Los corredores humanos, una buena práctica ...
autor: Marco Impagliazzo
Profesor de Historia contemporánea, Universidad para Extranjeros de Perugia; presidente de la Comunidad de San Egidio
fecha: 2016
fuente: I corridoi umani: una buona pratica che può diventare modello
Publicado en el n. 37 de Atlantide (2016.2)
traducción: María Eugenia Flores Luna

El mundo de la “posguerra fría” está compuesto de personas en movimiento. Si las migraciones son tan antiguas como el hombre, hoy han asumido proporciones inéditas. Con el envejecimiento de la población representarán siempre más el gran fenómeno global del inicio de este tercer milenio. Desde 1990 a 2013 el número de personas que han dejado el propio País de origen ha aumentado del 50,2%. Según el Alto comisariado de la ONU para los refugiados (UNHCR) y la Organización internacional de migrantes, en 2013 aquellos que han salido de la propia tierra para establecerse en otro lugar eran 232 millones, a los cuales hace falta añadir un 10% de viajeros no censados. Se trata de aproximadamente 3,2% de la entera población mundial. Un porcentaje no estratosférico.

En Italia los inmigrantes son el 8,3%, poco más de cinco millones de extranjeros residentes, mucho menos respecto a tantos otros Países del mundo. En los últimos cinco años han disminuido los nuevos ingresos por motivo de trabajo. La llamada inmigración económica, para nosotros, ha bajado fuertemente, remplazada por aquella de quien busca protección y refugio. Se podría decir que ya no es la riqueza la que atrae, sino la democracia y el respeto a los derechos humanos. Italia se encuentra por primera vez frente a un número importante de solicitantes de asilo del millón trecientos mil que lo han pedido en toda Europa (fuente Eurostat). En todo caso, en 2015 no ha habido una verdadera explosión, sino más bien un cambio de motivación y calidad.

Hay pues un fenómeno por comprender y gobernar, sin embargo imposible de detener construyendo muros o barreras, aún más débiles para una nación circundada por el mar. Incluso muchos italianos observan desalentados esta situación. Décadas de uso político del tema “extranjeros” y de desinformación han producido el más gigantesco fantasma que se pueda encontrar por toda Europa. Una reciente investigación de Ipsos sobre la distancia entre las percepciones de la opinión pública y la realidad, efectuada en toda la Unión con fines comparativos, ha hecho emerger cómo ningún otro pueblo europeo tenga una visión igualmente distorsionada de la inmigración como nosotros italianos. En promedio, se considera sean cuatro veces más numerosos que la verdadera, en términos absolutos y porcentuales.

Se cree que los “clandestinos” sean tantos como los regulares, y que los ingresos estén en constante aumento, antes que – como señalado – en disminución. Se fatiga luego a creer que tal disminución haya perjudicado el balance Inps, ahora que el Instituto de providencia ha resanado su balance gracias precisamente a las contribuciones a fondo perdido de muchos extranjeros. Por último, están convencidos de que en general la presencia extranjera sea un costo antes que un recurso.

Europa se ha convertido en una fortaleza y por tanto quien huye de Siria, un País desgarrado desde hace cinco años de guerra terrible, de Afganistán, presa del terrorismo, de Eritrea donde domina una cruel dictadura, de Nigeria, con las desencadenadas violencias de Boko Haram, a menudo lo hace arriesgando la vida. El Mediterráneo, se ha convertido en un verdadero muro de agua, que ha tragado más de 30 mil personas en los últimos dieciocho años.

Son las cifras de una guerra que mata muchas mujeres y niños. Los peores tiempos son estos: desde 2014 a mayo de 2016 hemos tenido 10.000 muertos en el mar, 16 cada día. Según la UNHCR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados ACNUR) los muertos en el mar han sido 2.500 sólo en el breve periodo del 1 de enero al 30 de mayo de 2016. ¿Por qué motivo la barca? La respuesta es simple. Llegar legalmente a Europa, obteniendo una visa y embarcándose en medios de transporte programados, es sustancialmente imposible, incluso sólo para la reunificación familiar, a quien no tiene un contrato de trabajo en un País de la Unión. Las fronteras están cerradas. Incluso, en el papel, los tratados internacionales, la Convención europea de los Derechos del hombre, los sistemas jurídicos nacionales, consideran la protección internacional de un individuo sometido a grave riesgo un derecho subjetivo reconocido. Creemos fuertemente en la necesidad de dar asilo, pero lo concedemos sólo a quien logra llegar a nuestro territorio. En qué modo no es asunto nuestro.

En cambio es al inicio que debemos intervenir.

En esta base se fundan los llamados “corredores humanitarios”, proyecto concebido en cooperación con la Federación de las Iglesias evangélicas en Italia, de la Comunidad de San Egidio, de la Iglesia valdense y enteramente autofinanciado por los promotores. No se puede esperar inermes a las masas de mujeres hombres y niños a la deriva en las costas del Mediterráneo después de haber atravesado el desierto, a merced de torturadores de todo tipo, esperando el día de la travesía. Cuantos tienen la necesidad de dejar el propio País porque amenazados por conflictos, violencias, persecuciones, falta de mínimas condiciones de supervivencia, deben tener acceso a los instrumentos que la comunidad internacional ha concebido por décadas para proteger a los civiles del “flagelo” de la guerra (según la definición del preámbulo de la ONU). Tienen derecho a ser informados y a presentar su instancia. Esto debe ocurrir antes del viaje. Si no es posible realizar este trabajo en las zonas de guerra, o de mayor peligro, en cambio es posible crear desk, ventanillas, posicionados en los principales Países de tránsito, que ayuden al inmigrante a conocer los propios derechos y deberes, y a compilar la instancia para la solicitud de la visa: la clave para entrar legalmente en un País.

El proyecto tiene como primer País partner el Líbano, la nación con el más alto porcentaje de prófugos del mundo respecto a la población. Una persona sobre cinco es un refugiado (es como si en Italia hubieran 12 millones de refugiados). Muchos viven en carpas desde hace años, sin perspectivas, sin trabajo, sin dinero, sin poderse curar si están enfermos. Cito aquí sólo un drama en el drama: en el Líbano hay miles de niños que no van a la escuela desde hace años. ¿Qué será de ellos? ¿Qué futuro tendrán? ¿Quiénes serán de grandes? Pienso en la pequeña Falak y el pequeño Dya, llegados a Fiumicino en el primer grupo de cien refugiados sirianos, a finales de febrero, gracias a los “corredores humanitarios”.

Ambos provienen de Homs, ciudad devastada (todos nosotros hemos visto las imágenes), bajo las bombas desde el inicio del conflicto. Los hemos encontrado en Líbano. Falak, siete años, vivía en un pequeño garaje con los padres y el hermanito en la ciudad de Trípoli, en el Norte del Líbano. Ha perdido un ojo por una forma grave de tumor, corría el riesgo de perder también el otro y se necesitaba intervenir antes que la enfermedad se difundiera. En Líbano no era posible curarse. Ahora Falak está recibiendos tratamientos en el hospital Niño Jesús, de Roma y hay buenas esperanzas de salvar el otro ojo y la vida. Con su hermanito ya está aprendiendo italiano.

Dya tiene once años. Ha perdido una pierna por la explosión de una bomba mientras jugaba a la pelota delante de su casa. La pierna le ha sido amputada mal, porque la sanidad en Siria no funciona a causa de la guerra. También él con su familia vivía en Trípoli, en Líbano, en un garaje. Ha venido a Italia con un sueño: tener una pierna e ir a la escuela. Después de pocas semanas Dya, que con su familia se encuentra ahora en Reggio Emilia, tiene una prótesis en la pierna y va a la escuela.

Los “corredores humanitarios” nacen del encuentro con estas historias, porque – como ha recordado papa Francisco en su viaje a Lesbos – los prófugos no son números, sino ante todo personas, rostros, historias y tantos niños. Más de la mitad de los prófugos en el mundo hoy son en efecto niños. Y es algo del cual se habla muy poco. Entonces: ¿cómo salvar estas vidas evitándoles el salto de la muerte? ¿Cómo arrancar a estas personas que huyen de las manos de traficantes de hombres, sin prejuicios y sedientos de ganancias?

Los corredores humanitarios son un proyecto ecuménico. Es el primer valor de esta idea. Juntos, San Egidio, evangelistas italianos y valdenses han hecho una propuesta al gobierno italiano: poner en práctica el “olvidado” artículo 25 del Reglamento de visas de la UE que permite a cada País miembro de la Unión Europea otorgar visas humanitarias en territorio limitado. Por tanto, en nuestro caso, visados humanitarios para Italia. Así ha sido firmado, en diciembre de 2015, un acuerdo entre la Comunidad de San Egidio, FCEI (Federación de Iglesias Evangelistas Italianas), Iglesia valdense, Ministerios del Exterior e Interior, que prevé la expedición de 1.000 visas humanitarias de parte de Italia en los próximos meses, para permitir, ante todo a las personas más vulnerables, como niños enfermos, viudas de guerra con hijos, heridos, discapacitados, ancianos solos, víctimas de trata y torturas, llegar a Italia con seguridad. Son personas que no podían vivir más tiempo en carpas o en refugios improvisados y que no habrían podido afrontar un viaje en las balsas. Hemos querido iniciar por los últimos dando vida a algo previsto por las normativas, pero no aplicado.

El primer corredor humanitario se ha abierto desde Líbano a finales de febrero, con la llegada de un primer grupo de cien personas. Al inicio de mayo ha llegado a Fiumicino el segundo grupo de 101 refugiados sirios e iraquíes y otras ochenta han llegado el 16 de junio. En los próximos meses se abrirá un corredor también de Marruecos, que abarcará personas en fuga de los Países subsaharianos y otro de Etiopía: aquí se tratará sobre todo de sudaneses, somalíes y eritreos.

¿Pero qué son los “corredores humanitarios”? Son siete los aspectos de un proyecto extremamente creativo e innovador. El presidente Mattarella, acogiendo con favor la iniciativa, la ha definido un ejemplo de aquella “vanguardia de la solidaridad” de la cual es capaz Italia.

El primer aspecto: la colaboración entre sociedad civil e instituciones. El proyecto ha sido posible gracias a un acuerdo entre las realidades cristianas promotoras y los Ministerios del Exterior e Interior, que tienen la responsabilidad gobernativa para visas y seguridad. Los tiempos difíciles que estamos atravesando requieren este compromiso que sepa sacar provecho de los tantos recursos que hay en la sociedad civil a más niveles, a menudo subestimados por las instituciones. En este caso la colaboración ha sido eficaz y operativa.

El segundo punto es aquel de la seguridad. El Papa Francisco, en el Ángelus del 6 de marzo, expresando su “admiración”, ha dicho que los corredores humanitarios son capaces de unir “solidaridad y seguridad”. Doble seguridad: para los prófugos que ya no viajan en las barcas, sino con un vuelo programado; pero también para el País que los acoge, porque son identificados antes de partir y se hace un control de su identidad también tomando las huellas digitales. Sólo después de tales verificaciones es concedida la visa humanitaria. Los prófugos que llegan a través de los corredores humanitarios no son aún reconocidos como refugiados, sino deben someterse como todos a una comisión.

Y aquí viene el tercer punto: las prácticas de reconocimiento del estatus de refugiado son más rápidas, habiendo sido ya concordados procedimientos y características subjetivas de los solicitantes, con particular referencia a la condición de los sujetos más vulnerables, que facilitan y agilizan el proceso del examen.

El cuarto punto: los “corredores humanitarios” garantizan un sistema más eficaz de integración con la participación de la sociedad civil. Se trata de una iniciativa que parte de abajo (de las comunidades cristianas) involucrando familias, parroquias, diócesis, Cáritas, instituciones locales, asociaciones – en primis la Comunidad de papa Juan XXIII que hace un gran trabajo en los campos de prófugos en el Líbano y acoge familias en Italia –, ciudadanos comunes que ofrecen con generosidad recursos y acogida. El resultado es una relación inmediata con la población, la veloz inserción de los adultos en las escuelas para aprender italiano, la inscripción inmediata de los niños en la escuela pública y en el futuro más “red” para encontrar trabajo y permitir la autonomía de los prófugos. En otras palabras los corredores humanitarios consienten experimentar un sistema de acogida innovadora que valora los recursos de la sociedad civil; esta experiencia es capaz de introducir, al lado del modelo de los centros de primera acogida y de los SPRAR, (Sistema de protección para asilados y refugiados) una modalidad diversa que podría producir un ahorro de costos y una mejor calidad de acogida.

El quinto punto justo es relacionado a los costos menores. Para el Estado ante todo no hay gastos por que está todo a cargo de las organizaciones promotoras (trámite recaudación de fondos y el 8 por mil de la Iglesia valdense), al menos hasta que los prófugos no obtengan el estatus de refugiados. Los costos están sin embargo contenidos en relación a aquellos de las estructuras públicas, porque el sistema de acogida puesto a disposición puede contar en parte con la contribución de los voluntarios y una red de servicios y competencias ya existentes. Además, va considerado el gran ahorro de los inmigrantes, que no deben gastar miles de dólares para darles a los traficantes de hombres, teniendo así a disposición dinero para comenzar una nueva vida.

El sexto punto: disminuyen los tiempos. Las primeras 280 personas han sido seleccionadas, identificadas y llevadas a Italia en pocas semanas. Aquí prefiero no detenerme en tiempos más bien largos que necesitan las organizaciones internacionales y los Estados. El tiempo es siempre algo decisivo sobre todo para las personas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad.

El séptimo punto concierne a la replicabilidad del modelo. Se trata de un proyecto piloto que ha abierto una nueva vía de acceso legal y seguro en Europa. El artículo 25 del Reglamento de visas de la UE es inmediatamente eficaz en todos los Países de la Unión y eso significa que cada País podría abrir experiencias de corredores humanitarios, en colaboración con las Iglesias, asociaciones y organizaciones, animadas por el ejemplo positivo de Italia. Aquel sobre el cual se está trabajando en estos meses, porque hay necesidad de ir más allá de la desorientación y el miedo que paraliza a tantos en Europa. Hace falta tomar la iniciativa. Las primeras buenas noticias llegan de la República de San Marino que ya ha acogido oficialmente algunos refugiados y de la Conferencia Episcopal polaca que se hará cargo del proyecto en su gobierno. Pero también otros Países europeos, solicitados por instancias cristianas, católicas y evangélicas, están en el camino que puede llevar a abrir nuevos “corredores humanitarios”.

El proyecto quiere hablar, con amistad y en modo constructivo, a una Europa – a sus Estados y a sus ciudadanos – que hoy parece vivir prisionera de un sentido de imposibilidad desproporcionado a su riqueza y a sus posibilidades efectivas, proponiendo un modelo elegible en “buena práctica”.

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