La continuidad de la ciencia en Italia y en Occidente
autor: Marco Bersanelli
profesor de Astronomía e Astrofísica en la Universidad de los Estudios de Milán
fecha: 2007
fuente: La continuità della scienza in Italia e in Occidente
en Il rischio di educare nella scuola de I quaderni della Sussidiarietà 2, Fondazione per la Sussidiarietà, Milano 2007
traducción: Juan Carlos Gómez Echeverry

1. Las vocaciones científicas en Italia están en rápido y preocupante disminución. La tendencia de los últimos veinte años en nuestro País, extrapolada en el futuro, nos llevaría a la desconcertante previsión de la total extinción de carreras en ciencias exactas en cosa de 25-30 años. Es naturalmente un escenario extremo e irrealista. Por otra parte la escasez de figuras técnico-científicas para la próxima década ya es una evidencia y comporta importantes consecuencias sociales y económicas. De esta situación se han dado cuenta, si bien ya de manera tardía, las autoridades competentes a nivel ministerial. Varias estrategias y grados de intervención son posibles, algunos de los cuales ya están en acto.
Ciertamente, Italia es un caso particular. Hay al menos tres razones específicas que perjudican la cultura científica en nuestro País. Ante todo tenemos que hacer cuentas con la proverbial escasez de financiación para la investigación. El porcentaje del PIB en Italia invertido en investigación se mantiene alrededor del 1%, cerca de la mitad con respecto de la media de los Países europeos, un tercio con respecto a Finlandia y Alemania [1]. Es una falta de inversión que refleja un déficit cultural antes que una dificultad económica: la falta de conciencia por parte de la dirigencia política italiana sobre el papel que juega el conocimiento fundamental de la naturaleza a largo plazo para el progreso de una nación y para la cultura de un pueblo. El único valor de la investigación al que los políticos italianos parecen ser sensibles realmente es al de su "utilidad". Pero se trata de una idea de utilidad reducida al mantenimiento de la maquinaria económica y tecnológica dentro del horizonte del futuro previsible. Se tiene la ilusión que subordinar la ciencia a las aplicaciones tecnológicas con retornos inmediatos sea suficiente para mantener la competitividad y la capacidad de innovación. ¿Pero hasta cuándo? Se olvida que los más grandes adelantos tecnológicos, desde la electricidad a los computadores, se han logrado como fruto de estudios cognoscitivos cuyas motivaciones nada tuvieron que ver con las aplicaciones que se obtuvieron de ellos.
En segundo lugar, la gran industria tecnológica italiana desde hace un tiempo ha renunciado a invertir estratégicamente en investigación y desarrollo, cayendo en el 2004 al antepenúltimo sitio en Europa con coeficientes reducidos, por ejemplo, al 12% respecto a Suecia y al 25% con respecto a la Alemania [2]. No es de asombrar pues que la capacidad de la industria italiana de absorber jóvenes formados a nivel del Doctorado en Investigación sea prácticamente nula. Una situación muy diferente de la de otros Países europeos, especialmente los escandinavos, o de los EE.UU. Es un hecho que los Doctores italianos en Investigación son 4 sobre diez mil, en Finlandia son seis veces más [3].
Finalmente, en Italia tenemos una clara ausencia de tradición en el animar la comunicación de los objetivos y los resultados de los grandes proyectos científicos en las escuelas y al gran público, cosa que, por ejemplo, en los EE.UU. ocurre regularmente desde hace décadas. Particularmente débil o ausente entre nosotros es el empalme entre la experiencia de investigación en los laboratorios y universidades italianas y el mundo de la escuela. Para muchos de nuestros enseñantes, las únicas oportunidades de relación con el avance de la investigación son los cursos de actualización no siempre eficaces, a menudo se desarrollan con el principal objetivo de cumplir con un deber burocrático.

2. Hay por lo tanto razones totalmente italianas detrás de este problema, pero para comprender mejor la situación de nuestra casa será mejor ampliar la mirada sobre el escenario global en el que se inserta. Se da el caso que la pérdida de interés entre los jóvenes por las disciplinas científicas no se limita sólo a nuestro País: tiene que ver con todo el "bloque occidental" desde Europa a Australia, desde los EE.UU. a Sudáfrica. En Francia, los jóvenes inscritos en Física se han reducido a la mitad en el período de la década 1990-2000, pasando de 17,000 a 8,600; en Holanda, en el mismo período se han reducido hasta a un tercio [4]. En los EE.UU., el fenómeno es amortiguado parcialmente por el alistamiento de las mejores mentes mundiales, sobre todo del extremo oriente, atraídas por el standard excelente del sistema americano de PhD y de una tradición de investigación científica y tecnológica a niveles máximos. El refuerzo de jóvenes extranjeros o inmigrados de primera generación ha contra balanceado a la larga el decrecimiento de vocaciones científicas de los jóvenes americanos. Pero hoy se asiste a un nuevo fenómeno. Hasta los años Noventa, gran parte de los jóvenes científicos e ingenieros chinos e hindúes formados en EE.UU. se quedaban en tierra americana y sostenían el sistema técnico-científico empobrecido en vocaciones locales. Hoy, cada vez con mayor frecuencia los mejores investigadores orientales, una vez formados en las más prestigiosas universidades estadounidenses, vuelven a sus Países, atraídos por los altísimos sueldos y por las extraordinarias perspectivas de carrera que, de modo estratégico y previsor, los gobiernos de China y la India han predispuesto para ellos. La inversión en la formación científica es una bisagra de las ambiciosas perspectivas de estos Países en la escena del tercer milenio. Cuál podrá ser el futuro de una auténtica cultura de la innovación en estas sociedades emergentes no se nos es dado saberlo, pero podría ocurrir que el tradicional monopolio occidental sobre la ciencia sea puesto pronto en tela de juicio.
La crisis de las vocaciones científicas, por tanto, no sólo es fruto de las debilidades de nuestra casa, sino que parece tener raíces más vastas y profundas. Podría tratarse de una oscilación estadística, de una momentánea flexión de interés, pero también podríamos encontrarnos frente a algo mucho más significativo: un síntoma (ciertamente no aislado) del decaimiento de nuestra misma "cultura occidental". Es una hipótesis atrevida, pero es difícil poderla excluir a priori. ¿De dónde viene esta imprevista fatiga, que todo el occidente acusa, para sustentar aquella ciencia que tan profundamente ha marcado su historia y su ascensión en el mundo? Esta pregunta inevitablemente nos introduce a otras: ¿qué sostiene la duración, de generación en generación, del interés por la ciencia? ¿Cuáles presupuestos culturales son terreno fértil para su surgimiento y sostenimiento en el tiempo? Se da por descontado que el proceso científico, una vez encaminado, se mantenga casi automáticamente de una generación a la otra, de un siglo al siguiente. ¿Pero es realmente así? Quizás sea necesario que ciertos requisitos respecto de la concepción del mundo y del uso de la razón sean respetados y mantenidos no sólo al principio, en la época de los primeros surgimientos de la aproximación científica, sino también a lo largo del período.
Vale la pena reflexionar sobre el hecho que la ciencia, en su forma acabada y duradera, ha aparecido una sola vez en la historia. Otras formas expresivas y culturales como el arte, la música y la misma tecnología, están presentes de modo profundo y persistente prácticamente en cada civilización antigua y moderna de la que tenemos vestigios. No así para la ciencia. Evidentemente se trata de un canal cognoscitivo y expresivo particularmente delicado, que solicita presupuestos completamente distintos de los genéricos para poderse manifestar y afirmar. Desde este punto de vista es interesante considerar, en retrospectiva, los presupuestos que fueron históricamente cruciales para la aparición de aquel modo particular de conocimiento de la realidad que llamamos ciencia.

3. Como es conocido, después de las admirables pero fugaces señales de aproximación científica de las antiguas civilizaciones china, griega y árabe, la ciencia tuvo su auténtico inicio en la Europa occidental, con la larga gestación del período medieval y su sucesiva explosión a principios del siglo XVII [5]. ¿Qué caracterizó la época del primer surgimiento de la aproximación científica? Según la síntesis de Peter Hogdson [6] de la Universidad de Oxford, fueron necesarios presupuestos tanto del orden material, como de concepción profunda del mundo.
Ante todo fue necesario esperar el desarrollo de una estructura social suficientemente compleja, de instrumentos lingüísticos desarrollados como la escritura y la matemática, y de un sistema escolar adecuado para transmitir y difundir lo aprendido. Hogdson individua en la sociedad medieval de la Europa occidental, en particular en la organización de las abadías hasta la fundación de las primeras universidades, el aflorar de estas características a un nivel de maduración suficiente. Evidentemente, tales presupuestos de orden material hoy no han venido a menos. Las infraestructuras que sustentan hoy la investigación científica, por cuanto imperfectas, son enormemente evolucionadas con respecto a aquel entonces; el lenguaje matemático ha hecho progresos enormes; en las últimas décadas ha entrado en escena una nueva modalidad de soporte al adelanto de la ciencia: las poderosas potencias de cálculo gracias a los modernos ordenadores. El refuerzo de todos estos presupuestos "materiales" ha acelerado progresivamente el desarrollo científico en los últimos cuatro siglos y ha transformado la actividad de la ciencia de una ínfima minoría de hombres geniales y generalmente aislados, a una triunfal epopeya que ha implicado millones de personas y ha cambiado la historia del planeta.
Pero además de las condiciones instrumentales, fueron necesarios también presupuestos "culturales" que conciernen a la concepción de la realidad, el empleo de la razón, el juicio sobre el valor del conocimiento. Y quizás, históricamente, han sido precisamente estos presupuestos culturales los más difíciles de conseguir y mantener. Otras civilizaciones antiguas como la griega y la china, habían sin duda logrado los requisitos de orden material análogos o superiores a los de la Europa occidental al final del Edad Media: pero en Grecia y en China la ciencia conoció cierto sobresalto maravilloso, sin llegar nunca a la maduración.
No cualquier concepción del mundo, del hombre y de Dios permite tomar en serio el tipo de preguntas sobre el que se injerta el recorrido del conocimiento científico. Para encaminar, (y ¿mantener?) la llama de la curiosidad científica hace falta ante todo la convicción que la realidad material sea digna de ser conocida. Puede parecer obvio, pero no lo es para nada. Si hubiesen prevalecido las imágenes del mundo predicadas por los gnósticos o los epicúreos, por ejemplo, muy difícilmente habríamos visto nacer la ciencia en Occidente. Como observa Remi Brague, "para la gnosis el conocimiento del mundo es inútil, el sólo conocimiento liberador es suficiente para salir de él" [7]. El paradigma epicúreo "es mejor que el imaginado por la gnosis, no es en efecto decididamente malo", pero también en este caso está cerrado a la posibilidad científica en cuanto el interés atribuido al mundo natural es "moralmente indiferente". No sólo la realidad debe ser digna de nuestra atención y de nuestro esfuerzo cognoscitivo: hace falta al mismo tiempo nutrir el presentimiento que la realidad física esté ordenada de algún modo fundamental, y que el secreto de este orden esté, al menos parcialmente, al alcance de nuestra razón. No basta reconocer la regularidad en los movimientos imperturbables de los astros, hace falta admitir la posibilidad, al menos en línea de principio, que la estructura de la realidad física en su conjunto manifiesta un comportamiento accesible a nuestra razón. Finalmente, es necesaria la persuasión que el conocimiento de los fenómenos y las leyes de la naturaleza tengan una potencial utilidad para el sujeto y para la comunidad humana, aunque eventualmente no inmediata.

4. La tradición judeocristiana en el Medioevo europeo encontró simultáneamente por primera vez todos estos requisitos. En la concepción judeocristiana, la realidad es buena y ordenada porque es creada por un Dios personal y racional, que crea libremente para realizar un proyecto bueno sobre el destino de toda la creación. La apariencia de lo real, y de cada criatura individual o fenómeno, es significativa en cuanto ella es signo del Creador. El universo es creado por Dios pero es distinto de Él: la creación es libre elección de Dios. Por esto, para conocer el universo, no es suficiente razonar en modo correcto, sino que es necesario observar el dato ofrecido por la naturaleza plasmada de manera libre y racional por el Dios creador. El orden del universo, según la mentalidad medieval, es huella evidente de la paternidad del Creador sobre todas las criaturas: “todas las cosas / tienen orden entre ellas y esto es la forma / para que el universo a Dios sea semejante” [8]. Así cada criatura, en su especificidad, es significativa en cuanto está en relación con la totalidad. En el hombre que mira la naturaleza nace un afeccion a la realidad creada, y al mismo tiempo una capacidad de separación de ella, que permite y anima el conocimiento. Cada criatura es señal del misterio, ("vestigio del eterno valor" [9]), es decir de "algo diferente" que se revela a través de la apariencia. Cada criatura está sostenida en su ser por la voluntad amorosa de Dios, de la cual radicalmente depende. Conociendo la apariencia de las cosas somos introducidos de esta manera al signo de la presencia de un Dios racional y, si podemos decir, apasionado, que abraza, mueve y ordena el cosmos.
De esta mentalidad, pues, tomó impulso aquella fiebre de conocimiento por la naturaleza que ha engendrado el método científico, inicialmente intuido y bosquejado por Oresme, Buridano, Dante, Grossatesta, y luego cumplido por Galileo y Newton, hasta conseguir las metas extraordinarias de la época moderna. Pero la mentalidad moderna, mientras que recogía el fruto maduro de la eficacia del método científico, operaba una progresiva reducción de aquella percepción profunda de la realidad que lo hizo originariamente posible. Cada fenómeno pertinente a la realidad física venía poco a poco reducido a su apariencia y desvinculado de su contexto. Así la idea de "misterio" y aquella de "totalidad" han sido inicialmente separadas por la experiencia de conocimiento de lo real, y luego convertidas en extrañas, en enemigas de la razón. Esta reducción, en gran parte justificada en nombre de la exaltación de la ciencia misma, podría inducir a largo plazo en debilitamiento de la disposición de la razón a la investigación científica.

5. Misterio - Para la concepción dominante hoy no hay ninguna percepción del misterio como elemento real relacionado con la apariencia de las cosas. Por "misterio" no entendemos aquí el espacio de lo irracional, lo que no compete a la razón; al contrario estamos indicando el "quid" inefable al cual la razón continúa y últimamente anhela en su tensión cognoscitiva [10]. De otra parte, muchos entre los más grandes científicos han subrayado el carácter decisivo de este aspecto. Escribe el gran físico Richard Feynman: "A un mayor conocimiento se acompaña de un más insondable y maravilloso misterio, que empuja a penetrar todavía más en profundidad" [11]. Esta dinámica también concierne a las matemáticas, como recuerda Ennio De Giorgi: "Obrando como matemático, estoy llevado a admitir que: no sólo las cosas que existen son, como es obvio, más de lo que conozco de ellas, sino que para poder hablar de las cosas conocidas estoy constreñido a hacer referencia a cosas desconocidas y humanamente incognoscibles" [12].
No obstante el testimonio de estos y de muchos otros científicos [13], la mentalidad actual tiende a negar o a marginar el espacio al "misterio", o lo reduce a un residuo sentimental arbitrariamente proyectado por el sujeto sobre lo real. A esto ha contribuido un cierto modo superficial de percibir la ciencia, pero se trata de un malentendido. El conocimiento científico, en el modo operativo que le es propio, establece nexos y alcanza conclusiones dialogando continuamente y únicamente con el nivel de la apariencia, concentrándose en los factores observables y las cantidades mensurables de la realidad. Así se ha predicado con insistencia que el objeto natural o el fenómeno consisten en sí mismos, están privados de cualquier fuerza que envíe a un "más allá de", a un "incognoscible", a un misterio subyacente que es fundamento y raíz de lo real. Deslumbrados por los clamorosos éxitos de la ciencia, se ha identificado progresivamente cada realidad con su apariencia. Y aquí está el problema: una realidad concebida como pura apariencia no se presta para ser investigada científicamente. El venir a menos la idea de misterio a la larga vacía a la realidad de interés, hasta hacer decaer el gusto por la materialidad de las cosas. "Quien no admite el misterio insondable no puede ser un científico": quizás hoy nos estamos dando cuenta, en negativo, del valor profético de esta celebérrima afirmación de Albert Einstein. Se ha censurado por mucho tiempo al misterio como elemento constitutivo de la razón, y hoy nos encontramos con una escasez de vocaciones científicas.
Totalidad – La capitulación de la idea de totalidad puede ser igualmente dañina para la continuidad de una mentalidad científica. Paradójicamente también en este caso el éxito de la ciencia, interpretado erróneamente, podría haber contribuido a esta actitud. En efecto, el método científico, por su naturaleza, opera sobre aspectos limitados y parciales del mundo, aislándolos provisionalmente del contexto total para poderles analizar las propiedades de modo riguroso y cuantitativo. Cuando nosotros estudiamos la explosión de una Supernova de tipo Ia, debemos concentrarnos en aquel particular fenómeno, identificando los factores esenciales y cuantificables del problema (rayos espectrales, redshift [*], curva de luz, etcétera) y dejando a un lado los infinitos factores no relevantes. Podemos entonces tratar de responder a varias preguntas, confirmar la clase de Supernova (tipo Ia, Ib, II, etcétera) y valorar su distancia y su velocidad de deflación. ¿Pero por qué nos hemos puesto a estudiar la Supernova de tipo Ia? ¿Por qué vale la pena? ¿Cuál es la razón de nuestro interés por un fenómeno tan particular y aparentemente irrelevante? Un astrofísico de nuestros días sabe bien la respuesta: porque las Supernovas Ia son óptimos indicadores de la distancia y son bastante luminosas para ser observables a distancias cosmológicas, así que nos permiten indagar por la dinámica de la expansión del universo. El interés por un particular está siempre de algún modo conexo a nuestro deseo de conocer algo último y total. En nuestro ejemplo, en lugar de una estrella habríamos podido tomar cualquier otro particular (la pata de una mariposa, el comportamiento de un líquido, la naturaleza de una partícula): el manantial caliente del interés científico que un hombre percibe proviene infaltablemente de una pregunta fundamental, que expresa de algún modo la apertura de la razón a la totalidad y al significado de nuestra existencia. El particular asume completamente interés sólo en la afirmación de su significado, es decir de su nexo con la totalidad. Así, conocer un particular significa desvelar su nexo con el todo, con la totalidad de lo existente.
Pero si se aboliese la idea de totalidad, el fenómeno individual particular es definitivamente desvinculado del contexto global del que recibe sentido y medida: ¡sufrirá de soledad! El objetivo último del conocimiento científico, como de cada conocimiento humano, no es el fenómeno en sí, sino contribuir al conocimiento del mundo, de su significado, de nuestro lugar en él. Como ha escrito el gran Erwin Schroedinger, "el objetivo, propósito y valor [de las ciencias naturales] es el mismo de toda otra forma de conocimiento. Más aún, ninguna de estas formas, por sí sola, tiene un propósito o un valor, sino sólo la unión de todas las ramas del saber tiene un significado o un valor. Y esto puede ser definido de manera bastante sencilla: es obedecer al oráculo de Delfos: conócete a ti mismo. O, para decirla con Plotino: ¿Y nosotros, quiénes somos?” [14]. El contexto de un fenómeno es el ambiente inmediato en el cual él se coloca, pero sin solución de continuidad, como por círculos concéntricos, se incita hasta las fronteras últimas de lo existente, hasta el diseño del universo. Si frente a una pintura de autor nosotros analizáramos en los mínimos detalles un centímetro cuadrado de la tela, no habremos aprendido nada del cuadro. Pero no habremos aprendido ni siquiera de aquel centímetro cuadrado, porque el sentido de aquel centímetro cuadrado sólo está presente en la totalidad del cuadro. El detalle sin nexo con la totalidad se vuelve insignificante.

6. Los síntomas de pérdida de interés por la ciencia elevan cuestiones que van de las lagunas del sistema de formación e investigación en Italia, hasta los presupuestos culturales por la existencia y el mantenimiento de una capacidad científica en la tradición occidental. Ciertamente es necesario hacer mucho para invertir la tendencia negativa de la ciencia en nuestro País. En particular, es vital intervenir con proyectos dirigidos al empalme entre escuela, universidad y mundo de la empresa. Es importante revisar el sistema de actualización de los docentes, incluso con el empleo de técnicas e instrumentos innovadores, y debe ser incentivada la implicación creativa de los científicos en la difusión de los objetivos y de los resultados de sus investigaciones. Para conseguir esto deben aumentarse las inversiones de modo estratégico y previsor, abandonando la lógica miope del retorno inmediato. Pero todas estas intervenciones, incluso necesarias y urgentes, podrían revelarse inadecuadas para una real reanudación a largo plazo. ¿Hasta cuándo existirán hombres fascinados por esta profesión? La concepción del mundo que respiran los chicos del 2000, y que da forma a su interés y a sus aspiraciones, es muy diferente de la de quienes los han precedido, incluso sólo en poquísimas generaciones.

7. La cultura occidental se encuentra hoy en una paradójica dificultad: ella ha desarrollado enormemente la ciencia, pero parece haber perdido de vista los presupuestos culturales y antropológicos que la han generado. Como un árbol de enormes frondas cuyas raíces se han atrofiado. La aproximación científica, para poderse mantener y para poder renacer, necesita de una mirada al mundo material entrenada a tomar cada su aspecto como "dado", como emergencia de una realidad ordenada, espléndida y misteriosa, la cual es el objeto último de la tensión cognoscitiva. Hemos visto, ejemplificando, que el ofuscamiento de categorías como las de "misterio" y "totalidad" es nocivo para el camino del conocimiento científico, precisamente porque se trata de categorías propias del dinamismo de la razón. Así la atención y la estima al dato real, la capacidad de maravillarse y de observar el fenómeno, el rigor del razonamiento, el presentimiento del orden tras las apariencias, la espera y el gusto por el descubrimiento, son flexiones irrenunciables para el conocimiento científico. Flexiones que pueden ser desarrolladas por una educación que aspira a "ampliar la razón", concebida como incansable apertura a lo real.
Hoy la educación científica no puede limitarse por tanto a refinar estrategias comunicativas. La búsqueda de una mayor capacidad de "asombrar" a los chicos con énfasis sobre los efectos especiales no nos lleva muy lejos. Si se "margina" el significado del misterio, se adelgaza el espacio de la curiosidad frente a cualquier cosa. Si no se asombra de las cosas que están bajo nuestros ojos como la onda sobre el espejo del agua o el perfil de la luna, no nos dirán gran cosa ni siquiera los electrones o los agujeros negros. Está perdiendo credibilidad una ciencia que por demasiado tiempo ha pretendido vivir en una especie de intocable aislamiento del resto de la humanidad, como si fuese un método de conocimiento que no necesita de ningún otro sino de sí mismo; incluso, como si pudiese prescindir del sujeto humano quien precisamente es su protagonista y beneficiario.
En estas condiciones ella puede sobrevivir por cierto tiempo, pero sufre y finalmente se seca. La ciencia en cambio se relanza a sí misma cada vez que redescubre ser una posibilidad humana al servicio del hombre, gratuitamente dada, de admirar y de usar el don de la creación, "un regalo maravilloso que nosotros no comprendemos ni merecemos" [15].

1 Eurostat, Statistics on Science and Technology, 2003. Fuente: http://www.uni-mannheim.de/edz/pdf/eurostat/03/KS-57-03-104-EN-N-EN.pdf
2 Conferencia Nacional Presidentes Facultades Científicas, 2004.
3 Ibid.
4 Ibid.
5 E. Grant, Le origini medievali della scienza moderna, Einaudi, Turín 2001.
6 P. E. Hogdson, Science and Belief in the Nuclear Age, Sapientia Press., Naples FL. 2005;
P. E. Hogdson, L’origine cristiana della scienza, en Sulle spalle dei giganti. Luoghi e maestri della scienza nel Medioevo Europeo, Euresis-SEED, Milano 2005.
7 R. Brague, La saggezza del mondo. Storia dell’esperienza umana dell’universo, Rubbettino, Soveria Mannelli (CZ) // 2005, pp. 96-97.
8 D. Alighieri, //Divina Commedia, Par I, vv. // 103-105
9 Ibid, vv. 106-107.
10 Cfr. L. Giussani, //El sentido religioso, Rizzoli,
Milano 1997.
11 R. Feynman, The value of science, en E. Hutchings (a cargo de), Frontiers in science: a sur- vey, Basic Books, New York 1958.
12 E. De Giorgi, Matematica e religione, en «L’Osservatore Romano», 18/11/1978.
13 M. Bersanelli, M. Gargantini, Sólo el estupor conoce, Rizzoli, Milano 2003.
14 E. Schroedinger, Che cos’è la vita? Scienza e umanesimo, Sansoni, Firenze 1988, p. 101.
15 E. P. Wigner, The unreasonable effectiveness of mathematics in the natural science, en Communications in Pure and Applied Mathematics, John Wiley Economic and sons Inc., New York 1960, vol. 13, 1960, 1-14.
* En física y astronomía, el acercamiento al rojo, corrimiento hacia el rojo o desplazamiento hacia el rojo (en inglés: redshift), ocurre cuando la radiación electromagnética, normalmente la luz visible, que se emite o refleja desde un objeto es desplazada hacia el rojo al final del espectro electromagnético. De manera más general, el corrimiento al rojo es definido como un incremento en la longitud de onda de radiación electromagnética recibidas por un detector comparado con la longitud de onda emitida por la fuente. Este incremento en la longitud de onda se corresponde con un decremento en la frecuencia de la radiación electromagnética. Fuente: www.wikipedia.com

Unless otherwise stated, the content of this page is licensed under Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License