Los inmigrantes en el corazón de Papa Francisco
autor: Andrea Tornielli
fecha: 2016
fuente: I migranti nel cuore di Papa Francesco
Publicado en el n. 37 de Atlantide
traducción: María Eugenia Flores Luna

Antes y aún más que la palabra, está el gesto, el ejemplo, la cercanía concreta que son privilegiados en el testimonio de Papa Francisco hacia los inmigrantes y refugiados. Lo demuestra el impacto que han tenido los dos viajes relámpago de pocas horas, en Lampedusa y en la isla griega de Lesbos. Y es significativo que el primer viaje fuera de Roma del nuevo Pontífice, ocurrido el 8 de julio de 2013, haya sido a una isla convertida en tierra de arribo de carretas de mar que logran atravesar el Mediterráneo.

La globalización de la indiferencia

La visita es breve, dura sólo cuatro horas. El Papa lanza al mar una corona de flores para recordar a los muchos muertos, y se encuentra con los inmigrantes presentes en la isla, animando también a los generosos habitantes. La misa, con los paramentos púrpura de la penitencia, es celebrada con una barca como altar. “Dios nos juzgará en base a cómo hemos tratado a los inmigrantes”, dice Francisco, que en la homilía confía cómo haya tenido la inspiración para su primera peregrinación papal: “Inmigrantes muertos en el mar, desde aquellas barcas que en lugar de ser una vía de esperanza han sido una vía de muerte. Por eso el título de los periódicos. Cuando hace unas semanas me enteré de esta noticia, que por desgracia se ha repetido muchas veces, el pensamiento ha regresado continuamente como una espina en el corazón que sufre. Y entonces he sentido que tenía que venir aquí hoy a rezar, a cumplir un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras consciencias para que lo que ha sucedido no se repita. No se repita por favor”.

Aquella pregunta de Dios a Caín

“¿Dónde está tu hermano?” Es la pregunta de Dios a Caín que ha matado a su hermano Abel. Francisco la hace resonar en Lampedusa. “Esta no es una pregunta dirigida a los demás, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Nuestros hermanos y hermanas huían de una situación difícil para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un lugar mejor para ellos y sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces aquellos que buscan esto no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces se elevan hasta Dios!”. “¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? – dice aún el Papa – ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán los otros, sin duda yo no… Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna… La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en burbujas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los demás, más bien lleva a la globalización de la indiferencia.

En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro: ¡no nos concierne, no nos interesa, no es cuestión nuestra!”. El Papa invita por último a llorar por estos hermanos muertos. “¿Quién ha llorado por estas personas que estaban en la barca? ¿Por las jóvenes mamás que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de ‘sufrir con’: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!”. Pocos meses después de este primer viaje, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, verdadera road map del pontificado, Francisco escribe: “Los inmigrantes me hacen un desafío particular porque soy Pastor de una Iglesia sin fronteras que se siente madre de todos. Por eso exhorto a los Países a una generosa abertura, que en lugar de temer la destrucción de la identidad local sea capaz de crear nuevas síntesis culturales”.

“Muchos de nosotros una vez fuimos extranjeros”

Si a Lampedusa había ido, como obispo de Roma, para abrazar a los prófugos de África y para rezar por los muertos en el mar, al Congreso de los Estados Unidos de América Francisco se presenta ante todo como un hijo de inmigrantes. El primer Pontífice en tomar la palabra en el lugar más sagrado de la democracia a estrellas y rayas en septiembre de 2015 habla a los americanos “desde dentro”. Cita a Martin Luther King y su “sueño” de plenos derechos civiles y políticos para los afroamericanos: “En los últimos siglos, millones de personas han llegado a estas tierras persiguiendo el propio sueño de construir un futuro en libertad. Nosotros, gente de este continente, no tenemos miedo a los extranjeros, porque muchos de nosotros una vez fuimos extranjeros”.

Una observación recibida por una standing ovation. “Les digo esto como hijo de inmigrantes, sabiendo que también muchos de ustedes son descendientes de inmigrantes”. Fuerte es la alusión a los que ejercen presión en la gran frontera con México. “También en este continente, miles de personas son obligadas a viajar hacia el Norte en busca de mejores oportunidades. ¿No es lo que queríamos para nuestros hijos? No debemos dejarnos atemorizar por su número, sino más bien verlos como personas, mirando sus rostros y escuchando sus historias, tratando de responder lo mejor que podamos a sus situaciones. Responder de modo que sea siempre humano, justo y fraterno. Tenemos que evitar hoy una tentación común: descartar a quien resulte ser problemático”. En el vuelo de regreso de los E.E.U.U., respondiendo a una pregunta de los periodistas, Francisco dice: “Todos los muros caen, hoy, mañana o después de cien años. El muro no es una solución”.

“Es grave acostumbrarse a los dramas de tantas personas”

Había quien se esperaba que en los primeros días de enero de 2016, en el tradicional encuentro con el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Papa focalizara su atención en el terrorismo después de los atentados de París, sobre el Isis y en general sobre la guerra en Medio Oriente. En cambio, Francisco indica cómo, encima de las prioridades de la Santa Sede, haya una respuesta al fenómeno de las migraciones. Bergoglio pide en particular a Europa, no obstante los miedos generados por el terrorismo, que no pierda sus valores y sus “principios de humanidad”. Pide escuchar “la voz de las miles de personas que lloran, huyendo de guerras horribles, de persecución y violaciones de los derechos humanos, o de inestabilidad política y social”. El grito de cuantos “se ven obligados a huir para evitar las barbaries indecibles” o “el martirio por la sola confesión religiosa”. La voz de aquellos que “huyen de la miseria extrema”. “Duele constatar”, agrega, “que a menudo estos inmigrantes no entran en los sistemas de protección en base a los acuerdos internacionales”.

Las causas que fingimos no ver

Con realismo el Papa afirma que “gran parte de las causas de las migraciones se podrían afrontar ya desde hace tiempo”, previniendo “tantas desgracias”. Mucho “se podría hacer para detener las tragedias y construir la paz”. Hace falta sin embargo “poner en discusión hábitos y praxis consolidadas, a partir de las problemáticas relacionadas al comercio de armas, al problema del abastecimiento de materias primas y de energía, a las inversiones, a las políticas financieras y de apoyo al desarrollo, hasta la grave plaga de la corrupción”. Francisco invoca “proyectos a medio y largo plazo” que vayan más allá de la emergencia, para “ayudar a la integración de los inmigrantes en los Países de acogida” y “favorecer el desarrollo de los Países de proveniencia con políticas solidarias, que sin embargo no sometan las ayudas a estrategias ideológicamente extrañas o contrarias a las culturas de los pueblos a los que van dirigidas”.

Europa, no te olvides de quién eres

Un “pensamiento especial” es dedicado por Francisco al Viejo Continente, que ha visto llegar “un imponente flujo de prófugos”, sin precedentes “en su historia reciente”. Muchos inmigrantes, explica en este importante discurso al Cuerpo Diplomático, ven en Europa un punto de referencia por sus principios como “la igualdad frente al derecho y a los valores inscritos en la naturaleza misma de cada hombre”. Los desembarcos masivos sin embargo “parecen hacer vacilar el sistema de acogida”, que “constituye aún un faro de humanidad al cual referirse”. Uno se interroga “sobre las reales posibilidades de recepción y de adaptación de las personas”. Pero también sobre la seguridad, con temores “exasperados sobremanera por la amenaza galopante del terrorismo internacional”. La ola migratoria parece pues “minar las bases de aquel espíritu humanista que Europa desde siempre ama y defiende”. Pero “no se puede permitir perder los valores y los principios de humanidad, de respeto por la dignidad de cada persona, de subsidiariedad y de solidaridad recíproca”, aunque “ellos pueden constituir, en algunos momentos de la historia, una carga difícil de llevar”.

“Hermanos y hermanas que parten impulsados por la pobreza y la violencia”

Poco más de un mes después de aquel reclamo histórico a Europa, el 18 de febrero de 2016, he aquí de nuevo un gesto y la fuerza violenta de una imagen. Papa Francisco está de nuevo en la otra parte del mundo, en América Latina. Visita México y concluye el viaje en Ciudad Juarez, en la frontera con los Estados Unidos, deteniéndose a rezar delante de la gran cruz blanca que recuerda el sacrificio de cuantos han intentado pasar al otro lado y han sido matados. Una vez más invoca “el don de las lágrimas”, para llorar con quien ha perdido a sus familiares. “Aquí en Ciudad Juárez como en otras zonas fronterizas – recuerda Francisco – se concentran miles de inmigrantes de América Central y de otros Países, sin olvidar a tantos mexicanos que incluso tratan de pasar ‘al otro lado’. Un paso, un camino cargado de terribles injusticias: esclavizados, secuestrados, sometidos a extorsión, muchos de nuestros hermanos son objeto de comercio del tránsito humano”.

Una situación que no se puede fingir no ver. “No podemos negar – ha dicho el Papa – la crisis humanitaria que en los últimos años ha significado la migración de miles de personas, sea en tren, sea en autopista, sea incluso a pie por la montaña, desiertos, caminos inhóspitos. Esta tragedia humana que representa la migración forzada, hoy en día es un fenómeno global”. Una crisis que estamos acostumbrados a medir con cifras, pero que “nosotros queremos medir – ha proseguido Francisco – con nombres, historias, familias. Son hermanos y hermanas que parten obligados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado. Frente a tantos vacíos legales, se tiende una red que captura y destruye siempre a los más pobres. No sólo sufren la pobreza, sino sobre todo estas formas de violencia”.

“Todos somos extranjeros”

El 19 de abril de 2016 Papa Francisco envía un mensaje de video por el aniversario del Centro Astalli de los jesuitas, en Roma. Es un discurso breve y fuerte. Que resuena cuanto ha afirmado tantas veces el Pontífice. “Tocar a los pobres, ir hacia los pobres, significa tocar la carne de Cristo” había dicho durante la vigilia de Pentecostés en 2013. Pocos meses después, en Asís, había repetido las mismas palabras aplicándolas a los muchachos con gravísimas discapacidades, que había abrazado uno a uno al inicio de su visita. Ahora las repite de nuevo para los refugiados y para los inmigrantes. “Yo era forastero… Cada uno de ustedes, refugiados que tocan nuestras puertas, tiene el rostro de Dios, es carne de Cristo. Su experiencia de dolor y de esperanza nos recuerda que todos somos extranjeros y peregrinos en esta Tierra, acogidos por alguien con generosidad y sin algún mérito. Quien como ustedes ha huido de la propia tierra a causa de la opresión, de la guerra, de una naturaleza desfigurada por la contaminación y por la desertificación, o de la injusta distribución de los recursos del planeta, es un hermano con el cual dividir el pan, la casa, la vida”. “¡Muchas veces no los hemos acogido! Perdonen la clausura y la indiferencia de nuestras sociedades que temen el cambio de vida y de mentalidad que su presencia requiere. Tratados como un peso, un problema, un costo, son en cambio un don. Son el testimonio de cómo nuestro Dios misericordioso sabe transformar el mal y la injusticia que sufren, en un bien para todos. Porque cada uno de ustedes puede ser un puente que une pueblos lejanos, que hace posible el encuentro entre culturas y religiones diversas, una vía para redescubrir nuestra humanidad común”.

Lesbos y las tres coronas

Tres coronas de laurel y flores blancas lanzadas al mar azul que baña Mitilene. Tres hermanos en Cristo unidos en el servicio a los necesitados. Sucesores de los apóstoles Pedro y Andrea, juntos al arzobispo ortodoxo de Atenas Heronymos. En Lesbos, la isla griega convertida en el lugar símbolo de los desembarques de prófugos provenientes de Siria y de todo el Medio Oriente, el 16 de abril, se realiza en apenas cinco horas el primer viaje completamente ecuménico de un Papa. Un gesto, aquel cumplido por Francisco y por el Patriarca Ecuménico de Constantinopla Bartolomé, que representa un puño en el estómago para la consciencia de Europa. Con la sorpresa final de un Pontífice que parte llevando consigo en el avión tres familias de religión musulmana que vienen acogidas en Roma, a cargo del Vaticano. A bordo de una camioneta blanca, junto a Bartolomé y al arzobispo de Atenas, el Papa llega al campo de prófugos de Mòria donde han amontonado 2500 personas. Aquí da la mano a un centenar de muchachos. Muchos de ellos han perdido a los padres y están solos en el mundo. En sus caras quemadas por el sol se lee un profundo dolor. “Hoy he querido estar con ustedes. Quiero decirles que no están solos” afirma Francisco.

Los tres líderes cristianos firman un comunicado conjunto. “La opinión mundial no puede ignorar la colosal crisis humanitaria que tuvo origen a causa de la propagación de la violencia y del conflicto armado, de la persecución y del desplazamiento de las minorías religiosas y étnicas, y del desarraigo de las familias”. Invitan a todos los Países “a extender el asilo temporáneo, a conceder el estatus de refugiado a cuantos son idóneos” ampliando “los esfuerzos”. El Papa agradece a la población griega que ha sabido “tener los corazones y las puertas abiertas”. No se debe “olvidar nunca que los inmigrantes, antes de ser números, son personas, son rostros, nombres, historias”.

Conmovedora la oración final pronunciada por Bergoglio en el puerto de Mitilene: “Dios de misericordia y Padre de todos, despiértanos del sueño de la indiferencia” luego la invitación a “reconocer que juntos, como una única familia humana, todos somos inmigrantes, viajeros de esperanza hacia Ti”. Una oración conteniendo aun el recuerdo de un hecho histórico a menudo olvidado: Jesús de Nazaret, su madre María y José son una familia de inmigrantes refugiados. El hijo de Dios ha nacido en condiciones precarias lejos de casa. Y ha salvado la vida huyendo de las espadas de los soldados de Herodes sólo porque un País hospitalario como Egipto no tenía barreras en sus fronteras. “Esta jornada para mí ha sido muy fuerte, muy fuerte…”, dice conmoviéndose Francisco a los periodistas en el vuelo de regreso hacia Roma. Se presenta con unos dibujos que le regalaron los pequeños refugiados del campo de prófugos. “Después de lo que he visto en aquel campo de refugiados, estaba por llorar”. Un periodista le pregunta sobre las nuevas barreras que surgen en Europa. Papa Bergoglio es realista: “Entiendo a los pueblos que tienen un cierto temor. Necesitamos de una gran responsabilidad en la acogida y uno de los aspectos es precisamente cómo se integra esta gente. Tenemos que hacer puentes, pero los puentes se hacen inteligentemente, con el diálogo, la integración. Entiendo un cierto temor, pero cerrar las fronteras no resuelve nada, porque aquella clausura a la larga hace mal a la propia gente. Europa debe urgentemente adoptar políticas de acogida, integración, crecimiento, trabajo y reformas de la economía”.

Cultura del diálogo y de acogida

El 6 de mayo de 2016 Francisco recibe en el Vaticano el premio Carlo Magno. Una excepción para Bergoglio, que en su vida ha siempre rechazado este tipo de reconocimientos. En presencia del gotha de las instituciones europeas viene entregado al Pontífice el reconocimiento otorgado cada año por la ciudad de Aquisgrán a personalidades que se hayan distinguido por su papel a favor de los valores europeos. En su discurso, Francisco habla de Europa como una “familia de pueblos” hecha “más amplia”, la cual sin embargo “en tiempos recientes parece sentir como no suyos los muros de la casa común, tal vez alzados alejándose del iluminado proyecto pensado por los padres”. “Somos tentados – observa el Pontífice – a ceder a nuestros egoísmos, mirando la propia utilidad y pensando construir recintos particulares”. Es una Europa “que se va ‘atrincherando’”. Francisco recuerda que los proyectos de los padres fundadores “inspiran, hoy más que nunca, a construir puentes y derribar muros” e invitan “a no conformarse con retoques cosméticos o componendas tortuosos para corregir algún tratado, sino a poner valientemente bases nuevas, fuertemente arraigadas”. Las raíces de los pueblos europeos, explica, “se fueron consolidando en el curso de su historia aprendiendo a integrar en síntesis siempre nuevas culturas más diversas y sin aparente relación entre ellas. La identidad europea es, y ha sido siempre, una identidad dinámica y multicultural”. El Papa invita pues “a promover una cultura del diálogo” que “implica un auténtico aprendizaje” para reconocer al otro como “un interlocutor válido; que nos permita mirar al extranjero, al inmigrante, al que pertenece a otra cultura como un sujeto que se escucha, se considera y se aprecia”. La paz “será duradera en la medida en que armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo, enseñándoles la buena batalla del encuentro y de la negociación”. La cultura del diálogo “tendría que ser incluida en todos los programas escolares”.

El sueño de Francisco

“Con la mente y con el corazón, con esperanza y sin vanas nostalgias, como un hijo que reencuentra en la madre Europa sus raíces de vida y de fe – concluye Bergoglio – sueño un nuevo humanismo europeo”. El Papa sueña “una Europa que se tome la responsabilidad del niño, que socorra como un hermano al pobre y a quien llega en busca de hospitalidad porque ya no tiene nada y pide reparo”. Una Europa “en que ser migrante no sea un delito sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo el ser humano”.

-
Unless otherwise stated, the content of this page is licensed under Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License