La conciencia religiosa en el hombre moderno (parte)
autor: Luigi Giussani
fecha: 1985
fuente: Jaca Book, Già e non ancora, 2^ ed., 80 p.

Parte Primera: «¿ES LA HUMANIDAD QUIEN HA ABANDONADO A LA IGLESIA?»…

Capítulo I. UN OLVIDO EN EL CAMINO RELIGIOSO DEL HOMBRE

El puente entre el hombre y el destino

El poeta inglés Thomas Stearns Eliot en sus Coros de la Piedra, evoca poéticamente la historia religiosa de la humanidad. Primero el cosmos es descrito como “estéril y vacío. Y las tinieblas estaba sobre la faz de lo profundo”. Esto coincide con la ausencia de significado. Vino el hombre y empezó la búsqueda del significado, porque la búsqueda del nexo entre el instante y el todo, lo eterno, es un fenómeno inevitable para la razón humana. Entre el polo efímero y el destino último salta la chispa de la religiosidad.
Y así han nacido todas las religiones, que son el intento de construcción teórica, ética, ritual y estética del modo con el cual el hombre imagina la relación con su destino.

Un hecho anómalo

Pero en un cierto punto ha surgido un fenómeno absolutamente anómalo: se ha alzado una Voz que ha pretendido identificar consigo misma el destino. Ya no se trata del hombre que indaga el misterio, que trata de imaginarse su destino, sino de un hombre que ha osado decir: “Yo soy ese Misterio, yo soy tu destino”. Cristo ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” y a partir de este momento el mundo empezó un camino nuevo avanzando siempre “de la luz a la luz”.

Algo ha sucedido

“Los hombres han dejado a Dios no por otros dioses, sino por ningún dios, profesando la Razón, el Dinero, el Poder, y lo que llaman Vida o Raza o Dialéctica….La Iglesia renegada… Estéril y vacío… ¿Es la humanidad quien ha abandonado a la Iglesia o la Iglesia quien ha abandonado a la humanidad?…Cuando la Iglesia ni se la considera ya, ni se oponen siquiera a ella, y los hombres han olvidado a todos los dioses excepto la Usura, la Lujuria y el Poder”. Se niega a Dios, pero no se puede eliminar la búsqueda del sentido, la dimensión religiosa: el hombre acaba en una esclavitud antinatural.

Capítulo II. ¿COMO HA PODIDO SUCEDER?

Nuestra situación humana es el resultado de una herencia
En la Edad Media, las sociedades que habían reconocido el “hecho anómalo” sucedido en la historia, identificaban el origen, el ideal y el destino del camino en algo más grande: Dios. La variedad de los factores que constituyen la personalidad humana y la humana convivencia estaban llamados a una unidad, asegurando una concepción no fragmentada de la persona y por tanto, del cosmos y de la historia. La figura del santo era la imagen ejemplar de la personalidad humana: el hombre que habría realizado pa unidad de si mismo con el propio destino.
La ruptura en mil pedazos de aquella unidad y de esta figura humana constituye el gran cambio.
La matriz cultural de tal situación se remontaba a una triple raiz.

1. El Hombre como divo (Humanismo)

La santidad, como ideal del hombre, le proyectaba hacia algo más grande que él, y en esta tensión hacia otra cosa la perfección residía en la unidad de todos los factores humanos en Dios. Si el nexo con lo que es más grande se elude, la perfección como totalidad de los factores no puede existir: podrá existir una particular capacidad El ideal de la santidad medieval es sustituido en el Humanismo por el ideal del éxito humano: ya no es Dios, en quien todo debe confluir en una unidad armónica, sino el divo, el hombre de éxito que sólo cuanta con sus fuerzas. Y es suficiente producir admiración en un particular sector: la estética, el valor militar, la política, la erudición. Coluccio Salutati decía: “Del cielo es digno el hombre que hace grandes cosas en la tierra”. ¿Y quien es pequeño y débil? (la semilla del racismo empieza).
El descubrimiento de los manuscritos antiguos, salvados por los monjes, llevó los términos diosa “fortuna” o diosa “fama” que expresaban la convicción que el éxito en un aspecto particular de la vida era el dios.
Toda esta parcialidad, esta ausencia de unidad, caracterizará el hila conductor de la cultura moderna, del pensamiento y de la praxis. El “divismo” es un fenómeno difundido también hoy.
John Dewey, creador de la pedagogía americana, plantea como supremo criterio de la educación, la “eficiencia social”.
Estas trasformaciones de mentalidad no se han verificado de manera necesariamente irreligiosa. Dios es aceptado, pero el sentimiento del vivir fluctúa por su cuenta. Dios se convierte en algo abstracto, yuxtapuesto a la tierra.

2. ¿De donde provienen las energías del hombre? (Renacimiento)

Puesto que el hombre concreto es limitado, la energía realizadora, fuente de éxito y de grandeza, no puede venir de sí mismo. Frente a un Dios alejado, la creatividad última se identifica con la naturaleza, una naturaleza concreta que es sustitución concreta de la divinidad abstracta. Una naturaleza entendida de manera panteísta, caracterizará a la época del renacimiento.
Si la naturaleza es el origen de nuestras fortunas, de nuestras energías, todo lo que nace de la naturaleza es un bien. Se define un principio ético nuevo: el hombre actúa bien naturalmente. El impulso, lo espontáneo, el instinto se convierte en el “bien”: el “naturalismo” es la nueva ética. Rabelais escribía: “Haz lo que quieras, porque por naturaleza el hombre está impulsado a realizar actos virtuosos”.
Pero el error si interpretado en su propia lógica muestra el hecho que está obligado a renegar algo.
Se olvida la fragilidad, el límite realista de la actual situación del hombre que la tradición cristiana llama pecado original. Ovidio admitía: “Veo lo que es mejor y hago lo peor”.
Maquiavelo con cinismo describe el resultado de este clima: “Nosotros somos los hombres más impíos y más inmorales que se pueda imaginar”.
El Renacimiento comienza una sutil hostilidad hacia el Dios cristiano que puede entrar en contradicción con el impulso de la naturaleza.

3. El hombre como Prometeo (Racionalismo)

Al Renacimiento le siguió la gran época de los descubrimientos científicos. Descubrir una correspondencia sistemática entre la dinámica de la naturaleza y la dinámica del pensamiento humano pareció lo máximo para el hombre. Su razón podía doblegar a la naturaleza cuanto quisiera. Su razón era el verdadero dios dominador del mundo. El hombre tenía así el secreto de la felicidad. Cuando Watt empezó la maquina de vapor le pareció al hombre haber realizado el antiguo mito de Prometeo, como si hubiera robado el fuego a los dioses. El hombre creyó ser verdaderamente dueño de sí mismo: el señor que decide sobre la vida y el cosmos ya no era Dios, sino el hombre mismo mediante su razón.
Estamos en época racionalista. El dominio del hombre parece sin fin: con la ciencia y la técnica interviene sobre la realidad, construyendo un mundo determinado según sus propios proyectos. El hombre es dueño de su destino.

Capítulo III. DIOS, SI EXISTE, NO IMPORTA

Este triple ideal es la herencia de los siglos pasados. Sin embargo, ni siquiera en esta idea nueva del hombre, entendido en modo autónomo, Dios es necesariamente eliminado. Cornelio Fabro sintetiza bien lo que sucede: “Dios, si existe, no importa”. Dios no tiene que ver con el hombre concreto, con sus intereses, sus problemas ámbito donde el hombre es medida para si mismo, señor de sí mismo, fuente de la que brota la imaginación del proyecto y la energía para su realización, incluida la normativa ética implicada en ella. En el ámbito de los problemas humanos Dios, si existe, es como si no estuviera. A medida que el racionalismo, mediante el poder político, tras de la revolución francesa, asume la separación entre Dios y la vida como propia, se hace cultura dominante y entra mediante la educación estatal en la mente de todo el pueblo.

El laicismo

El término que indica esa concepción es laicismo: es “la profesión de que el hombre se pertenece y basta a sí mismo” (Cornelio Fabro). Y Un Dios que no tiene que ver con la vida es inútil. Dios se reduce a una opción privada, a un patético consuelo psicológico, a un hecho de museo. Para un hombre que siente la muchas tareas a realizar ese Dios es hasta dañino, es “opio del pueblo”.
El verdadero enemigo de una autentica religiosidad no es tanto el ateísmo, cuanto ese laicismo.
La relación con Dios se reduce a algo completamente subjetivo y la realidad humana queda a merced de los criterios del hombre, en práctica fácilmente determinada por el poder.

Consecuencias del laicismo

a) Una reducción del concepto de razón.
La razón entendida como medida de lo real implica que se tenga una concepción bloqueada, como si se tratase de una habitación: se puede agrandar pero es siempre limitada y está destinada a convertirse en una tumba. La razón “medida de todas las cosas” (el hombre medida de la realidad) es de hecho una prisión: más allá de sus muros se declara que no hay nada. El hombre se encierra dentro de un horizonte haciendo imposible cualquier novedad en su vida: lo que mi metro no puede medir no existe. La razón destruye su fuerza y mortifica la aventura – descubrimiento y creatividad – de la vida.
Para la tradición cristiana la razón es una mirada abierta: no una “habitación”, sino una “ventana” abierta de par en par a una realidad en la cual nunca termina de entrar del todo. La razón es conciencia de la realidad según la totalidad de sus factores. La religiosidad, al ser afirmación del significado total, es el culmen de la racionalidad, pues representa precisamente la indicación de la totalidad de los factores.
Eliminando la novedad si elimina una dimensión característica de la verdadera razón, que es la categoría de la posibilidad: es la condición básica para la investigación. Einstein decía: “un hombre que no reconociera el misterio insondable, tampoco podría ser un científico”.

b) Una segunda reducción que se opera es la de la imagen de la libertad.
Es entendida como ausencia de nexo, carencia de vínculos. Y en la práctica es abandono de uno mismo exclusivamente al propio impulso reactivo, al instinto, a la imaginación, a la opinión.
Mientras que para el Cristianismo la libertad es energía de adhesión a lo real, al ser. Libertad es una fuerza afectiva que conduce a un último “Tu”. Libertad es adhesión constructiva del yo mediante la adhesión a “Otro”.

c) Un tercer cambio profundo se opera en la idea de conciencia.
Para la cultura moderna la conciencia es el lugar donde se forman el criterio y la normativa de la acción; es la fuente autónoma de la norma ética.
Para la tradición cristiana, la conciencia es el lugar donde la libertad del yo escucha la Voz de Otro, el lugar donde brota la objetividad de una orden dada desde fuera de uno mismo, a la que obedecer. ¡Qué diferencia tan abismal hay en la expresión: “Yo sigo mi conciencia” entendida como el lugar de la obediencia objetiva, o como el lugar de la interpretación última subjetiva!

d) El desarrollo de una cierta acepción de cultura.
Si el hombre es concebido como medida y verdad del mundo, la cultura es la proyección humana sobre lo real con el fin de poseerlo. Por eso se refiere a un “tener” del individuo. La cultura como “tener” usa de la ciencia y de la técnica para poseer más la realidad, y no como funciones particulares de un organismo total en que el hombre queda ser más. En esta concepción también la ciencia y la técnica sirven a una ideología para subrayar el particular punto de vista según el cual tenga interés en moverse el poder a fin de “tener” más.
Según la tradición cristiana, tan tenazmente retomada por Juan Pablo II, la cultura es un fenómeno de humanización del hombre, un camino de realización del hombre. Concierne, por lo tanto, al ser del hombre.

Capítulo IV. LA CARACTERISTICA MÁS SIGNIFICATIVA DE LA TRIPLE HERENCIA

El optimismo frustrado

Toda la herencia moderna pone el acento en el hombre, dueño de su mundo, de su vida, de su tierra. La característica más impresionante de esta disposición mental es una especie de optimismo que se afirma con certeza dogmática.
Fue la única nota distinta respecto a la cultura clásica, que el Humanismo utilizaba. La Antigüedad percibía de manera grandioso el límite trágico del hombre, que a pesar de sus empresas, no podía desafiar al destino amenazador.
Y ese optimismo ha permanecido como característica dominante de nuestra herencia cultural: el hombre lo puede todo y dentro de poco tiempo la ciencia llevaría a la humanidad a realizar la perfección.
Pero el optimismo de impronta racionalista, por el cual el hombre sin Dios puede resolver todo, quedó frustrado por la tragedia de la primera guerra mundial, a la cual siguió la segunda que completó la obra. La alta cultura se precipitó en un profundo extravío, porque, por una parte, Dios ya se había desvanecido en el horizonte humano, y por otra, el hombre, nuevo dios, se había destronado con sus propias manos.

Un episodio y una profecía

Después de la segunda guerra mundial en un encuentro donde se decía que la civilización posbélica había tomado posesión mediante la ciencia y la técnica de todos los aspectos del ser humano y faltaba un pequeño paso para el completo dominio sobre todo. Winston Churchill dijo: “Espero ardientemente estar ya muerto antes de que tal cosa ocurriese”.
Daniel-Rops, en su discurso de ingreso en la Academia de Francia, cito el Temo de Platón. Tenía lugar el décimo aniversario de la bomba atómica de Hiroshima, y el dijo que tal coincidencia constituía un aviso que no debía olvidar. En la tierra de oro de Atlántida Vivian hombres que habían llegado a ser autosuficientes y por ello no adoraban a los dioses. Entonces con todos los dioses Júpiter decidió exterminar a aquella raza de impíos y con un rayo hundió el continente de Atlántida en el océano. El reflujo del agua que se tragaba a Atlántida, formó un enorme hongo que alcanzaba el cielo. “Hace exactamente diez años –comentó Daniel-Rops - este dialogo de Platón se realizaba”.

Capítulo V. EL EXTRAVÍO CULTURAL DEL HOMBRE MODERNO

Una “antropología de la disolución” señala la lógica última del desconcierto psicológico que ha provocado el impacto trágico de los acontecimientos.

1. Angustia frente a la enigmaticidad del significado.

La razón medida de todo ha llevado a hombre hasta el miedo de perder no sólo la propia vida, sino incluso la propia humanidad. El extravío que se ha producido no tiene fondo ante el enigma del destino de la humanidad y de la persona.
La novela Barrabás de Par Fabian Lagerkvist es el símbolo del hombre moderno. Barrabás es como el hombre moderno: vive pensándose poderoso y capaz de llevar a cabo todo con sus fuerzas, pero todo es posible porque “otro” ha muerto en su lugar y no sabe por qué. Barrabás nunca se convertirá, como el hombre europeo, el cual reconoce en el cristianismo la fuente de los valores que han impuesto al mundo su cultura, pero no logra a creer en Cristo y esto lo hace incompleto. La tristeza por la falta de plenitud y la nostalgia de una afirmación última y positiva es el contenido de las grandes conciencias de hoy, porque “la abeja conoce la fórmula de su colmena, la hormiga conoce la fórmula de su hormiguero, el hombre no conoce su fórmula” (Dostoyevski).

2. Desesperación ética

El hombre no sólo ha perdido el significado de su propia existencia, sino constata además que es incapaz de realizar su propia humanidad. El hombre es impotente para ser hombre. No tiene ley ideal, no tiene una norma que está dispuesto a seguir, un rumbo seguro. Además siente que no tendría ni siquiera la energía para vivirlo. Es como si desesperara éticamente de la posibilidad de realizar su propia dignidad, de ser leal consigo mismo. “No existe ideal al cual podemos sacrificarnos – dice Malraux – porque conocemos las mentiras de todos nosotros, nosotros que no sabemos en qué consiste la verdad”.

3. Consecuencias antropológicas

Las categorías fundamentales de la psicología del hombre de hoy en la cual se traduce el abandono del nexo orgánico con quien le constituye creándole.
a) La pérdida del gusto de vivir. Porque se rompe el horizonte de “la ley de la existencia que es el inclinarse ante lo infinitamente grande” (Dostoyevski).
b) El hombre, incapaz de ser sí mismo, busca refugio en sistemas, en ideologías, en las que no se vea implicado como hombre, como “yo”. “…sólo el amor, no por el hombre de Feuerbach, ni por el proletariado, sino el amor por la amada, por ti, hace del hombre nuevamente un hombre” (Carta de Marx a su mujer). Es la contradicción de la ideología que no nace de lo que el hombre hace cada día, que no lo abarca ni lo explica.
c) La destrucción de la utilidad del tiempo. Se ha eliminado la finalidad y el origen último del vivir, así el instante no tiene sentido. Sólo si existe un destino, tiene corporeidad la palabra instante. En caso contrario la vida se convierte en una serie amarga de ocasiones perdidas.
d) La soledad. El resultado de estos cuatro siglos en los que el hombres ha intentado afirmarse a si mismo como último término de la realidad es un solipsismo exasperado. Es hombre ahora está separado de sus relaciones con las cosas, con los demás, consigo mismo. Sólo en una “morada” el hombre encuentra paz.
e) Se encuentran, incluso, aspectos descuidados en la conciencia de esta soledad. Sastre testimonia la afirmación trágica de la imposibilidad de relación. Si el hombre es medida de todo, está solitario, como un dios sin compañía. El hombre, condenado a una cierta concepción de la libertad, cae en cuenta que de que esa libertad es extraneidad. Y entonces es libre para nada, el hombre no sabe qué hacer con esa libertad. Y no sabe qué hacer con la realidad misma (Moravia: la realidad es “insuficiente, es incapaz de persuadir de su efectiva existencia”). Y así todo se convierte en nada.
f) El único remedio contra la disolución parece ser un compromiso voluntarista. Perdido Dios, perdido el punto de referencia a un yo unitario, todo se agrieta, se corrompe y muere. Y, frente a la imposibilidad de realizar una imagen humana, frente a una naturaleza extendida en clave materialista que todo lo arrolla y elimina, la fuerza de voluntad se traza férreamente de antemano un proyecto y trata de realizarlo con toda su energía. Pero el voluntarismo muestra toda su ceguera y su irracionalidad: el hombre trata de extender sus capacidades hasta un horizonte que su conciencia más reflexiva sabe no poder alcanzar, como la rana de la fabula que se infló a sí misma, pero en un cierto momento no pudo sino explotar.
g) El único dique realista que la humanidad de hoy sabe poner a su propia disolución es el Estado; el Estado como fuente de todo. La salvación última sería asegurada por la alienación en una imagen ideológica de la sociedad, en una esclavitud enmascarada de todo el pueblo respecto de un poder, es decir, de pocos afortunados que detienen la fuerza. Decía Milosz: “Se ha logrado hacer comprender al hombre que si vive es sólo por gracia de los poderosos. Piensa, pues, en beber tu café y en cazar mariposas. A quien ame la res pública se le cortarán las manos”.

Capítulo VI. LA OPCIÓN

Toda esta situación es el fruto de una opción. Althusser dice:”la existencia de Dios y el marxismo no es una cuestión de razón, sino de una pura opción”. Es, pues, una posición que el hombre asume, es una libre elección. Como la penumbra puede se el comienzo de la oscuridad o el comienzo de la luz: se trata de ver qué posición decidimos asumir. Así el verdadero drama consiste en esta elección de postura frente a la realidad que la voluntad - tensión y energía de la libertad, capacidad de adhesión al ser - adopta: o una postura positiva que mira el comienzo de la luz o una postura negativa. El hombre tiene el poder de hacer su capricho frente al ser, que significa un odio a sí mismo y al propio destino, cerrando la puerta al profundo deseo de lo verdadero, de lo real, de lo cierto que tenemos en el fondo del corazón.
El hombre, como nivel de la naturaleza, en que ésta llega a tomar conciencia de sí misma, percibe que él no se hace por sí sólo en cada instante y por consiguiente las cosas no se hacen por sí solas. Esta percepción podría ser el comienzo de la conciencia de la propia condición de criatura. Puede en cambio convertirse en nihilismo. Se trata de una opción que elude algunos interrogantes que la razón impone. Como todo error, esa opción está obligada a olvidar o a renegar algo: que las cosas existen y por es son signo de Otro. Bastaría simplemente con usar la razón: esa apertura a la realidad que es como una ventana abierta de para en par hacia un mar donde jamás termina uno de sumergirse y que a cada momento te aparece como nuevo. Se puede tomar la opción de ponerse ante la realidad no como el niño del Evangelio, con los ojos abiertos ante la vida, sino como el niño que se oculta la cara con el brazo, y no mira, no ve. Éste es el misterio del hombre: porque o uno prefiere no mirar las cosa para censurar algo que no gusta, o se mantiene con esa apertura natural que lanza al hombre a la comparación universal. O nos abrimos de corazón o nos cerramos enojados: ésta es la opción crucial. Y las consecuencias son terribles, hemos visto. Vivimos en un momento dramáticamente bello, porque todo se apoya cada vez más en nuestra decisión, que debe luchar contra una mentalidad común hecha de cuatro siglos en la cual, si embargo aparecen hoy la nostalgia y los destellos de una conciencia de las exigencias humanas que antes estaba más oscurecida.

Parte segunda: …O «ES LA IGLESIA QUIEN HA ABANDONADO A LA HUMANIDAD?»

Capitulo I. LA PROTESTANTIZACIÓN DEL CRISTIANISMO

El cristianismo, el anuncio del Dios hecho hombre, ha entrado en el mundo para contestar a esa destrucción del hombre que se produce cuando éste pierde el nexo con Dios.
Pero hoy el hecho cristiano se presenta en el mundo profundamente reducido. No es esta presencia en lucha contra la ruina del hombre, como debería ser. La reducción del cristianismo no es a nivel de incoherencia ética, sino en el modo de vivir su propia naturaleza. El cristianísimo de nuestro tiempo se ha visto como angustiado, debilitado y entorpecido por una influencia que podríamos llamar “protestante”: la reducción del cristianismo a “palabra”. Esto da lugar a consecuencias decisivas para una cultura.

1. El subjetivismo

Esta reducción lleva, desde el punto de vista metodológico, a un subjetivismo inevitable que, en práctica, favorece un cierto sentimentalismo y pietismo. La palabra de Dios tendría como último criterio interpretativo la conciencia personal o la situación individual: tot capita, tot sententiae.

2. El moralismo

El comportamiento del hombre se verá necesariamente guiado y verá medido su valor por los ideales que apruebe la cultura dominante. La moralidad se convierte en algo que deriva de las leyes y de la coherencia con una concepción de la vida avalada por el poder y reconocida, en consecuencia por la mayoría.
Si el Cristianismo es reducido a palabra, viene a coincidir con la emoción de la conciencia que tiene el derecho a interpretarla, y tal conciencia no puede independizarse del flujo de valores que más se estiman en el momento histórico en que vive. Un horizonte moral angostado, para el cual los parámetros a que referirse son los de la concepción dominante de la vida en la sociedad en que está. Una reducción de la moralidad a moralismo, y a un moralismo rabioso, que reduce el horizonte y acusa al hombre; lo acusa por una parte y lo justifica por otra.

3. Debilitamiento de la unidad orgánica del hecho cristiano

Consecuencia directa de la reducción del cristianismo a palabra es también el desenfoque del nexo que une a presente y pasado, es decir, el desenfoque de la unidad orgánica, estructural, propia de un hecho como el cristiano. Se debilita el valor de la historia, de la tradición y pro consiguiente, de esa organicidad del acontecimiento cristiano que hace viva la vida de la Iglesia, del pueblo de Dios.
Este languidecer del espesor histórico y vital del hecho cristiano, llega hasta el intento de vaciar lo más posible de contenido el nexo con el factor que garantiza esa organicidad unitaria, es decir, con el Obispo de Roma. El primado real del Papa se acepta raramente, por una idea protestante de “congregacionalismo”, y con ello el único anclaje adecuado para la relación con Dios que es el misterio de la Iglesia en su totalidad. La Iglesia se goza en reconocer en pedro y en sus sucesores esa plenitud de poderes que constituye el secreto de su unidad. Una iglesia “local” no puede mantenerse frente a una cultura dominante; sólo puede soportarla. Una cultura puede llegar a ser dominante sólo por valores que se plantean con fuerza y pretensión de universalidad. Los valor universales de la Iglesia son en cuanto “católica”.
De este modo se presenta sin vigor hoy la fuerza orgánica de la Iglesia, esa unidad en la que radica el signo de la presencia salifica de Cristo: “se ha vaciado la ontología cristiana y han quedado las palabras”.

Capítulo II. EL CRISTIANISMO COMO HECHO OBJETIVO

El anuncio en la historia

Si el cristianismo quiere presentarse en modo no reducido al mundo contemporáneo debe proponer al Dios vivo: el que tiene en sus manos el tiempo y la historia, la inteligencia y el corazón del hombre.
El cristianismo es el anuncio de un Hecho bueno para el hombre, un Evangelio: Cristo nacido, muerto y resucitado. La Palabra de Dios, el Logos, es un hecho que tomó cuerpo en el seno de una mujer, que se hizo hombre concreto, es un hecho plenamente humano.
El cristianismo es un acontecimiento irreducible, una presencia objetiva que quiere alcanzar al hombre provocándole y juzgándole hasta el fondo: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
El cristianismo es un factor dramáticamente decisivo para el hombre sólo si se vuelve a concebir en esta originalidad suya, en esta compacidad factual, cuya fisonomía era hace dos mil años la de un hombre concreto, que hoy es el conjunto de los creyentes, que son su signo en el mundo o su cuerpo, cuerpo misterioso, guiado como garante por una persona viva, el Obispo de Roma.
Si no es vivido así, no sirve para la vida.

Objetividad del camino hacia el destino

El camino del hombre hacia la verdad y hacia su destino no está a merced de lo que piense uno (subjetivismo) o de lo que piense la sociedad en que se vive. Es objetivo: no se trata de imaginar o de inventar, sino de seguir. “¿Por qué afanarse tanto, cuando es tan sencillo obedecer?” (Paul Cludel). Una realidad viviente a la que seguir: ésta es la característica del hecho cristiano. Y ésta es hoy la vida de la Iglesia, que es sí la lectura del Evangelio, de la palabra de Dios, pero interpretada por la conciencia viva de un cuerpo viviente, guiado por una realidad viviente, el magisterio, un cuerpo con su propio ritmo ante el paso del tiempo, que es la liturgia. A pesar de toda su fragilidad, el camino hacia lo verdadero puede estar para el hombre lleno de paz si ese camino consiste en seguir a alguien, como decisión afectiva hacia un destino que le hace verdaderamente hombre.

La moralidad como gracia

El moralismo es una adhesión forzada, acentuada de manera voluntarista, a los ideales de humanidad aprobados por la cultura dominante. La objetividad de la marcha hacia el destino proclama la Gracia: el hombre camina hacia su realización por una Gracia.
Como el niño se hace grande con una personalidad inconfundible, por efecto de una ósmosis continua debida a que pertenece a un hecho que tiene una estructura, un rostro: la familia. De manera análoga, el hombre camina hacia su destino, se realiza a sí mismo, viviendo dentro de ese “hecho” familiar que es la fraternidad de los hombres en Cristo, de los hombres que se reconocen los unos a los otros y comparten sus pasos porque Cristo está en medio de ellos.
El moralismo reduce el horizonte de los valores humanos y obliga a un conformismo culpabilizante. El cristianismo propone la salvación como gracia, es decir, como algo que nos es dado permaneciendo y perseverando en una realidad viva. De esta manera también el hombre adulto se ve cambiar con el tiempo, se descubre cada vez más inmanente en Aquel para quien está hecho y a Quien toda su naturaleza clama.
Permaneciendo dentro de la organicidad concreta de ese acontecimiento que ha irrumpido en a historia y que hoy es un pueblo conducido, el hombre se construye y llega a ser una criatura distinta: de otra manera es fácil que sea un hombre engendrado en probeta y criado por un instituto estatal.

Cap. III. DOS CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL HECHO CRISTIANO

1. Hecho totalizante

Si Dios es un hecho entre nosotros es como si yo recibiera en mi casa a un huésped de gran importancia: la casa sigue siendo mía, pero también es suya; todo gira entorno a él. Un Dios que se ha hecho uno de nosotros, uno de nosotros, compañero

2. La fe se hace cultura

Capítulo IV. EL HECHO CRISTIANO COMO PRESENCIA

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