Puede parecer una pequeña cosa delante de los problemas epocales que tenemos de frente en estos tiempos, sin embargo la meta de los 250 números (correspondientes a más de 20 años de presencia en quiosco) apenas alcanzado por Nathan Never, protagonista de la homónima serie de ciencia-ficción del Sergio Bonelli Editor, merece ser celebrada adecuadamente; y por más de un motivo. Para lograr sostener la competencia de Internet y los videojuegos, Bonelli ha apuntado desde hace tiempo, como se dijo, sobre una calidad altísima, no sólo del dibujo, que asciende realmente a niveles de arte verdadera en ciertos casos, pero también y sobre todo de las tramas, que no se limitan con asombrarse con efectos especiales, sino aspiran a crear un entero mundo y además un mundo creíble, no sólo en el sentido de la coherencia interior, sino también de aquella con el mundo real (en los límites compatibles con la fantasía, obviamente). Eso solicita un continuo y casi monstruoso trabajo de documentación de parte de los autores, sea del punto de vista histórico que, en el caso de Nathan, relativamente a la literatura de ciencia-ficción, de que el "grupo de los sardos” (Antonio Serra, Michele Medda & Bepi Vigna), tiene un conocimiento realmente enciclopédico, que vierte sin parar (siempre reexaminándola creativamente, por supuesto) en la serie, en la cual ha alcanzado en el tiempo un tal nivel de complejidad que ella se puede ya definir una verdadera saga, que no tiene nada por envidiar a las más conocidadas del cine y de la literatura. Pero la cosa más importante es otra. Nathan Never es en efecto una historia que habla ante todo del hombre, de su corazón y de su destino, y que logra hacerlo con una sensibilidad y una profundidad extraordinaria, sin nunca ceder a los lugares comunes del politically correct. Nathan y sus amigos no son héroes perfectos: tienen debilidades y culpas, a veces también graves, y son conscientes de vivir en un mundo imperfecto, donde a menudo tratar de evitar los acordes causa más mal que aceptarlos. Pero tampoco son unos cínicos o unos "antihéroes" negativos y tendencialmente nihilistas, como hoy es de moda hasta demasiado. Y por fin también explica la característica quizás más desconcertante de la serie o bien su increíble capacidad de renovación: en estos veinte años en efecto prácticamente todo el mundo originario de Nathan ha sido destruido y también los pocos lugares y personajes sobrevividos, incluidos aquellos principales, han padecido transformaciones profundas. Ahora, generalmente las series de éxito soportan mal los cambios: basta la muerte o la salida de escena de un individual personaje para azuzar protestas violentas y, a menudo, la pérdida de interés de parte de los fans. ¿Se podrían imaginar Tex sin Carson, Asterix sin Obelix, Batman sin Robin, Bip-Bip sin Vilcoyote, Ratón Mickey sin Pippo o Pato Donald sin Paperón de Paperoni? Entonces, en Nathan Never también ha sucedido algo peor. Sin embargo ha funcionado. ¿Por qué? Quizás porque – me arriesgo - sus lectores son fascinados justo por la verdad humana de sus protagonistas, que no sería tal si negara la característica más imponente y al mismo tiempo más dramática (y por lo tanto más cargada de pregunta) de nuestro mundo: es decir que todo, antes o después, acaba. P.D. Poco meses atrás, el 26 de septiembre de 2011, murió en Monza (Italia) Sergio Bonelli. Le doy las gracias de corazón por todo y le deseo lo mejor al hijo Davide que ha recogido su herencia. |
- |
Nathan Never. Una fantaciencia "real", que habla del corazón