«Lección» y «Lectio»
autor: Pavel Florenskij
fecha: 2010-12-16
fuente: SCIENZAinATTO/ «Lezione» e «Lectio»
traducción: María Eugenia Flores Luna

En 1910, el joven docente de la Academia teológica de Moscú, Florenskij inició un curso de lecciones sobre la historia de la filosofía. Cuando las dio a la prensa, en 1917, le antepuso una breve introducción metodológica donde, exponiendo su original didáctica, ponía en juego principios fundamentales. Así estas breves páginas, a menudo citadas pero inéditas en italiano, se han vuelto famosas como destilado de su idea de conocimiento, y de educación.

Aunque ποιημα [poiema] significa exactamente «creación», deberíamos con razón quedar perplejos si se llamara indiferentemente «poema» a cualquier creación. Pero hay un género particular de obra literaria que ha perdido cualquier especificación, al punto que su naturaleza acaba por identificarse con el significado etimológico de su nombre.
Se trata precisamente de la lección. Justamente lectio significa lectura. Pero pegándose a este pretexto lingüístico, sucede a menudo que se aplique el nombre «lección» a cualquier obra literaria, disertación científica, artículo de revista o apéndice de periódico, con tal de que sea leída (o pronunciada) delante de un público; haciendo eso no se tiene en cuenta sin embargo el hecho de que, aunque el nombre lección deriva de lectio, las dos cosas no son para nada iguales. Son conceptos subordinados: por un lado no necesariamente una lectio es una lección, y del otro no necesariamente una lección debe ser leída delante a los discípulos, o sea ser una lectio, porque las lecciones también pueden venir a la luz directamente en forma impresa.
Podrá parecer que sean razonamientos excesivamente escolares y que se trata sólo de una disquisición sobre los términos. Sí; pero por culpa de la imprecisión en el empleo de las palabras, acaba con que el género mismo de las obras literarias a las que se puede atribuir legítimamente el nombre de «lección» pierde su fisonomía específica; un nombre nebuloso impide reconocer distintamente las prerrogativas que se solicitan a una lección desde el punto de vista de la forma, y la lección, sin que el autor se dé cuenta, acaba por confundirse con otros géneros literarios.
Al acto de dar a la prensa una serie de ensayos - un ciclo de lecciones que tenía el objetivo de examinar la articulación del pensamiento antiguo en que la filosofía griega se une orgánicamente con la religión griega, en la época del Renacimiento helenístico del VI siglo,- el autor cree necesario indicar algunas características que definen la naturaleza de la lección en cuanto tal.

Imprevisible como la vida

Y entonces, ¿qué es una «lección»?. Es ante todo un género particular de obra literaria de carácter didáctico, o sea escolar (no científico). Y sin embargo un libro de texto, aunque se lea desde la cátedra, no se volverá nunca por eso una lección ni un curso de lecciones. La relación que hay entre el libro de texto y el curso de lecciones es comparable a la relación que hay entre el mecanismo y el organismo.
Los primeros términos de esta proporción [libro de texto, mecanismo] son construidos según un plan preestablecido, estudiado hasta en los más mínimos detalles y externo con respecto al material que realiza este plan y por lo tanto realizan su tarea justo a la perfección («con la precisión de un mecanismo») aunque, a decir verdad, ya dentro de un círculo establecido y con un diámetro infinitesimal.
Los segundos términos de la proporción [lección, organismo] en cambio, se caracterizan por la naturaleza y la libertad de la construcción, y justo en virtud de eso tienen un funcionamiento multiforme, indeterminable a priori; pero, en cambio, no llegan a la precisión absoluta en las propias acciones («el hombre vivo no es una máquina»); su crecimiento es un acto de creación que se manifiesta en cada detalle de su estructura, mientras el libro de texto y el mecanismo, para ser precisos, no crecen ni siquiera, sino simplemente son puestos juntos, construidos con partes preconfeccionadas.
Al contrario, incluso ateniéndose rígidamente a la dirección general, a la corriente general, a un general proyecto de pensamiento, en un curso de lecciones, la lección no procede en línea recta, totalmente encerrada en una fórmula racional, sino, como el ser viviente, desarrolla los propios órganos, satisfaciendo cada vez más las exigencias que se manifiestan en el curso de la obra. En tal sentido no sería equivocado definir la lección ideal un tipo de coloquio, de conversación entre personas espiritualmente próximas.
La lección no es un trayecto sobre un tranvía que te lleva adelante inexorablemente sobre binarios fijos y te porta a la meta por la vía más breve, sino es un paseo a pie, una excursión, sea incluso con un punto final bien preciso, o mejor, sobre un camino que tiene una dirección general bien precisa, sin tener la única exigencia declarada de llegar hasta allí, y de hacerlo por una vía precisa. Para quien pasea es importante caminar y no sólo llegar; quien pasea procede tranquilo sin acelerar el paso.
Si le interesa una piedra, un árbol o una mariposa, se para para mirarlos más de cerca, con más atención. A veces mira atrás admirando el paisaje o bien, (¡sucede también esto!) vuelve sobre sus pasos, recordando que no ha observado muy bien algo instructivo. Las sendas secundarias, hasta la ausencia de vías en lo espeso del bosque lo atraen con su romántico misterio. En una palabra, pasea para respirar un poco de aire puro y darse a la contemplación, y no para alcanzar lo más de prisa posible el fin establecido del viaje, agitado y cubierto de polvo.
Del mismo modo, la esencia de la lección es la vida científica en sentido propio, es reflexionar junto a los discípulos sobre los objetos de la ciencia, y no consiste en sacar de los depósitos de una erudición abstracta unas conclusiones ya listas, en fórmulas estereotipadas.
La lección es iniciar a los alumnos al proceso del trabajo científico, es introducirlos a la creación científica, es un modo para enseñar a través de la evidencia y hasta experimentalmente un método de trabajo; no es la simple transmisión de las «verdades» de la ciencia en su fase «actual», «contemporánea».
En efecto ¿qué es, en este sentido, la «verdad» científica? ¿No es quizás como el viento que no para nunca? ¿No es como la ola que se desliza fuera hacia la incansable resaca? ¿No es un proceso incesante? En una palabra, no es una energía viva, el ενεργεια [energeia], en contraposición a la cosa esclerotizada, εργον [ergon]? Pero aparte de esto, si la cuestión se redujera exclusivamente a la transmisión de la «verdad» ya confeccionada, la lección se volvería absurda y falta de objetivo.
El libro de texto siempre es el resultado de un trabajo más ponderado que la lección; el libro de texto realiza esta tarea infinitamente mejor que cualquier lección. De otra parte, leer un libro de texto, aun el más brillante, a un entero auditorio capaz de leer es un ejercicio decididamente inútil después de la invención de Gutenberg. Sería como si una máquina de coser, dejando de lado la máquina Singer, quisiera coser con una espina de pez.

Las características particulares

Pero si la esencia de la lección es efectivamente tal, resulta un cierto número de señales particulares que diferencian fuertemente la lección de otros géneros de obra literaria. Ante todo, tiene interés por las minucias, los particulares, los detalles, las características más infinitesimales que delinean el fenómeno estudiado en su viva individualidad y no sólo «en general», esquemáticamente. Sea el orador que el oyente se sienten en la situación de un hombre que no está obligado absolutamente a galopar sobre los caballos de posta, sino tiene el derecho a perder un poco de tiempo con la piedrita o la brizna de hierba que, fuera de programa, ha atraído su interés.
Incluso es verdad que los detalles de este género tienen necesariamente que ser concentrados a lo largo del hilo rojo de la disertación, justo como para nuestro viandante los objetos de su atención se suceden a lo largo de la senda; pero no siempre estos detalles descienden del pensamiento principal de la lección de modo lógico-racional: a veces su unión con la idea general del curso es psicológica (por asociación), o estética (porque se requiere un poco de variedad, para hacer una pausa, o, diríamos, como ornamento), o bien, si no me equivoco usando esta expresión, didáctica, suscitada por reflexiones del tipo: «Aquí sería el caso de comunicar tal hecho instructivo o tal teoría curiosa; descartarlos sería un pecado, y volver otra vez requeriría demasiado tiempo». Un buen libro de texto generalmente es construido de modo que eliminar este o aquel párrafo querría decir volver incomprensibles muchas cosas sucesivas; mientras viceversa, todo lo que puede ser eliminado sin comprometer la comprensión, se vuelve por eso mismo superfluo en el texto y tiene que ser eliminado.
De otra manera, en un curso de lecciones muchos elementos que realmente tienen una unión orgánica con el todo y que viven realmente de la misma vida del todo, no derivan en todo caso de la idea del todo more geométrico, por necesidad lógica, y por lo tanto pueden ser también rechazados. Así, el brote secundario de una planta, en la medida en que se nutre de la linfa del tallo principal constituye un cuerpo solo con esto; pero de la idea de la planta entera no se entiende necesariamente que este retoño colateral tenga que crecer seguramente.
A veces un exceso de tallos secundarios puede perjudicar la planta; entonces es una cuestión de tacto individual (y no de lógica) decidir qué, precisamente, dejar crecer y qué cercenar. Lo mismo ocurre en un curso de lecciones. Otra característica específica de la lección viene de su tarea. La lección, ya lo hemos dicho, no tiene que enseñar ese o aquel género de hechos, generalizaciones o teorías, sino adiestrar al trabajo, crear el gusto de la cientificidad, dar el «impulso», la levadura para la actividad intelectual. No es tanto un principio nutritivo cuanto esencialmente fermentativo, es decir tal que lleva la psique del oyente a un estado de fermento.
Este efecto fermentante coloca la lección, en cuanto obra literaria, al extremo opuesto de la enciclopedia, del libro de texto, del diccionario, cuyo rol es exactamente aquel de proveer materia para la fermentación. En cuanto a la fermentación de la psique, ella consiste en el gusto por lo concreto adquirido por contagio; consiste en la ciencia de saber acoger con veneración lo concreto, en la contemplación amorosa de lo concreto. Del resto este último, lo concreto, es entendido aquí en el sentido del objeto mismo de la investigación científica directa, en el sentido de fuente primera, que se trate de una piedra y de una planta o más bien de un símbolo religioso y de un monumento literario. -
Esta alegría de lo concreto, este realismo se manifiesta en negativo como insatisfacción interior (no formal) para cualquier opinión intermedia sobre el objeto, que congela el objeto y trate de todos modos de empujar el objeto lejos del centro de la atención para meterse en su sitio. La aspiración a ver con los propios ojos, a tocar con las propias manos la fuente primera es lo que hace nacer, precisamente, la actitud científica, que es muy diferente de la erudita doxografia, la descripción de las opiniones ajenas.
Tal como sería absurdo estudiar botánica no sobre los vegetales vivos, o tampoco sobre sus imágenes fotográficas, sino en base a sus descripciones, del mismo modo en cualquier actividad científica investigar y ver lo original es el impulso natural de un pensamiento autónomo. El gusto del vino sincero sólo es reconocible por quien toma el vino del productor mismo, directamente de sus manos o con su garantía escrita; del mismo modo también los objetos naturales y auténticos de la investigación muestran su sabor sólo cuando los recibes de primera mano de los mismos creadores del pensamiento genial, con su garantía escrita, o bien de la contemplación de algunas cosas, fotografías etc.; tal como los hechos auténticos de las ciencias naturales se captan solamente a través de la observación directa.
Por el contrario, el comercio al por menor de las ideas, en los puestos o en las tiendas, no menos de la venta al por menor del vino, lleva siempre consigo adulteraciones y, sobre todo, añadiduras absolutamente inútiles: es bien difícil que símiles construcciones se puedan producir solas, en teoría. Mientras el pensamiento auténtico, el hecho auténtico son ásperos y a veces acerbos, como el vino no adulterado. He aquí porque al gusto de la lección, que dirige la atención de los oyentes a lo concreto, a la fuente primera, se necesita primero acostumbrarse.
Podría surgir la pregunta: ¿pero entonces una lección de la que se toma nota, y todavía mejor una lección impresa y tanto mejor publicada, no es una contradictio in adjecto? Si la lección es creación inmediata ¿cómo se puede fijarla en el papel y, una vez fijada no perderá vigor, no se disolverá su sustancia más vital? ¿No pierde así el derecho a existir, una vez escrita? Diría que no. También una cosa que queda en el pasar del tiempo, (los apuntes) puede haber como contenido algo transitorio; también una cosa mediada por la escritura puede ser inmediata; también una cosa fija puede ser libre en cuanto al contenido.
Así el diario, una de las formas más libres e indisciplinadas entre las obras literarias, puede ser transcrito y a veces (¡raramente!) hecho público. Como el pétalo de una rosa pintada resplandecerá por siempre por el rocío matutino hasta el punto de secarse; como en el cilindro del fonógrafo una voz apenas temblorosa por la incertidumbre, es captada para ser reproducida innumerables veces con la misma grieta momentánea; así en el diario y hasta en los apuntes de una lección queda inmovilizado algo que tiene sentido sólo como creado «ahora» e «inmediatamente», e incluso quedando fijo, queda por siempre creado «ahora» e «inmediatamente»: «este folleto amarillento y deshecho, arde de oro eterno en el canto».(1)
Cuanto hemos dicho hasta ahora vale para las lecciones perfectas, que quizás se dan raramente. Es más un auspicio que no la descripción de lo existente. En cambio en cuanto a las lecciones aquí propuestas, es necesaria una reserva.
Naturalmente al autor le es difícil juzgar cuánto haya logrado la forma en que son expuestas, pero su contenido (y esto va afirmado con toda insistencia) no pretende ser particularmente original, ni ser reelaborado con particular erudición. Toda la novedad a la cual osa aspirar el autor está constituida por la idea general, y por alguna solución original de tareas específicas. Y si al final se ha decidido hacer pública la propia fatiga es porque todavía no existe una síntesis similar entre los datos histórico-culturales y religiosos y los datos históricos filosóficos.
Y hago una ulterior reserva: la forma de la lección, que solicita por su naturaleza cierto detalle, cierta incisividad, una cierta estilización de los juicios, ciertas veces me ha obligado a expresarme con más decisión que cuanto sería admitido en una obra científica.
Pero no era posible evitar las exageraciones, porque la absoluta cautela científica en sacar conclusiones y hacer evaluaciones llevaría consigo una miríada de distinciones y haría el pensamiento mismo poco persuasorio, inflado e incoloro. Sin embargo, éste es un factor con el que cada uno tiene que hacer cuentas autónomamente.
En cuanto al autor, en el revisar las lecciones para la prensa ha tratado de conservar el tono esencial de la exposición, y se ha permitido sólo algún retoque científico y literario aquí y allá. También las «notas» que siguen cada lección no pueden quedar sin una «nota». El hecho es que alrededor de cada argumento tratado en estas páginas ha crecido una entera literatura. ¿Es posible, y es necesario tomarla en consideración siempre por entero? Diré más: ¿hace falta absolutamente dar indicaciones bibliográficas? Para el autor la respuesta es negativa: no importa cuántas opiniones hay o podrían haber en un número infinito de cuestiones.
¡En efecto no se puede, perdiendo toda autoestima, correr detrás de cada parecer, escuchar a miles de voces! Además entre las voces eruditas generalmente los nueve décimos incluso son charlas. En el «plano inferior» (2) son conducidas por lo demás las obras comúnmente en ruso o los textos de carácter bastante general. Mientras las indicaciones más especializadas habrían estado fuera de lugar en una obra de divulgación.

El texto del artículo ha sido traducido por primera vez en lengua italiana y publicado en el n. 2, de marzo del 2010 de La Nuova Europa, revista internacional de cultura, publicada por La casa de Matriona.

Notas

1. Versos de Afanasij Fet, A los poetas, 5 de junio de 1890. ndt.
2. Florenskij está hablando de las notas del Autor, colocadas al final de cada lección. ndt.

Notas biográficas

Pavel Florenskij nace en Evlach, dentro de los confines del actual Azerbaiyán el 9 de enero de 1882.
La familia Florenskij habitará mucho tiempo en Georgia, de la que el joven Pavel sólo se alejará al cumplimiento de los 18 años, para luego alcanzar la Universidad de Moscú. En 1900 va a Moscú, donde además de cumplir los propios estudios en la Facultad de Matemáticas, padeciendo activamente la influencia de B.N Bugaev, el joven Florenskij además sigue los seminarios de filosofía antigua.
En 1904 se inscribe en la Facultad Teológica, en el monasterio de San Sergio en Sergiev Posad.
En 1908, año de la muerte del padre, consigue la Licencia en Teología. El 23 de septiembre es invitado a cubrir la cátedra de Historia de la Filosofía. Desde este momento, gracias a su genialidad matemática de una parte y a su profunda fe de la otra, desarrolla una doble actividad: aquélla de teólogo con publicaciones y lecciones universitarias; aquélla de científico: patenta algunas invenciones, de 1927 a 1933 dirige el proyecto de la Enciclopedia Técnica.
El 26 febrero de 1933 Florenskij es arrestado y acusado de ser «contrarrevolucionario», condenado a diez años de gulag y más tarde trasladado a un campo de reclusión en las islas Solovki, en el Mar Blanco, es condenado a muerte durante las «purgas» estalinianas de 1937.
Las autoridades comunican la fecha oficial de su muerte, el 15 de diciembre de 1943, luego rectificada a la misma familia sólo a principios de los primeros años noventa. Después de la caída de la Unión Soviética, el fascículo de la KGB relativo a su caso reveló que Pavel Florenskij había sido fusilado el 8 diciembre de 1937, cerca de Leningrado.

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