hombre moderno trata de eludir corriendo de sol a sol, ocupando con pretextos cada momento libre con tal de no tener que enfrentarse a los interrogantes que no sabe contestar. Esta angustia que algunos tratan de eludir recurriendo a los fármacos, fármacos que suprimen la ansiedad, la inseguridad, que provocan una separación de la realidad y favorecen la evasión en un ensueño de nirvana, que alterando las percepciones sensoriales o las capacidades cognoscitivas abren la mente a nuevas realidades, a nuevos mundos, nuevos en cuanto percibidos y elaborados de modo diferente.
Pero retornando de este breve paréntesis farmacológico a la cita del Evangelio: «No sólo de pan vive el hombre», habremos de preguntarnos si la ciencia está o estará capacitada para contestar a las preguntas fundamentales del hombre. O si la verdadera respuesta no sea esa segunda parte de la advertencia del Evangelio: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de los labios de Dios». ¿No es quizás ésta la verdadera respuesta? Investigar con la ciencia la palabra, el mensaje de Dios en todo lo que nos circunda.
Tomemos ahora en consideración la segunda tentación: «Arrójate desde la alta cornisa del Templo». Saltar la barandilla de la cornisa, ¡y arrójate abajo! ¡La barandilla es para los demás no para ti! Para ti, ciencia, no hay límites, limites que los demás sí deben respetar, cuyas leyes los demás deben acatar. ¡Lánzate! que tus ángeles, tus descubrimientos, te «sostendrán». Por lo tanto, no temas, desafía el vacío que tienes debajo, osa lo insondable. Para ti todo es válido, todo es permitido. Tú estás por encima del bien y del mal, muy por encima del bien y del mal. Tú puedes hacer todo aquello que te parece.
Ésta es la tentación de la supremacía, de la primacía absoluta de la ciencia, de la confianza ilimitada y absoluta en sus posibilidades, de la mitificación de la ciencia. La ciencia está por encima de todo, en cuanto que se constituye en la expresión de las capacidades del hombre, es el culmen de sus posibilidades. A ella se le concede todo, se le permite hacer todo lo que crea oportuno, emprender cualquier tipo de investigación sin tener que rendir cuentas a nadie, sin tener que preocuparse de las consecuencias que podrían derivar de sus conquistas.
La ciencia no tiene responsabilidad. Es absurdo hablar de la responsabilidad de la ciencia, en lo referente a lo que pueda ocurrir, a las consecuencias del empleo, del uso o abuso que se haga de sus descubrimientos. Para la ciencia no existe ni siquiera el problema de la licitud. Por ejemplo: si en su nombre, para su progreso, se cree que se deba experimentar sobre el mismo hombre, sometiéndolo a riesgos imprevisibles, ¡que se haga! Primero la ciencia, luego el hombre.
Si aceptáramos este modo de ver, resultaría que la ciencia es grandeza para sí misma y no grandeza para el hombre, que la ciencia no es para el hombre sino el hombre para la ciencia. Concebida de este modo la ciencia puede convertirse en una amenaza, una intimidación al hombre. Pero he aquí la amonestación del Evangelio a una ciencia así concebida: «No tientes al Señor tu Dios», no Lo provoques, no desafíes a Dios. No Lo provoques creyéndote por encima de todo y de todos, no Lo desafíes creyéndote tú señor de todo. Recuérdate, ciencia, que tú también tienes tus límites, tienes tus «barandas» como toda expresión de la actividad y capacidad del hombre. Precisamente porque eres expresión del hombre no puedes olvidarlo, abandonándote a ti misma; declinando toda responsabilidad sobre el empleo de tus descubrimientos rechazando el preguntarte si lo que haces es lícito o ilícito, favorece o no favorece, sirve o no sirve a construir un mundo más humano.
A propósito de la responsabilidad de la ciencia, Juan Pablo II en el discurso dado en Hiroshima el 25 febrero del 81 a los científicos japoneses, discurso que tenía como título «El futuro depende de nuestras elecciones morales», después de haber señalado las preocupaciones, siempre compartidas, suscitadas por un empleo irresponsable de la ciencia y el hecho que la ciencia y la tecnología «producto maravilloso de la creatividad humana, han provisto de posibilidades cuyo potencial no es neutral, en cuanto puede ser usado para el progreso del hombre o para su degradación», después de haber subrayado que «nuestro futuro, nuestra supervivencia misma, está ligada a la imagen que nos haremos del hombre» y que «la humanidad tiene que actuar un vuelco moral» si quiere dar un paso hacia adelante en civilización y sabiduría, concluía: «creo que nuestra generación se encuentra frente a un gran desafío moral que consiste en armonizar los valores de la ciencia y los valores de la conciencia» y añadía «hace falta convencernos de la prioridad de la ética sobre la técnica, de la primacía de las personas sobre las cosas, de la superioridad del espíritu sobre la materia. La causa del hombre será bien servida si la ciencia se alía con la conciencia. El hombre de ciencia ayudará realmente a la humanidad si conserva el sentido de la transcendencia del hombre sobre el mundo y de Dios sobre el hombre».
Detengámonos ahora brevemente sobre la tercera tentación (que a mi parecer es hoy la más preocupante) «Todas estas cosas te daré». Mateo escribe: «Todos los reinos del mundo con su gloria» y Lucas: «Toda la potencia y la gloria de estos reinos» «…si te postras y me adoras».
Atenderé cada deseo, te daré todo lo que sirva para tus búsquedas, pondré a tu disposición la potencia de tecnologías cada vez más avanzadas, te daré honor y gloria si te postras y me adoras. Éste es en realidad el discurso dirigido a la ciencia por parte de quienes detentan el poder político o económico o ideológico o científico, porque también existe el poder científico. Ésta es realmente la tentación más preocupante pues la ciencia para progresar necesita tecnologías cada vez más sofisticadas, infraestructuras y laboratorios cada vez más eficientes y costosos. Hoy la vida media de un equipo común de laboratorio es de pocos años, los aparatos se vuelven completamente inútiles cuando son superados por otros más eficientes; éstos ya no sirven más porque ya no son eficientes, es decir, pone a quien los usa en condiciones de ya no poder competir con quien posee mejores equipos. Por este motivo, el costo de las investigaciones está alcanzando cifras descomunales.
Por todo esto la ciencia corre hoy el riesgo cada vez más grave de ser condicionada, instrumentalizada, de perder su propia autonomía. Hoy está en juego la libertad de la investigación y por tanto la misma supervivencia de la ciencia mientras tengamos investigaciones no supeditadas al conocimiento de la verdad (aquella verdad única y total), sino al servicio de una verdad parcial (política, ideológica, económica).
Podríamos tener una investigación no a favor del hombre sino de un hombre, de pocos hombres, de una casta. He aquí entonces la advertencia del Evangelio: «Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás cuenta». Esto es una invitación a la libertad. La ciencia no puede estar sometida a alguien en particular. La ciencia en cuanto búsqueda de la verdad tiene que ser libre para reconocerla. Si la ciencia está sometida, también el hombre estará sometido.
Al respecto, Juan Pablo II dijo en el discurso a los docentes de la Universitarios de Bolonia, el 18 de abril (discurso desafortunadamente poco conocido y que quienes se ocupan de la ciencia deberían leer): «La libertad es desde siempre condición esencial para el desarrollo de una ciencia que conserve su íntima dignidad de búsqueda de lo auténtico y no sea reducida a pura función, sometida como instrumento de una ideología, a la satisfacción exclusiva de fines inmediatos, de necesidades sociales materiales o de intereses económicos, con miras al saber humano pero únicamente inspirada en criterios unilaterales o parciales, propios de interpretaciones tendenciosas y por tanto, incompletas de la realidad».
No quiero añadir más a esta afirmación de Juan Pablo II, quiero sólo concluir diciendo que nosotros tenemos (aquello que he subrayado durante este breve discurso) tres puntos que considero fundamentales: la ciencia no puede tener como único objetivo, como única finalidad el bienestar del hombre como muchos quieren. La ciencia no puede reinar sin responsabilidad, no puede ignorar al hombre, no puede ignorar el uso que se hace de los descubrimientos. Por último: la ciencia tiene que estar libre para poder alcanzar aquello para lo que está hecha, su esencial tarea: la búsqueda de la verdad.

GIANTOMMASO SCARASCIA MUGNOZZA:
En esta nuestra conversación señalaré los motivos del renovado interés hacia las ciencias de la vida, describiré velozmente algunas de las más modernas biotecnologías y concluiré con las aplicaciones agrobiológicas empleadas en la solución del problema fundamental, en el tema de las ciencias de la vida, cual es la producción de suficientes alimentos para toda la humanidad.
Quiero empezar releyendo un pasaje de Pacem in Terris: «Los progresos de las ciencias y las innovaciones de la técnica atestiguan la grandeza del hombre que descubre el orden estupendo del universo y crea los instrumentos idóneos para dominar las fuerzas y dirigirlas en su servicio».
El género humano siempre ha vivido en una «bio-sociedad» dependiente de sus fundamentales recursos, del ciclo de los elementos y de la energía procurada por la bioconversión de la energía solar y de los complejos arreglos autorreproductivos de la biosfera
Los hombres siempre han observado, empíricamente antes, científicamente luego, el mundo viviente para comprenderlo y utilizarlo. El ejemplo más lejano procede de la prehistoria, de hace más de hace diez mil años, es la invención de la agricultura: el cultivo de las plantas, de la cría de los animales, de su mejoramiento para volverlos comestibles y para domesticarlos. Los materiales y procesos sobre los que se basa el sistema productivo de una sociedad moderna industrial, más del 40% (en valor) es biológico en naturaleza u origen; en las sociedades más cercanas al nivel de subsistencia, esta proporción es aun más alta.
Pero solamente recientemente la atención por las ciencias de la vida ha alcanzado un público que va más allá del círculo habitual de los médicos, de los biólogos, de los agrónomos y de los hombres de cultura. Este nuevo, difuso interés puede ser atribuido a la convergencia de más factores y en particular
1) A la constatación de la unidad del mundo viviente: todos los seres vivientes, desde el más humilde al más inteligente, están formados por los mismos materiales: el código genético es universal; el tipo de moléculas en las que está contenida la información genética (ADN), el modo como ésta información es transmitida son sustancialmente comunes a todo los seres vivientes, animales y plantas, sean seres imponentes o microscópicos.
2) A la diversidad del mundo viviente, diversidad de características entre las especies, diversidad de individuos en el ámbito de una misma especie; diversidad que es fundamento de la vida, condición de su futuro y desarrollo.
3) A la noción que la vida sobre la tierra existe por un equilibrio tan delicado de ese inmenso sistema que no se lo puede modificar impunemente sin perjudicar al hombre mismo y su posibilidad de sobrevivencia.
4) Al riesgo de alcanzar y superar los límites de los recursos naturales del planeta que hospeda hoy una población mundial de más de 4 a 5 mil millones y que superará los 6 mil millones en el 2000 y previsiblemente llegará a los 8 mil millones en 2020.
A este propósito se presume que los límites físicos se manifestarán, no tanto en la escasez de materias primas sino sobre todo en la incapacidad de la biosfera de reconvertir o recuperar recursos y bienes fundamentales comprometidos por la erosión del suelo, la desertificación, la deforestación, el empobrecimiento de los recursos hídricos de las principales regiones agrícolas, la sobreexplotación de la biomasa marina, la destrucción de la diversidad genética de plantas, animales y microorganismos. Hemos pasado de cazadores y recolectores a pastores y a cultivadores de los campos, ahora el hombre se tiene que adaptar a una nueva responsabilidad: la de rey y administrador del biosistema. No hay otra alternativa posible.
Lo que quiero con estas premisas es sugerir que, si la biología es el manantial de los conocimientos sobre los seres vivientes y sobre las leyes que los regulan y sobre el hombre como cuerpo, organismo, materia, conjunto de células, etc., la biología misma debería volverse ahora, sostenida por el consentimiento social y de una convencida acción política, un instrumento de la promoción del hombre al servicio del hombre.
En esta situación es evidente que, con el crecimiento del interés general por la biología, crezca el interés por los descubrimientos, por las metodologías, por las técnicas de producción de materiales biológicos necesarios a la humanidad, al progreso material y moral de los pueblos; en concreto, por la biotecnología.
Es indiscutible que la primera biotecnología (cronológica y cuantitativamente hablando) fue la producción agrícola, con sus múltiples técnicas de mejoramiento de plantas y animales, de productos alimenticios, también de empleo terapéutico, energético, textil, para construcción, etc.
Los campos, los establos, los bosques son grandes fábricas «naturales». Junto a tecnologías convencionales usadas durante miles años para progresivas mejoras, recientemente se han desarrollado agrotecnologías mucho más avanzadas. Por ejemplo, la producción de más de diez toneladas de maíz o trigo por hectárea, hoy recolectables en 10 o 20 horas de trabajo mecanizado por hectárea en lugar de las más de mil horas de mano de obra de antaño, establos automatizados para la alimentación del ganado, producciones artificiales en invernaderos, la conservación, el empaque, la congelación, la transformación de muchos productos agrícolas y pecuarios, su transporte en atmósferas controladas y su distribución empleando cadenas de frío, etc. (así los jóvenes habitantes de las megalópolis pueden estar tentados a creer que la comida nace en los anaqueles de los supermercados) son ejemplos de la bioproducción conseguidos con el auxilio de avanzados criterios y procedimientos comparables con los de la fabricación industrial.
Es cierto que la acepción más moderna del término «biotecnología» tiene un significado, un sentido de disposición y realización de la bioproducción según sistemas y conceptos industriales. Se trata, en efecto, de tecnologías de producción de materiales biológicos (para usos alimentario, terapéutico, industrial) obtenidos de microorganismos, de células animales y vegetales mediante procesos industriales, es decir, mediante su multiplicación artificial continua en grandes cantidades, en enormes recipientes o en fermentadores según técnicas químicas y microbiológicas industrializadas. A menudo estas células y estos organismos han sido genéticamente modificados por los métodos desarrollados por la ingeniería genética en los últimos diez años.
Se trata, en concreto, de nuevos métodos (como la hibridación, el cruzamiento y la mutación espontánea o inducida por radiación) para la manipulación del material genético. Se trata de métodos para la inoculación de genes entre especies que no están cercanamente emparentadas, situación que no permitiría nunca su cruzamiento y su interfecundidad y por tanto nunca se podría obtener algún tipo de recombinación de caracteres de forma natural. Con estas técnicas de ingeniería genética hoy es posible introducir genes en un organismo y por tanto características nuevas, hasta obtener especies completamente nuevas. Desde el punto de vista operativo se utilizan técnicas (definidas por el «ADN recombinante») que permiten extraer in vitro moléculas de ADN (el ácido nucleico portador del código genético), de romperlo en puntos precisos gracias a enzimas purificadas (llamadas «de restricción», descubrimiento que les valió el Nobel de 1978 a Arber, Nathans y Smith) y aislar los segmentos del ADN que contienen los genes que nos interesan, luego ligar estas moléculas de ADN de diferente procedencia mediante «plásmidos» que los transportan a las células (y al ADN) del organismos que se busca modificar, formando así nuevas combinaciones de genes.
La nueva combinación genética produce, en los organismos en los que ha sido inducida, proteínas específicas sintetizadas por los genes introducidos: así pues, los nuevos organismos manifestarán nuevas características controladas por los nuevos genes.
En verdad, técnicas de este género han encontrado hasta ahora aplicación sobre virus y bacterias, y se consiguen ya (o muy pronto) vacunas para uso veterinario a precios relativamente bajos, igualmente insulina, hormonas de crecimiento y la proteína interferón, obtenidas de cultivos de bacterias a escala industrial a partir de genes de origen animal o humano posteriormente recombinados. En los EE.UU. se prevé que en 1990 el 10% en valor (de 50 mil millones de dólares) de los productos farmacéuticos se deriva de la biotecnología.
En los centros de investigación agrícola muchos grupos de investigadores están trabajando para introducir en los cereales los genes para la fijación del nitrógeno atmosférico. Como bien es conocido en las leguminosas, gracias a la simbiosis con varias bacterias fijadoras de nitrógeno (Rhizobium, Azospirillum, y la de la Azolla) y que se manifiestan como pequeños nódulos en sus raíces que son propiamente las colonias de estas bacterias nitrofijadoras, nódulos ricos en nitrógeno y que pueden acumular por hectárea hasta 50-100 Kg de nitrógeno utilizable por las plantas. Pero esto no ocurre con los cereales. Sin embargo, si se obtuviesen cereales capaces de suplir sus exigencias de nitrógeno (el principal - después del agua - elemento de la sobrevivencia de las plantas) incorporando genes fijadores de nitrógeno, se ahorraría notablemente en la producción de costosos fertilizantes de síntesis química, se reducirían las emisiones de contaminantes ambientales y se conseguiría sobre todo producciones agrícolas a precios mucho más económicos.
Frente a la actual producción mundial de más de 120 millones de toneladas de fertilizantes nitrogenados, para el fin del siglo se prevén exigencias 3 veces superiores. Se trata de una cantidad astronómica, por lo que harán falta miles de millones de barriles de petróleo e inversiones de miles de millones de dólares: sin embargo, más o menos, la misma cantidad de nitrógeno es biológicamente fijada cada año en el suelo y en las aguas por organismos vegetales de forma ecológica a diferencia del producto de origen industrial.
Quiero enfocar mi presentación hacia la biotecnología relativa a la producción vegetal. Otra moderna tecnología merece ser mencionada: la de los cultivos in vitro, es decir, la posibilidad de producir en suspensiones, con soluciones de específicas sustancias nutritivas y en adecuados recipientes, células aisladas de plantas. Se emplea para plantas de interés agrícola aprovechando el fenómeno de la «totipotencia», es decir, la capacidad de una célula individual de reengendrar una planta entera. Eso permite asimilar las plantas superiores, las plantas de valor comerciales y forestales, a los organismos celulares y por lo tanto aplicar los principios y las técnicas desarrolladas por la ingeniería genética para los microorganismos.
Entre las varias aplicaciones de la tecnología de los cultivos in vitro de células vegetales quiero mencionar: a) La producción estandarizada de tejidos, por ejemplo de ápices vegetativos, de plantas de patata, fresa, clavel, etc. De cada célula de una yema de estas plantas se puede formar genéticamente nuevas plantas todas uniformes y exentas de enfermedades y en particular de virus. b) La posibilidad de seleccionar células mutantes, espontáneas o inducidas por radiación o manipuladas según la técnica del ADN recombinante y obtener plantas enteras, capaces de una más eficiente actividad fotosintética o de absorber y utilizar más eficientemente los fertilizantes o de acumular sustancias de valor nutritivo o farmacéutico o de resistir a enfermedad u a otra causa de estrés (sequías, frío, etc.). c) Con los cultivos in vitro de protoplastos, es decir, de células sin su membrana, se puede conseguir también la fusión de protoplastos entre especies muy diferentes. A través de esta fusión se consiguen células híbridas («híbridos somáticos»), fruto de cruces sin intervención sexual de los que es posible reengendrar (mediante el ya dicho fenómeno de la totipotencia celular) plantas enteras con características nuevas, mientras que mantienen las características deseadas de las dos especies cuyos núcleos se han fundido. Los híbridos somáticos ya son producidos, por ejemplo, entre plantas de tabaco y petunia, y de petunia con zanahoria.
En un futuro próximo - también por esta vía - el aislamiento reproductivo, barrera al intercambio de genes, será superado y el intercambio de material genético favorecerá la obtención de organismos radicalmente nuevos.
Los microorganismos genéticamente modificados son una fuente de recursos renovables fundamentales para la vida del hombre, en cuanto pueden suplir las crecientes exigencias mundiales de nutrición y energía a través de la producción de alimentos y combustibles.
Ya que esta biomasa se puede desarrollar utilizando como sustrato nutritivo subproductos y desechos industriales, se contribuirá también a preservar la calidad del medio ambiente reciclando materiales que hoy son costosamente incinerados y destruidos. Y para aumentar los beneficios en la gama de productos reciclables y aumentar la capacidad de biodegradación de los desechos y rechazos, existen varios programas que buscan modificar genéticamente los mismos microorganismos, mediante técnicas de ingeniería genética y el empleo del ADN recombinante, ya mencionado.
Es evidente que para el desarrollo y la utilización de las biotecnologías hasta ahora descritas son necesarios precisos y prolongados esfuerzos científicos, dedicación de notables investigadores, empleo de enormes recursos económicos públicos y privados. La prueba de esto es que diversas empresas (en 1980 ya eran más de 300), se han establecido para tal necesidad en EE.UU., USSR, Japón, Alemania, Francia y Suiza.
Está difundida la opinión que los recursos para biotecnología (en particular la relacionada con organismos genéticamente modificados) tendrán efectos positivos y sensibles también en términos de producción de alimentos, obviamente no convencionales. Pero es prudente suponer que tales efectos se evidenciarán, al menos, dentro de 20 o 30 años. Ya que se prevé que el desarrollo económico y el progreso social y cultural no provocarán una sensible reducción en la tasa del incremento demográfico mundial, resulta que serán los próximos 20, 30, 40 años los más preocupantes y los más cargados de responsabilidades. En esto concuerdan los muchos estudios realizados por la FAO, el Banco Mundial, los EE.UU., por la OSCE, etc. que señalan un considerable crecimiento demográfico en varios lugares del mundo subdesarrollado de Asia oriental y meridional, del cercano Oriente, del África sahariana y ecuatorial y de América Latina. Entonces la cuestión capital y dramática es que esta curva creciente de la población tiene que ir acompañada paralelamente por una curva igualmente creciente de la producción agroalimentaria.
La producción de alimentos debe incluso ser superior para que el actual nivel de consumo per cápita en los países emergentes pueda mejorar. En muchos países emergentes la gran diferencia en la distribución de la renta (ya en promedio muy baja en India, Pakistán, Bangladesh y varios países del África sahariana y ecuatorial, que aún hoy tienen ingresos per cápita inferiores a 200 dólares por año) crea profundas diferencias en el poder adquisitivo, tanto que las clases más pobres tienen una alimentación cercana a los mínimos vitales. Entre 1969-1971 los países emergentes registraban 360 millones de personas en grave estado de desnutrición, entre 1974-1976 ya eran 415 millones, equivalente al 22% de la población total y - trágica situación – el 13% estaba conformado por seres de edades inferiores a los 16 años y por tanto gravemente amenazados en su desarrollo físico y mental.
El Banco Mundial prevé que para el 2000 los individuos en grave estado de desnutrición serán cerca de mil trescientos millones, es decir, 1/4 de los seres humanos vivirán en las regiones subdesarrolladas. Para evitar catástrofes y para asegurar el sustento de la población mundial, para asegurar el mejoramiento de los ingresos a los campesinos y a las poblaciones más pobres, la producción agrícola tiene que aumentar sensiblemente año tras de año. Recordemos que T. Schulz, Premio Nobel de economía 1979, afirma que la condición indispensable para el despegue del Tercer Mundo es el desarrollo de la agricultura; esto es sobre todo verdadero para los países más pobres. Para hacer frente a los millones de nuevos seres humanos y para asegurarles, en promedio, un incremento del 15% en los consumos per cápita, la producción agroalimentaria en el año 2000 debería ser 90% superior a la de 1970 que sumó 2.850 millones de toneladas.
A la casi duplicación de la producción agroalimentaria que se debe alcanzar para el año 2000 debe seguir prácticamente otra duplicación en el siguiente veinteno. ¡Se trata de una empresa colosal! Tanto más cuanto que el terreno arable, el agua de riego, la energía, los minerales y las demás materias primas necesarias para la agricultura mecanizada y para la producción de fertilizantes, de forrajes, de plaguicidas, etc., no son bienes de disponibilidad ilimitada.
En espera del salto que se obtendrá en las primeras décadas del próximo siglo con la aplicación a gran escala de las modernas biotecnologías, se podrá entonces optimizar y generar una agricultura fuerte en los países avanzados, mejorar sus tecnologías agrícolas convencionales y por ende aumentar sus producciones.
Pero es sobre todo en los mismos países subdesarrollados donde se tiene que realizar el máximo esfuerzo productivo. En estos la agricultura tiene que ser reforzada, potenciada, tecnificada, saliendo de las condiciones de atraso y abandonando técnicas de coltivos demasiado primitivas. En varios países del África todavía se ara la tierra con el arado de punta o hasta se remueve la tierra con la punta de la lanza. Se pierde así – en resumidas cuentas - la producción agrícola y forestal haciendo avanzar el desierto. Alrededor de ciertas ciudades del África, en un radio de 50-100 Km. han prácticamente desaparecido árboles y matorrales, y en las zonas del Sahel se calcula que para la recolección de leña (única fuente de energía) se emplean 360 jornadas laborales por familia.
Para conseguir sustanciales producciones agrícolas, por supuesto, siempre en armonía con el entorno y con los diversos sistemas, hacen falta nuevas y apropiadas tecnologías. En esta dirección, no tan espectacular como la conquista de la Luna, ni tan terriblemente grandiosa como la energía nuclear, ni de tan viva atracción como los descubrimientos de la astronomía (de lo más grande) o de la estructura de la materia (de lo más pequeño); las ciencias biológicas y agrobiológicas tienen una tarea tremendamente difícil por el aprieto de los plazos, pero verdaderamente esencial en el servicio a aquella parte de la humanidad más amenazada por el flagelo del hambre, por la desnutrición, por las enfermedades, por la miseria. Recordemos que son justamente la pobreza y la necesidad las mayores causas de contaminación y degradación del entorno físico y moral.
Ocurre a menudo en los países en desarrollo que las exigencias por conseguir progresos en el corto o en el mediano plazo hace preferir el traslado directo o la adopción de metodologías validadas en otro lugar. Pero las diferencias ambientales, socioeconómicas y tecnológicas entre las regiones templadas donde prosperan los países desarrollados y las zonas tropicales húmedas o áridas donde prácticamente se hallan los países en desarrollo, son tan marcadas, que las investigaciones dirigidas al incremento de la productividad de los recursos agrícolas en los países avanzados son sustancialmente inaplicables en los países emergentes. Solamente una gradual aplicación de tecnologías apropiadas y en armonía con las específicas situaciones ambientales locales, también culturales, pueden permitir el creciente rendimiento de los cultivos comerciales y la producción pecuaria y de los varios factores que controlan sus producciones y quizás al mismo tiempo salvaguardar las riquezas de valores humanos de las tradiciones locales. Estas nuevas biotecnologías están aún prácticamente por inventar. Innovar en vez de imitar: he aquí un amplio campo de acción para las ciencias biológicas y agrícolas ocupadas en el resurgimiento de los países atrasados.
Para conseguir estos urgentes cambios en las tecnologías de los países del Tercer Mundo, la cooperación, la solidaridad de los países avanzados es indispensable e insustituible. De las investigaciones relativas a la casi totalidad de las regiones subdesarrolladas (excepto China) se concluye que se gasta actualmente al año mil millones de dólares en investigaciones agrícolas, es decir, solamente 1/5 de lo que se gasta en el mismo rubro en todo el mundo; a pesar que estos países cubren casi el 60% de las tierras firmes y hospedan más del 75% del género humano. Estos datos confirman la urgencia y la obligación (ya afirmadas en la Gaudium et Spes) de la intervención de los países avanzados mediante la puesta a punto de apropiadas tecnologías agrícolas y mediante la preparación de educadores y técnicos. Lo anterior es necesario sobre todo en los países de reciente independencia, a menudo geográficamente modestos y geopolíticamente irrelevantes con balances gubernativos pobres, con estructuras estatales rudimentarias, con bajos niveles de vida de la población y generalmente carentes de servicios públicos y de mínima investigación bioagrícola. Actualmente mediante acciones bilaterales y multilaterales, como la mediación de organismos internacionales como la FAO, la UNDP, el Banco Mundial, la Unesco, etc. cerca de 600 millones de dólares al año son destinados por los países avanzados para cooperar en las iniciativas técnico-científicas dirigidas a aumentar las producciones agroalimentarias del Tercer Mundo. Ésta es una señal, todavía exigua en verdad, de la creciente conciencia de la interdependencia entre los varios estados, pueblos y regiones del mundo.
En este punto debo expresar mi firme convicción de que la política para el desarrollo del Tercer Mundo tiene que ser programada y conducida con fría razón y con rigor de método científico. Se trata de una política a largo plazo para la cual continuos impulsos de generosidad son condición necesaria pero no suficiente. La cooperación de los países industrializados no debe consistir en el institucionalizar la ayuda alimenticia como un fin en sí mismo. Junto a estas acciones, necesarias cuando son indispensables, se tienen que desarrollar operaciones plenamente programadas y coordinadas que, para que tengan efectos duraderos, deben que ser incorporadas en proyectos de colaboración internacional y mundial (Populorum Progressio, 52). En síntesis, estas intervenciones de las ciencias agrobiológicas deben contemplar la puesta en marcha de nuevas tecnologías dirigidas al incremento de las producciones agroalimentarias, ya sea para satisfacer la exigencia nutricional de la población, ya sea para proveer materias primas para la exportación de los países emergentes con beneficio para sus balanzas comerciales; en definitiva, es así como los hombres de estos países serán gradualmente los protagonistas de su propio progreso.
La ciencia y la investigación científica y tecnológica son pues armas indispensables para enfrentar a uno de los más formidables desafíos de nuestra época, cuyo objetivo, en el fondo, es el progreso y la suerte misma de la humanidad. El desafío tiene que ser asumido, ya que solamente a través de la emancipación y la liberación de las necesidades más elementales se podrá llegar a garantizar la efectiva promoción de los pueblos, de cada mujer, de cada hombre hacia condiciones de decorosa vida material y espiritual y de auténtico desarrollo integral.
La grandeza de las ciencias, y en particular de las de la vida (es decir las biológicas y las biolológicas aplicadas a la agricultura y a la alimentación, como a la medicina y a la salud), ingenioso uso de las riquezas intelectuales, chispa de lo divino en nosotros, podrá ser valorada según esta medida: la capacidad de servir al surgimiento y liberación de los pueblos atrasados (como serán pronto casi los 3/4 de la humanidad) de la indigencia y de la desnutrición, para construir todos juntos un mundo mejor con mayor justicia social entre las naciones.
Con los criterios, los preconceptos, los prejuicios de la cultura hoy predominante en los países industrializados y consumistas, esto quizás no parezca una obra espectacular. En cambio dignifica y vivifica la ciencia y la técnica, a través de la cual los estudiosos y los expertos en las ciencias biológicas y en la biotecnología podrán dar una contribución al establecimiento de una moral internacional de justicia y equidad, como la Populorum Progressio afirma. Esta contribución podría ser una de las mayores aplicaciones de aquel universal principio cristiano, piedra angular fundamental del hombre: el servicio amoroso al prójimo.

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