La simbología de la luz en el pensamiento medieval
autor: Miriam Savarese
Doctora en filosofía en la Pontificia Universidad Santa Cruz - SISRI
fecha: 2015-03-01
fuente: La simbologia della luce nel pensiero medievale
traducción: María Eugenia Flores Luna

La expresión «metafísica de la luz», acuñada en 1916 por Clemens Baeumker, indica, si bien no por unanimidad, la doctrina medieval que considera la luz (lux) forma primera de los cuerpos (primera forma corporalis o corporeitas): la luz constituye el “principio” ontológico esencial, si se quiere, la componente estructural esencial, de cada ente físico, animado o inanimado que sea. Dios, además, es concebido como Luz eterna. Desde un punto de vista cosmológico, pues, la luz permite la constitución del universo y a ella se pueden atribuir los mudamientos del universo mismo: la difusión, de la luz, es la causa por la cual pueden ser llevadas todas las otras relaciones de causalidad natural. Miren, en efecto, que a la metafísica de la luz se acompaña normalmente una física de la luz y también una estética de la luz; esta última meritaría sin embargo un tratamiento a parte.

Su principal exponente es Roberto Grossatesta (1175-1253), uno de los maestros más importantes de la universidad de Oxford que luego se convirtió en obispo de Lincoln, al lado del cual se necesita recordar también a su alumno Roger Bacon (1212 ca.-1292), franciscano, llamado Doctor Mirabilis, cuyos eventos académicos son aún difíciles. Se pueden mencionar muchos otros autores, entre los cuales Alejandro de Hales (entre 1170/1180-1245), Juan de la Rochelle (entre 1190/1200-1245), el mismo San Buenaventura de Bagnoregio (1217 entre 1274), Juan Peckham (1230 entre 1292) y Bartolomé de Bolonia († después de 1294). No obstante compartir los lineamientos de fondo, la metafísica de la luz no consiste sin embargo en un sistema filosófico cerrado y uniforme, sino se presenta como un pensamiento variado y compuesto afirmándose en modo progresivo. El mismo Grossatesta a menudo no es explícitamente mencionado por estos autores; él, además, no es un autor aislado respecto a sus contemporáneos, sino debe ser incluido en un amplio y articulado movimiento cultural, propio de los siglos XII-XIII, que a algunos estudiosos, como Pierre Duhem, ha parecido muy favorable al desarrollo de los conocimientos científicos.

Detrás de él se encuentran numerosas influencias. De la filosofía griega llegaban aquellas platónicas y, sobre todo, neoplatónicas (Proclo, Plotino, el Liber de causis): el primero en presentar la luz en una forma metafísica, como sustancia divina, inmaterial e inteligible, había sido Platón, que parangonaba la luz de la idea del Bien a aquella del sol (Republica 508b-509b); sin embargo, es en el neoplatonismo con Plotino que se encuentra expresada por primera vez la idea de que la luz sea incorpórea. Miren, además, que la escuela de Chartres tenía una sólida tradición, de platonismo y estudiaba el Timeo.

De los Padres de la iglesia provenían en cambio otras influencias filosófico-teológicas (la patrística griega, San Agustín, el llamado pseudo-Dionisio), como la reflexión teológica sobre Cristo Lumen gentium o la doctrina gnoseológica agustiniana de la iluminación, según la cual el intelecto humano conoce por iluminación de parte de Dios (bien conocida es la gran importancia desempeñada por la luz en la tradición agustiniana, que se extiende a diferentes ámbitos).

No hay que olvidar, además, la importancia de la Biblia, en particular del Prólogo del Evangelio de Juan y del Génesis (con la relativa tradición exegética). Relevantes fueron además las influencias árabes (Al-kindi, Avicena, Averroes, Algazel, Avicebrón), sobre todo de las perspectivas, es decir los tratados de óptica; se recuerdan también la doctrina hilemórfica del Fons vitae de Avicebrón, la causalidad geométrico-luminosa del De radiis de Al-kindi y los comentarios a Aristóteles de Avicena y Averroes. En el siglo XII, además, aparecen en Europa las primeras traducciones de Aristóteles, no sólo aquella de los Elementos de Euclides, que ejercitó también ella su influencia. Grossatesta, en efecto, trató de integrar tal articulada herencia con el pensamiento aristotélico, a cuyo estudio si había en parte dedicado.

En Grossatesta, el tema de la luz – que puede ser considerado justamente el centro de su pensamiento sea por sus reflexiones metafísicas sea por su interés hacia los fenómenos naturales – es abordado claramente en el opúsculo De luce. En este texto, ella es precisamente la «primera forma corpórea» que se une con la materia (la materia prima aristotélica) para formar las cosas, como quiere el hilemorfismo aristotélico. ¿Por qué tal decisión? Los entes corpóreos están precisamente constituidos por materia, el sustrato susceptible de cambio, y forma, que (si es sustancial, como en este caso) da a la realidad de la cual es forma su proprio modo de ser (esta formulación es ofrecida como explicación, no es tomada de un texto grossatestiano); se llega a la materia prima porque desde el principio resulta necesaria una materia carente de determinaciones.

Forma y materia prima se revelan así simples y adimensionales: la materia porque es carente de toda determinación, la forma (que en cambio determina la materia, que en caso contrario sería amorfa – o mejor no estaría, porque no puede existir nada que sea amorfo: en cuanto ente, sería ya algo, por tanto un no-amorfo) porque para determinar las dimensiones no puede ser a su vez dimensional. Se note que era de todas maneras la forma que debe originar la dimensionalidad, en cuanto es la forma que determina la materia.

Grossatesta tiene así el problema de cómo pudieran una forma y una materia no dimensionales dar origen a objetos dimensionales. Él se da cuenta que sólo lo que por su naturaleza puede producir la dimensionalidad puede infundir en la materia las dimensiones y resolver pues el problema buscando un principio formal que se difunda en toda dirección, portando consigo la materia y haciendo que ella se extienda según las tres dimensiones. Recurre por tanto a la luz, inmaterial, que se multiplica por sí misma, y expansiva de sí: la luz, expandiéndose a partir de un único punto adimensional, arrastra consigo la materia (prima) y da origen a los cuerpos determinados y cuantificados. Se ve pues cómo la metafísica grossatestiana sea inextricablemente unida a su cosmología – que, por cierto, emplea ya instrumentos matemáticos para la descripción del cosmos físico: él explica en base a relaciones matemáticas proporcionales la expansión de la luz y hace depender la distribución de la materia de un dúplice proceso de rarefacción y condensación.

El cosmos que así se genera, sin embargo, consiste en una sucesión de esferas y conserva la distinción entre mundo sublunar y mundo supralunar, sea pues en términos diferentes de aquellos aristotélicos dado que la luz es la primera forma de ambos. Se note la intuición grossatestiana de la expansión progresiva del universo.

Toda especie de cuerpos posee un diverso grado de luz, que determina su posición en la jerarquía de los cuerpos, de una perfección mayor a una menor. En el texto de Grossatesta se señala por tanto una cosmología realizada, que atribuye la formación progresiva de las trece esferas del universo a un proceso de rarefacción y condensación de la luz que comporta una distribución desigual de la materia. Hace falta señalar una diferencia entre lux y lumen en el pensamiento grossatestiano, allí donde con lux se indica la luz pura, que se tiene desde el inicio de la creación, mientras con lumen la luz derivada, producida por el primer cielo (compuesto siempre de materia y forma: es el primer cuerpo), que refleja la lux, permite a la inteligencia celeste mover las esferas y llega a obrar hasta el mundo sublunar.

Se enfatiza que el papel de la luz en el pensamiento metafísico de Grossatesta no es limitado al mondo corpóreo: Dios es luz (pero luz trascendente, no la misma luz que constituye el cosmos creado, sea claro). El hecho que cada ente es «aliquod genus lucis» tiene pues un sólido fundamento teológico, porque todo lo que es creado es a semejanza de Dios. La luz, además, es lo que permite al alma humana actuar en el cuerpo.

Como en Grossatesta, pues, en los autores que se pueden asociar a la metafísica de la luz, esta última es ontológicamente la primera forma de los cuerpos y, en cuanto tal es el fundamento de la cosmología física. La metafísica de la luz se desarrolla así en el plano teológico y filosófico (metafísico, gnoseológico, antropológico, físico), pero tiene implicaciones también en el plano de la óptica. A conjugar los dos aspectos fue, por ejemplo, Juan Peckham, también él perteneciente al ámbito oxoniense, entre cuyas obras se recuerdan la Perspectiva communis, pero también el Tractatus Spherae, la Theorica planetorum y las Mathematicae rudimenta.

Alejandro de Hales, el primer maestro franciscano de la Universidad de París (maestro de Juan de la Rochelle, que le sucedió por breve tiempo, y de San Buenaventura), haciendo propia la incorporación de la luz en la materia, identifica, en modo original, la luz que actúa sobre los elementos y que está involucrada en nuestro conocimiento con la quintaesencia aristotélica.

Bartolomé de Bolonia, maestro de teología en París, escribe en cambio un Tractatus de luz en el cual la óptica se integra en la teología; él distingue la lux (la naturaleza de la luz considerada en su fuente, Dios), el radius (radio), el lumen (luz difundida por los rayos) y el esplendor (el esplendor de los objetos despejados hechos brillantes por la luz).

En cuanto a Roger Bacon, se puede decir que el interés dirigido al conocimiento experimental es aún más acentuado que en su maestro Roberto Grossatesta (del cual apreciaba, por ejemplo, la atención a la matemática): por cuanto la teología no falta cierto en el Opus maius, la luz tiene así relevancia sobretodo en metafísica y filosofía natural. Hay que notar que Bacon desarrolló una doctrina hilemórfica suya, propia, en la cual a más formas se acoplaban más materias correspondientes (por ejemplo a la «forma universalis corporalis» conectaba una «materia universalis corporalis» etc.; en el mismo ente). Él se ocupó también de óptica y desarrolló una teoría del arco iris.

También en San Buenaventura (en el mismo siglo Juan de Fidanza), uno de los más notables entre estos autores, la luz es la primera forma sustancial de todos los cuerpos y principio de su actividad. Los cuerpos son pues estructurados jerárquicamente según la mayor o menor participación en ella y, en cada uno de ellos, a tal primera forma, que es común, se agrega la informatio specialis, necesaria para que haya cuerpos concretos. Es interesante notar que también él indica el aire como el medio a través del cual la luz se difunde. Buenaventura desarrolla además, a partir de la analogía de la luz, el trayecto de ascensión, del alma a Dios del Itinerarium mentis in Deum.

Santo Tomás de Aquino, en cambio, no aceptó la concepción de estos autores de la luz como forma primera de los cuerpos, entendida pues como forma sustancial, sino la consideró una cualidad. En conclusión, es interesante recordar que, para autores como Alistair Crombie (cfr. idem, Robert Grosseteste and the Origins of Experimental Science, 1953), el origen de la ciencia de Galileo puede ser encontrada precisamente en la metafísica de la luz, porque ella, en cuanto forma y por tanto principio de orden de las cosas y en cuanto se propaga según reglas geométricas (bien definidas en los textos medievales), indica una estructura matemática del universo.

En todo caso, como consecuencia del pensamiento de Grossatesta se tuvo un gran impulso en los estudios de óptica.

La metafísica de la luz es así un caso ejemplar de reconocimiento de la importancia que la luz desempeña en nuestro mundo, en la vida humana y en nuestro propio conocimiento – y en particular con respecto a la realidad física (en cuyo caso, además, la luz está en estrecha relación con la matemáticas y la geometría en particular); una importancia que parece anticipar, cuanto menos por la relevancia del rol atribuido, a aquella actual. Hoy, no sólo la luz tiene un rol determinante en física, astronomía y hasta en biología; sino, sin luz (o sin la posibilidad de recibirla), buena parte de la investigación científica actual sería de hecho imposible.

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