La Trinidad. El misterio de todos los misterios y la vida...
autor: Romano Guardini
fecha: 2009-06-05
fuente: Il mistero di tutti i misteri e la vita etica della comunità
traducción: María Eugenia Flores Luna

El gran pensador alemán examina el dogma de la Trinidad, punto central de la salvación, modelo perfecto de toda convivencia.

Las verdades religiosas no son proposiciones puramente teóricas. Quieren entrar en relación con el hombre, con su intelecto como con la vida de su voluntad y de su sentimiento. El conocimiento de la verdad tiene que ser para el hombre un estímulo espiritual y una guía en su tensión hacia Dios; tiene que transformar su modo de pensar y de actuar.
Las verdades de la religión superan el alcance de nuestro intelecto y justo en las doctrinas fundamentales del Cristianismo tal misterio es más profundo. A estas doctrinas se puede aplicar la aguda expresión de G.K. Chesterton: «Ellas son como el sol; no se logra mirarlas dentro, pero en su luz entrevemos todo el resto»1. Tiene que ser entonces posible, mediante una consideración respetuosa y al mismo tiempo penetrante, custodiar los confines del misterio y aún entrelazar una relación entre dogma y vida real.
Algunas verdades hablan fácilmente al corazón y a la voluntad; son las verdades que conciernen a nuestra redención. Otras parecen más difícilmente accesibles. A ellas pertenece ante todo el fundamento de nuestra fe, la doctrina del Dios trinitario. No es raro verse con la convicción según la cual tal doctrina es un principio abstracto, lejano y distante de la tierra, al cual debemos seguramente atenerse, pero privado de mucho sentido para la vida real.
Estamos dispuestos a reconocer una relación entre el misterio de la Trinidad y la vida cristiana en el hecho de que las obras de la creación, de la redención y de la santificación son atribuidas de modo específico a las tres Personas divinas. Se reconoce aún una relación en el hecho de que el cristiano sabe que es hijo del Padre, hermano y hermana de Cristo, amigo del Espíritu Santo. Y en particular estas últimas relaciones son muy profundas y fecundas. Pero, con todo esto, el punto central del misterio, es decir el hecho de que un Dios único esté en tres personas, no ha sido aún aclarado explícitamente. Queda todavía en el fondo.
No ha sido siempre así. En el Medioevo, por ejemplo, el dogma de la Santísima Trinidad tiene que haber tenido un significado muy particular en la vida cristiana. Lo demuestran los antiguos cantos, en los que emerge con fuerza continuamente el gran misterio, oscuro y al mismo tiempo luminoso. También las antiguas indicaciones para la vida espiritual lo confirman. Aquí la Trinidad aparece como punto central de la salvación como fuente y meta de la vida de gracia2. En ella también se veía la sanción más alta de cada legitimidad. «En nombre de la santa e indivisible Trinidad»: así iniciaba la Lex salica3. Autoridad terrenal y validez jurídica encontraban en aquel misterio su fundamento último.
No es una buena señal para la profundidad de la vida cristiana cuando la verdad soberana, majestuosa, del Dios único y trino es puesta a un lado4.
Las reflexiones que siguen querrían mostrar, con un ejemplo, cuánto viva sea la relación entre el más inasequible de todos los misterios y nuestra vida cotidiana: el dogma de la Trinidad como Magna Charta del deber y de la dignidad de cada comunidad humana.
Las formas que caracterizan a la comunidad humana son muchas: contactos sociales superficiales; relaciones puramente materiales pertenecientes a la vida social y económica; tipos diferentes de relaciones familiares y de parientes; en fin las varias especies de relaciones basadas en la confianza personal, desde una breve frecuentación hasta las formas más elevadas, en las que dos personalidades afines enlazan y mantienen libremente una unión de comunidad: se trata de la amistad como crecimiento de reciprocidad en el espíritu y en el corazón; la camaradería como desarrollo común de las mismas convicciones, de las mismas metas y tareas y el matrimonio con su cumplida unión de vida.
Si analizamos estas relaciones comunitarias resulta que éstas se basan en dos opuestas actitudes y movimientos del alma.
La primera es la «dedicación» (Hingabe). Una persona hace partícipe a otra de los propios bienes materiales, del propio saber, de las propias experiencias y de las propias ventajas sociales; con confianza hace partícipe al otro de sus disposiciones íntimas; lo sirve con altruismo y fidelidad, hasta que la dedicación llega a cumplirse en el indisoluble ligamen personal del amor. Este movimiento conduce, mediante todos los grados del afecto, hasta las formas supremas del amor en la amistad, en la camaradería y en el matrimonio. Aquí lo que era de uno también se vuelve del otro. La dedicación completa, que no tiene ya nada sólo para si mismo, ha creado una nueva unidad que abraza a las dos personalidades. Bienes, esperanzas, preocupaciones, sufrimientos se han vuelto comunes, porque para cada uno de los dos el punto central de la propia vida se ha alejado del simple "yo" y se ha acercado al "tú."
El significado que reviste esta relación para el hombre resulta evidente. El estrecho círculo de sí mismo se rompió. El ser particular, definido por las inclinaciones personales, de la educación y del ambiente, se ha abierto. Por norma el círculo de sí mismo opone fácilmente a los estados de ánimo y a los pensamientos ajenos una natural resistencia; ahora ha llegado a reconocer a través del amor, el mundo interior del otro. Se cumple así aquel peculiar proceso del alma que es la “adopción" de la vida espiritual del otro. Mediante la dedicación, el individuo se percibe a sí mismo en el otro, participa directamente en la vida del otro, desarrolla los propios pensamientos a partir de aquellos del otro; siente la alegría y el dolor ajeno como propio. A través de este proceso el mundo individual se duplica; los pensamientos y los estados de ánimo ajenos, a menudo contrapuestos, fecundan la propia existencia. De tal modo ésta se desarrolla en una plenitud y fecundidad completamente nueva, sustentada por la acción expansiva que deriva de lo auténtico "dar del tú ", de la superación del egoísmo. Naturalmente en este movimiento del ánimo también reside un "peligro": la confianza plena puede conducir en efecto a abandonar cosas que no pueden ser cedidas, pongamos, lo que le pertenece íntimamente a una tercera persona. Puede quitar la autonomía, puede falsear el juicio, aflojar la voluntad, anular la unidad personal que ha fundamento en sí mismo. Puede inducir a uno a actuar contra la misma conciencia por voluntad del otro. Personas que están bajo el exclusivo influjo del instinto comunitario pierden pronto el vigor y la originalidad de su ser; se vuelven banales y simples. Se vuelven entonces condicionantes todos aquellos insanables influjos del instinto social, que Nietzsche designa con estas breves palabras: «la comunidad vuelve comunes»5.
He aquí entonces que este movimiento del ánimo tiene que encontrar un opuesto y oponerle resistencia: se trata de la tendencia del alma al «atenerse a sí» (Selbsthaltung), al poner una distancia entre el sí y el otro. Esta tendencia tutela el derecho a las propias convicciones, afirma la independencia del juicio, la autonomía de la decisión y de la responsabilidad. A esto corresponde en el otro la «discreción» (Zurück-haltung) frente a aquel confín que encierra la personalidad ajena como la propia; se expresa al respecto, de que prohíbe a sí mismo influenciar el juicio del otro, actuar haciendo énfasis en los sentimientos, en lugar de en las motivaciones, ejercer presiones sobre la conciencia, considerar al otro como medio para un fin; se expresa en el profundo respeto (Ehrfurcht), que no quiere conseguir, robar o extorcionar la comunicación íntima de sí mismo, sino quiere acogerla sólo en el acto de un libre don.
El sentido de esta actitud del alma es expresado en lo que ya se ha dicho. En ello se basa cada autonomía, solidez, nobleza y energía formadora de la persona. Pero si está solo también ello oculta en sí mismo un peligro. Puede volver imposible la comprensión; puede producir una discreción temerosa que no conduce más allá de sí mismo, a acercarse al otro, que ya no logra dar ni recibir. Esta actitud puede así por fin volver imposible a la comunidad y solo al hombre.
Por esto es necesario algo que completa, un juego de corrección recíproca. Sin embargo esta "compensación" de las almas no puede ser concebida según el modo de las fuerzas naturales, como ocurre en un sistema estático donde el empuje y el empuje en contra mantienen el todo en equilibrio. La compensación no ocurre "por sí misma", sino sólo bajo el influjo de un poder moral viviente: "la voluntad de comunidad". La comunidad no se cumple a través de la conjunción de seres naturales, sino por la dedicación libre y recíproca de personalidades morales. Ella está sustentada por la voluntad de alcanzar una forma de vida más elevada que aquella alcanzable como únicos individuos. El deseo de la perfección, de la elevación de una existencia moralmente noble, por último el deseo quizás inconsciente de Dios, es lo que empuja a la personalidad a salir de la estrechez del propio sí y darse a otro, para acercarse a la perfección por un movimiento de expansión y enriquecimiento recíproco.
La idea de comunidad regula el movimiento del alma, caracterizado por la polaridad de dedicación y conservación, atracción hacia sí y mantenimiento de la distancia. Esta voluntad exige de ambas personalidades una confianza real, una comunicación auténtica del propio patrimonio. Solicita que cada uno acepte al otro con franca disponibilidad; enseña a reconocer la misma indigencia; enseña a pedir y a recibir. La voluntad de comunidad exige que esta dedicación dure en el tiempo y que no se deje desanimar por las dificultades. Transforma el instinto natural en acción moral de amor verdadero, le da el coraje del sacrificio y la fuerza de la humildad, le otorga la constancia y la exclusividad de la fidelidad. A través de esta voluntad se cumple la dedicación al deber, y sólo así se pueden superar el egoísmo, el miedo y la volubilidad. Pero la misma comunidad exige que para construirla haya una unión de personalidades independientes. El hombre no puede ser nunca para otro hombre medio para un fin sino sólo fin en sí mismo: la libertad de su conciencia, de su juicio, de su decisión no puede ser violada. Alrededor de cada personalidad hay un círculo sagrado, que nadie puede superar, a menos que no se abra por sí mismo; pero hasta cierto grado este círculo no puede abrir a sí mismo sin profanarse. Y mientras la pura voluntad de comunidad eleva el anhelo a la dedicación libre, a la noble aspiración, a la fidelidad cierta, crea un contrapeso a todo esto en la actitud del respeto profundo frente al otro y del pudor espiritual frente a la propia personalidad. Sólo este contrapeso asegura el "cumplimiento del sentido de cada comunidad". La franca dedicación rompe el bloque de la individualidad, expande el "yo" a través del "tú". Pero, de nuevo, sólo el respeto profundo y el pudor preservan al alma de la disipación y de la pérdida de la propia dignidad. Un movimiento hace accesible la riqueza de la vida común; el otro asegura la forma de la actitud interior: soledad y comunidad; volverse un todo y mantener las distancias. Sólo de estas dos tendencias nace la perfección.
En la armonía de estos movimientos se basa la "belleza" de la comunidad: forma límpida, noble en la plenitud del dar y del acoger. Si el término "formación" (Bildung)6 tiene algún sentido, lo tiene justo aquí, en el hecho de que la fuerza de la vida es dominada por una sutil sensibilidad por los límites. Es ésta la urbanitas de los antiguos, "la disciplina y la mesura" (zuht und mâze) del Medioevo, que en la variedad de las relaciones sociales instituye al mismo tiempo puentes y barreras entre los hombres; el sentimiento que en cada situación domina con seguridad aquel juego de contrapesos de las fuerzas que forman la comunidad.
La felicidad o el dolor en el hombre dependen muchísimo del hecho de que él lleva a cabo en el modo justo la misión de la comunidad. Su vida puede enriquecerse o entristecerse en la medida en que el hombre logre o no establecer con el otro la justa relación.
¿Qué tiene que decir a este propósito "el misterio de la Santísima Trinidad"?. Tenemos que colocarlo sólo dentro de las relaciones antes descritas y él nos ilumina aquellas relaciones con su luz.
Hay un solo Dios. Una única naturaleza y una única vida divina. El Padre las comunica totalmente al Hijo; el Padre y el Hijo al Espíritu Santo. El Padre o el Hijo no retienen nada para sí mismos. El Hijo no rechaza nada del don del Padre, el Espíritu Santo nada de sus dos donadores. Aquél recibe del Padre todo lo que Él es y tiene; éste recibe todo del Padre y del Hijo. Las tres personas divinas tienen todo en común: la entera plenitud de las verdades, toda la nobleza de la santidad, el mismo resplandor de la belleza, la única infinita riqueza de beatitud. El Hijo es para el Padre comprensión total; como perfecto amor los une al Espíritu Santo. Lo que nosotros llamamos el primer movimiento hacia la comunidad, la "dedicación", la tensión hacia la unidad, alcanza aquí su grado absoluto: las Personas divinas no están ligadas entre ellas como ocurre entre los hombres en la misteriosa unión de las almas por el amor. Entre ellas reina una perfecta identidad de todo lo que llamamos vida y esencia, porque son un sólo Dios. Aquel "dar del tú" del amor, que como escribe san Francisco de Sales «conduce al punto de que el uno pueda decir al otro "mi corazón está cerca de ti"»7, se encuentra aquí realizado sin ningún "por así decir", sin alguna reducción: Padre, Hijo y Espíritu Santo viven una y una misma vida.
Al mismo tiempo, en cambio, está presente en la Trinidad al máximo grado de perfección también el otro movimiento, el atenerse a sí mismos, la distancia de las personalidades. Porque aunque todo en ella es común, no lo son las Personas. Éstas quedan separadas, no intercambiables, totalmente inviolables. El Padre no es, en algún modo, el Hijo, y de ambos es inconfundiblemente distinto el Espíritu Santo. Ésta es la perfección de la comunidad. Amor, concomitancia de todo, hasta la identidad del ser y de la vida. Pero al mismo tiempo perfecta custodia de sí de parte de la persona.
A la perfección de tal comunidad corresponde su "fecundidad". No una relación entre personalidades extrañas y ya existentes como entre los hombres sino una comunidad que, en cierto sentido, se genera a sí misma. Porque justo por la plenitud de la divina comprensión de si, el Padre hace nacer al Hijo a la posesión de la misma naturaleza, y de la fuerza infinita del amor recíproco Padre e Hijo generan al Espíritu Santo a la posesión de la misma vida divina.
La Santísima Trinidad es el misterio de todos los misterios. Nuestro pensamiento decae frente a ello, y es fácil que nos dé la sensación de pensar palabras y no ya cosas. Y sin embargo el único, en el que no logramos mirar, echa la luz sobre nuestra vida, y la echa justo de su núcleo central: del hecho de que un Dios está en tres personas. La Trinitas Augusta nos enseña que entrar en comunidad significa estar dispuestos a dar todo; significa abrirse con franca disponibilidad para la plenitud del otro. La Trinidad enseña que todo, propio todo, podría ser y, al máximo grado, debería ser común. Una cosa no debería serlo, y con eso se contrapone a la dedicación su contrapeso: la personalidad. Ésta tiene que quedar inviolada en su independencia. Su sacrificio no puede ser ni deseado, ni ofrecido, ni aceptado.
Con esta actitud esencial de cada comunidad es claramente circunscrito. La dedicación tiene que ser permitida y ofrecida en el modo y en la medida justa, e imperfecta es aquella comunidad en la cual uno esconde a sí mismo y sus cosas al otro. Pero el derecho a la personalidad es sagrado e inalienable y tiene que quedar en sí mismo inviolado: en cuanto haya pasado este confín, una comunidad se vuelve enseguida contra natura, inmoral, de cualquier tipo ella sea.
En el misterio de la Santísima Trinidad está la Magna Charta de cada comunidad humana. En todas sus formas la comunidad humana es un vestigium Trinitatis, una imagen reflejada de la comunidad divina de la Trinidad. Sin embargo ésta es más que un simple modelo. En Cristo nosotros estamos unidos por una nueva unión que supera cada realidad natural. En él, a través de la acción de gracia del Espíritu Santo, hemos renacido y hecho misteriosamente partícipes de la misma naturaleza divina8. Somos hermanos de Cristo, hijos del Padre, y el Espíritu Santo es para todos nosotros un guía y amigo.
No logramos nunca en realidad entender como el hombre pueda estar en la gracia "partícipe de la divinidad"9 y sin embargo ser criatura sin confusión alguna. Logramos no obstante intuir que nosotros, hombres, ahora convertidos en hermanos en Cristo, estamos unidos por una indecible unión divina, de cuya realidad prodigiosa san Pablo dice cosas muy profundas en las cartas a los Efesios y a los Colosenses. Esta unidad, que supera cada afinidad natural, es misteriosa pero real.
Sólo esta unión de la gracia da a los hombres la fuerza moral para realizar la meta esencial de la comunidad, de volverse realmente una "huella" viviente de la Santísima Trinidad.
De la Trinidad, de tal modo, deriva al hombre no sólo el modelo de la vida comunitaria, sino también la fuerza para alcanzarla. Es la gracia que practica su acción en el respeto profundo con el que los hijos de Dios «compiten en el estimarse entre sí»10, y en el amor, en el cual «tienen todo en común»11.

[Parte señalada por Romano Guardini, Opera Omnia VI, Escritos Políticos, por Michele Nicoletti, Morcelliana Editore, Brescia 2005.
Por gentil concesión de la editorial Morcelliana - Brescia, © Morcelliana Editore, Calle Gabriele Rosa, 71, 25121 Brescia]

1. Gilbert K. Chesterton, Orthodoxie, München 1909, pág. 28.
2. Así, por ejemplo, en los escritos de San Buenaventura.
3. La Lex sálica es la ley de los Francos Salios, una de las fuentes más antiguas del derecho germánico, cuya más antigua versión viene del Reino de Clodoveo a inicios del siglo VI. Algunas redacciones de la Lex sálica vienen del siglo IX se abren con la fórmula «In nomine Sanctae Trinitatis»: Cfr. Monumenta Germaniae Historica, Legum Sectio I, IV, II (Lex sálica), Hahn, Hannover 1969, 3 (N.d.C).
4. Pío X ha quitado las numerosas fiestas que se celebraban el domingo y le ha dado su sentido peculiar partiendo del reconocimiento de los fundamentos de la vida religiosa. Ahora el día de la Santísima Trinidad tiene de nuevo el sitio preeminente que le corresponde en la liturgia.
5. «Jede Gemeinschaft macht, irgendwie, irgendwo, irgendwann - "gemein"». Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse. Vorspiel einer Philosophie der Zukunft, 284, en Sämtliche Werke, hrsg. von Giorgio Colli y Mazzino Montinari, DTV, München 1993, 3. Aufl, Bd. 5, pp. 231-232; tr. it. de Ferruccio Masini, Al di là del bene e del male [Más allá del bien y del mal]. Preludio a una filosofía del futuro, en F. Nietzsche, Obras, vol. 6.2, Adelphi, Milán 1976, pp. 198,199. en lengua alemana el término "gemein" significa sea "común" que "vulgar, vil" (N.d.C).
6. El término alemán Bildung (de Bild = imagen, forma) significa "formación", "educación", "cultura". Guardini quiere subrayar como tal proceso espiritual sea específicamente un "dar forma" a la fuerza de la vida que de otro modo quedaría esclava de impulsos desordenados (N.d.C).
7. Cfr. Francisco de Sales, Introduction à la víe dévote: fac-simile de unique exemplaire actuellement connu de edition de 1619, publicado da Fabius Henrion, Tours, Paris, 1934, parte II, cap. II.
8. 1 Pt 1, 3.
9. «… divinitatis esse consortes…» del Ordo Missae, cuando se mezcla el vino con el agua.
10. Rm 12, 10.
11. At 2, 44.

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