Libertas Ecclesiae, verdadero confín al totalitarismo ...
autor: Luigi Negri
fecha: 2008-04-30
fuente: La «libertas Ecclesiae», vero confine al totalitarismo moderno
traducción: María Eugenia Flores Luna

La Iglesia ha madurado, en los varios siglos de su historia y en las circunstancias más diversas, el concepto de libertas Ecclesiae no como una libertad de (no, por ejemplo, como libertad frente al Estado), sino, fundamentalmente, como la posibilidad de ser ella misma, de expresar su originalidad cultural y ética, hasta las diversas consecuencias de carácter cultural, social y político.

La libertad es característica fundamental de la presencia de la Iglesia y su misión, según la gran intuición ambrosiana de la «ubi fides, ibi libertas». En este sentido la libertad de la Iglesia de ser ella misma, es decir de vivir su misión, representa un gran factor de inculturación de la fe y creación de una forma de sociedad. Tal forma de sociedad no se deduce mecánicamente de la fe, sino ha sido ciertamente, en algunos momentos de la historia de la Iglesia, una expresión significativa y singular de la novedad de la experiencia cristiana. Es suficiente pensar en la extraordinaria enseñanza que Christopher Dawson nos ha dejado acerca de la civilización occidental, que no es la única posible civilización cristiana, y pues no tiene que ser ni idealizada ni sacralizada abstractamente, sino ciertamente es una expresión particularmente significativa y bien lograda de una inculturación de la fe.

Desde este punto de vista, el concepto de libertas Ecclesiae ha ido madurando a lo largo de toda la gran tradición canonística medieval, hasta llegar al principio de la sociedad moderna. Mientras que el Estado ha pretendido restablecer una totalidad de presencia en la vida de la persona en la sociedad, es justo sobre el concepto de libertas Ecclesiae que la Iglesia ha incorporado su plurisecular resistencia al absolutismo y al totalitarismo moderno. Si la Iglesia tiene que ser libre de ser ella misma, y no puede más que tender a esta libertad porque ella es condición de su presencia y su misión, entonces está claro que tiene que denunciar todas las tentativas que en el curso de la historia se han realizado para limitar esta libertad de misión: libertas Ecclesiae es sinonímico de libertad de misión, libertad de presencia.
La Iglesia también actúa su libertad de presencia denegando los que ella cree no-valores, incluso aceptando que ellos se vuelvan operables. Los valores en cuanto se negocian en un debate político o parlamentario, en efecto, no reciben de este debate su validez, sino sencillamente su "operatividad" en un contexto. La positividad o menos de un valor, sobre cuya discusión se introduce la libre acción de presencia y testimonio de la Iglesia, está en la correspondencia entre este valor y la naturaleza profunda del hombre.

Como ya se ha dicho, la libertad en la experiencia católica no es nunca una libertad de (en contra de algo), no es una libertad de fuga sino una libertad de presencia. ¿En qué contextos este concepto de libertas Ecclesiae ha sido singularmente desafiado, y por lo tanto ha madurado? Nosotros sabemos, en efecto, que los desafíos de la historia son los desafíos a través de los cuales un sujeto auténticamente histórico madura, profundiza la conciencia de su identidad y madura una capacidad aplicativa.

El desafío más grande a la libertas Ecclesiae ha venido de aquel fenómeno que globalmente podemos llamar totalitarismo moderno, que hay que entender no como un modo de ejercer el poder, sino ante todo como un modo de concebir el poder. En la civilización occidental cristiana, dominada por el concepto de libertas Ecclesiae, ha habido ciertamente modos autoritarios de ejercer el poder, pero nunca una concepción autoritaria del poder. Sin embargo, en la edad moderna ha habido modos de pensar la aplicación del poder singularmente corregidos desde el punto de vista del procedimiento (lo que Annah Arendt llamó la "democracia totalitaria"), pero la concepción del poder es, de la edad moderna en adelante, una concepción totalitaria. Una concepción es decir según la cual la sociedad y por lo tanto el Estado se presentan como los valores definitivos de la persona y de la sociedad misma: la síntesis de la personalidad individual, la síntesis de la experiencia de la sociabilidad en su articulación y variación encuentran su contenido definitivo en el Estado. Es justo a propósito de este Estado autoritario que Pío IX, en el Syllabus dijo que «el Estado como fuente autónomo de todos los derechos goza de un derecho que no conoce confines». Frente a esta concepción, la Iglesia ha afirmado con fuerza que existe un confín, que el Estado no puede superar: el confín de la conciencia personal. Y en este sentido ha surgido una batalla contra el totalitarismo de Estado o de partido.

En cambio, ahora, la amenaza quizás más grande es aquella de un totalitarismo de la tecnociencia y su locura: la versión más terrible del totalitarismo de hoy (aunque muchos católicos no se den cuenta) tiene el rostro terrible de la locura de la tecnociencia.

Por eso como católicos tenemos que tener una gran gratitud por Giuliano Ferrara; no porque ha presentado una lista (cosa que concierne un aspecto técnico-partítico que no quiero analizar) sino porque ha prometido con claridad que el ataque a la vida, y por lo tanto el ataque a la persona y a su libertad, viene hoy de las locuras de la tecnociencia.

Trabajando por la misma libertad, la Iglesia ha trabajado por la libertad de todos, según la expresión sintética de la Centesimus Annus hecha propia repetidamente por Benedicto XVI. Si en Occidente, y no sólo, se ha salvado la libertad de la conciencia y por lo tanto la libertad de los pueblos y las naciones contra este totalitarismo homologador de todo y destructor de todas las diferencias, ha ocurrido porque la Iglesia ha defendido su libertad de ser Iglesia, es decir de no tener necesariamente que confluir en el confín del Estado, y de ser frente al Estado una realidad no reducible a ello o en alternativa a ello.

Luego existe una distinción: y es la Iglesia misma, ante todo, que cree que Estado e Iglesia estén en su orden «distintos y soberanos», como dice la Constitución italiana, repitiendo sin embargo una definición dada por el Papa Gelasio en el siglo quinto. Pero justo porque son distintos hay una irreductibilidad por la cual la Iglesia nunca se vuelve política, y la política nunca puede volverse Iglesia. En su esencia profunda, el remarcar que la Iglesia es y tiene que ser libre para ejercer una presencia misionera en el mundo, también ha significado afirmar este principio, en fin retomado por nuestra Carta Constitucional.

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