Vasilij Grossman - Baluarte en contra de la ideología
autor: Pigi Colognesi
fecha: 2002-09-01
fuente: Baluardo contro l'ideologia

Antes, autor perfectamente integrado en el mecanismo soviético. Después algo inicia a cambiar. Finalmente la ruptura y el rechazo a la ideología. Y la apertura a la realidad según todos sus factores. Sugerencias para leer Vida y Destino, la obra maestra del autor ruso.

Grossman ha sido en los años cuarenta, en pleno régimen estalinista, un autor perfectamente integrado en el mecanismo soviético, según el cual los escritores tenían que ser “ingenieros del alma”, gente encargada de convencer a las masas de cuan bueno era el régimen comunista y cuan tremendos sus enemigos. Para Grossman todo se fue sobre ruedas (en realidad no todo, pero no tenemos el espacio para detallar) hasta la publicación (en 1952) de Por la justa causa, épica reconstrucción de las primeras fases del ataque nazi a la URSS, visto a través de los ojos de una familia numerosa: los Saposnikov. La novela tuvo gran éxito. Pero mientras tanto algo se había roto en la hasta entonces granítica seguridad en la ideología comunista que animaba Grossman. Seguramente fue el hecho de percatarse de que Stalin estaba planificando una terrible “purga” en contra de los hebreos (Grossman era hebreo, aunque más bien no creyente, y había cuidadosamente reconstruido en un Libro negro las atrocidades de los nazis en contra de su nación en los territorios ocupados). Pero fue sobretodo la victoria en él de la realidad sobre la ideología, de la ”vida” más allá de toda “causa justa”. Grossman se propone escribir una segunda parte de Por la justa causa: los personajes eran los mismos, pero el clima completamente diferente, la conciencia del autor, y desde luego el resultado artístico: justamente Vida y destino, concluido en 1960 y publicado por primera vez en el extranjero en 1980.
La mayor dificultad del lector deriva del hecho de no haber podido leer la primera parte de la historia (que jamás fue traducida) y por lo tanto no conoce los parentescos, vicisitudes pasadas, amores y aventuras de los personajes que se agolpan en las páginas de Vida y Destino.

Distanciamiento

Con toda esta premisa, aún no he dicho por qué vale la pena leer Vida y Destino. Vale la pena porque en ella encontramos el distanciamiento más radical de la ideología que la literatura del novecientos (el siglo de las ideologías por excelencia) nos ha dejado. ¿Qué es la ideología? Es esa organización del pensamiento (y, por consiguiente, organización social y política, cuando la ideología llega al poder) que pretende imponerse a la realidad partiendo del propio punto de vista preconcebido. Comunismo y nazismo han sido, en el novecientos, sus personificaciones más terribles, pero la ideología es una actitud, una postura que continuamente vuelve a nacer. Tal vez en formas más “soft”, pero siempre intrínsecamente violentas. El gran cambio que se dio en Grossman entre Por la justa causa y Vida y Destino es justamente el rechazo a la ideología. Es significativo que nuestro autor lo haya intuido antes que muchos otros – estamos en los inicios de los años sesenta – aquello que todavía hoy muchos rehúsan admitir: la identidad sustancial, la similitud radical, entre nazismo y comunismo, en cuanto al enfoque ideológico y consiguiente destrucción de la realidad, cuando ésta no se adapta a los esquemas de la ideología. Basta leer, a propósito, la páginas tremendas del coloquio en el lager entre el comandante nazi Liss y el viejo bolchevique Mostovskoj, en las cuales el primero afirma la identidad de las dos ideologías que cada uno sostiene, aunque partan de principios – prejuicios – diferentes: la raza o el origen social.
Pero, ¿qué cosa, a los ojos de Grossman, se opone a la ideología? ¿Qué es lo vence? Se les oponen las palabras que dan el título a la novela: la vida y el destino.

La vida

Toda la novela es un conmovedor, continuo, poético himno a la vida. La vida sin adjetivos, sin ideas que pretendan justificarla, sin utopías que suponen un fin. La vida hecha de gozo o de dolor, de mezquindad y de heroísmos, de amor y de miedo. La vida en su sencillez de don original al que nada se le opone, de evidencia elemental y positiva que ninguna desgracia o dolor puede negar. Son incontables las páginas que podríamos citar para documentar el amor apasionado a la vida que recorre toda la novela. Se trata de breves y fulgurantes pasajes (el anciano que propone dar «una medalla de unos dos kilos» a la joven mujer que dio a luz a una nueva vida «en esta cárcel donde se le da una estrella de héroe por matar a más gente que se pueda») o de largas, conmovedoras, amargas y dulcísimas reflexiones, como la de la vieja hebrea, encerrada por los nazis en un gueto que pronto será matada; escribiendo al hijo su última carta concluye así: «He aquí la última carta de mamá dirigida a ti. Vive, vive, vive para siempre…». Nótese que ese “para siempre” abre una rendija sobre lo eterno, sobre el infinito, sobre la dimensión religiosa que Grossman jamás ha puesto a tema en la novela, pero que impregna las páginas de inicio a fin.

El destino

El punto de fuga sobre el misterio es aún más claro al observar la segunda palabra del título, la segunda gran alternativa al triunfo de la ideología: destino. La vida no es pura sobrevivencia animal; lleva consigo una “destinación” invencible, inevitable: la felicidad. Éste es el destino de todas la vidas que se agitan en la novela; ésta es la búsqueda de todos, la meta deseada y esperada. Y dramáticamente misteriosa. Alexandra Vladimirovna, la progenitora de la familia Saposnikov, al final de las aventuras que se narran en la novela, se encuentra frente a los restos de su casa en Stalingrado, finalmente liberada de la invasión alemana. Su pensamiento corre a los hijos, a las hijas y a sus familias y su pregunta es la pregunta típica del amor verdadero: ¿qué destino tendrán? Alcanzarán la felicidad que buscan en las fatigas de sus decisiones, en las caídas de sus errores, en los sufrimientos de sus amores? Alexandra Vladimirovna no lo sabe. Pero de una cosa está segura: «Cualquier cosa les espere, la fama por su fatiga o la soledad, la desesperación y la miseria, el lager y la condena ellos vivirán como hombres, y como hombres morirán: justamente en esto consiste por la eternidad la amarga victoria humana sobre todas las fuerzas majestuosas e inhumanas que han habido y habrán en el mundo». Las fuerzas – Grossman no lo dice pero lo deja entender claramente – de la ideología, las fuerzas del poder que transforman el destino bueno del hombre en hado implacable. No sabe Alexandra Vladimirovna, cuál será el destino de sus queridos; tampoco al lector se le ahorra este momento de vértigo frente al destino; ni siquiera nosotros sabremos en qué acabará Serë Saposnikov, el joven soldado de la «casa seis/uno» que ha encontrado el amor y una nueva paternidad debajo de los bombardeos; ni siquiera nosotros sabemos en qué acabará Krymov, el viejo bolchevique torturado por los jueces procuradores de la Lubjanka por un viejo aprecio por Trosski, tampoco sabemos si su esposa Evgenija le será fiel; ni siquiera sabemos qué será de Vera y de su pequeño hijo (él que merecería la “medalla de dos kilos”). Ni siquiera nosotros lo sabemos y no porque la novela sea incompleta, sino por una elección precisa del autor de dejarnos con la pregunta abierta. No lo sabemos, pero la novela ya nos ha dejado su elevada enseñanza de apego por la vida y su destino.

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