La narración, el sabor de las cerezas
autor: G. Piero Pizzol
fecha: 2004-02-06
fuente: La narrazione: il sapore delle ciliegie
traducción: María Eugenia Flores Luna

1. EL SABOR DE LAS CEREZAS

"Era un día de primavera. Mi abuelo me llamó al jardín, tendió hacia mí el puño: había dentro una sorpresa. Sonreía y se divertía por mi curiosidad. Mientras miraba su mano cerrada, pensaba que también la vida es así: ofrece y esconde.
Dentro había tres cerezas. Las primeras del mes de mayo, todas para mí.
El sabor de la primera fruta de la estación es única. Será porque desde hace un año no la comes o quizás porque dentro hay aún algo de la lluvia y del sol que la ha hecho madurar.
Lancé lejos las semillas como piedritas bendiciéndolos con la mirada y confiándolos a su destino de crecer.
Desde entonces han pasado muchas primaveras, he tenido tres hijos y dentro de mí siempre he estado convencida de que mi abuelo me los haya confiado como me entregó aquel día las tres cerezas de sabor único y de la semilla dura destinada quién sabe a qué tierra… "
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No se trata de una página de literatura, sino de un minúsculo evento robado a las reflexiones de una madre de familia. Una reflexión sobre la vida no de tipo conceptual, sino dictada por la experiencia, por el recuerdo y por el afecto.

Quizás está aquí el corazón de cada cuento: una mamá que narra.

Se trata de un trayectoria que une el pasado y el presente, un recorrido de palabras que diseña un vuelo en el aire, justo como aquel de las semillas lanzadas hacia el futuro que a su vez tendrán otras historias que recorrer.

Contar historias es trazar parábolas que se lanzan hacia el altísimo reino de la fantasía para luego volver sobre la tierra, que precipitan hacia el obscuro reino de los temores para luego emerger a la luz, que divagan por todas partes como senderos de montaña a través de pruebas, encuentros y choques para luego llegar a una casa desde la cual mirar en lontananza todo el camino recorrido.

Cuentos, fábulas, hechos, anécdotas, ejemplos, aventuras y desventuras, casos admirables y extraños, vida vivida y soñada: el mundo está lleno de historias.

Sin embargo, sucede a menudo de quedar aterrorizados frente al pedido: ¡cuéntame una historia! Se abre un remolino mental lleno a duras penas de vagos recuerdos de cuentos clásicos o de la incierta búsqueda de nuevas historias.

Ciertamente, el patrimonio de las fábulas es seguramente un tesoro del cual sacar, pero el cuento nos recuerda que quienquiera de nosotros tiene algo para narrar, algún evento al cual ha asistido o del cual ha sido protagonista, algún sueño o recuerdo, algún pensamiento al que dar forma con la palabra. Todos somos narradores.

Relatar implica pues sobre todo confianza en sí mismos, o bien en las mismas capacidades de hacer luz sobre la realidad, además implica un tiempo en que la impresión, recuerdo o fantasía, mediante la reflexión se vuelve expresión y narración. Se trata de reanudar una relación directa con la vida, redescubrir la positividad y la riqueza, dejar espacio a las imágenes, a las historias. Esto es más inmediato para el niño, más difícil para el adulto. En cambio, las dificultades del niño se manifiestan en la expresión, o bien en dar forma de narración a las mismas experiencias.

Pero, contando, el niño adquiere confianza y conciencia en sí mismo. Tiene una necesidad extrema de ser acogido y escuchado justo en aquel punto delicado y vital que es su tentativa de comunicarse con los otros.

Narrar implica en efecto una confianza en el otro que te escucha. Es un camino que no se hace solo, sino junto a alguien. Hablar narrando implica un escuchar atento, disponible, una proximidad, una confianza, una amistad.

Relatar es en todo caso, sea para el adulto que para el niño, trabajar sobre sí mismo, implica una posición del sujeto, "el yo narrante" y una posición del "tú oyente". A menudo en el lenguaje funcional o de relación el sujeto esá sobreentendido o genéricamente involucrado en los hechos. En cambio el relato lo implica como testigo, referente indispensable, protagonista, porque el relato es originariamente la comunicación no de un concepto, sino de una experiencia. Tal como, por otro lado, el oyente siempre está llamado a involucrarse y a compartir el relato, a participar comparando la propia historia con las historias escuchadas.

Es esencial recuperar pues, más allá del rol de padre o enseñante y niño, a la persona, pero propio aquella persona connotada por su historia porque sólo es así que la experiencia se comunica. También una fábula clásica puede ser ocasión para comunicar o subrayar con un acento personal ciertos acontecimientos de la vida.

La narración nace del deseo de encontrar una correspondencia entre la propia realidad interior y aquella exterior, de la necesidad de comprender y de las ganas de comunicar. El niño lo hace por tentativas, pero estas tentativas son tan ricas en fantasía, en afecto, en curiosidad y en exuberancia que a veces nos fascinan. O bien son mudos recorridos, aún faltos de señales y palabras propias. En tal caso, basta empezar un relato para que también los niños se encaminen en el bosque de las historias y saboreen los frutos recogidos a lo largo de la vía.

2. LA PALABRA SE HACE HISTORIA: "… Y CAMINA CAMINA"…

Nombrar, llamar son los primeros actos vocales, denotan la originaria voluntad de pertenecer a alguien o tomar posesión de algo. Dar nombre a las personas, a los objetos, a las sensaciones son los primeros pasos hacia la realidad.
Conocer las cosas mediante las palabras es el principio del camino. Luego, poco a poco, los indicios se convierten en un camino de palabras.

Pero para que la vía pueda agilizarse hace falta poner atención en tal recorrido. El teatro es un lugar en que se relatan y escuchan historias, la biblioteca es el lugar en que se leen historias, pero también la escuela es un lugar de historias, en particular el jardín infantíl.

Las historias se pueden leer, modificar, poner en escena. Con las historias se puede divertirse o jugar, hacer de ellas el fondo narrativo para el recorrido de un año. Obviamente es más simple seguir los indicios de una fábula de autor a lo mejor adaptándola a las propias exigencias pero las historias se pueden también inventar.
¡Ciertamente sería bonito si existieran las palabras mágicas para pronunciar y, dicho y hecho, he aquí una historia nueva, lista para contar!

Lo bello es que la magia existe.

Nuestras palabras son: memoria y deseo.

En efecto, cuando se piensa en un objeto o en un personaje para estimular la propia fantasía y dar inicio a la aventura, basta con preguntarse: ¿Cuál es su pasado? ¿De dónde viene? ¿Qué recuerda? ¿A quién pertenece? La memoria nos conduce hacia el antecedente original y, en los orígenes de un acontecimiento como en cada semilla, ya están delineados las siguientes transformaciones. Lo que ha impulsado a los hombres a crear los mitos y las leyendas, en el fondo, es la pregunta sobre porqué las cosas son justo tal como las vemos.

En cambio el deseo nos proyecta hacia el futuro. ¿ Qué cosa tiene en el corazón el protagonista de una historia? ¿Qué cosa le falta? ¿Qué cosa busca? ¿Cuál es su meta?

El deseo es el motor y el motivo de todos los acontecimientos. Es lo que más de otra cosa caracteriza al hombre, tanto es verdad que las leyendas estáticas del origen de las cosas se vuelven dinámicas cuando el hombre es protagonista.

Entre estos dos puntos está extendido el hilo de cada historia. Entre el pasado y el futuro está el campo de batalla del presente, el tiempo que está entre el inicio y el fin. Las peripecias, las pruebas, los encuentros, los errores y los arrepentimientos son compañeros de camino. Pero para trazar una vía hace falta saber adónde se quiere llegar y de dónde se tiene que partir, entonces tiene inicio el cuento.

3. LA HISTORIA ES RELACIÓN CON EL SER: " HABÍA UNA VEZ"…

Contar una historia, cualquiera que sea, siempre es un evento importante, a veces más precioso que el diálogo al cual hoy se le atribuye un valor absoluto.

El diálogo es reactivo o gobernado por las leyes del intercambio: se trata de defenderse o alcanzar un objetivo pragmático, impartir una lección, informar de algo, exigir respuestas. El intercambio de palabras denota a veces que ya no sabemos hacer preguntas y estar en espera de respuestas. Tenemos prisa de ocuparnos de los hechos concretos. Conscientemente o inconscientemente el diálogo está en función de la praxis, de la operatividad, del actuar.
En la narración, en cambio, hay una directa relación con el ser porque el narrar halla en la existencia, nuestra o ajena, real o imaginaria, halla en la memoria y en el deseo, halla por lo tanto en aguas profundas.
El actual estar es sólo una instantánea, un estar a tiempo, un ser disponible, una llamada al teléfono, un breve mensaje o un pasaje todavía más veloz, mientras el relatar es un estar que incluso en la brevedad tiende a echar raíces en el pasado y a alargar ramas en el tiempo y en el espacio. El relato tiende a abrazar los hechos, pero también a abrazar al que escucha. Contar es un acto de afecto, un acto de gratitud hacia la vida, hacia el otro que está frente a mí. Dejamos pues que este acto se cumpla por entero.

Contar puede ser el simple referir, o bien llevar hechos mediante las palabras, pero ya esto es un proceso creativo tal como, a través del juego, un niño carga un camión con otras piezas de juguetes y algo cae, algo es añadido o retirado, pero en todo caso el viaje inicia. Será un viaje interrumpido, un viaje que descarrila por otras vías, pero siempre un viaje emprendido y que debe ser acompañado a su destino.
La misma cosa ocurre en el relato de un niño: la palabra y las frases contienen mal la realidad, los verbos tergiversan, las acciones se sobreponen, pero aquello que cuenta es que el alma habla en abundancia.
Dar tiempo, espacio y corazón a este proceso es esencial porque el niño comprende que merece la pena hablar. Vale la pena que entre los argumentos del diálogo cotidiano esté la pausa de un relato. Es como si, entre las mil cosas por hacer en un oficina, uno abriera de repente una ventana y se parara a mirar. Mirar es como escuchar con los ojos y el relato nos enseña que el ser exige atención, impone aquel silencio mágico que se crea alrededor de las palabras mayúsculas: …Había una vez…

4. EL ESTUPOR FRENTE A LA REALIDAD: "… Y HE AQUÍ… OH MARAVILLA"!

Los cuentos enseñan que merece la pena superar el miedo, vale la pena ser fieles o generosos, vale la pena caminar, pero sobre todo merece la pena narrar y disfrutar del placer y de la conciencia que la palabra da.
No se trata pues de una renuncia al pensamiento conceptual, sino de su adquisición bajo forma de conciencia. La falta a menudo manifestada hoy por muchachos de edad superior es actuar inconscientemente, incluso teniendo todos los instrumentos para un conocimiento del valor y del sentido de lo que se hace: la acción no se vuelve acto.

Los niños son sometidos a un número enorme de estímulos a los cuales hay que reaccionar o a los cuales someterse, su dificultad consiste en ordenarlos orgánicamente. Tal desorden crea una conciencia inquieta e inestable, una mayor fragilidad también asociada con la labilidad de uniones familiares y afectivas. El relatar es crear un pequeño cosmos del caos de las percepciones, llevar a la luz las cosas, seguir el hilo de una historia para no extraviarse en el laberinto de las sensaciones.
A veces, las excesivas percepciones, en lugar de despertar la conciencia, tienden hasta a entorpecer la mente y el lenguaje.

La atención, pues, tiene que ser dirigida a superar los bloques que vienen a menudo impuesto al lenguaje, por ejemplo, la jerga o la estandarización y la homologación de las experiencias o los puntos ciegos de la comunicación ( he jugado… hemos comido… he mirado la TV… he estado en casa…): a menudo la generalización ahoga cada tentativa de narración y devalúa la palabra.

Es necesario, en cambio, asombrarse frente a la realidad, buscando el sentido y la modulación propia y original (cómo se juega, a quién se mira, qué cosa hace reír o nos vuelve tristes, qué cosa gusta o no…).

Para favorecer el estupor es oportuno un lenguaje estupendo, en este sentido la poesía, la fábula con sus juegos de palabras, rimas, metáforas, suspensiones y ritmos puede ayudarnos. La vida no es menos rica que una fábula. Se trata sólo de tener hacia ella una actitud positiva, no en el sentido aritmético del que, haciendo las cuentas, concluye que las cosas quedan bien, sino en sentido artístico creativo. La creatividad no es una actitud que exibir cuando se está metidos con un dibujo o con una poesía, es algo más habitual.

Ser creativo significa ante todo estar atentos, esperar el encuentro improviso con el ser de las cosas y el Ser. El arte del encuentro es lo que caracteriza una conciencia atenta a la realidad.
Hace falta pues dar espacio y tiempo justo a una educación a la percepción de la realidad: escuchar, mirar, tocar, gustar, sentir el perfume del ser.

La realidad exterior: La realidad que nos circunda es fuente de impresiones. Pero está bien buscar, sobre todo para el niño en edad preescolar, las raíces de estas impresiones en la experiencia de los elementos de la realidad: tierra, agua, aire, fuego…. Tales experiencias primarias constituyen el nexo con elementos portantes de la creatividad: la luz y las sombras, el calor y el frío, la respiración y el viento, la gravedad y el cuerpo, la inercia y el movimiento (saltar, caer, correr), el nacimiento y el crecimiento de las plantas, el nexo con la vida y el curso de las cosas, el tiempo y las estaciones, el espacio…. Las fábulas tradicionales están llenas de esta materialidad y tienden a hacernos descubrir la experiencia elemental de la existencia.
Un cuento no dirá nunca que un tronco de árbol tiene la circunferencia de un metro y medio y una copa de treinta, probablemente dirá que el tronco es ancho como un abrazo y bajo su sombra están sentados treinta niños….
El lenguaje fabular, pues, no es solo fantástico, sino también bien plantado en la realidad, más bien, físicamente y materialmente arraigado sobre esta tierra.
De todo esto se puede hacer memoria en una experiencia de representación, por ejemplo representando gráficamente o teatralmente una escena vivida y experimentada o bien reviviéndola mediante el juego (ya esto se vuelve narración); o bien, se puede utilizar un relato literario para estimular la atención sobre los elementos físicos contenidos en la historia.

La realidad interior: lo que llamamos alma no es sólo el complejo de nuestras energías espirituales, sino, aún más, es la forma de nuestro yo: lo que anima a nuestro cuerpo y nuestros días. Es lo que amamos, personas o cosas, lo que deseamos y recordamos, lo que sufrimos.
El alma es como una mariposa en cuyas alas vuela nuestra respiración. Mediante el alma nosotros percibimos los colores de la vida: el negro de la tristeza o el azul de la alegría…. Con ella sentimos lo dulce y lo amargo, lo bonito y lo feo. Es como un cajón lleno de lo que somos y hacemos, un collar que liga con el hilo de la memoria y del deseo a todas las personas y los lugares. Pues, es esencial para la creatividad dar espacio a la interioridad, a lo que es invisible, pero que incluso da forma a lo visible. Educar al niño a lo invisible significa hacerle percibir el valor, el sabor y el color de las cosas: la amistad es invisible sin embargo existe y es una fuerza tal que desplaza montañas, el coraje es el condimento de las aventuras, la paciencia tiene el sabor de un fruto por tanto tiempo esperado …

La realidad fantástica. Fantasía es lo que llamamos magia o ficción y que invade la mente de los niños y el universo de los cuentos. A los niños ya no les importa que la magia se provea de trucos y efectos especiales, ni les interesa que la ficción con que se presentan los personajes fantásticos sea rigurosamente mantenida. Para ellos magia y ficción son una extensión de lo posible, por tanto son capaces de entrar y salir de estos confines. Por lo tanto, podemos tranquilamente atravesarlos juntos a ellos.
Importante es que el misterio sea percibido como benevolencia y no como amenaza. El misterio salva la categoría de la posibilidad porque lo imposible se hace posible. Algo cambia, alguien viene al encuentro o nos pone a prueba. Pero la fantasía es un paso, un salto o un atractivo que en las narraciones nos ayuda a mover alguna fibra de nuestra alma y a afrontar la realidad. Cuando, en cambio, la fantasía se sustituye a la realidad y pretende reemplazar el sujeto, entonces se vuelve ilusoria y la recaída en lo real es la desilusión. Ilusoria es a menudo la fantasmagoría, el sueño con los ojos abiertos, la ficción; en fin, lo que tiende a disfrazar la ficción para capturar la imaginación, teniéndola prisionera sin dejarle ya retomar el camino.

La realidad histórica. El relato tiende a estructurarse en historia o bien en cadena de eventos, de causas y efectos, de acciones y reacciones, de actitudes y actos…
El cuento o el relato, teniendo siempre un inicio y un fin bien precisos, indican una historia, breve o larga que sea. La sintaxis del relato por tanto es fundamental. Se trata de un recorrido y no de una elipsis o un flash. A menudo, en cambio, nuestra narración de hechos es pobre en sintaxis, faltante de partes, más comprimida que expresada.
El cuento educa al rescate, al perdón, a la reparación, a la gratitud, pero la ley de esto es un evento o una serie de acontecimientos, es decir una experiencia razonable que, una vez verbalizada y narrada, se vuelve historia. Pues, cada cuento es una referencia al destino y por lo tanto infunde ánimo al ser, al que lo narra y a quien escucha. La fábula nos tiene despiertos frente a la vida.

Por esto Shakespeare escribe que "un buen cuento vale más que una hora de sueño."

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