Siena, Ante Gradus. La fuente de la creatividad
autor: Mariella Carlotti
fecha: 2011
fuente: Ante gradus. La sorgente della creatività
Publicado en el N.23 de Atlantide (2011.2)
traducción: María Eugenia Flores Luna

Según la tradición, en el siglo IX el zapatero Sorore, teniendo piedad de los peregrinos que atravesaban Siena a lo largo de la vía Francígena, comenzó a hospedarlos en su casa: nace así uno de los hospitales más antiguos de Europa, el Santa María de la Scala. La historia de Sorore, aun siendo legendaria, tiene seguramente un valor emblemático: la obra nace de un movimiento del yo, de la conmoción de una persona. Pero el nombre del antiguo hospital es una pista más concreta sobre su origen: la obra nace ante gradus ecclesiae, delante de la escalera de la Iglesia.

Si de hecho ésta es su ubicación geográfica – el hospital de Santa María está frente a la escalinata de la Catedral de Siena – indica también el origen ideal. El Hospital en efecto nace seguramente por voluntad de los canónigos de la Catedral, como lugar de hospitalidad a los necesitados de la comunidad ciudadana y de los peregrinos de la Francígena.

«La civilización ha dado un paso decisivo, quizá el paso decisivo, el día en que el extranjero, de enemigo (hostis) se ha convertido en huésped (hospes)», escribía Danielou. Es este descubrimiento del valor infinito de cada persona que el Cristianismo ha hecho cultura. Y así el hospital de Santa María de la Scala se abre en el tiempo a todos los hombres que tenían necesidad. Comenzó como xenodochium, es decir como lugar de acogida para los peregrinos, para los extranjeros que llegaban a Siena de toda Europa, recorriendo la Francígena.

El desarrollo del Hospital y el rico patrimonio que garantizaba la existencia dilataron sus objetivos asistenciales: a la hospitalidad de los peregrinos, se agrega aquella de los pobres, de los enfermos, de los viejos. El Santa María pronto también se toma la responsabilidad de los expósitos, los niños que por varias razones venían abandonados y que en el hospital encontraban un lugar de acogida y de educación.

El primer testimonio de tal acogida es de 1238, y sesenta años después, en 1298, viene realizada la casa para la infancia abandonada, con la fachada hacia la plaza, en la cual se lee un epígrafe que certifica que tal estructura podía acoger hasta 300 niños. Los hijos del hospital encontraban así no sólo un techo y un comedor, sino también la posibilidad de atención y de educación, no común en aquellos siglos.

En efecto recibían una instrucción y eran orientados a un oficio: a las chicas se les garantizaba un matrimonio digno, gracias a una buena dote, los chicos a los veinte años dejaban el Santa María con una suma, en parte ganada y en parte donada, que les permitía abrir una actividad. El vínculo con el Hospital sin embargo no se perdía con su salida, sino la comunidad hospitalaria normalmente quedaba para los expósitos el punto de referencia para toda la vida, de cualquier modo su familia. Desde el inicio en el Hospital operaba una comunidad de laicos consagrados muy variada, con muchos estados de vida y grados diversos de dedicación. Ante todo, entre los oblatos del Santa María, se distinguían los frailes «de dentro» y los «de fuera»: los primeros vivían en el hospital, sujetos a la vida común, los segundos, incluso habiendo donado su persona y sus bienes a la obra, eran como los otros corresponsables del gobierno, continuaban a vivir en sus casas, manteniendo aun, siendo casados, las obligaciones conyugales.

Estaba quien vivía esta oblación a temprana edad y quien – cónyuges que ya habían agotado las tareas históricas de su condición o viudos – ofrecía al Santa María de la Scala su servicio y sus posibilidades en los últimos años de vida. A los oblatos se agregaban «voluntarios» que ofrecían gratuitamente su servicio a los pobres: el Santa María se convirtió en la gran obra caritativa de la ciudad. En ella prestaron su servicio muchos grandes santos senenses.

En el hospital había también personas asalariadas o mantenidas a cambio de servicios, en los que el confín entre trabajo y vocación a la caridad era a menudo lábil. La comunidad del Santa María se ramificaba así en el tejido senés, con hombres y mujeres provenientes de todos los estratos sociales y aun extranjeros, llegados por la vía Francígena que, por un periodo más o menos largo, permanecían al servicio del hospital.

Recorriendo la historia del hospital, muy interesante parece la relación de la obra con la Iglesia y con el Municipio, en dos momentos decisivos para su fisonomía.

La relación con la Iglesia

Al final del siglo XII se agudizo una contienda entre los oblatos del Santa María y los canónigos de la Catedral, que reclamaban el derecho de la gestión del Hospital, contra la autoridad del capítulo de la comunidad hospitalaria.

Protagonista del conflicto fue el entonces rector del Hospital: su historia personal y la autoridad con que interpretó su trabajo a la guía del Santa María merecen ser narrados, como una parte de la historia clarificadora. Incontrato di Giovanni era un laico casado, de profunda religiosidad, en relación con el hospital desde mucho tiempo: el lunes de Pascua de 1193, él y su mujer Teodora deciden volver radical y definitiva su pertenencia al Santa María, ofreciendo a la obra sus propias personas y todos sus bienes. Incontrato se convierte de inmediato en rector, logrando obtener la intervención del Papa para dirimir la contienda con los canónigos.

Papa Celestino III en 1194, con dos privilegios, orientados hacia los «pobres de Cristo que moran en el hospital» concede al Santa María la protección apostólica, la tutela de los bienes poseídos y sobre todo la libertad a los oblatos de elegir libremente el rector. La comunidad del Santa María veía así reconocida la libertad de su iniciativa caritativa: tal libertad será la raíz del gran desarrollo de la obra en los dos siglos sucesivos.

La relación con el Municipio

En los siglos XIII y XIV, se abre el interesante capítulo de la relación entre el Hospital y el Municipio: inicialmente este último advirtió como suya la tarea de la defensa de la gran obra de caridad. Los alcaldes de Siena en el juramento de oficio proclamaban solemnemente: et iuro bona et res et iura Hospitalis Sancte Marie ante gradus et possessiones ipsius difendere et mantenere [y juro defender y conservar los bienes, el patrimonio y los derechos del hospital de Santa María delante de la Scala y sus posesiones] [1].

La defensa de la obra, entre los siglos XIII y XIV, fue siempre más considerada como control: en 1309 se da orden de que en la fachada del Hospital vengan puestas las insignias municipales, desde la segunda mitad del siglo XIV los rectores vienen de cualquier modo impuestos por el Municipio. En 1433 el capítulo «viene definitivamente suplantado por una comisión mixta, compuesta de seis sabios electos por el consejo del pueblo y por seis frailes elegidos por el rector […]. Será este nuevo ‘capítulo’ hospitalario precisamente la expresión más alta de una identidad institucional […] cambiada: aquella de un Hospital que ya no se identifica sólo con la comunidad de aquellos que habían ofrecido su persona y sus posibilidades, sino más bien se reconoce ya como un ente plenamente incluido entre las diversas articulaciones institucionales en que, en el contexto ciudadano, se expresaba la dimensión política del público» [2].

El desarrollo arquitectónico

También la estructura arquitectónica del Hospital refleja la misma característica de su comunidad múltiple: el Santa María no fue en efecto nunca totalmente proyectado, sino creció incorporando una parte de la ciudad, a través de donaciones. Entrando en su estructura laberíntica, se reconoce aún una vía de la Siena medieval, incorporada en el complejo y cubierta con bóvedas.

La ampliación de la estructura hospitalaria va a la par con el crecimiento de su patrimonio inmobiliario y terrateniente, derivado de las herencias de los oblatos y de los ciudadanos de Siena. Las rentas de los numerosos inmuebles ciudadanos aseguran un ingreso financiero notable, pero son sobre todo las vastas propiedades agrícolas que aseguran la riqueza del Hospital. Esto permite cada día dar limosna a los pobres y preparar tres veces a la semana un banquete para ellos.

El Santa María, para gobernar estas vastas posesiones y defender cosas y personas que en los campos medievales eran expuestas a redadas y saqueos, organizó una red de haciendas fortificadas, las granjas, como centros de dirección de las labores agrícolas, almacenamiento de las cosechas y reparo de la población rural.

La caridad se hace belleza

El Hospital se convierte de tal modo en la más grande hacienda agrícola y la más rica institución de la República de Siena, tanto que desarrolló incluso una actividad bancaria, concediendo préstamos particulares, pero también al Estado. «El Hospital más grande […] se convertía en la más grande hacienda de la República, con sus granjas, centros de producción agrícola y ganadera, esparcidas con razonable prudencia política-económica en el territorio […] el Hospital era un gran propietario inmobiliario en la ciudad y un centro financiero que hacía palidecer a los particulares: sus arcas salvaron más de una vez a la República de la bancarrota cuando el nivel de endeudamiento público se vuelve tan alto que ya no da confianza a los acreedores.» [3]

La caridad se hizo belleza: los artistas senenses decoraron las bóvedas, las paredes, hasta las tapas de los registros del Hospital y las amplias salas se llenaron de música y de poesía. Al inicio del siglo XIV, es establecido el estatuto del Hospital en lengua vernácula y en 1440 el rector y la comunidad sintieron la exigencia de colgar, con un gran ciclo de frescos en la vasta sala de ingreso, el Peregrinaje, el origen y el fin de la gran obra. Tres pintores senenses, entre los cuales el más conocido es el Vecchietta, pintaron los ocho grandes vitrales de la vasta sala: en la pared izquierda los cuatro «fotogramas» más significativos de la historia secular del Santa María; en la pared derecha cuatro grandes escenas documentan su obra.

En la pared izquierda, las escenografías y las costumbres de las solemnes composiciones recrean el sentido de una histórica epopeya, que se hace leyenda y fuertemente idealizada; en la pared de la derecha irrumpe el realismo del presente. Las vastas salas del Hospital, fielmente reproducidas, se llenan de los abandonados diariamente hospedados y si antes los oblatos eran representados deferentes ante las grandes autoridades de la historia, aquí se inclinan a socorrer la necesidad de los pobres desconocidos en las crónicas oficiales.

La grandeza de una comunidad está precisamente en esta capacidad de tener unida la memoria de una historia y el gusto por una laboriosidad en el presente: así se evitan estériles nostalgias e inconscientes activismos. Es la consciencia del propio origen que alimenta continuamente el fuego de una creatividad presente. A esta «compañía de las obras» medieval está dedicada la muestra de la Compañía de las Obras en el Meeting de Rímini 2011 (por Marco Barbone y Mariella Carlotti, ndr).

La muestra recorre la historia y la obra, a través de la reproducción de los frescos del Peregrinaje. Estarán en muestra cuatro registros originales del Hospital en las que en las portadas están pintadas escenas de la vida de la obra. El cuarto registro cierra la muestra: estará en una vitrina, abierto en las páginas del testamento del Vecchietta, el pintor del Hospital, uno de los grandes maestros del Renacimiento senés, autor del primer fresco del Peregrinaje.

El pintor destina todos sus bienes al Santa María y firma su testamento con la imagen, en lámina de oro y tinta china, de Cristo resucitado. La creatividad nace de hombres como el Vecchietta que sienten a Cristo Resucitado como su nombre: es esta la certeza que genera obras.

Notas
1 Constitución del Municipio de Siena del año 1262, 1897, I, 21.
2 M. Pellegrini, El Hospital y el Municipio en Arte y Asistencia en Siena, Pisa 2003, p. 39.
3 M. Ascheri, Siena centro financiero, joya de la civilización comunal italiana en Le Biccherne di Siena. Arte y Finanza al alba de la economía moderna, Retablo-Bolis, Roma 2002, p. 18.

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