Thomas S. Eliot - La idea de una sociedad cristiana
autor: Marco Respinti
director responsable de la publicación mensual "Recorridos de política, cultura, economía"
Michael D. Aeschliman
docente de Literatura de la Universidad de Boston
Luigi Negri
docente de Antropología Teológica de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán
fecha: 1999-08-22
fuente: Il Novecento tra speranza e negazione. L’idea di società cristiana di Eliot
(El Novecientos entre esperanza y negación. La idea de sociedad cristiana de Eliot)
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "L' ignoto genera paura, il Mistero genera stupore", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Lo desconocido produce miedo, el Misterio provoca estupor")
traducción: Renzo Firpo

Respinti: La obra del gran escritor angloamericano T.S Eliot La Idea de una sociedad cristiana, recientemente traducida por la editorial Gribaudi, puede introducir de modo adecuado la reflexión sobre el Novecientos. La obra recoge tres conferencias tenidas en el 1939 en Cambridge: se trata de páginas que pueden ser útiles sólo si leídas como contribución individual a un debate que tendrá que empeñar a muchas personas y por mucho tiempo. Este texto ya ha sido traducido hace algunos años, y, por quizá cuál motivo, ha desaparecido de las librerías y ha sido olvidado.

Conocemos a Eliot como poeta; en esta obra lo podemos apreciar como ensayista que se ocupa de una temática particular: lo que tiene que decir la fe cristiana sobre aspectos cuales la sociedad y la política. Su óptica, ya en aquel tiempo, o bien al principio del segundo conflicto mundial, delineaba e intuía cuáles habrían sido las grandes líneas de tendencia, o mejor dicho el grande impacto, que habría vivido todo el Novecientos.

La cuestión de fondo no es enfocar el problema de democracia o totalitarismo, de fascismo y antifascismo, de comunismo y anticomunismo. El verdadero cabo de la madeja de este nuestro siglo es más bien el establecer si la sociedad esté con o sin Cristo. Una sociedad está con Cristo o en caso contrario es cualquiera otra cosa, blanca, roja, verde, negra, cualquier ideología, inclusa la que se presenta bajo forma de indiferencia.

T.S Eliot fundó en 1922 una de las publicaciones periódicas más significativas de este siglo "The Criterion". El objetivo de esta publicación mensual fue de recoger alrededor de un proyecto fuerte a todas las personas que de alguna manera quisieron reaccionar a aquella que, con un título de una famosa obra de Eliot, fue “la generación de los hombres vacíos". En un determinado momento, en 1939, Eliot se da cuenta que la intención de llamar a reunirse a los que se presentaban como "no hombres vacíos" era fuera de su alcance. El último editorial expresa esta perplejidad: "De ahora en adelante es necesario pensar en alguna otra cosa, esta experiencia se concluyó: hace falta pensar en algo mucho más fuerte". En marzo del mismo año elige el título de tres conferencias: La idea de una sociedad cristiana. La respuesta a los hombres vacíos, después de años en los que transcurrió también la conversión, fue encontrada; se trató de una invitación simple: regresar a Cristo.

Aeschliman: Eliot no es extraño a la cultura italiana. Personajes y tradiciones italianas han tenido una gran influencia sobre este escritor. Su madre, también ella literata, ha escrito un drama teatral sobre Savonarola. Eliot ha sido un apasionado lector de Dante por toda la vida, y también ha escrito diferentes ensayos sobre él. La visión de la realidad de Dante ha influenciado profundamente la formación espiritual de Eliot durante aquel período crítico de su madurez en el que estaba afrontando su misma conversión. La potencia evocadora del infierno y del Purgatorio son para Eliot clave más apropiada para comprender la vida del siglo Veinte que lo que lo sean la poesía sentimental y decadente del siglo Diecinueve y el principio del siglo Veinte. En reacción a la confusión y al horror de los años 1914-1945 Eliot no se han dejado nunca implicar por el fanatismo moderno y por las herejías de derecha o izquierda, y tampoco por un aproche a la vida moderna puramente estético, como en cambio ha ocurrido a muchos de sus contemporáneos literatos e intelectuales. Fue mucho más consciente de cualquiera de sus coetáneos de la naturaleza del nihilismo moderno y sus implicaciones, y se ha dado bien pronto cuenta que en el arte moderno y en gran parte también en la vida social, la idiosincrasia había triunfado sobre la normatividad.

Desde el comienzo de los años Veinte, hasta su muerte acaecida en 1965, Eliot se muestra crítico, combatiendo el profano nihilismo moderno con toda la obstinación, la sabiduría y la intensidad de la que es capaz. Es necesario tener en consideración la particular característica de la educación personal y de la cultura de Eliot, factores que le han permitido empeñarse y perseguir tan tenazmente un tipo de itinerarium mentis in Deum y que lo han convertido en el más grande hombre de letras del siglo Veinte.

Eliot fue un docto filósofo, sobre quien tuvieron gran efecto los escritos filosóficos de Neo tomistas católicos y anglicanos, sobre todo los de Maritain. Llegó a comprender la grandeza del magisterio social pontificio y la importancia vital del concepto de pluralismo regulado por principios que Maritain estaba desarrollando sobre la base de las fuentes Tomistas y de sus experiencias modernas. Estos principios son actualmente de fundamental importancia para la reflexión sobre la dinámica y la naturaleza de la globalización actual. Eliot tuvo de la dinámica de la modernización una visión tan nítida que ésa se ha convertido en objeto de vasta investigación en la literatura moderna de ciencias sociales.

Nadie ha sabido pero reconocer la importancia de la producción de G.K Chesterton sobre el pensamiento y sobre el desarrollo de Eliot. Distantes, sea por generación que por carácter, Eliot y Chesterton no fueron nunca amigos, tanto que a menudo aparecieron recíprocas observaciones críticas sobre la prensa. No obstante esto, a la muerte de Chesterton, acaecida en 1936, Eliot escribió dos magníficos necrológicos de aprecio por su colega más anciano. De la mitad de los años Veinte su pensamiento teológico, social y moral se acerca siempre más al de Chesterton. En esta oportunidad nos limitamos a una de las opiniones de Chesterton en la cual Eliot ha creído y sobre la que ha escrito durante toda su madurez literaria: "Cuando la gente deja de creer en Dios, el peligro no es que ya no creen en nada, sino que comenzaran a creer en cualquier cosa”

Este concepto es el tema principal desarrollado en un libro de 1933 en el cual Eliot ataca tempestivamente y en forma enérgica los ídolos modernos. Lo que a Chesterton y a Eliot pareció una revelación, sabios y filósofos como Aristóteles, santo Tomas y muchos otros, los padres fundadores americanos, hasta pensadores modernos como Maritain, Gilson, Niebuhr, lo sabían o ya lo habían redescubierto. La misma cosa fue enunciada en el título de uno de los escritos más importantes sobre el pensamiento social en el último cincuenteno, The naked public square: religion and democracy in America del sacerdote Richard John Neuhaus. El lenguaje es inevitablemente el medio principal con el que la sociedad y las personas intentan explicar y alcanzar los valores más deseados, aquellos valores a los que anhelar, que hay que proyectar fuera de sí, que hay que aprobar y de los cuales ser motivados. Si el juicio de los hombres sobre estos valores se demostrara falaz, fuera solo por epistemología o ética, o por ambas, estas entidades serían destinadas al desastre absoluto. El siglo Veinte provee una lista detallada de este desastre, la "plaza pública desnuda (naked public square)" no tiene que estar más desnuda, privada o desmantelada de sus monumentos, de sus puntos de referencia, de las tradiciones, de los recuerdos, de los mensajes, de las reglas que hacen referencia a la ortodoxia. Aquella plaza será rápidamente colmada por alguna otra cosa, por una ideología cruel o loca o por una exagerada afirmación del yo, sujetos ambos fanáticos y egocéntricos. No sólo en la plaza pública, sino también en cada corazón encontrará lugar el vacío en forma de Dios del cual habla Pascal…. no podemos hablar tampoco de modo inteligible sin referirnos u orientarnos hacia el bien supremo, como bien expresado por Dante (Infierno, cantos III y XXXI); por C.S. Lewis los que desdeñan el verbo de Dios, deberían también ser alejados de la palabra del hombre. Éste es el motivo por el cual el arte y la literatura del siglo Veinte son impregnadas de absurdidad y de ironía.

La literatura y los escritores son importantes para indagar y para profundizar este argumento, porque ellos son los guardianes de la vitalidad y de la tradición del lenguaje: los seres humanos pueden decir que son humanos gracias al lenguaje. Las palabras pueden llevarnos hacia la conciencia y el desarrollo o igualmente pueden deformar nuestra humanidad. Según el gran poeta contemporáneo, inglés y cristiano, Geoffrey Hill, el uso del lenguaje ha representado en cada época el drama del destino humano. Esta opinión era tanto radicada en Eliot, mucho más que en cualquier otro escritor inglés del período 1920-1965, que lo ha convertido en un verdadero discípulo del prólogo del Evangelio según Juan, y heredero de la tradición que le corresponde.

La idea de una sociedad cristiana es un escrito que intenta alcanzar un alto objetivo, sintetizándolo dentro de límites bien definidos. Para la realización de este objetivo es necesario unir el conocimiento del sociólogo, del historiador, del crítico literario, del moralista, conocimiento que tiene que ser expresado en prosa inteligible. Es un documento de su tiempo que va más allá de su tiempo, como tantas otras prosas escritas por Eliot. Uno de los pasajes más bellos es ciertamente el profético capítulo conclusivo, sobre todo los últimos tres párrafos, en los cuales el poeta critica de modo preciso la moderna barbarie tecnológica y la contaminación. Siguiendo los críticos ingleses sociales románticos y victorianos, Eliot deplora el violento asalto modernista del paisaje, la destrucción de aquellas herencias mantenidas hasta aquel momento a un alto precio, como la armonía de las cosas, las proporciones y la belleza tan claramente visibles en Italia más que en cualquiera parte del mundo.

Hoy, para nosotros que buscamos de marginar el futuro cristiano, un futuro en que sea al menos aceptada la finalidad natural del hombre, la virtud y el bienestar dentro de la comunidad, el valor de Eliot asume proporciones más amplias por la atención que, en su vida y en su obra, él da a la lucha por el lenguaje. Esta lucha pide a todos ser claros, puros, enérgicos y precisos en la dicción, en nuestras afirmaciones y en nuestras exigencias. Una pagana contaminación lingüística sin precedentes nos llega todos los días desde Hollywood, de Londres, de París y de Roma, agudizada e intensificada de los inmensos y casi irresistibles instrumentos de la comunicación audiovisual. La crueldad, la profanidad, la obscenidad, y la pura idiotez están por todos lados así ruidosas e invasivas que la firme vocecita de la conciencia humana, de la humana racionalidad y reflexión, de la dignidad y de la decencia humana, es imposibles que se escuche. Sobre todo los jóvenes son sometidos a este asalto incesante sobre sus mentes y sobre su espíritu, sin la protección de entornos familiares, de gente en la que el sagrado don del lenguaje pueda ser enriquecido y cultivado. ¿Cuál padre puede hoy excluir o al menos tratar de excluir la intromisión de la televisión, de la radio y de la música rock? Sin embargo el lenguaje todavía nos pertenece, Dios nos ha creado con esta facultad, tenemos que usarla de modo apropiado para servir o para buscar a Dios. Existen Dante, Shakespeare, Manzoni, Eliot y Solzenicyn, también existen, mucho más determinantes, las Escrituras y la liturgia. La liturgia de una comunidad monástica ha devuelto al buen camino al mismo Eliot, y es ésta una de las razones por que él insiste sobre la importancia de las órdenes religiosas que persiguen una vida de plegaria y devoción.

Además del problema lingüístico y estrechamente en relación con ello, existe la cuestión intelectual e ideológica. Una observación profunda e impagable de don Luigi Sturzo de hace más de cincuenta años: "La filosofía y la historia serán siempre dos ramas, dos ramas de un solo conocimiento y de una sola búsqueda del hombre. Si cesaran sus recíprocas influencias y confluencias, la filosofía se volvería estéril tautología y la historia un incoherente sucederse de hechos insignificantes". En el curso de nuestra vida hemos visto pasar acontecimientos históricos de alcance mundial: si el occidente cristiano ha sabido sobrevivir a los hombres y a las ideologías de este siglo, podrá ciertamente sobrevivir también a Hollywood.

Don Luigi Sturzo ha dicho pues que la filosofía y la historia tienen que estar en relación entre ellas: ésta es la condición para el conocimiento de la verdad; en nuestra religión la palabra se ha hecho carne, la sabiduría ha penetrado la historia, la verdad y la bondad se han encarnado en cuerpo y sangre, y esto vuelve ad acontecer cada día con los sacramentos por la gracia de Dios, a través de nuestras acciones cotidianas. Basta pensar a como el comunismo europeo haya empezado a derrumbarse cuando el Papa polaco ha ido en visita a Polonia en 1979.

El futuro cristiano no es sólo el futuro de los cristianos, más bien vale para cualquiera, para cualquier individuo que desee vivir una vida decente dentro de la sociedad. Esta aspiración es la respuesta a la bondad de Dios que ilumina a todas las personas, a la cual todos, conscientes o no, son orientados en cuanto creados a Su imagen. Sin la bondad divina puede existir cualquier género de tiranía o anarquía, pero una sociedad sana y decente no puede existir a largo plazo, aunque el impulso restante de la piedad y de las plegarias de las generaciones anteriores puedan sostener la cultura por cierto período.

Por haber tenazmente y abundantemente relatado y demostrado estas verdades en distintos géneros literarios y por más de medio siglo, Eliot ha sido obstaculizado por las jerarquías laicista dominantes, pero ha entregado un servicio al futuro de la humanidad. Ha sido fiel al Verbo y ha complacido a Dios.

Negri: Ciertamente éste es el sentimiento que mi generación y la nuestra gran compañía tienen frente a este gran maestro: Eliot, fiel a la verdad.

El gran artista siempre es también un gran maestro. Nosotros estudiantes escuchábamos continuamente citar a Eliot en las lecciones de religión de don Giussani y los Coros de la Roca - en la primera traducción italiana - han iluminado nuestro presente. Aquellas páginas en efecto han excavado en profundidad más allá de este presente, ligándonos a las raíces cristianas de nuestra vida y más allá de ellas, leyendo todo el complejo y dramático fenómeno de rechazo que la modernidad ha hecho del cristianismo. Es justo por esto que Eliot ha dado impulso a una reflexión de don Giussani sobre la modernidad: "¿Es la humanidad que ha abandonado la Iglesia o la Iglesia que ha abandonado la humanidad"?. Esta pregunta ha excavado en profundidad, se ha convertido en percepción de una tarea, de una tarea en el presente y para el futuro. Esto ha sido Eliot.

En La idea de una sociedad cristiana el gran testimonio de Eliot se convierte en lección, se convierte en mensaje explícitamente formalizado. Aquello que es implícito en toda su poética, aquello que es intensamente dentro de cualquier paso de su gran producción literaria, aquí se transforma como en una lección sobre el punto más dramático que la conciencia cristiana vive en cada momento. ¿Qué resultado tiene la presencia cristiana en el mundo? ¿Qué ofrece la presencia cristiana al hombre de este y cada tiempo? ¿Qué tiene que decir a un drama cotidianamente experimentado pero, peor todavía, a un drama que la humanidad de hoy amenaza con no vivir más? La proposición de estos interrogantes nos hace apreciar "la actualidad" de cuatro conferencias radiofónicas transformadas después en este texto.

Una primera enseñanza de estas páginas es que no se puede proceder en la vida y sobre todo no se puede comunicar al hombre nada consistente, verdadero, significativo, si no se centra el problema: y el problema es aquel de elegir - extremadamente actual - entre la formación de una cultura cristiana y la aceptación de una cultura pagana. Cada momento de nuestra existencia personal y social vive de una impresionante banalización de la vida cotidiana, sin puntos de referencia, sin valores, sin sentido, sin preguntas. El punto común de las grandes tragedias de la sociedad es que la mayor parte de los hombres asiste impotente, aceptando que no hay nada que se pueda hacer, como si todo fuera comprendido dentro de un ritual, el ritual de las protestas, de las conmiseraciones, de las palabras que son repetidas cada vez; mientras se dicen estas palabras se comprende que no tendrán ningún influjo sobre la vida de nadie, ni sobre la de aquel che ha sido protagonista de los hechos ni de la de los que lo asisten. Se pone así una gran alternativa: o la verdad de una cultura que nace de la fe y le devuelve al hombre su dignidad, o la aceptación de un paganismo que es la resignación a vivir sin verdad, sin dignidad, sin gusto, sin dramatismo.

En 1939, en un momento particular de la historia de Europa - siempre es una situación particular que solicita la reflexión de Eliot - se hace apremiante el problema de la relación entre la Iglesia oficial y el Estado inglés, la relación entre una tradición cristiana y el liberalismo que avanza. Al interior de esta particularidad el centro de la cuestión es el destino del hombre frente al problema del sentido de la vida. El sentido del drama actual está encerrado en la alternativa entre por un lado la propuesta propositiva que nace con la llegada de Cristo, del otro la aceptación de la incapacidad del hombre a ser él mismo que Eliot califica como cultura pagana. El éxito del camino de una modernidad que ha rechazado a Cristo y que habiendo rechazado a Cristo tiene como única posibilidad aquella de crear una sociedad totalizadora, es justo el totalitarismo que ya afloraba en aquellos años. La democracia, la democracia como pura formalidad, la democracia que no es expresión de una cultura auténtica, es víctima de este Estado. El error es intentar mediar entre todas las posibles culturas sin hacer ninguna elección: esta actitud ha vuelto la democracia débil frente al totalitarismo y a veces hasta connivente. Los historiadores de la generación de la posguerra han confirmado este dato. Así La modernidad se ha convertido en la demostración del antiguo dicho bíblico, "maldito el hombre que confía en el hombre". Ésta es la primera enseñanza del texto de Eliot.

La segunda enseñanza es que la Iglesia en este hecho específicamente moderno aparece debilísima. Un hombre que ha amado la Iglesia como la ha amado Eliot que por el amor a la Santa Iglesia de Dios católica ha desafiado, como nos ha sido recordado, la impopularidad de las grandes centrales laicista del catolicismo liberal, nos enseña en qué cosa la Iglesia es débil. La Iglesia es débil porque se pone como una institución en medio de las instituciones e coloca el problema como si se tratara de una mediación política: éste el límite de la expresión "sociedad católica o sociedad cristiana" en la formulación de la cultura inglesa. Es como si se tratara del problema de una relación entre el Estado laico, liberal, por lo tanto tendencialmente anticatólico y la Iglesia católica que tiene que salvaguardar ciertos espacios, defender ciertos valores, sobre todo defender una determinada concepción ética que nace de la tradición católica. El error consiste en el hecho que la Iglesia no tiene la capacidad de oponer una cultura auténtica a una cultura falsa, pero juega de contrarresto, tratando de arrancar a esta cultura que tendencialmente está ocupando todo - justo por esto es la cultura del totalitarismo - algún espacio. El gran límite de la presencia católica en Italia en los últimos cien años ha sido justo esto: salvar una tradición moral atada a la vida familiar en vez de hacer emerger de la fuerza de la posición de la tradición la novedad de una cultura alternativa a aquella del laicismo dominante.

La intuición de Eliot, y ésta es la tercera enseñanza de estas páginas, consiste en privilegiar no una nueva ideología católica, sino un hecho: existe un pueblo cristiano, hay un sujeto nuevo en el mundo, hay una conciencia nueva de sí y de la vida, hay un modo nuevo de concebir al hombre como hijo de Dios, absolutamente irreductible a cualquier condición y a cualquier condicionamiento, El punto de donde es necesario iniciar es la conciencia de la presencia de Cristo en su pueblo, la presencia de los hombres nuevos que nacen de la fe, que viven de esperanza y de caridad. Ellos tienen que regenerarse continuamente, porque, como nos han enseñado los Coros del Roca, la Iglesia no es garantita de una vez para siempre, la Iglesia tiene que renacer en la profundidad del corazón de las almas. Es en la profundidad del corazón y del alma de cada hombre que cada día se encuentran gracia y libertad y por lo tanto cada día ocurre y se renueva el acontecimiento de la Encarnación y de la vida de fe.

La Iglesia tiene por lo tanto una función eminentemente educativa, forma hombres que viven la vida de todos según la certeza de la fe, según la amplitud de la caridad, según la indestructible certeza de la esperanza: la sociedad nace como fruto de la obra de la misión. La sociedad cristiana no es un problema de relaciones culturales, ideológicas, diplomáticas, políticas: es en cambio un movimiento de fe que se afirma en el mundo y que afirmándose en el mundo da su contribución específica y original a la solución de los problemas de la vida de todos los hombres.

Hay una gran sintonía entre esta enseñanza de Eliot y la gran tradición de la doctrina social de la Iglesia en el siglo Veinte. La sociedad cristiana es una obra posible si hay hombres que viven la vida de cada día según la identidad de la fe y no según el instintividad naturalista de los que viven solos, sin la pertenencia al misterio de Dios hecho carne en Jesucristo y presente misteriosamente en la historia en el misterio de la Iglesia.

Por último, el más intenso énfasis que acompaña las breves y densas páginas de Eliot es el amor por la libertad del individuo y del pueblo. El primer signo de la sociedad cristiana es, en efecto, que los hombres vengan ayudados a entender el sentido de su propia libertad. Habiendo el sentido de su propia libertad, por tanto la libertad de los demás, se podrán establecer las relaciones en línea con la ley suprema de la caridad, o sea con el respeto absoluto a los demás en su identidad y en su diversidad. El primer gran documento de este movimiento creativo de vida y de sociedad nueva en el nuevo mundo, tan querida de nuestra tradición católica, es la Epístola a Diogneto, de la primera mitad del siglo II. Desde cuando yo mismo la he leído hace muchos años atrás, durante el primer año de la escuela secundaria, me llamó la atención la capacidad, desconocida a todos y a todas las culturas paganas, del respeto y del amor por la libertad de los demás. La gran certeza expresada por el desconocido autor de la Epístola a Diogneto sintetiza en modo admirablemente la enseñanza de Eliot.

-
Unless otherwise stated, the content of this page is licensed under Creative Commons Attribution-ShareAlike 3.0 License