La concepción del hombre, filosofía y libertad /2
autor: Eugenio Mazzarella
docente de Filosofía Teorética en la Universidad de Estudios Federico II de Nápoles
Salvatore Natoli
docente de Filosofía Teorética en la Universidad de Estudios de Milán-Bicocca
Costantino Esposito (moderador)
docente de Historia de la Filosofía en la Universidad de Estudios de Bari
fecha: 2013-08-19
fuente: La concezione dell'uomo: filosofia e libertà
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "Emergenza uomo", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Emergencia hombre")
traducción: María Eugenia Flores Luna

EUGENIO MAZZARELLA:
Retomo lo que Costantino reclamaba: devolver dignidad al hombre es un imperativo antropológico. Costantino lo reclamaba ad hoc por eso, porque ya era claro para Giussani en 1988, que anticipa el tema que se ha impuesto luego en este Meeting. La identidad es algo que el hombre no se puede hacer expropiar, como decía Costantino, ni por las prescripciones socio-estatales, ni por las prescripciones de los automatismos neurofisiológicos de un cierto cientismo. Si eso ocurre, en realidad el hombre amenaza con perderse él mismo. Pero es verdad, que en lo concreto de la percepción de la realidad, el corazón latiente de nuestra identidad, el corazón latiente de la identidad del mundo es la libertad, es el a-priori existencial que decide si el hombre se pierde o se gana a sí mismo. Por tanto, responder a la emergencia hombre en realidad hoy significa probablemente saber volver a ver al hombre cómo emerge a él mismo en su libertad y darle los instrumentos para usarla en un sentido o en otro y ciertamente el problema es darle los instrumentos para usarla en el sentido de encontrarse a sí mismo y salvándose a sí mismo salvar al nosotros del que emerge aquel él mismo.

La radicalidad de esta relación entre el yo y el nosotros, el término sobre el que hoy nosotros vemos la base psíquica del yo, lo indicaba Benveniste en el Diccionario de las instituciones indoeuropeas, cuando habla de las instituciones lingüísticas: el radical *sve, que luego se ha convertido en “se” (sí), - afirma - no expresa un principio de individuación de conciencia subjetiva del individuo, sino es en realidad la autoconsciencia del grupo, nosotros. Es de este nosotros que se aparta y emerge el auto referencia subjetiva como hoy nosotros estamos acostumbrados a pensarla. Obviamente una rigidez en este auto referencia subjetiva, al final hace liberar la salvaguardia ecológica. Si nosotros nos ponemos demasiado rígidos en el fondo, si nos cerramos en este auto referencia, al final acabamos por cortar la rama sobre la que estamos sentados, es decir aquella raíz comunitaria de la cual venimos. Nosotros somos libertad porque somos liberados por alguien o algo en el mundo; nos entregan al mundo nuestros padres, nos libramos en el sentido que salimos, ganamos espacio. Probablemente el destino de la libertad está en un movimiento simétrico a este origen, es decir ir al encuentro, como decir, ir más allá de la libertad negativa, la pura posibilidad de hacer o no hacer, la libertad como ser libres de vínculos, condicionamientos, y en realidad identificar que la libertad siempre es una experiencia de totalidad, que está finalizada siempre en la que se dice libertad positiva, es decir la libertad positiva en el sentido de puesta sobre algo, un fin, un objetivo, un proyecto. Ahora, la libertad verdadera es esta endíadis de libertad negativa y libertad positiva. Sobre eso ha intervenido hace unos años con autoridad, en 2009, en Praga, celebrando la veintena de la reconquistada libertad, Benedicto XVI: «la libertad busca un objetivo y por eso requiere una convicción; la verdadera libertad presupone la búsqueda de la verdad – del verdadero bien - y por tanto encuentra el propio cumplimiento precisamente en conocer y hacer lo que es recto y justo… la verdad, en otras palabras, es la norma guía para la libertad y la bondad es su perfección… lucha por la libertad y la búsqueda de la verdad van juntas, poco a poco, o perecen míseramente».

Este reclamo doctrinal, que en Praga probaba a responder también a la desilusión de la libertad percibida por una juventud que respecto a los propios padres había nacido en la libertad, pero daba señales de no saber que hacer o de no tener una orientación a su libertad, no es descontado. Porque en la cultura liberal del 1900 la desconfianza por la libertad positiva, que reclamaba el Papa, tiene su historia.

Un gran liberal del 1900, Isaiah Berlin, incluso reconociendo de la libertad positiva el ideal de la autodeterminación y del dominio de sí mismo, desconfiaba a como vínculo externo y deprimente sus libertades individuales, protegidas mejor por la libertad negativa. Isaiah Berlin tenía a la vista la experiencia de los enemigos políticos de la popperiana “sociedad abierta”, las “sociedades cerradas” y su resolver la “libertad de los individuos” en la “libertad del pueblo”; un esquema que en las democracias populares del 1900 había propuesto en un cierto modo, en detrimento de la “libertad de los modernos”, fundamentalmente por encima de los individuos, lo iliberal en sentido moderno para los individuos “libertad de los antiguos”, fundamentalmente por encima de las estructuras objetivas de la participación individual a la “pública libertad”. Ahora, ciertamente a la libertad positiva son posibles desaventuras, públicas y privadas, pero en realidad eso no nos exime de la tarea de confrontarnos, de estar en el tema. Nuestro problema es evitar el naufragio de la libertad negativa en lo vacío, en el sentido de vacante, como incluso el otro posible naufragio de la libertad positiva en un cierre público de la libertad. ¿Cómo es que podemos navegar sin naufragar? Probablemente debemos confiarnos - una expresión que don Giussani quería - a lo más querido que tenemos. Porque lo más querido que tenemos define el perímetro, como decir, en que nosotros podemos vivir nuestra libertad. Si este perímetro es abierto, si encuentra la totalidad del otro, nos da la posibilidad de realizar nuestra libertad; si este perímetro se cierra, arriesgamos el auto referencia, es decir un cierre egocéntrico que no ayuda a dar plenitud de verdad a la libertad, plenitud de significado. Esta cosa se llama “sentido religioso”, la capacidad, que cada hombre en cuanto hombre es capaz, «de ser impactado por lo real, de vivir la realidad según su verdad, porque es capaz de usar la razón según su verdadera naturaleza de apertura a la totalidad de la realidad» (Giussani), a la “vibración” del ser diríamos nosotros los ontólogos, ¿no Costantino?; la vibración que pueden ver - si cierran los ojos pensándolo, o se pierden dentro su presencia - salir de la tierra en los cipreses, iluminarse de las estrellas del cielo, difundirse en los campos en los cuadros de Van Gogh.

La experiencia religiosa cristiana hace Persona esta vibración, la reconoce como Cristo, y se deja formar como persona: «Yo soy Tú que me haces». Y al Emperador, al Poder del mundo, como en el relato de Solove'v el starets Giovanni, puede responder: «Lo más querido que tenemos es Cristo», «Él mismo y todo lo que viene de Él, ya que nosotros sabemos que en Él vive corporalmente toda la plenitud de la Divinidad», llamando por nombre, Cristo, la excedencia a nosotros, el factor “otro”, independiente y más grande que nosotros, que provoca y despierta nuestro ímpetu humano, del que hablaba Costantino. Ciertamente la pretensión es grande, y no pide nada menos. Pero aun cuando pasas el umbral de esta pretensión, no es sin embargo poca cosa saber estar al menos en esta vibración de la realidad que tiene aquel factor otro provocando nuestro ímpetu humano.

SALVADOR NATOLI:
De muchos modos me encuentro en sintonía, como ya ha ocurrido en mi primera intervención, con las cosas que Costantino ha dicho, y también con las cosas que Eugenio ha dicho. Vuelvo a cuanto decía antes, porque me permite aclarar más cabalmente qué quiere decir telos. Yo he dicho que el hombre puede todo, en el ámbito de lo que puede. Puede incluso no realizar su telos, pero eso conduce a su destrucción. La dimensión es muy clara. Puede desde el punto de vista de la voluntad negar su naturaleza, pero el costo de esta negación es su destrucción. Aquí se hace muy relevante la cuestión, desde el punto de vista de la reflexión filosófica, porque el problema planteado es: ¿pero uno es libre si tiene que vivir conforme a un telos? Toda la gran filosofía clásica, también seguida dentro de la tradición cristiana, era: vive según la naturaleza.

Luego vivir según la naturaleza quiere decir que si vives de la naturaleza, inevitablemente pereces. Luego es una rara libertad, ésta, es un oxímoron: la verdadera libertad es conformarse a la propia necesidad. Muy pesado, esto, sin embargo aquí estamos. La verdadera libertad es conformarse a la propia necesidad. ¿Y entonces, dónde está el espacio de la libertad? Y aquí entra - ya ha sido mencionada - la relación entre voluntad y bien, que puede ser llamada satisfacción, puede ser llamada deseo, las variables son infinitas. La voluntad es el bien, elegir por el bien, porque si no se elige por el bien, evidentemente se ocasiona la propia destrucción. Esto en la filosofía antigua, en la filosofía moderna y en la gran teología escolástica, en Dante: “pero que el bien, que es del querer objeto”. Y entonces ¿por qué se acaba por elegir el mal, si hay esta clara evidencia de que no ser conforme a la propia naturaleza quiere decir perecer? Con el pecado ha entrado la muerte; ¿por qué? Y aquí se introduce muy bien la diferencia entre la libertad negativa y la libertad positiva. La libertad positiva es la libertad para el bien, pero hace falta reconocerlo, este bien. Y entonces, para reconocer el bien, o se está conformes a un bien prescrito, y por lo tanto fuera de lo real - entonces hay alguien que te da la indicación del bien, y entonces te somete - o hay una prescripción del bien fuera de la experiencia del bien o es posible - ésta es mi posición - una experiencia del bien. La aristotélica tomista.

Porque, quiten a Dios, lo que queda de santo Tomás es Aristóteles. Experiencia del bien: ¿cuál es la experiencia del bien? Es, en cada momento, y por cada ente, captar su posibilidad de realización, es decir de poder ser lo que es. Y aquí entramos en una dimensión misteriosa, fuertemente misteriosa, también podríamos llamarla religiosa, si quieren. Y la pongo así: no puede haber una dimensión abstracta del bien, puede haber una experiencia del bien; porque la dimensión abstracta del bien es falsa, abate la libertad; la libertad existe porque tú el bien lo experimentas, porque si tú no lo experimentaras no tendrías libertad. La libertad no la encuentras nunca definitivamente, la encuentras poco a poco, midiéndote con la vida de las cosas. Las cosas, lo que tú haces, hace florecer – ése es el concepto de felicidad - el ente, y por lo tanto para hacerlo - he aquí el modo en que yo entiendo la realidad - tú tienes que reconocer la naturaleza del ente. Para hacer florecer un ente debes conocer sus posibilidades. No se puede decir, porque es terrible, “lo hago por tu bien”, sino debes reconocer en la atención al otro lo que puede ser su bien, debes estar atento al otro; y también puedes equivocarte en eso: he aquí el espacio de la libertad; puedes creer que allí algo crezca y luego te percatas en la experiencia de que no crece, siempre puedes equivocarte, pero el bien no está en la capacidad de adivinar siempre dónde está, el bien está en la capacidad de corregirse del error, y por lo tanto en la experiencia del mal debe estar dentro la experiencia del error. Para explicarla en términos cristianos, tal como yo la pienso, Jesús va a ver el mal estando dentro de él; lo redime asumiéndolo, no prescribe, pero muestra que allí puede nacer la vida. Y no hay necesidad de ser creyentes en los términos de la transcendencia o la vida eterna; yo me declaro un cristiano no creyente, luego a lo mejor creo, pero no es un problema. Sin embargo la experiencia de Cristo es la identificación con el mal, y allí hace florecer el bien, no prescribe el bien. A la adúltera dice: “anda y no peques más”, hace el milagro y dice “no pecar más”, arréglate en la vida, trata de ver dónde está el bien. Ésta es una tarea de enmienda constante, hace falta aprender a ser libres. El proceso de liberación, la liberación es un proceso. La libertad como elección es una condición, pero el reconocimiento del bien es un proceso. Por tanto, libertad respccto a, ciertamente: anda y no peques más; yo no te digo qué tienes que hacer, anda a ver tú qué quiere decir no pecar, cuánto destruyes, y cuánto generas. Entienden bien que se puede dar una versión absolutamente laica del Cristianismo, absolutamente no clerical del Cristianismo. Este discurso podría hacerlo en cualquier sitio, y creo que nadie tendría la fuerza de objetar consistentemente a este proceso de liberación. La libertad consiste en identificar el bien. Para volver al gran Aristóteles, cuando objeta a los platónicos la idea del bien, dice: “no se comprende bien qué es esta idea, ¿de qué se aprende el bien? De los hombres buenos, en base a sus rostros”. Ésta es una experiencia de libertad, eso quiere decir atención al otro, ésta es la realidad. Quiere decir buscar la satisfacción liberando posibilidades, quiere decir reconocer que se puede constantemente equivocar, que por lo tanto podemos constantemente ser prisioneros de nuestros límites cognitivos.

Cuántas veces nosotros nos equivocamos creyendo saber, y también ésta es una culpa: la presunción de saber, y por lo tanto la dimensión de sospecha, de interrogación. Ésta es la práctica de la libertad. La condición de la libertad es la posibilidad de elegir, la efectividad de la libertad es proceso de liberación infinito, y sobre todo, precisamente, y aquí vuelve mi ética de lo finito, atención al otro. Ninguna virtud es personal: si hacen un análisis de las virtudes de la tradición clásica, y hoy es bueno volver a una ética de la virtud, siempre es relacional. La lujuria es la medida de relación con el bien corpóreo, el exceso, la desatención, la prevaricación sobre la belleza del cuerpo y sobre la medida del placer, ésta es lujuria, la reducción del otro sólo a su carne, ésta es lujuria, no es un placer personal, cualquier virtud o vicio es relacional. Y yo creo que para salir de nuestros apuros se necesita proponer una ética de las virtudes. Y por cuanto concierne a los descubrimientos de la ciencia, yo invertiría un poco tu problema, y diría que el naturalismo también nos da la ilusión de ser libres. ¡Bien! Pongámonos en una dimensión opuesta, diría spinoziana, partimos de la idea de que no lo somos, descartemos esta ilusión, y entonces vamos a ver la causa que genera nuestra acción y que la limita. Nosotros somos tanto más libres cuanto más conocemos lo que nos condiciona, somos tanto más esclavos cuanto más pretendemos ser condicionados. Para ser libres, el gran Spinoza decía, hace falta tener ideas adecuadas a cómo somos hechos. ¿Por tanto, si la ponemos así, ya Spinoza decía que la mente es la idea del propio cuerpo, no es necesario ir a los neurobiólogos de hoy, sino que la mente fuera la idea del propio cuerpo lo sabían los presocráticos, Lucrecio lo sabía, ¿qué nos dicen de nuevo los neurocientíficos? Nos dicen de nuevo el descubrimiento particular pero no un esquema, y ya aquéllos sabían que conocer las propias condiciones, conocer los propios condicionamientos es el modo más alto para ser libres. También ésta es ética de la perfección.

COSTANTINO ESPOSITO:
Quédense aún un minuto, porque la cuestión se pone apasionante. Tenemos los mismos elementos, en la descripción, a veces, son muy parecidos, pero también tenemos dos modos diferentes de ver las cosas. Partimos como siempre de la adquisición común, que la libertad se da en una experiencia, lo decían ambos, y la experiencia de la libertad depende de la experiencia del bien. Pero a su vez este bien no es una ley abstracta o un valor ahistórico, sino es algo que toca a cada uno descubrir descubriendo, decía Eugenio “la vibración del ser”, Salvatore decía “la necesidad del ser”. Y aquí de algún modo entendemos qué está en juego, Naturalmente yo no daré el puntaje final, porque el problema es que vamos a verificar nosotros, a entender nosotros, a juzgar nosotros, tal como se pone la cuestión, partiendo de las diferentes alternativas del pensamiento contemporáneo. ¿Pero en el fondo, y aquí lo diría con mi palabras, que no soy neutral naturalmente, ¿cómo nos damos cuenta de esta naturaleza de las cosas? ¿Cómo nos damos cuenta de esta vibración del ser, de esta necesidad? Muchas veces no la vemos, o la malentendemos. ¿Nuestra mente logra captar la medida de esta realidad o la realidad nos tiene que ser mostrada? ¿Tiene que existir el reconocimiento, la mirada de alguien que nos abra a ésta? Decías: si quitamos Dios a santo Tomás queda Aristóteles, pero santo Tomás ha leído a Aristóteles de la manera en que Aristóteles no se leía, justo porque existía Dios. Luego no es simplemente una mezcla, una síntesis extrínseca, el naturalismo sin transcendencia y un superávit, algo más que transcendencia. Última pregunta, muy breve. Esta vez partiremos de ti. En tu experiencia de investigador de filosofía, y también en la tuya, si puedo, experiencia de hombre, ¿puedes identificar puntos en que ves posible el renacer de la libertad como descubrimiento de no ser determinados por los objetos sino de ser abiertos al reconocimiento del significado, del significado misterioso, entendiendo misterioso en sentido filosófico pleno, es decir, de algo que existe pero que no logras circunscribir, incluso estando presente en la realidad? ¿Logras identificar puntos en que, en tu búsqueda pero también en tu aventura humana, vuelve, no como programa sino como descubrimiento, a hacerse de nuevo posible la belleza del respiro de la libertad?

SALVATORE NATOLI:
Seré muy breve. Por cuanto concierne a mi búsqueda hay indicadores de este movimiento. Ha habido un momento fuertemente especulativo de mi pensamiento. Pero también ha habido un momento en que yo, como decir, he cambiado modelo, cuando he hecho mi libro sobre el dolor. Aquel libro nace de esta aporía. Allí irrumpe la existencia. Existía antes también, y, existía también antes, pero irrumpe de modo específico en mi investigación. La filosofía tiende a dar razones. El logos tiende a dar razones. No siempre lo logra, pero tiende a dar razones. Delante al dolor calla, no sabe decir nada. Y calla sobre todo delante del dolor vivo. Aquí mi reflexión sobre Job ha sido muy decisiva. Anda a explicarle a una persona que sufre, que en el fondo hay buenas razones para que lo deba hacer, o que eso está bien porque los redime o los rescata de sus pecados. Te bota. No te cree. O bien lo acepta si ya cree. Y por tanto mi reflexión sobre el dolor por un lado pone en jaque a la filosofía, pero hay una sabiduría de la vida que ha hecho aprender a los hombres a sufrir. Una sabiduría de la vida. Aquí el paso ha sido simple y abre mi libro sobre la felicidad. El dolor será más frecuente que la felicidad pero es menos originario. Y la felicidad se gana a través de la práctica de la virtud. Esto a lo largo de la línea del pensamiento, y hoy, partir de la infelicidad. Y hay tanta. Y no ofreciendo compensadores subrogados, suplementos de buena vida, sino llevándola al fondo y poniendo el sujeto en las condiciones de su renacimiento. Y por lo tanto el desafío de lo singular. Y sobre esto concluyo porque aclaro el sentido de cuando yo digo misterio: nullum enim singulare definitur, nada individual puede ser definido. Si llamo aquella cosa una botella, en el momento que la llamo botella, produzco una abstracción. En el momento en que llamo la rosa, rosa, produzco una abstracción. Lo singular es inefable. No hay necesidad de un Dios. Todo es divino en su precaria preciosidad. Y de eso hace falta hacerse cargo.

EUGENIO MAZZARELLA:
Quisiera partir de un libro que ha sido un encuentro. Un encuentro que para mí es reciente aunque el libro no es reciente, es de 1975, y es La vida delante de sí mismo de Romain Gary, un libro que de veras perturba el equilibrio afectivo del lector, como ha dicho su revisor. Veinte años antes de Pennac y de los escritores de la inmigración árabe, narra la historia de Momo, muchachito árabe en la bainlieu de Belleville, hijo de nadie, cuidado por una vieja prostituta hebrea, Madame Rosa. Esta vez tiene razón la cuarta cubierta. Es «la historia de un amor materno en un condominio de la periferia francesa donde no cuentan las uniones de sangre y las tragedias de la historia se desvanecen delante de la vida, al simple deseo y la alegría de vivir», «una novela tocada por la gracia, en que la existencia es vista y narrada con la inocencia de un niño, para el cual las prostitutas son “gente que se defiende con el propio culo”, y “las pesadillas sueños cuando envejecen”». Disculpen la crudeza de la expresión que refiero, pero si leen la novela, entenderán por qué la refiero; en los ojos del niño que piensa así hay algo de los ojos de Cristo en el pozo con la Samaritana: la inocencia siempre posible. La posibilidad, de la libertad, de recomenzar.

Una historia de una frescura ueza conmovedora, que ayuda aún hoy a ver mejor dónde está el coraje de la vida, el renacer de la libertad cómo no ser determinados de donde se está, de qué se es, de lo que se ha hecho, y de lo que nos ha hecho. Un sentido potente y misterioso de la realidad que empuja a empezar o recomenzar de donde todo empieza, desde adentro, en el pozo de Jacob de nuestra sed de vida. Hoy podemos ver esta sed en los hombres y en las mujeres que van al mar en una barcaza desde otra orilla del mar, en los jóvenes que desafían el poder en las plazas de las primaveras árabes, en las muchas personas que resisten en nuestras sociedades en crisis; en la vida que no se da por vencida, que comienza la jornada aunque no sabe cómo acabará.

Porque en la vida, Ezra Pound una vez ha escrito, no es vanidad haber hecho en lugar de no haber hecho…
Eso no es vanidad.
Porque el error está en lo que no se ha hecho,
En la desconfianza que hizo titubear…
Porque aquello que realmente amas queda, el resto es escoria.
Aquello que realmente amas no te será arrancado
Aquello que realmente amas es tu verdadera herencia

Hace unos años escribiendo para el New Yorker John Updike en un artículo sobre las novelas de Houellebecq refería una cita de Partículas elementales, donde uno de los protagonistas del libro observa que su desolada visión de la vida, una vida marcada por la “tendencia a confundir la felicidad con el coma” no es para nada cínica sino solamente honesta, increíblemente honesta “en relación a las normas corrientes de la humanidad”. La honestidad del nihilismo, de la anorexia de lo humano, habría dicho Giussani. Pero - Updike rebatía - «¿cuánto es de veras honesta una descripción del mundo que excluye los placeres del ser padres, los consuelos de la vida comunitaria, el ejercicio cotidiano de la curiosidad y la responsabilidad moral de sacar lo mejor de todos los estadios de la vida, incluso el último?».

En nuestro trabajo intelectual siempre hay, también cuando a lo mejor lo impulsamos al fondo para la descripción “objetiva”, un elemento de pedagogía existencial, que deberíamos tener vivo. Y en este sentido deberíamos tener honestidad a la que nos invita Updike. La honestidad de decir que, cualquiera que sean sus condiciones y sus condicionamientos, la vida no es sólo una trampa, un lazo que impide mi libertad sino un apoyo. Y que los salientes de la vida a los que puedo agarrarme para salir, para no arriesgar caer al vacío a cada paso, anticipo a lo mejor de otro vacío más duro sin esperanza en el día que cala y del que veo el ocaso, son los otros. Los otros, un saliente para mí, para mis manos y no un impedimento; los otros que encontraré reabriendo mañana los ojos como espero, y como en realidad podría hacer ya ahora si valen bastante para mí; y ahora es todo, también la esperanza del mañana, que dejo para mañana; si aquella esperanza ya hoy la sé ver en sus ojos que me miran mientras los miro y buscan en mí el mismo apoyo.

He aquí pienso que devolver identidad al hombre es devolverle la libertad de los otros, la relación con la alteridad, el verdadero campo de juego de nuestras partidas también más personales, porque también cuando me escondo es a los otros que me escondo, a lo mejor esperando una mano, aunque no lo acepto, porque ya no quiero desilusiones, que me tire fuera del rincón donde me he metido. La filosofía a veces, virada al negro, nos ha enseñado que los demás son un infierno; a veces cierto, y la mayoría de las veces, este infierno pueden incluso procurárnoslo, y procurárselo; pero infierno o no infierno los demás quedan como mi posibilidad, son mi posibilidad; y lo son originariamente; el jardín que puedo habitar, si trabajo con honestidad; se convierten en mi infierno, mi desilusión, la insatisfacción del corazón, si les falto como posibilidad, si falto al encuentro.

El esquema originario de la libertad en el hombre es un esquema donde la confusión de la vida no es sólo el impedimento en el que incide mi impulso, del cual tengo que liberarlo, darle paso, como en el animal, que advierte obscuramente la libertad como gesto instintivo de lo viviente al vínculo del instante del impedimento vivido, pero no le queda “en la memoria” si se libra de aquella trampa; pero es el horizonte de sentido, de direcciones de mi movimiento existencial, el medio que me hace posible el movimiento mismo de la vida como el aire al ala para el vuelo. Por eso la libertad sentida, percibida, que en este sentido es sólo del hombre, no va sólo ejercida, sino razonada; y en este sentido la libertad humana no simple motilidad de la vida, es acción dramática. En el más pequeño gesto del hombre hay un proyecto que puede lograr o venir a menos, empezando del desayuno por la mañana con los propios padres antes de ir a la escuela o de entrar al aula en la universidad, como Giussani ha enseñado. Una fidelidad en lo pequeño que es promesa de fidelidad en lo grande. Y es una lección que deberíamos tener en cuenta.

COSTANTINO ESPOSITO:
Para concluir, la cosa que me emociona es el hecho de que hemos empezado nuestro encuentro poniendo las posiciones dominantes del debate cerca del problema de la libertad. Y hemos llegado a entender que es en nuestra posición frente al desayuno o respecto a un dolor que parece irredimible, inexplicable, es decir en los pliegues más cotidianos y más personales de la existencia, que se juega el problema. Ya un poeta latino lo había dicho, pero luego San Pablo lo aprueba “¿cómo es que yo conozco el bien y sin embargo hago el mal?”

Yo querría reabrir esta pregunta, porque es una pregunta que inquieta. Que inquieta porque nunca logra hacernos encerrar el problema de la libertad en una técnica, en un proyecto, en un propósito. En cada instante es como si longitudinalmente algo cruzara, encontrara nuestro presente. Permítanme repetir así el problema de la libertad: ¿cómo es posible recomenzar en la vida? ¿Lo decían ambos, no? Porque para uno que tiene un dolor enorme, el problema no es decir - creo que también Salvatore convendrá - es la necesidad Spinoziana, es Dios este dolor. Utilizar a Dios como un parche justificativo del mal del mundo, también entender a Dios como el mal mismo, es decir como la necesidad porque tiene que ser así, ambas soluciones no nos satisfarían. ¿Cómo es posible recomenzar con respecto a aquel dolor? ¿Y por lo tanto cómo es posible ser libres en el dolor? Es ésta la grandeza de aquello que Eugenio Mazzarella también reclamaba. ¿Tenemos la posibilidad de recomenzar o bien estamos destinados a la muerte? Es esto que reaviva el interés por el problema de la libertad. Me permito cerrar con este requerimiento. ¿Cómo es posible aceptar el desayuno desafiando el aburrimiento de la repetitividad? ¿Cómo es posible decir que sí, también de manera niciana, y por lo tanto cristianamente al dolor? ¿No como una condena como un castigo, sino como una chance? Parece imposible. ¿Si no amando, amando, es decir la libertad al final es un estar diciendo que sí al amor. ¿Pero cuál es la medida del amor? El amor es como el resultado del ejercicio de las virtudes, o de algún modo, al menos por una vez en la vida, ¿tenemos que haber sido amados para amar? ¿Tenemos que haber sido queridos para querer, tenemos que de algún modo aceptar que somos hechos? Porque revirtiendo la cosa que tú decías, si ninguna virtud es personal sino siempre en relación, el amor siempre es racional. Yo te agradezco. Hasta pronto.

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