Tianyue Wu. El cristianismo en China
autor: Tianyue Wu
Profesor del Departamento de Filosofía del Institute of Foreign Philosophy of Peking University, China
Tobias Hoffmann (presentador)
Docente de Filosofía Medieval en la Catholic University of América, Washington
fecha: 2013-08-19
fuente: Cosa ridesta l'umano. Testimonianze
acontecimiento: Meeting per l’amicizia tra i popoli: "Emergenza uomo", Rimini, Italia
(Meeting para la amistad entre los pueblos: "Emergencia hombre")
traducción: María Eugenia Flores Luna

TOBIAS HOFFMANN:
Bienvenidos a este primer encuentro de la serie “Qué despierta lo humano”, un ciclo de cuatro testimonios. Hoy tenemos la suerte de tener con nosotros al Profesor Tianyue Wu, que enseña Filosofía antigua y medieval en la Peking University. Ha venido con su esposa: me han dicho ayer que en estos días celebran el décimo aniversario de matrimonio. Me llamo Tobias Hoffmann y soy Profesor Asociado de Filosofía medieval en Washington. Hace dos años he recibido la invitación a una conferencia sobre la libertad y la responsabilidad de la filosofía medieval en la Peking University: como pueden imaginar, Me ha sorprendido un poco que en China alguien se interesara en la filosofía medieval, es decir la nuestra, aquella latina de san Agustín, santo Tomás, etc. La conferencia tuvo lugar el año pasado, el organizador era Tianyue. He quedado muy impresionado, no sólo por la calidad de su ponencia sino también de su apertura mental, especialmente por el hecho que me decía libremente que era católico.

Para resumir, se veía enseguida que Tianyue es una persona excepcional. Así que, me ha venido el deseo de hacerlo invitar al Meeting de Rímini justo por lo que es el Meeting, una ocasión formidable de encuentro entre personas que comparten una aspiración al ideal.

Antes de dar la palabra a Tianyue, querría decir que para mí lo más sorprendente es encontrar en China un interés por el origen de nuestra cultura occidental que nosotros mismos hemos perdido. El estudio del griego antiguo y el latín está en aumento. No sólo hay interés en las raíces antiguas sino también hay muchas personas no creyentes que se interesan en la historia medieval o el cristianismo. Algunos ven en el cristianismo un recurso para corroborar la cultura china, se habla hasta de una teología de la modernización, es decir de un enfoque secular, aun ateo, al cristianismo. Otros tienen un auténtico interés por el cristianismo en cuanto tal, así que nacen centros de estudios cristianos también en las universidades del Estado. Por ejemplo, en la Wuhan University, una de las universidades más importantes de China, hay hasta un centro de estudios del pensamiento filosófico y teológico de santo Tomás de Aquino. A propósito del interés hacia el cristianismo, querría relatar un diálogo que he tenido con un doctorando. Me ha dicho que estudiaba latín e historia medieval porque quería entender mejor el origen del Occidente, también para entender por qué, a cierto punto, la cultura occidental haya superado la cultura china. Al respecto, me ha preguntado si merecía la pena también estudiar la historia de la Iglesia, es decir, si para entender la cultura occidental hacía falta también estudiar la historia de la Iglesia. Me ha dicho que él no era cristiano. Yo he quedado muy sorprendido: ¿quién en Occidente se haría esta pregunta?

Me ha conmovido porque un intelectual occidental diría que para entender el Occidente se necesita estudiar a Francis Bacon, Descartes, Isaac Newton, etc. En otras palabras, un occidental habría dicho que el Occidente nace o renace con el Iluminismo. Pero, como dice el filósofo francés Remi Brague, que es también un amigo del Meeting, para entender Europa hace falta salir de Europa, para obtener así la perspectiva justa. Aquel doctorando chino ha entendido mejor que nosotros qué constituye nuestra cultura. Así también hoy, encontrando a Tianyue Wu, tenemos la ocasión de conocer a una persona de un País lejano y desconocido para muchos de nosotros, que sin embargo sentimos cerca de nosotros. Tianyue Wu nos hablará de su camino de fe, insertándolo en el contexto de la historia y la cultura china, y también nos hablará de su trabajo como profesor de filosofía.

TIANYUE WU:
Me disculpo porque no hablo italiano pero ante todo deseo agradecer a Tobias por sus gentiles palabras. Luego querría expresar mi extrema gratitud a los organizadores que me han invitado a presentar la ponencia en este Meeting. Es muy interesante y agradable compartir con ustedes mi experiencia de fe. He nacido en una pequeña ciudad y he crecido en una familia católica. En familia he recibido una buena educación y he podido frecuentar una de las mejores universidades de mi País. Después de haberme especializado con una tesis sobre san Agustín en una universidad católica en el extranjero, ahora soy docente de griego antiguo y filosofía medieval en la universidad en que me he licenciado. No hay nada especial en todo esto, excepto por una única excepción: porque estamos hablando de un País lejano que se llama China. El made in china ya se ha extendido por todas partes, sin embargo la asociación entre catolicismo y China todavía es algo misterioso para muchas personas, chinos o no, aunque hay al menos seis millones de católicos que hoy viven en nuestro país. Debo decirles que la cifra exacta todavía es un mito. Les contaré la historia de ser católico en China y trataré de aclarar un poco esta combinación, tan misteriosa, entre catolicismo y China.

Mi presentación se articula en dos partes. Ante todo, me detendré un instante a hablar de las condiciones de la fe religiosa en China y les haré ver cuáles son los verdaderos desafíos, pero también las oportunidades, de ser católicos en China. Luego regresaré a mí mismo, a la respuesta personal que doy al estado de emergencia - para citar el tema de nuestro Meeting - en el ámbito de una cultura extremadamente diferente a ésta. ¿Qué significa ser católico en China? Según yo, predominantemente significa conducir una vida religiosa en aquella que es una sociedad secular. Nosotros vivimos en una era secular. Eso no significa que la fe religiosa no tenga un lugar al interno de nuestras sociedades, cuanto más bien que las creencias religiosas ya no son tomadas sin dificultades como algo indiscutible como una verdad absoluta. En otras palabras, las religiones todavía pueden desarrollar un rol significativo e insustituible en nuestra sociedad pero las condiciones de la fe religiosa han cambiado radicalmente. En una era secular, lo que tenemos es solamente la vida aquí en la tierra, nada más. Toda creencia religiosa en lo transcendente debería ser entendida o también justificada en términos de los valores inmanentes, de este mundo. Les hago un ejemplo: las Iglesias pueden existir, simplemente porque son instrumentos para mantener la estabilidad social, puesto que algunas personas no han adoptado todavía una visión del mundo completamente secularizada.

He aquí, teniendo en mente este fenómeno global de la secularización, ahora haré referencia a tres elementos fundamentales al interno de la China moderna: nuestra larga tradición de laicismo, la ideología atea y la economía orientada al mercado. Eso les demostrará cómo la secularización se ha convertido en un desafío muy importante para el catolicismo en la China contemporánea. Este proceso ha ocurrido de manera muy diferente con respecto a cuanto ha ocurrido en las sociedades occidentales. El proceso mismo de secularización ha empezado bastante temprano en China, en el sentido que las creencias religiosas, el creer en un Dios transcendente, había ejercido poca influencia en la vida social y moral de la China antigua. Tenemos algunas evidencias, aunque exiguas y ambiguas, de la presencia de religiones primitivas en la antigua sociedad china. Sobre todo cuando se hablaba del culto a un dios superior, o del cielo. Una práctica religiosa se puede remontar al segundo milenio a.C., o también a antes. Sin embargo, ha sido en el siglo VI antes de Cristo, durante la era llamada axial, que en China el confucianismo y el taoísmo han emergido y han forjado la cultura y las perspectivas del pueblo chino.

En aquel tiempo, tenemos que decir que China estaba dividida en más de cien Estados feudales, continuamente en lucha entre ellos. En este período, lo que preocupaba a las mentes más elevadas era principalmente cómo reconstituir un orden moral y político. Se sabe que Confucio solía exhortar a sus seguidores a respetar las entidades espirituales sobrenaturales, pero también los exhortaba a estar distante de ellas, porque pensaba que los deberes de una persona virtuosa no tuvieran nada que ver con un Dios o con más dioses. Lao Tzu, el gran maestro del Tao, de la vía correcta, insistía incluso él sobre el hecho que la misión del sabio fuera aquella de seguir la ley intrínseca en la naturaleza, desarrollando las propias actividades políticas. La idea de un ser transcendente que sirve de fundamento a los valores humanos, era completamente extraña sea a Confucio que a sus contemporáneos. En el II siglo antes de Cristo, el confucianismo se volvió la idea predominante de la sociedad imperial. El confucianismo da una importancia extremadamente fuerte a conducir una vida basada en el Liji o bien el ritual. Como ocurre con la mayor parte de los conceptos chinos, es bastante difícil encontrar una traducción apropiada al concepto de Liji, o dar al menos una definición precisa.

En la tradición confuciana, Liji no es solamente algo que tiene que ver con los rituales o con las ceremonias de culto, sobre todo con el culto de los antepasados, sino tiene que ver también con los modos respetuosos, con las costumbres sociales o las leyes. Por tanto, está bastante cerca del antiguo concepto griego del nomos. Un elemento central del Liji son las relaciones desiguales entre los súbditos y el soberano, que son concebidos en el modelo de las relaciones familiares entre padre e hijo o marido y mujer. Estas relaciones familiares constituyen el principio moral ritual sobre el que se basa el orden político. Se pensaba que solamente una serie fija de códigos conductuales, como por ejemplo la fidelidad o la piedad filial, pudieran dar a la sociedad cierta armonía.

Ahora, no es difícil ver por qué el confucianismo haya adquirido una enorme popularidad entre los emperadores chinos, porque subrayaba precisamente aspectos terrenales y la estabilidad social. Este énfasis de molde bastante conservador ha sido institucionalizado ulteriormente por las últimas dinastías y sus valores de base y su expresión física, por ejemplo las celebraciones de culto a los antepasados, han quedado incuestionable por unos dos mil años.

Cuando dos grandes jesuitas italianos, Matteo Ricci de Macerata y Michele Ruggeri de Bari, han llegado a China en el siglo XVI, enseguida se han dado cuenta que la doctrina moral se concentraba en esta vida, sobre la tierra, y que este mundo terrenal tenía máxima importancia para los chinos. Ellos se esforzaron por adoptar la lengua china, también la cultura china, en predicar el cristianismo. Por desgracia sus esfuerzos fueron alterados y hechos vanos al final del siglo XVII, durante la controversia sobre los ritos chinos. Los jesuitas pensaban que la participación en las ceremonias confucianas tradicionales era compatible con la fe cristiana, viendo estas ceremonias como una demostración ritual de respeto en relación con los antepasados. Otros no estaban de acuerdo y lograron convencer al Papa, que por lo tanto prohibió a los cristianos presenciar a las ceremonias confucianas tradicionales, por ejemplo los ritos estacionales durante los cuales se honraba a Confucio o bien otras ceremonias de culto de los antepasados. Al final, el Papa Pio XII ha abrogado esta decisión en el siglo XX. Sin embargo, a cambio de la prohibición establecida por el Papa en el siglo XVII, los emperadores chinos prohibieron cualquier misión cristiana en China hasta 1840. A mitad del siglo XIX, también las creencias confucianas llegaron a un período de profunda crisis. Fue cuando China fue obligada por las Guerras del Opio a proteger el cristianismo y se abrió a los cambios con el exterior.

Que se lo quisiera o no, predicar el cristianismo se volvió algo integrado a la colonización europea de China. Mientras tanto, siempre por motivo de la Guerra del Opio, los seguidores de Confucio se encontraron delante del fracaso del confucianismo, en el sentido que ya no lograba conservar la prosperidad secular. El fracaso del confucionismo causó la conclusión del gobierno imperial chino. Al principio del siglo XX, en 1919, los nacionalistas chinos, decepcionados por la cultura tradicional, lanzaron un movimiento de nueva cultura. Empezaron por lo tanto a criticar amargamente el modo de vivir confuciano y los valores tradicionales del confucianismo. Su tentativa era sustituirlos con conceptos occidentales de democracia y ciencia. Sin embargo eso no significó más que el cristianismo habría sido aceptado como parte esencial de la cultura occidental. Más bien, lo que siguió fue un movimiento anticristiano desarrollándose en los años 1920, un movimiento que rechazaba el cristianismo, etiquetándolo como superstición obsoleta. En otras palabras, ha sucedido que la mayor parte de los intelectuales chinos, después de haber salido de una sociedad tradicional sumamente secularizada, han abrazado los objetivos y los valores de la secularización de molde occidental. El movimiento anticristiano llegó a un fin muy repentino en 1929, con el bautismo de Chiang Kai-Shek, el Presidente del Gobierno nacional de China. Sin embargo, la aptitud del período anterior, no particularmente benévolo con respecto a Confucio y Cristo, había sido heredado por el gobierno comunista que llegó luego al poder en 1949.

El nuevo gobierno, en efecto, asumió el ateísmo como parte esencial de su ideología: fue el segundo elemento de la secularización china. El nuevo gobierno consideraba todas las religiones como el opio de los pueblos. Los primeros treinta años de la República Popular china coincidieron con tiempos muy difíciles para el cristianismo en la China continental, sobre todo en el período que va desde 1966 a 1976, los diez años de la Revolución Cultural. En aquel período, los misioneros extranjeros fueron expulsados del País, las iglesias fueron cerradas y los curas fueron obligados a asumir roles seculares. Hay que decir que, durante la Revolución Cultural, todas las religiones fueron objeto del mismo destino. Sin embargo la situación fue aún más seria en el caso del cristianismo, justo porque desde hacía mucho tiempo era considerada una religión extranjera.

Afortunadamente, en 1978 el gobierno decidió lanzar una política de reformas económicas y modernización, conocida precisamente como una política de apertura y reforma. Esta nueva política también preveía la tolerancia religiosa: a consecuencia de eso, las iglesias fueron abiertas en 1979, el año en que yo he nacido. Desde entonces, el cristianismo ha crecido rápidamente, a la par con el rápido desarrollo económico de los últimos 30 años. Según recientes consideraciones del gobierno, el total de los cristianos en China, comprendiendo sea las iglesias oficialmente registradas que las que no lo son, es de unos 30 millones, de los cuales 6 millones son católicos. En el curso de los últimos 30 años, esta política de reforma y apertura ha llevado a un rápido crecimiento económico que tiene siempre más influenciada la vida espiritual de los chinos.

Éste es un gran período de transición. Los viejos sistemas de valores han sido dañados mientras los nuevos aún no se han afirmado, cuanto menos son limitados en lo que pueden hacer. Ahora, muchos chinos están perdiendo la fe en las normas seculares y están adoptando una actitud aún más utilitarista y cínica con respecto a la vida, en una sociedad que está realmente cambiando a ritmos rápidos. Su lema se ha convertido en el “Carpe diem”. La incongruencia entre el crecimiento de la economía y la decadencia de la vida espiritual ha llevado a una “Emergencia hombre” también en China. Muchas personas no logran encontrar el modo de reconquistar una dignidad humana en un mundo tan secularizado. Los desafíos de un cristiano en la China contemporánea son así muy evidentes. Se debe afrontar una larga tradición de secularización, se debe enfrentar la ideología atea y también este crecimiento económico, que sigue adelante de modo absolutamente ciego.

El chino fiel debe en primer lugar hacerse una opinión crítica del propio pasado cultural, eliminar aquellos elementos incompatibles con la creencia cristiana. Eso significa que el creyente tiene que afrontar también el peligro de ser dejado fuera, en una sociedad totalmente secularizada. Además, tiene que ser capaz de demostrar la superioridad de la vida cristiana a través de los propios pensamientos, las propias palabras y los propios actos. Aun así, no se logra vivir en una situación de vacío, porque todos hemos nacido para ser animales sociales. Un creyente cristiano no puede y no debe apartarse completamente de la sociedad secularizada, de otro modo su testimonio quedará completamente invisible y tendrá poco efecto sobre los que no tienen todavía ningún interés en las realidades transcendentes. En otras palabras, el creyente cristiano tiene que abrirse al mundo secular pero sin volverse presa. Es un elemento particularmente importante para los creyentes católicos chinos que adoptan a menudo una actitud bastante conservadora con respecto al mundo externo y hacen pocos esfuerzos para defenderse activamente frente a los desafíos puestos por sus circunstancias culturales. Su silencio y su apartarse del mundo hace invisible la iglesia a quien está afuera.

Consideren todos los desafíos de los cristianos chinos, tenemos que decir que sin embargo las condiciones de dificultad son, al mismo tiempo, una gran oportunidad. El hecho que en efecto no exista una ética predominante en China hace la ética cristiana más atractiva. Aún más importante, es el hecho que la herencia china y la actitud escéptica de la sociedad obligan a los católicos a reflexionar de manera más profunda sobre sus creencias y sobre sus tradiciones, a desarrollar un fuerte sentido de conciencia de sí mismos.

Sin duda, estos desafíos y estas oportunidades han forjado el crecimiento de la fe en mi vida: por el tiempo que me queda, querría hablar de eso. He nacido en Anshun, una pequeña ciudad de Guizhou, una provincia de la parte sur occidental de China.

En 1644, a causa de la muerte del último emperador de la dinastía Ming de Pekín, algunos miembros de la familia real constituyeron pequeñas dinastías en las provincias meridionales de China. Uno de ellos, el emperador Yongli, se refugió sucesivamente en Guizhou. La corte de Yongli estaba muy ligada a la iglesia católica: sea la madre que la mujer de Yongli habían sido bautizadas. Se cuenta que hubiera cuarenta ministros católicos y secretarías católicas en la corte del rey, una circunstancia que ha producido la primera misión católica en la provincia de Guizhou. Tuvo una vida breve como aquella de la dinastía Yongli, que duró muy poco. La evangelización de Guizhou fue luego llevada adelante por los misioneros extranjeros de París, a mediados del siglo XIX. Mi bisabuelo perteneció por lo tanto a la primera generación de católicos en Guizhou, estudió en un bachillerato administrado por misioneros católicos y también consideró la oportunidad de llegar a ser sacerdote. Desdichadamente, o quizás afortunadamente, un fuerte dolor de cabeza lo obligó a volver a casa y sucesivamente emprendió la carrera médica.

La fe católica quedó sin embargo parte integrante de la tradición familiar. De niño, yo era un poco escéptico sobre este credo. En ese entonces, mi abuelo se enfermó gravemente y mis padres tuvieron que trabajar mucho para toda la familia: mi educación religiosa le fue confiada completamente a mi abuela, una mujer hogareña de otros tiempos, muy gentil y piadosa, que ha dedicado toda su vida a la familia. Por desgracia no sabía leer y, todavía peor, las oraciones que me enseñaba estaban escritas en un estilo que combinaba un lenguaje coloquial a uno literario.

Después de la separación de la Iglesia católica romana, la Iglesia china celebraba la misa en latín, al menos hasta 1990: misa y oraciones eran un tormento más que una ayuda para un niño que había empezado a tener algunas curiosidades con respecto a la fe. Además, las pocas frases aisladas que había aprendido de mi abuelo y del sacerdote eran en claro conflicto con lo que me venía enseñado en la escuela. En China todos hemos crecidos con el canto de la internacional: “Il n'est pas de sauveurs suprêmes, ni Dieu, ni Cesar, ni tribun” (“No hay supremos salvadores, Ni Dios, ni César, ni tribuno”). En los libros de escuela nos enseñaban que todas las religiones son sólo creencias supersticiosas que pertenecen a un pasado muerto y enterrado: por consiguiente, la fe religiosa generalmente venía considerada como una mentira o una monstruosidad. Todavía recuerdo perfectamente las reacciones de mis compañeros de clase ¡cuando yo iba a clase con una cruz!

El viento va donde quiere, puedes sentirlo o no puedes sentirlo pero no puedes entender de dónde venga y adónde vaya: yo sentía la palabra de Dios pero no comprendía el mensaje. Las circunstancias de laicidad de algún modo me han obligado a comprender las razones de mi fe. No quería seguir la fe sólo porque era la tradición de mi familia. Un día les pedí a mis padres hacerme ver dónde estaba Dios. Ellos, equivocándose, me llevaron donde el Padre Zong. Su nombre cristiano era Jacob, era un sacerdote de nuestra ciudad, un compañero de clase de mi abuelo en la escuela misionera. No dijo gran cosa pero me mostró folletos que hablaban de fe y de ciencia, con citas famosas como aquella de Albert Einstein, “la ciencia sin religión es coja, la religión sin la ciencia es ciega”. Los chinos consideraban con el máximo respeto a los científicos y sus palabras, creyendo firmemente en su capacidad de mejorar nuestra vida en este mundo. Sin embargo, en ese entonces en que leí estos libros, no quedé completamente persuadido de las citas porque no contenían explicaciones ulteriores: de todas maneras encendieron mi curiosidad con respecto a un enfoque científico al mundo, a cómo pudiera ser compatible con un credo sincero en un ser trascendente.

El momento crucial para la fe llegó completamente inesperado. Mi abuelo murió cuando yo tenía 14 años: entonces, la piedad filial desarrollaba un rol fundamental en la ética tradicional china. Nuestra familia, por cuanto católica, no hacía excepción a esta regla: por primera vez sentí qué significaba alejarse de una persona extremamente cercana. Estuve ausente de la escuela y pasé tres días y tres noches en la iglesia, cerca del cuerpo de mi abuelo. El Padre Zong había adoptado unos veinte niños de edades diferentes, algunos de los cuales se habrían después convertido en seminaristas: los oía rezar, los pía cantar, de la mañana a la noche. Y a cierto punto las frases oscuras de las oraciones se volvieron comprensibles: “De profundis clamavi ad te, Domine”, “Requiem aeternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis”. Me conmovió muchísimo la fuerza de estas oraciones que resonaban en el pequeño edificio de piedra. La tranquilidad con la cual viví aquellos días me ayudó a transformar aquella que era una tradición familiar en una fe personal y mía. La fe se volvió parte de mi corazón porque empecé a creer: sólo esta tranquilidad profunda puede revelar el significado misterioso de la muerte y de la vida, que estaba entonces muy cerca de mí, pero que había quedado escondido hasta aquel momento. Desde entonces no he tenido más miedo, no he tenido más dudas, porque el Señor estaba conmigo y me daba fuerza.

“Fides quaerens intellectum”: he empezado a leer la Biblia y obras teológicas como “Las confesiones de san Agústín” y Pilgrim's Progress de John Bunyan. Empecé a leer todo lo que encontraba en las pequeñas ciudades en que habitaba. Por un cierto período titubeé entre la opción científica y aquella filosófica: la ciencia, y en particular la medicina, me parecían ser más prometedoras. En esto era sustentado fuertemente también por mis padres: el estudio de la medicina, sea aquella occidental, sea aquella tradicional, hace parte de mi tradición familiar. Mi tatarabuelo, mi abuelo, mi tío y mi padre eran todos médicos y pensaban que el ser médicos constituyera el modo mejor para ayudar a los que tenían necesidad y también para glorificar al Señor. A pesar de eso, elegí la carrera filosófica, con una idea ambigua, que curar el alma a través de la filosofía fuera igualmente importante que curar el cuerpo a través de la medicina. En aquella época estaba muy atraído por el pensamiento que sólo la filosofía, entendida como amor de la sabiduría y del saber supremo, pudiera salvar a la China de la degeneración moral. En la base de esto creo había una curiosidad sobre de la verdad como nos es revelada en la Biblia.

A prescindir de cuánto ingenuas fueran estas ideas de estudiante, estoy muy feliz de que esta fe me haya finalmente llevado a estudiar filosofía. En China, todos los estudiantes de secundaria tienen que superar un examen de admisión para poder ser aceptados en la universidad. La universidad de Pekín es la más antigua y es considerada la mejor universidad en China, según varios criterios de clasificación. Sólo los mejores pueden ser admitidos. Yo he tenido la suerte de ser clasificado primero dentro de mi provincia, y he sido por lo tanto admitido sin ningún problema en el departamento de filosofía.

Al contrario de cuanto ocurre en las universidades occidentales, nosotros tenemos que decidir la materia que queremos estudiar antes de ser admitidos a la universidad: sólo he encontrado dos de mis compañeros de colegio que habían elegido filosofía como materia de elección, otros optaron por la filosofía porque no habían sido admitidos en otras facultades. Gran parte de los estudiantes siguen las lecciones de leyes o economía porque parecen ser una garantía de éxito en el mundo laico. En ese entonces, eran pocos los estudiantes de filosofía realmente interesados en la materia. Gracias a mi credo, en base al cual Dios constituye la vía justa y la verdad en la vida, nunca he puesto en duda el significado del amor a la verdad como vía hacia una vida que tenga sentido. Cuando mis ex-compañeros de clase estudiaban economía y buscaban un trabajito, yo me concedía el vicio de estudiar Heidegger, Max Scheler, Kierkegaard, Karl Barth y san Agustín. Como pueden notar siguiendo esta breve lista, en ese momento estaba más interesado en la filosofía práctica que teórica, es decir me preocupaba más de los problemas existenciales y relacionales que de la reflexión racional sobre la realidad. Era algo bastante difundido entre los estudiantes de filosofía en China, más interesados en encontrar indicaciones para su vida cotidiana que de aprender a entrenar sus mentes racionales siguiendo el pensamiento filosófico.

Eso ocurre porque China no hace alarde de una tradición filosófica propia, al menos no en el sentido occidental del término. Hay además en China una larga tradición de reflexión sobre cuestiones y temas filosóficos: por ejemplo, se especula sobre la naturaleza, sobre el valor, sobre la bondad, sobre la justicia, un pensamiento que se remonta al período de Laotzè, de Confucio. La preocupación máxima, en todo caso, es el pensamiento político y ético: lo que falta en China es el amor puro por la verdad en sí misma. En China se estudia la naturaleza o el Dao, la vía justa, sencillamente porque estas ideas pueden volverse útiles para las enseñanzas morales. Las preocupaciones utilitaristas han hecho que los antiguos pensadores chinos no se ocuparan de cuestiones fundamentales con un enfoque teórico. La ausencia de un ser transcendente en la vida espiritual china ha conducido a cierta pobreza filosófica. Fue así que dejé Pekín para ir a la universidad católica de Lovaina, en Bélgica, siguiendo mis intereses en la dimensión más práctica de la filosofía y elegí el concepto de voluntad en san Agustín como argumento de mi tesis doctoral.

En Lovaina seguí un curso más riguroso y empecé a apreciar las argumentaciones racionales de pensadores como santo Tomás. Leyendo cuidadosamente las discusiones de san Agustín sobre la libertad humana y su fundamento psicológico, me di cuenta que la fuerza de su pensamiento no estaba sólo en su fuerza emotiva y en la excelencia retórica de sus argumentaciones, cuanto más bien en las argumentaciones. También me di cuenta que las intuiciones filosóficas de san Agustín sobre la vida humana, presentes en las últimas disquisiciones teológicas, habían sido injustamente ignoradas. También los filósofos occidentales habían dedicado escasa atención a las disputas con los pelagianos y eso, de algún modo, me llevó a preferir la filosofía con respecto a la teología. Como creyente, no creo que haya una diferencia esencial, entre estas dos disciplinas, por cuanto concierne a la verdad, aunque algunas de las verdades reveladas no son accesibles a nuestra razón natural. Además, es más fácil persuadir a los no creyentes a aceptar el cristianismo a través de argumentaciones filosóficas de cuanto no sea posible hacerlo con la doctrina teológica. La filosofía hace ver cuál es la fuerza de la racionalidad humana, ilustrando al mismo tiempo también los límites: esto es particularmente significativo para los que viven en una época laica y que consideran todas las cosas en términos exclusivamente terrenos.

El pensamiento racional nos demostrará la superioridad de la fe sincera y católica, con un efecto importante sobre los no creyentes. Ciertamente, la filosofía de por sí no puede convertir a los no creyentes, pero estoy convencido firmemente que sea una vía que puede llevar a la fe.
En 2007 volví a la universidad de Pekín, mi alma mater, en calidad de Docente de Filosofía medieval y antigua: desde entonces, me he concentrado en Aristóteles y santo Tomás, antes que en san Agustín y Platón, aunque en realidad los últimos son más conocidos en China por su fuerza emotiva, su expresividad. Pienso que, gracias a un trabajo paciente en la base de la tradición aristotélica y tomista, los estudiantes chinos puedan aprender la argumentación racional, cosa que no podrían encontrar en el pensamiento chino antiguo. Decido por lo tanto dar testimonio de mi fe de modo indirecto porque, como nos han enseñado Matteo Ricci y Michele Ruggeri, debemos ser pacientes en proponer el cristianismo a personas con una tradición fuerte y antigua.

Hoy muchos protestantes cristianos adoptan una metodología directa en la evangelización: se dirigen a las personas por la calle o en la universidad, tratando de convencerlas que vayanr a sus iglesias. Se trata de un enfoque que a veces puede tener éxito pero no siempre, sobre todo cuando se trata de personas que tienen una gran conciencia de sí. El mes pasado, uno de mis estudiantes ha ido a Yale University y allí ha encontrado cristianos: se trata de una persona extremamente inteligente, muy interesada en la cultura occidental y en sus bases cristianas. Ha visitado algunas iglesias con amigos cristianos americanos que luego, en su presencia, han empezado a rezar y a hablar de su experiencia personal de los milagros. Eso lo ha hecho sentir incomodo, lo ha vuelto temeroso: me escribió que le sugiriera cómo podía alejarse de ellos sin ofenderlos. Le contesté sencillamente que en realidad estas personas no querían hacerle ningún mal, sólo eran demasiado entusiastas. Le dije que no debía temer nada: si Dios no existe, no hará mal a nadie; si existe, será benevolente, tal como lo encontramos en la Biblia.

Como he dicho antes, China cuenta una larga historia de laicismo y ahora se está acercando a una época que es secular y laica para todos. Es difícil para las personas entender qué enseñan los cristianos acerca de este ser transcendente, qué pueda significar la experiencia religiosa. Hace falta tener paciencia y hacerlos acercar a esta idea de la vida. Los primeros movimientos son los más difíciles. Al inicio de mi carrera, fueron pocos los estudiantes que frecuentaron mis lecciones sobre filosofía medieval, sobre todo aquellas dedicadas a santo Tomás. Por el contrario, los cursos basados en filosofía griega antigua, sobre todo sobre Platón, tenían muchos más seguidores. A decir verdad, en esa época me sentí un poco desanimado: pensaba concentrarme en filosofía antigua para atraer a más estudiantes. Evidentemente, sin estudiantes no habría podido llegar a nada. Y luego, también el mundo académico no es una torre de marfil, es un sitio donde hace falta moverse para ir adelante. Por un poco he sido atraído por esa Vanity Fair, sobre todo por la fama de la que podía gozar frente a los estudiantes.

Es difícil no sentirse de algún modo emocionado cuando se tiene una lección frente a centenares de chicos. Titubeé y rogué mucho, y a este punto me veo obligado también a hacer referencia a mi mujer, que eligió dedicarse a la historia de la iglesia medieval como argumento de su tesis doctoral, un argumento que gozaba todavía de menos éxito. Entendí que no podía dejar pasar este cáliz delante. Si de algún modo tuviera que dejar mis esfuerzos inclinados a la difusión de la filosofía medieval, mis estudiantes habrían perdido la oportunidad de ver cómo razón y fe pudieran mezclarse como leche y agua, en un período que injustamente viene descuidado. He organizado junto a mi mujer un grupo de lectura sobre la Summa theologica de santo Tomás, hemos hecho un poco de publicidad y hemos juntado un grupo de doce estudiantes que se tenían que encontrar cada dos semanas para leer con atención este análisis sutil que encontramos, en sus narraciones, sobre la naturaleza humana.

Mientras tanto, mis cursos medievales empezaron a atraer a muchos estudiantes. En realidad, eran más atraídos por la lectura de los clásicos. Hemos dicho que China no cuenta con una larga tradición en términos de filosofía, al contrario cuenta con una tradición fuerte en el uso de los clásicos. Desde hace mucho tiempo los chinos han empezado a demostrar gran atención y respeto por los clásicos. Este amor por los clásicos resulta evidente también en la búsqueda que se hace de la filosofía occidental en China. El departamento de filosofía debería desarrollar un rol importante también en colaboración con el departamento de historia y filosofía.

Gracias a este enfoque histórico a la filosofía, san Agustín, Anselmo, santo Tomás, Duns Scoto han sido tratados como parte esencial de la filosofía y no como parte de la teología. Algunos estudiosos chinos, además, se han dado cuenta que no tenía sentido separar la democracia occidental y la ciencia de su religión. Y han exhortado por lo tanto a los jóvenes a leer más sobre la tradición occidental y sobre la religión. Pensaban que sin entender bien qué significa el cristianismo, habría sido demasiado difícil tratar de entender bien el contexto global. Las preocupaciones más fuertes siempre son de carácter secular pero la promoción entusiasta de los clásicos de la cristiandad lleva por sí misma a la verdad. Los estudiantes que hacían parte de nuestro grupo de lectura vinieron con nosotros para estudiar los clásicos, no el cristianismo, pero gradualmente se dieron cuenta de cuál fuera el valor de seguir los estudios filosóficos con un enfoque racional. Eso luego me ha llevado a presentar más textos filosóficos de modo de darles bases más sólidas. Como en las discusiones de santo Tomás sobre la identidad del alma humana, sobre esta tierra y después, saqué los elementos teológicos de los textos estableciendo relaciones con las que son las reflexiones cotidianas sobre nuestra identidad personal.

Esta distinción entre teología y filosofía ha solicitado en realidad ulteriormente su interés justo concerniente al pensamiento teológico que está en la base de los textos filosóficos. Quedaron sorprendidos al descubrir que hoy todavía podemos aprender de los textos teológicos de la edad media, de los “años oscuros”. Y manifestaron interés por conocer más y mejor las bases teológicas de aquellos años, para entender sobre cuáles fundamentos se basaran las argumentaciones que llevaban adelante. Ahora ya no soy tan ingenuo tal como era en la secundaria, sino en las conversaciones con mis estudiantes me di cuenta que había sido plantada una semilla, en su corazón, que los habría ayudado a aceptar los desafíos y las oportunidades de este período laico y secular.

Antes de concluir esta presentación, querría hacer referencia al hecho que no pienso que un enfoque teórico constituya la única vía hacia la verdad y la vida, cosa que viceversa creía cuando frecuentaba la secundaria. He subrayado mucho este enfoque porque según yo nos lleva a afrontar la característica de esta época fuertemente laicista. Cuando he abrazado el credo católico, mientras se desarrollaba el funeral por mi abuelo, pensaba que habría cambiado completamente mi vida y no sólo mi concepción del mundo. Mi abuelo dejó un cuadernito rojo que recoge la historia de su vida como médico. En la cubierta, he encontrado algunas palabras: “Ruega con el pensamiento, la palabra y las acciones”. Las tengo siempre cerca de mi corazón. Espero dejar huellas en los que me circundan, con mis acciones como con las palabras.

El año pasado he llegado a ser tutor de los estudiantes que tienen que conseguir la licenciatura. Tenía que ocuparme de 56 matrículas admitidas en el departamento de filosofía en 2012. He tenido así la oportunidad de vivir con estos chicos que habían apenas dejado la casa de sus padres para emprender una carrera universitaria. Estaban emocionados, y también un poco confundidos por este nuevo estilo de vida. El campus al interno del que vivimos pertenece desde 1949 a la universidad de Yanching. Es la universidad donde la iglesia ha cobrado el mayor éxito. Su lema era “la libertad a través de la verdad por el servicio”. En mi camino a través de la verdad, trato siempre de ser paciente, para hacer un servicio a mis estudiantes.

Dedico mucho tiempo a escuchar sus historias, compartiendo alegrías y dolores. Me ocurre acompañarlos por la noche al hospital o caminar con ellos por la montaña durante el fin de semana. Son chicos muy diferentes a mis compañeros de hace 15 años. Gracias al progreso económico, algunos de ellos provienen de familias de clase media, con sólidas bases: se preocupan menos de los pensamientos seculares, como por ejemplo cuánto cuesta crearse una carrera. Algunos de ellos, aunque no muchos, manifiestan cierto interés y también cierta competencia para un enfoque teórico. Uno de ellos también ha seguido mi grupo de lectura sobre la Suma de santo Tomás. No escondo a nadie mi credo pero no quiero tampoco obligarlos a seguirme en éste. Espero que sientan la necesidad de seguir las Escrituras, como consecuencia a su pensamiento filosófico.

Creo que cada uno de nosotros tiene que encontrar el propio camino hacia la salvación. Quiero que mis estudiantes puedan sentir que pueden fiarse de mí, en su recorrido. Sin que lo supiera, han realizado un vídeo para mí muy conmovedor y también me han ayudado a conseguir el título de “Best Councelor”. Pienso que Dios tenga un camino para llegar a la salvación de mis estudiantes como también para todos mis compatriotas. Sólo puedo ser paciente y hacer lo mejor. Estamos atravesando un período difícil pero también rico en emociones. Esta época laica brinda grandes oportunidades como también grandes desafíos. Tenemos que tener paciencia con nuestra fe, con esperanza y amor.

TOBIAS HOFFMANN:
Agradecemos mucho a nuestro amigo Tianyue. Para concluir, quiero sólo poner en relieve algunas perlas de lo que Tianyue Wu ha dicho, justo para no perderlas. Ante todo, partiendo de conciencia de que vivimos en una sociedad secular, me parece que podemos aprender de él cómo movernos. Él no vive la pertenencia a una sociedad secularizada como un obstáculo sino como una invitación a responder. Vive en su trabajo o en su sociedad, en las personas que encuentra, una necesidad de comunicar el sentido de la vida y la muerte, como dice. Este sentido es dado por la fe: él usa un método indirecto, partiendo del trabajo antes que haciendo proselitismo. Esto me conmueve particularmente, porque soy un colega, yo también enseño filosofía medieval: comunicar la fe partiendo de la filosofía quiere decir partir de la razón. En efecto, como decía don Giussani, “la Fe nace como la flor que brota en el límite extremo de la razón”.

Creo que todos ustedes hayan tenido la misma experiencia que he tenido yo cuando he encontrado a Tianyue Wu, una persona antes desconocida, de un País lejano, que ahora sentimos cerca. Por eso le agradecemos mucho.

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