San Benito, con nuestras manos, pero con tu fuerza
autor: Giovanni Bazoli
Presidente de la Banca Intesa
Marco Bona Castellotti
Docente de Historia de Arte Moderno en la Universidad Católica Sagrado Corazón de Brescia
Sergio Massalongo
Prior del Monasterio Santos Pedro y Pablo (Cascinazza, Milán, Italia)
Giorgio Vittadini (moderador)
Presidente de la Fundación por la Subsidiariedad
fecha: 2006-08-24
fuente: Con le nostre mani, ma con la tua forza
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "La ragione è esigenza di infinito e culmina nel sospiro e nel presentimento che questo infinito si manifesti", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "La razón es exigencia de infinito, y culmina en el presentimiento y el anhelo de que este infinito se manifieste")
traducción: María Eugenia Flores Luna

Moderador: Abrimos este encuentro que, como la muestra preparada por los monjes de Cascinazza, tiene como título "Con nuestras manos, pero con tu fuerza", frase de San Bernardo de Chiaravalle. Para introducir el encuentro parto del título del Meeting, "La razón es exigencia de infinito y culmina en el suspiro y el anhelo de que este infinito se manifieste". Como hemos visto en estos días, este suspiro, este presentimiento, para nosotros no es abstracto. Cuando es deseo, cuando es pregunta, cuando es espera sobre la realidad, ya es algo extremadamente real. Pero hay un punto en que esta realidad, esta posición realista, se ve como transformación en acto de la realidad, se verifica. Este punto en la tradición cristiana toma el nombre de obra. Obra como sistemática respuesta a la necesidad de la persona. Es un término un poco extraño, muchas veces periodistas y otros se quedan un poco perplejos cuando se usa este término, porque obra no es sólo una acción sobre la realidad. ¿Qué es esta obra? ¿Qué significa? Para entenderla tenemos que ir a las raíces de esta palabra, allá donde esta palabra ha encontrado forma, donde se ha producido. Y ciertamente está al origen de este modo de mirar la realidad completa, de obrar en la realidad completa, la experiencia benedictina. Por esto, después de la muestra de hace dos años, en que nuestros amigos monjes nos han presentado la experiencia benedictina, ha nacido el deseo, la idea de enseñar cómo de esta experiencia benedictina han nacido obras que han cambiado la realidad, un cambio extraño, un cambio que no está ligado a la inmediata eficacia social. Don Giussani, hablando del período en que han iniciado las obras benedictinas, decía que durante las invasiones barbáricas ocurría que si tú cultivabas la tierra podía llegar una invasión, una horda que te destruía todo y entonces muchos abandonaban, dejaban de trabajar, pero algunos, los benedictinos ante todo, igualmente han trabajado, se han quedado en sus lugares porque allí vivían la relación con Cristo, en aquella realidad, más allá del resultado inmediato. Ésta es la primera característica que me ha conmovido en esta muestra, en esta acción. Dicen los monjes en un panel: "Éste en efecto es el método que Dios usa entrando en el mundo. Inicia como una semilla dentro de la tierra, tan pequeña e imperceptible en su valor que uno casi no se percata. Así Dios demuestra que la potencia no es nuestra, no está en nuestra inteligencia, en nuestras capacidades". La segunda cosa que quiero decir como premisa, que me ha conmovido, es este aspecto por el cual no es un chantaje de la necesidad, no es un ser obligado por la necesidad sino una belleza en acto que se vive. Dicen aún: "La obra no nace ante todo como respuesta a una necesidad, como tentativa de construir lo que falta, sino nace del estupor del encuentro con Cristo dentro de la realidad. El reverbero de este estupor. Así nace la obra como imitación de Cristo". Palabras extrañas, aparentemente fuera de la sensibilidad de hombres contemporáneos, pero palabras que nos provocan, porque nosotros hemos aprendido que toda nuestra vida es una obra. Entonces queremos ponernos frente a este testimonio, a este encuentro, para aprender, para entender qué quiere decir este extraño modo con el cual el cristiano se pone frente a la realidad para transformarla. Por esto tenemos tres interlocutores interesantes, en su diversidad y en su competencia. Marco Bona Castellotti, docente de Historia de arte moderno en la universidad Católica, uno de los organizadores del Meeting, y ciertamente uno de los inspiradores de esta muestra; luego Giovani Bazoli, presidente de la Banca Intesa por lo tanto uno de los hombres más importantes en la vida económica de nuestro País; y Sergio Massalongo, Prior del Monasterio de los Santos Pedro y Pablo. Su diversidad de acento nos acompañará para introducirnos en este tema. Doy ante todo la palabra a Marco Bona Castellotti.

Marco Bona Castellotti: Buenas tardes. Buenas tardes a todos. En las palabras de Giorgio Vittadini han sido anticipados algunos puntos de mi intervención. Es una bella muestra, preparada sea por los monjes de Cascinazza, como Vittadini ha dicho, pero también por la Fundación para la Subsidiariedad y especialmente por él, porque ha intervenido, porque sé que ha intervenido ampliamente en la redacción de esta muestra. Es una muestra bella a partir del título, una frase de San Bernardo, "Con nuestras manos, pero con tu fuerza" y apelarse a San Bernardo cuando se trata de argumentos de alta tensión contemplativa es prácticamente un deber. Para una curiosa pero intrigante concomitancia, con San Bernardo se ha reclamado también el Pontífice Benedicto XVI en el discurso pronunciado durante el Angelus el domingo pasado. En particular, el pensamiento de San Bernardo es extremadamente interesante también acerca de algunos puntos que son desarrollados en la muestra misma. En la sección de esta muestra dedicada a la naturaleza del monasterio, es decir en la tercera sección, se lee que “El Monasterio es obra de Dios" y en un panel, que tiene por título "Ora et labora", es reportado un paso de la regla benedictina, donde San Benedicto recomienda a los monjes no anteponer nada a la obra de Dios, y para reconocer que la obra de Dios no es de nuestras manos, el monje es invitado a la memoria, es decir a una plena y perenne conciencia de la intervención de Dios en la vida y en las cosas de la vida, por lo tanto también en el trabajo.
Hacer memoria es el sentido del reconocimiento más completo de nuestra dependencia de Dios, es decir de la plegaria. La regla benedictina dice: "Cuando es la hora del oficio divino se deje cualquier cosa que se tenga entre las manos y se acuda con suma premura". En tal sentido, el trabajo es reconocido como forma particular de la plegaria. Querría citar un punto de un discurso de Don Giussani en el que la relación trabajo-plegaria es tan estrecho que se vuelve coincidencia: "El trabajo es plegaria real y no existe plegaria si no es trabajo, si no expresa un trabajo". En la vida del monje, si el trabajo no es plegaria amenaza con transformarse en una fuga distraída. Una de las preocupaciones más veraces en la vida de un monasterio, pero también en la experiencia misma en la vida de un monje, es el exceso de trabajo, en otras palabras, el activismo. El riesgo es que el activismo ofusque la dimensión contemplativa. El equilibrio entre la dimensión activa y la dimensión contemplativa, disculpen, parece un poco un chiste pero la fusión entre dimensión activa y dimensión contemplativa - fusión es un término que hoy se usa mucho en los periódicos en todo otro campo - está en la base de la vida monástica. Eso pone bajo la lupa la naturaleza misma del trabajo y la obra que el monje, pero también el hombre común, desarrolla, porque la vida monástica, a quien es libre de elegir, es de ejemplo para todos. En el libro de Osea, libro que es considerado menor solamente por la medida, porque es mayor por su belleza, extraordinario, hay una especie de acto final en la que Israel pide perdón a Dios. "Perdona cada iniquidad, haz que nosotros hallemos la felicidad y te ofrescamos el fruto de nuestros labios. Assur no nos salvará, ya no cabalgaremos más caballos y no diremos más Dios nuestro a la obra de nuestras manos, porque es en Ti que encuentra compasión el huérfano". Entre las culpas confesadas por Israel y luego redimidas, existe también idolatría en la obra de las propias manos. Lo que pasa por nuestras manos, al contrario, es fruto de la fuerza de Otro. Retomemos por un instante el discurso de Benedicto XVI del 20 de agosto. El Pontífice subraya como en un escrito de San Bernardo, dirigido al Papa Eugenio III, el abad cisterciense advierte como sea importante cuidarse de los peligros de una actividad excesiva, porque las muchas ocupaciones a menudo conducen a la dureza del corazón, el excesivo cúmulo de ocupaciones aparta al hombre de él mismo, es decir distrae o podríamos decir hasta, aliena; y luego Benedicto XVI invoca la primacía de la plegaria y la contemplación. En un libro de otro gran personaje de la cultura católica, que es Don Barsotti, que no dejaré nunca de citar, titulado "Monacato y mística", he encontrado este interesantísimo pensamiento: "La regla introduce en el mundo invisible". Atención, el mundo invisible no es un mundo irreal, es un mundo extremadamente concreto. La única obra que le es solicitada al monje es la alabanza divina, cierto el trabajo es importante en la regla monástica, pero no es un trabajo que empeña al hombre al servicio del hombre, es más bien un necesario reposo, un pasatiempo que hace posible el empeño a la alabanza de Dios. El espectro del predominio de la vida activa, es decir del activismo sobre la vida contemplativa, siempre está al acecho, así que es fácil también desbaratar los términos de la relación Fe-Obra. Don Giussani dice: "Que la obra sea lo que da consistencia a nuestra Fe es una equivocación atroz", sería como investir la obra de una intención puramente ética. Ratzinger, cuando todavía era cardenal, afirmaba: "La tentación grande era transformar el cristianismo en un moralismo, sustituir el creer con el hacer. “Para el cristiano la primera obra es la fe en Dios". "El sentido religioso - estoy citando a Don Giussani - es esta abertura al infinito que dilata cada necesidad del hombre. El sentido religioso es el factor último de las necesidades humanas y por lo tanto también de la necesidad que es el trabajo". Pero en esta abertura al infinito que pasa a través de las cosas, la vida, ¿qué rol desarrolla la contemplación? Hemos notado el acento puesto por Benedicto XVI sobre la palabra contemplación. La palabra contemplación está entre las que se han utilizado mucho en el pasado, por no decir que se han derrochado, pero hoy es alejada o es reducida a un algo abstracto, espiritualista, desencarnado. En cambio lo invisible tiene su densidad concreta, en cuanto es sinónimo de misterio y el misterio cristiano: es lo más concreto que hay, porque es Dios que se ha hecho hombre. Y la contemplación nos permite penetrar en lo invisible, porque la contemplación es inteligencia y conocimiento. Es un método, como dice una vez más Don Giussani, y con esto cierro, es Memoria, la contemplación es memoria, memoria tendencialmente continua de Cristo.

Moderador: La palabra a Bazoli.

Giovanni Bazoli: No es por cierto la primera vez que yo vengo a Rimini, pero esta vez no me ha sido del todo claro el motivo de esta llamada, aparte la amistad de Giorgio Vittadini, de Pablo Fumagalli y de otros amigos. Las otras veces me habían pedido hablar de economía, de globalización, de mi experiencia bancaria. Esta vez se me pide hablar de este tema. A menos que no se considere un cierto interés mío manifestado por hechos artísticos, en particular por acontecimientos artísticos religiosos. Quiero decir, si alguien no hubiera tenido aún la oportunidad de ir a Vicenza, realmente recomendaría una visita al Palacio Leone Montanari donde, gracias a nuestro banco, ha sido preparada una colección permanente de iconos rusos, que cubre un olvido que, en el sistema italiano tan rico desde el punto de vista museístico, en realidad subsistía. Es considerada la más bella colección de antiguos iconos rusos existentes en Occidente. De toda manera, supero esta indecisión, diciendo que de mí sólo se espera alguna impresión y reflexión de orden personal sobre un tema tan laborioso. Esta muestra, que es realmente feliz, eficaz en la elección del material documental, iconográfico, es soporte, resulta clarísimo, de un gran tema. Yo me detendré precisamente en este tema, que es la razón de ser de la muestra y que es la reproposición, hoy, del espíritu que llevó en la Edad Media a la formación de la orden de los Benedictinos.
¿Cuál es el tema de reflexión sugerido por la muestra? Cómo el Señor actúa a través de la obra, a través del trabajo del hombre; o bien, que es la misma cosa vista por la parte del hombre, cómo el hombre es asistido por Dios en su obrar, que es un tema fascinante y misterioso y es un tema ineludible y central en las reflexiones de los creyentes. La exposición ilustra de modo muy sugestivo cómo se ha manifestado el diseño, la acción de Dios, a través de la obra de San Benedicto y es, creo para todos los que visitarán la muestra, maravilloso verificar que, cual resultado de la obra de San Benedicto y del Monacato, coinciden dos aspectos: la elevación de la inspiración y del empeño religioso, pero al mismo tiempo la contribución dada al progreso civil, cultural y temporal de la sociedad humana, desde el cenobio de los primeros monjes, por los ermitaños. Es increíble como haya venido el renacimiento del progreso de la sociedad. Con esto, quiero decir que la idea de que el Medioevo sea un período obscurantista, que el catolicismo haya sido, sobre todo en cierto período, un freno a las energías intelectuales y a las aplicaciones científicas, es un mito dañino de la historiografía. Esta muestra contribuye a evidenciar la inconsistencia de esta tesis, porque ha sido una búsqueda de fe, es decir la búsqueda de las señales de la providencia en el mundo físico, también en el mundo físico, que abrió la vía a la ciencia en Occidente a la diferencia de lo que ha ocurrido en otros contextos y en otras civilizaciones.
La investigación científica de la realidad, la investigación del mundo y de la naturaleza ha encontrado en el pensamiento cristiano la armonización de fe y razón, evitando el fideísmo panteísta de las religiones mistéricas, como también el cientismo, el dogmatismo de los positivistas, que remueve cada posible referencia a Dios como un obstáculo a la comprensión de la realidad. El Medioevo cristiano, con la elaboración de la doctrina de la causa primera, Dios, y de las causas segundas, las que el hombre puede y logra indagar gracias a la razón, ha permitido la abertura a la investigación y al desarrollo científico y tecnológico del occidente. Es partiendo de esta conciencia que se debe leer la regla benedictina. En los siglos pasados los monjes, como demuestra esta hermosa muestra, han evangelizado pueblos y naciones, han arado tierras, nos han transmitido tesoros inestimables por el arte de la escritura y la música. Toda la actual civilización occidental, en particular aquella europea, es intensamente deudora al Monacato. ¿Cómo no reconocer que todo eso constituye la prueba de un diseño divino, realizado en la historia a través de la obra de los hombres? Esto, viéndolo bien, es el gran tema de la providencia; como ya decía, tema misterioso, sin embargo ineludible. Tema que recurre cotidianamente en la práctica religiosa aunque, a mi parecer, no resulta bastante profundizado. En efecto la verdad de una providencia divina operante en los hechos terrenales constituye un fundamento de la fe cristiana. Puede parecer por lo tanto una realidad pacífica, en realidad es un tema que presenta aspectos de excepcional complejidad y una importancia quizás nunca antes alcanzada en estos últimos años y, yo digo, sea para los creyentes que para los no creyentes. Dios interviene visiblemente y directamente en la historia: ¿antes del juicio final, es permitido a los hombres investigar un diseño de Dios en los acontecimientos que les concierne? La providencia tiene muchas manifestaciones: existe una señal de la providencia en la historia ilimitada de la creación, existe una providencia en la historia colectiva y hay providencia en la historia individual de los hombres. Ésta última es precisamente aquélla que se manifiesta a través de la obra de los hombres mismos.
El evento benedictino, que se presenta en los siglos, hace visible la intervención de la providencia. El Monacato es un capítulo esencial de la historia de la Iglesia, porque a menudo ha contribuido a procesos de renovación y reforma en diversas épocas. En estos eventos es fácil hallar la fuerza de Dios que apoya a la obra del hombre y es posible constatar como cada derrota haya preparado un renacimiento. Por lo tanto, un gran diseño realizado en la historia humana de los últimos 2000 años. Para el creyente, al verse abierta, desplegada ante los ojos la realización de una gran obra de la providencia, es un consuelo sin iguales. La muestra nos deja, en este sentido, emocionados, admirados y sobre todo inspirados. Mirando al pasado, pues, la intervención de la providencia en la gran historia parece clara, perceptible también desde nuestras limitadas fuerzas humanas. ¿Pero lo que ha ocurrido no pertenece a un pasado que no puede repetirse? ¿Volver a preponerlo en el mundo moderno no es anacronístico? Aparentemente sí, porque la dificultad de retomar el diseño de la providencia, aquella que digo la providencia en la historia general, es hoy incomparablemente mayor en los eventos que vivimos. La realidad histórica que dio origen al Monacato cristiano, en algunos aspectos, parece remotísima de hoy, porque tal realidad debe ser investigada en la ascesis del cristianismo primitivo, que tiene la misma motivación en la presentación del reino de Dios que está por venir. Todo va regulado en función de este reino, en la secuela de Jesús. En tal modo, el mundo terrenal y cada orden suya son relativizados. El cristiano asume una distancia crítica, usa como si no usase. La situación actual en el mundo secularizado aparece casi invertida con respecto a esto. El hombre moderno construye por él mismo su mundo y Dios no aparece directamente, como en épocas pasadas, cual guía de los destinos y las sociedades humanas. En el mundo occidental, hoy vivimos una nueva oleada de drástico Iluminismo y laicismo. El Cardenal Ratzinger ha escrito: "creer se ha vuelto más difícil, porque el mundo en que nos encontramos está hecho completamente por nosotros mismos y en ello Dios no aparece directamente". Con esta agravante, que por otra parte viene tocada fuertemente por otras culturas, en las que el elemento religioso primario es muy fuerte y que están horrorizadas por la frialdad que hallan en Occidente respecto a Dios.
La sociedad es secularizada porque son secularizadas las conciencias de los individuos. Naturalmente es verdadera también la recíprocidad: es más difícil para los individuos descubrir y nutrir el sentido religioso en una sociedad secularizada. Acabada la cristiandad, los cristianos se han descubierto minoría o en todo caso no más solos en la sociedad europea y han aprendido de la historia que la fe cristiana no puede identificarse con el orden político. Hoy los cristianos no quieren un estado confesional cristiano, sino ambicionan un estado signado por una "justa laicidad" - la expresión es de Juan Pablo II. Por otra parte, a mi parecer, tiene que estar claro y tenemos que decir con firmeza, que la laicidad tiene que ser vivida y entendida hoy como valor, como es verdadero que la fe no puede ser objeto de imposición, sino sólo de persuasión, que es el método siempre recomendado por los textos evangélicos. La laicidad de las instituciones es un valor positivo, porque significa mayor respeto por las otras posiciones y adopción del método de la persuasión, a través del diálogo y la comparación de las opiniones en vez de la imposición, que es el método sobre el cual se basa la democracia. Pero hace falta aceptar que esto pueda hacer encontrar a los creyentes en minoría sea política sea civil, es decir también de costumbre. La laicidad es un producto de la historia moderna, es un valor estrechamente conexo con la democracia, es precisamente la elección del método de la comparación dialéctica y dialógica con todas las otras visiones y construcciones humanas. La caracterización en sentido religioso de las instituciones sociales puede sólo emanar del sentido religioso de los individuos. Lo que falta hoy y que hace falta recuperar. Los cristianos, ha sido escrito, hoy consideran la laicidad como una oportunidad y, de hecho, ya aprovechan de los beneficios, aunque, prisioneros de nostalgias del pasado, no todos son conscientes de ello. ¿No es quizás la laicidad que les permite a los cristianos estar presentes, sin arrogancia pero sin complejos de inferioridad, en el ágora de la cultura, en la comparación ética, en las iniciativas de solidaridad? Contesto entonces a la primera pregunta: ¿es actual el mensaje reclamado también por esta muestra, o es anacronístico? Contesto sin vacilación que sí, porque es actualísima aquella pregunta inicial de la que he partido, es decir cómo Dios utiliza la obra del hombre. Cierto, es una interrogante que hoy se pone en un contexto diferente y a la cual hace falta dar una respuesta nueva. Pero el hombre de hoy tiene una necesidad desesperada de creer en la posibilidad de obrar el bien de parte del hombre. También el creyente tiene una necesidad desesperada de pruebas, de creer en una asistencia divina al obrar de los hombres.
O sea con esto vengo a decir que la fe en Dios, hoy más que en el pasado, solicita, es una afirmación fuerte, la prueba de la providencia. Porque el mal, el grande mal conocido por nuestra época, pensemos en la visita hecha por el Papa a Auschwitz y a los reconocimientos hechos por él, este gran mal es un duro obstáculo para creer en un diseño providencial, pero sobre todo el mal producido por el hombre. Hay pues una desesperada necesidad de creer que las obras buenas del hombre puedan vencer sobre aquellas perversas y hoy puedo decir que se presenta con una fuerza inédita con respecto al pasado esta interrogante: ¿por qué Dios ha creado al hombre? Es necesario contestar con la demostración de que el bien producido por el hombre vence al mal, lo que quiere decir creer en la asistencia divina al obrar del hombre, creer en el valor que Dios atribuye al obrar del hombre, y digo al obrar del hombre a cualquier nivel, también, quiero añadir, a aquel más modesto, el trabajo repetitivo de los hombres más humildes, las obras más modestas, ejecutivas, incoloras, mecánicas del hombre, que son luego las que caracterizan la vida de la mayoría. Es fundamental también reconocer su valorización. Estaba hablando antes de la razòn de la existencia de los hombres: he aquí porque contesto que sí a la pregunta. Este tema, propuesto hoy, propone un desafío a nuestro tiempo, que hay que considerarlo actualísimo, con una advertencia: que la primacía, la asbsolutización de la vocación religiosa que, he recordado antes, ha caracterizado las primeras experiencias monásticas, hay que concebirla a un nivel personal como un empeño que parte del individuo, con la conciencia de que no tenemos el apoyo de un contexto colectivo, público, institucional, como se había verificado en el pasado, y por lo tanto partiendo de una posición de minoría. Esto le atribuye a cada individuo creyente una tarea nueva pero imperiosa e inaudible: es en la misma esfera íntima de voluntad y pasión que tiene que lograr invertir, es decir balancear, la relación jerárquica que en cambio domina en la sociedad, absolutizando la relación con Dios y relativizando la relación con el mundo. Esto en la misma conciencia. Así planteado el discurso, el problema es lo que cada operador individual mantiene con el Señor, para conseguir en su actuar la ayuda, el apoyo requerido. Pero yo digo, aún antes de comprender cuál es la voluntad, el diseño del Señor sobre él, lo que se espera de su obrar, la invocación para comprender la voluntad del Señor, su diseño sobre nosotros, parece esto esencial.
Es en este sentido que yo interpreto el ora et labora: rezar para obrar. La plegaria es el pedido de ayuda, de iluminación, de consejo para las decisiones que el hombre tiene que hacer en el ejercicio de su libertad y por lo tanto una relación de continuidad entre ora et labora, como la muestra quiere demostrar. En la plegaria nosotros tratamos de comprender la voluntad del Señor, el diseño que Dios ha concebido para cada hombre, la tarea asignada a cada uno. Pero ¿cómo interpretar la indicación, la voz de Dios? En otras palabras, ¿cómo obra la providencia en la conciencia de cada uno? Ciertamente, existe la indicación provista por los mandamientos, por los preceptos, por los principios formulados por la Iglesia; pero a menudo tenemos que reconocer que éstos no bastan. También existe el riesgo de hacer coincidir la providencia con los propios diseños, que es un riesgo que corren ciertos protagonistas, que tienen muchas calidades pero no la virtud de la humildad. No quiero hacer referencia a personas conocidas por mí, y también muy conocidas. Pues la guía es dada por los principios éticos indicados por Cristo mismo, diría sobre todo en las beatitudes y datos por la Iglesia, teniendo pero presente que la guía ética, - aquí un salto en el ámbito económico lo debo hacer - el actuar empresarial indicado por la doctrina social de la Iglesia ha sido, hasta un reciente pasado, bastante incierto y por lo tanto hace falta en este campo un gran esfuerzo personal de interpretación. Esto quiere decir la importancia de la conciencia de cada uno. Dios habla a la conciencia de cada hombre, esto quiere decir la esencial importancia de la formación, es decir de la maduración de la conciencia. Ciertamente, después también existe la ayuda espiritual de la comunidad, de las plegarias de los demás, de la comunión de los santos. Desde este punto de vista, quien obra en el mundo envidia realmente a las comunidades monásticas, pero les puedo decir que a veces trae una ayuda fundamental de sus oraciones. En las decisiones más difíciles, frente a las cuales siempre uno está solo, la experiencia dice que la plegaria es esencial. Repito, sea para entender qué hacer, sea para tener la fuerza de tomar las decisiones justas, aunque son las más riesgosas. Diciendo esto he expresado así una convicción fuerte y es decir que en todas las materias, y por lo tanto también en aquellas económicas, no sólo es legítimo, sino también necesario, si se quiere ser coherente con la propia visión de creyente, invocar la ayuda divina, siempre para tener iluminación, a menudo para encontrar la fuerza necesaria para afrontar las pruebas difíciles y a veces espantosas.
Mi experiencia en este sentido confirma en pleno esta confianza. La laicidad solicita el respeto de reglas profesionales, pero invocar la ayuda del Señor en los hechos temporales, también en aquellos económicos, no es impropio, más bien es indispensable. Yo estaría dispuesto a testimoniarlo. Si supiera superar la dificultad que siempre advierto al hablar de cosas personales y al exteriorizar íntimas experiencias religiosas, estaría tentado de concluir la presentación de una muestra como ésta, que ilustra un extraordinario testimonio de civilización y santidad, con un testimonio personal, que hace referencia a un pequeño hecho como el que me ha empeñado ya desde hace un cuarto de siglo. Pero la única cosa que a mí me importa decir aquí y testimoniar a este propósito, casi al final de estas reflexiones mías, es la siguiente: la convicción, la persuasión de comprometerse por una buena causa, es decir por los valores que a mi conciencia parecían merecedores de ser tutelados, es la fuerza moral que me ha sostenido siempre, es el recurso que he utilizado en los momentos de las decisiones más difíciles, que muchas veces me han expuesto al riesgo de la derrota y también de la humillación. Es también una razón, si quiero levantar un velo de pudor, un pudor que un católico provincial como soy yo, de formación lombarda y manzoniana, prueba al hablar de la propia fe, es la razón por la que muchas veces no me ha parecido inapropiado en los momentos más difíciles de las decisiones que tomar en soledad, invocar sobre un trabajo que incluso es siempre de naturaleza temporal como esto, a través de la plegaria, la ayuda de la providencia y es una firme convicción mia que, sin tal ayuda, la obra a mí confiada se habría interrumpido al primer obstáculo. Les agradezco.

Moderador: La palabra a Padre Sergio

Sergio Massalongo: Antes de hablar del contenido de la muestra, quisiera decir algo sobre cómo ha nacido. La muestra no ha nacido de un proyecto nuestro, de un proyecto de nuestra comunidad. Hace venir escalofríos al pensar en ponerse a sintetizar quince siglos de historia monástica. No ha nacido tampoco de una necesidad particular y ni menos de un deseo. No lo pensaba nadie de nuestra comunidad y esto para decir que Dios es realmente grande, porque saca las cosas de la nada, que luego descubres son aquellas más verdaderas, aquellas que más necesitas, mientras que las otras que parecían las más importantes se vuelven secundarias. En efecto, el trabajo de la muestra nos ha hecho últimamente descubrir que teníamos justo aquella necesidad en este momento de nuestra comunidad. Tenemos justo este deseo que se está tratando: la muestra lo ha sacado. Por tanto, este trabajo ha sido una gracia para nosotros, al punto que, si no lo hubiéramos presentado aquí al Meeting, nosotros hubiéramos estado más que contentos del trabajo hecho. La muestra ha nacido aceptando la provocación del doctor Marco Bona Castellotti que, con una pregunta siempre más insistente, ha logrado al final arrancarnos un sí para una muestra sobre las obras benedictinas para el Meeting. Pero en aquel punto nosotros nos hemos encontrado delante de un océano, sin nada y con un plazo inmediato. La gracia de Dios nos ha hecho encontrar entonces, en el doctor Giorgio Vittadini, aquella ayuda necesaria para arriesgar este trabajo, que ha implicado a toda nuestra comunidad por un año.
Un trabajo no sólo de estudio y de búsqueda, sino también de comparación con toda nuestra vida y éste ha sido el aspecto más bonito, un aspecto que desgraciadamente hoy no les cuento. Un trabajo donde no han faltado las dificultades, pero donde, últimamente, siempre hemos sido sustentados por una certeza, la certeza no de nuestras manos, sino de Su fuerza: Él al final lo logrará. Ahora, para nosotros está claro el milagro que ha sucedido: no somos nosotros que hemos hecho esta muestra, sino el Señor nos ha hecho a través de esta muestra. Por tanto, estamos encantados de ofrecer con toda sencillez el fruto de este trabajo, que para nosotros es sólo el inicio de una conciencia de una cuestión que es vasta cuanto la vida: la cuestión de la unidad entre la fe y las obras, entre la gracia de Dios y la libertad humana, entre la plegaria y el trabajo, en síntesis entre lo divino y lo humano. Por lo tanto, no un dualismo sino el milagro de una unidad posible, imposible al hombre pero posible para Dios. La muestra es una tentativa, una ayuda a una abertura sobre este misterio de gracia y unidad que le es dado al hombre por medio de Cristo. Ahora no me detengo a explicar las secciones individuales de la muestra: las encontrarán bien explicadas por las guías y por el bonito catálogo que encontrarán. Señalo sólo algunos paneles que, por su sentido, son como los pilares que sustentan el contenido de esta muestra. Ante todo querría partir de una impresión previa a la muestra, que me viene de la lectura, bastante sumaria en verdad, de los periódicos de estos últimos tiempos, se podría decir de estos últimos años. Es una impresión puramente subjetiva, pero que se impone con el pasar del tiempo. Es una doble impresión: la primera es que no se puede no ver que ya, cualquier problema que aflora en nuestra vida o en la vida del País en que se vive, tenga que ver con la cuestión Europa, tenga una implicancia europea. Se podría decir mundial, pero uso el término europeo por la misión particular que tiene Europa entre los pueblos y las naciones. Lo que sucede en tu casa, tiene ya una valencia siempre más europea, piensen sólo en el problema de la instrucción, en el trabajo, en la salud, etcétera. Pero lo que aún me conmueve más, es que todos estos problemas que llegan al fondo encuentran como reacción no sólo una dificultad o incapacidad de solución, sino más bien dan fastidio Es como si el proyecto Europa fuera una gran embalse preparado para contener el agua de todos los ríos del continente pero cada vez que se levanta el dique para contener el agua en el embalse, somos invadidos por el pánico de que el agua no quepa más, y por lo tanto vaya fuera y haga desastres. He aquí, esto para decir que nosotros vivimos así la vida un poco, con este afán y con este miedo, subyacente, explícito o implícito. Estamos delante al futuro así y el problema sentimos que no se resuelve tratando de crear un embalse más grande, también porque no es tan fácil, ni llenando la vida de reglas, que incluso de algún modo se requieren en una convivencia común. Pero piensen en una familia con tres, cuatro hijos, donde todos son puntuales a las comidas, al regresar a casa en la tarde, al desenvolver ordenadamente cada uno las tareas asignadas por los padres, pero que entre ellos no hay una comunicación de vida, no hay un compartir de afectos. Sería glacial y terrible entrar en aquella casa. O piensen en el marido y la mujer que garantizan todo a su casa, pero que entre ellos no se estimen, no sean ni siquiera amigos: les faltaría la cosa esencial.
Pero ¿cuál es esta cosa esencial, cuál es la necesidad esencial, última, la más importante del hombre? El título del Meeting lo desvela: a razón es exigencia de infinito y culmina en el suspiro y el anhelo de que este infinito se manifieste. La necesidad más profunda del hombre es la necesidad del infinito, un infinito que pueda tocar. No un embalse limitado. Análogamente, sólo dentro de un respiro infinito, Europa puede ser capaz de contestar a la necesidad particular del individuo y las naciones. ¿Pero quién es capaz de hacer este trabajo? ¿Quién tiene en mano este infinito? ¿Esta capacidad de tener juntas todas las cosas, según su verdad, según su diseño originario? En el panel 23 de la muestra hay una imagen lindísima, extraída de los mosaicos de la catedral de Monreale, donde se ve a Dios que crea el cosmos, el firmamento, las luces, las estrellas y luego crea al hombre. Si notan, en aquella imagen estupenda, Su mano está decididamente dentro del cosmos, como Su ser está decididamente dentro del hombre, en el rayo de vida con el que está conectado. Esto nos dice que el tiempo, el espacio y todo lo que existe es Suyo, es de quien lo ha hecho, es de Dios. Al mismo tiempo, la cosa que más me conmueve es que no sólo todo es Suyo, sino que Dios depende de lo que es Suyo, de lo que ha creado, de la criatura que Él ha hecho. ¡No nos ha hecho por broma, no estamos aquí por casualidad! Depende de lo que Él ha hecho, hasta morir. Dios ya no vuelve atrás de aquel gesto Suyo que todo ha puesto en movimiento, de aquel suyo "sea", fiat, sea la luz, sean las estrellas, sea el hombre. Noten que ésta es la primera palabra de la Virgen al anuncio del ángel, la respuesta: "Fiat mihi secundum verbum Tuum", hágase en mi según Tu palabra. Dios ya no echa atrás Su mano, prefiere dejársela traspasar por los clavos antes que sacarla. Dios no se aparta más de nuestro horizonte tal como nosotros ya no podemos despegarnos de encima el haber sido queridos y amados. Podemos traicionar millones de veces, pero la fidelidad de Dios está y sustenta la fragilidad de nuestra existencia. Esta fuerza de Dios se manifiesta en la redención obrada por Cristo, donde el Verbo se hace carne para nuestra salvación y el panel 24 lo expresa diciendo: "El misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación, revela el objetivo de la creación. Desde el origen Dios pensaba en la gloria de la nueva creación en Cristo". Pero en el panel 27, en mi opinión, aquel sobre la vocación y nacimiento del yo nuevo, hay un paso fundamental para comprender la obra y por lo tanto el sentido de la muestra. ¿En la vocación, en la llamada, qué sucede? Sucede que la fuerza de Dios le es dada al hombre. Pero atención, la fuerza de Dios no es un suplemento dado a la fuerza del hombre, no es que el hombre hace y luego, donde no puede hacer, lo hace Dios. No. Dios mismo es la fuerza del hombre. Los salmos están llenos de esta conciencia. Por ejemplo, el salmo 17 empieza así: “Te amo Señor, mi fuerza. Señor mi roca, mi fortaleza, mi libertador, mi escudo y baluarte, mi potente salvación". Por lo tanto se trata precisamente de un punto de energía nueva en lo humano. Un manantial de energía diferente. Una autoconsciencia nueva de sí, que hay que vivirla dentro de todas las cosas que se hacen. "Ya no soy yo que vivo" - dice San Pablo - "sino Cristo que vive en mí". Éste es el punto de la autoconsciencia nueva.
"Con nuestras manos pero con Tu fuerza", que es el título de la muestra, tiene justo este sentido. No es que hago un poco yo y un poco hace Dios: esto sería un dualismo. Él es mi fuerza y pide nuestra libertad, el nuestro "sí” libre y permite a la fuerza de Su amor transformarnos a nosotros y por lo tanto toda la realidad. Pues, la obra es el reverbero de esta plenitud que tiende a plasmar toda la realidad en vista de su objetivo. Pero a este punto, el panel 42 nos advierte sobre una cuestión muy importante: hay un diablillo en la obra, en cualquier obra y dice: "La obra es la expresión de aquello que hemos encontrado, está hecha por la gloria de Dios. Pero existe siempre el peligro de que la obra tome la delantera y que no sea el fruto de algo más grande, sino se convierte en un proyecto según nuestra tentación ordinaria de reemplazar a Dios". Ahora, si el hombre pretende sustituirse a Dios, se aparta del manantial de su vida, de su ser, del punto de energía que lo engendra, cambia método en hacer las cosas y su obra, por cuanto importante o bonita, se vuelve limitada. Ésta es la tragedia del hombre contemporáneo, señalada en los paneles 36 y 37 donde está escrito: "El hombre hace, actúa, crea pero, faltándole la claridad del manantial, el hombre no ve más adonde va. ¿Hace muchas cosas, pero adónde van a terminar estas cosas? Quién lo sabe. Es ciego delante de la realidad y por lo tanto está triste, angustiado. De aquí procede toda la inquietud que lleva encima y todo lo que hace es como si fuera la tentativa de superación de este límite, de darse la felicidad, últimamente, con las propias manos, que es la última forma de desesperación". Surge entonces la espontánea pregunta: ¿"Pero cómo podemos permanecer en la actitud original"?. Siempre el panel 42 da la respuesta y dice: "Conservar tal inicio no es posible para nosotros; sólo puede ocurrir si es la Gracia que lo renueva continuamente. Es necesario por nuestra parte el sacrificio de una sencillez continua para conservar el deseo más grande que tenemos" - porque nosotros nos traicionamos a nosotros mismos -, "sin introducir una medida en el método que nos ha engendrado y sin quedar pegados a la sugestividad de nuestra imagen o nuestro proyecto". Esto, como es Gracia, se expresa en la plegaria. La plegaria es tener abierta a la posibilidad de la invasión de otro en mi vida. Para recibir la fuerza que es Dios, el hombre tiene que confesar humildemente la propia incapacidad, tiene que reconocer que es nada sin Él. El panel 46 dice: "La voluntad puede hacer muchas cosas, pero no crea la verdad; la verdad la encuentra, la verdad nos es dada; la verdad es un don. Tiene que reconocerse ciego, el hombre, y por tanto necesitado de la luz, de la guía, de la potencia organizadora y formadora de la verdad". A este punto les envío al panel 33, aquel del milagro del ánfora vacía que se llena de aceite al punto de desbordar y esparcirse en el suelo, hasta cuando dure la plegaria de San Benedicto; porque este panel hace ver la posición justa del hombre: la fuerza está en la plegaria, toda la fuerza del hombre está en la petición. Para recibir la fuerza que es Dios, el hombre tiene que reconocerse como aquella maceta vacía y mendigar de otro el cumplimiento. Sólo haciendo la experiencia del milagro de este cumplimiento, dentro de la nada que soy, de ser llenados continuamente por Cristo presente, sólo partiendo de esta plenitud, podemos lanzarnos en la realidad para una construcción, libres del resultado, es decir como instrumentos de otro que se comunica a través de nosotros. Es esta la cosa más inaudita: que el hombre, que es nada, comunica Dios en la obra que hace y que por lo tanto la obra del hombre se convierte en opus dei. Ahora, esta percepción de que Dios es familiar conmigo, que es uno que vive conmigo, que está dentro de las cosas que estoy haciendo, se arraiga, es una forma visible en un lugar visible, que es la Iglesia, que es una amistad, que es una compañía cristiana, que es la casa, que es el monasterio. Sólo dentro de esta certeza, así experimentable tal como ella se puede experimentar aquí al Meeting, que Él está aquí presente y me sustenta, es posible construir en la paz, dentro de las dificultades más grandes, de todo tipo. Porque el punto de atención no son las dificultades sino Su presencia. Él que está aquí presente, ahora. Los paneles del 1 al 21, los primeros que encuentran, nos sumergen justo en este milagro de fecundidad, que emana del monasterio como domus dei como lugar donde Dios habita. Estos no son 20 paneles que hacen ver 20 cosas diferentes, no, son un único panel, un único modo de vida, un único amor a Cristo, que se traduce y se comunica en las varias situaciones.
La novedad no está tanto en la obra particular que se hace, no son nuestras actividades que salvan al mundo sino la dimensión de fe con que son hechas. Las obras como tales pueden pasar, pero la fe que las ha engendrado queda y sugiere otras. Entonces la novedad más grande es la unidad de los que por los cuales eso que ha ocurrido es todo y que en cualquier situación son capaces de recomenzar otra vez y sólo esperan el manifestarse de lo que han encontrado, el realizarse de lo que les ha ocurrido. Así todo lo que se hace tiende a convertirse en obra, es decir una realidad efímera que encarna lo eterno. De esto son demostración las grandes obras de misericordia nacidas del monacato medieval como las estructuras de acogida de los huéspedes, de los peregrinos, las despensas de bienes para los pobres, las clínicas para enfermos, etcétera. Todo eso no ha nacido como proyecto, sino como respuesta a Cristo presente en el huésped, en el pobre, en el enfermo. El objetivo de San Benedicto no era cultural, sino religioso. Escribiendo su regla él quería enseñarnos como ser sencillamente cristianos y ya. No quería utilizar la estructura monástica para enseñar la agricultura, las artes, la gramática. Todo este desarrollo ha sido posible poniendo de relieve otra cosa: la pertenencia a Cristo. Ha sido una gracia, una superabundancia de gracia que ha nacido de esta posición humana. La pertenencia a Cristo genera la unidad del yo y éste es el desafío, hoy como hace dos mil años. El panel 31 dice: "Ora et labora no es la yuxtaposición de dos aspectos de la existencia sino la coincidencia entre la realidad cotidiana y la relación con Cristo". Ahora, la fuerza de Dios en el hombre se demuestra en dos cosas: de la capacidad de unidad y de la disponibilidad de dar la vida por la obra de otro, es decir de la libertad de la obra, la libertad del resultado. Es sólo un yo unido que engendra otros yo unidos y el yo unido dona Cristo al otro, es decir el ama al otro por su destino. El actual papa Benedicto XVI, en la homilía por el funeral de Don Giussani, ha dicho, y es citado en el panel 35: "Quien no da Dios da demasiado poco". Probemos a interrogarnos si nuestras obras tienen este objetivo. Quien no hace encontrar a Dios en el rostro de Cristo, no construye sino destruye, divide. Lo que tenemos para nosotros divide y se pierde, se pierde porque nosotros no podemos tener lo que no le damos a Dios. Para hacer una cosa mía tengo que darla a Dios. Sólo así no la pierdo. El panel 50 dice que vivir así es la santidad y el paradigma, es el panel siguiente, es la Virgen.
La muestra en efecto tiene como último panel a la Virgen, la cual no cierra el recorrido de la muestra y de la vida, sino lo reabre a un trabajo continuo de memoria de Cristo, de crecimiento de Cristo en nosotros. La gracia de Dios y la libertad humana, se dice en el panel, resplandecen en la sonrisa, es decir en el sí de su humanidad cumplida. En la sonrisa de la Virgen está el regocijo, porque nada nos falta, está la certeza de la victoria dentro de la conciencia de nuestro ser nada, existe la paz, porque la bondad de la obra ya está al principio de la obra, está la audacia que hace tomar las partes de Cristo frente al mundo y frente a nuestro pecado. Me gusta concluir ahora esta comunicación, pero, con otro panel, el 44: el perdón, milagro de la recuperación. Es un panel que me gusta mucho porque el perdón para el hombre moderno, que se hace a si mismo, para el hombre que no tiene necesidad de nada, para el hombre que no tiene que pedir nada a nadie, el perdón es una cosa absurda, es una debilidad. En cambio es la capacidad máxima de recrear el yo, de renovar al otro a través de la propia mirada. Pero esto es imposible si uno no se siente renovado por la mirada de Cristo. El perdón es la capacidad que tiene el amor para sacar un bien aun del mal, es la capacidad de salvar. Uno se siente renovado realmente cuando se siente perdonado en lo que él no se perdonaría nunca. Uno se siente perdonado cuando se siente superado en la propia capacidad de perdonarse y la obra más bella viene fuera justo del perdón. Por esto San Benito nos exhorta a no desesperar nunca de la misericordia de Dios, porque los brazos de la misericordia de Dios son más fuertes que todo mal y son capaces de realzarnos de toda caída, no se cansan nunca de hacernos recomenzar mil veces al día, de hacernos nuevos mil veces al día e, incluso en nuestra debilidad y fragilidad, hacernos atrever en todo en El que es nuestra fuerza.

Moderador: Es un desafío que el mundo haya cambiado, generando a Europa, con gente que no ha puesto como tema el cambio del mundo sino su vida cristiana. Como dijo Bona Castellotti, la contemplación en lugar del activismo, el trabajo como plegaria. El tema es esta vocación cristiana, tan lejana de nuestro olvidar. Pero el profesor Bazoli nos ha dicho: hoy todo esto está en un yo, en un yo que, en desafíos difíciles, parece solo, en un yo que está dentro de esta laicidad. Nosotros traduciríamos con la expresión “ser uno con el propio corazón", no delegar a ningún otro la propia responsabilidad frente al mundo, tampoco a una comunidad. ¿Cómo se puede, en el desafío de hoy, en la dificultad del desafío de hoy, mantener esta contemplación, como una vez nos ha dicho Giussani, "cerrar solos la puerta del monasterio mientras se vive en el mundo"?. Hace falta tener sencillez, hace falta volver a una mirada originaria, nos decía Padre Sergio. Empresa imposible, también frente a la belleza de la creación, si no se parte humildemente en mirar esta presencia en el lugar donde se manifiesta, en la comunidad cristiana, cualquier forma tenga, en cualquier punto del mundo esté, en aquel punto de Iglesia donde estamos nosotros. Mirar, ver cómo el Señor se nos manifiesta, cómo nos renueva, cómo nos perdona. Se aprende así a percibir cómo es concreta la pertenencia de Cristo en las cosas cotidianas, empezando de la plegaria, de la caridad, de la vida común. Así este yo, tan dividido, tan fragmentado, tan dudoso frente a todo, tan probado frente al mal propio y del mundo, descubre una unidad y, mientras se actúa como los otros, equivocando como los otros, ocurre una extraña cosa: se advierte en la realidad aquel punto de fuga que antes no se veía, se advierte la necesidad del otro del cual antes no se percataba. Se percata de la necesidad material, se percata de la posibilidad de belleza que antes no se veía, también en el trabajo cotidiano, aquel del que hablaba antes el profesor Bazoli, aquel repetitivo. Se descubre una belleza que antes no se tenía y poco a poco, con un tiempo que no es el nuestro, se genera, como dijo aquí Juan Pablo II, se generan formas de vida nueva para el hombre.
Se necesitan siglos, pero en este trabajo cotidiano de escuchar, de aprender, de mirar, nace una capacidad extraña de afrontar los problemas, de aprender de las derrotas, de no detenerse frente a la muerte: nace la obra cristiana. No algo presuntuoso, no algo que supera altivamente las cosas de los otros, sino más bien un humilde aprender de todos, un humilde mirar a todos, pero que tiene dentro la fuerza invisible de otro, el milagro evidente, sea eso una capacidad de trabajo, de producir, de afrontar una realidad que no existía, sea ello caridad sea ello cultura. Nosotros pensamos que hoy sea posible, continuando a mirar cada día, repetir el recorrido de los monjes. No por un poder, no porque pensemos llegar a ser dueños del mundo, sino sencillamente por una obediencia a Dios. Nosotros pensamos que el cambio del mundo esté en estas minorías creativas, de las que Benedicto XVI ha hablado, en el vivir en estas minorías creativas todo lo que nos ocurre, porque a través de nosotros, humildemente, el Señor continúe lo que ha empezado. Ésta es la obra cristiana, nosotros la queremos continuar. Gracias y hasta luego.

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